Cada 15 minutos, tres individuos enmascarados ingresan en tropel a dos centros de investigación en los suburbios de Bonn, Alemania, para participar en un estudio que está determinando si las personas tienen anticuerpos contra el COVID-19. Con 28 mililitros menos de sangre, estos sujetos salen por una puerta separada y pronto sabrán si han sobrevivido a una infección por coronavirus.
Forman parte de una cohorte de población denominada Estudio de Renania y han estado yendo a los centros seis días a la semana desde el 24 de abril del año pasado. El esfuerzo, dirigido por la epidemióloga Monique Breteler, es uno de varios estudios de cohortes a largo plazo que originalmente se centraron en otras enfermedades, pero que rápidamente se han reutilizado para estudiar el coronavirus.
Las cohortes de población recopilan información genética, de salud y de estilo de vida de miles de personas durante años, o incluso décadas, para descubrir qué factores genéticos y ambientales se conjugan para aumentar el riesgo de enfermedades. El Estudio de Renania, por ejemplo, se creó en 2016 para estudiar los trastornos neurodegenerativos, como la enfermedad de Alzheimer.
Pero los investigadores esperan que el uso de cohortes para estudiar el coronavirus genere conjuntos de datos que, a corto plazo, puedan ayudar a los dirigentes políticos a decidir cómo controlar mejor la enfermedad y facilitar los bloqueos implementados para detener la propagación del virus. A largo plazo, podrán rastrear las consecuencias físicas, mentales y socioeconómicas de la pandemia y permitir que los científicos aborden cuestiones como si la exposición al virus aumenta los riesgos para la salud en el futuro.
“Por un lado, pueden ayudarnos a comprender por qué algunas personas no presentan síntomas mientras que otras se enferman gravemente -explica Breteler-. Este conocimiento podría, por ejemplo, informar las decisiones sobre quién debe vacunarse primero”.
Los estudios de cohortes difieren de los esfuerzos que utilizan mediciones de anticuerpos para calcular la proporción de una población que ha sido infectada con SARS-CoV-2. Muchas investigaciones reutilizadas tomarán muestras de sangre de los participantes en múltiples intervalos, para ver cuánto tiempo podría durar la inmunidad de los anticuerpos. Pero su diseño también les permite responder preguntas detalladas sobre la biología de las infecciones por COVID-19 al combinar esta información con los datos genéticos, de salud y de estilo de vida de los participantes.
Esta información se ha puesto a disposición de investigadores de diversos campos que buscan conocer qué factores influyen en la susceptibilidad o resistencia a la infección y la gravedad de la enfermedad. Los genes, el estado inmunológico y metabólico y los factores ambientales podrían estar en juego.
“Todos somos diferentes y estas cohortes preexistentes más grandes serán muy valiosas para ayudarnos a comprender cuáles de nuestros factores biológicos o de estilo de vida nos ponen en riesgo -dice Ralf Reintjes, epidemiólogo de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Hamburgo en Alemania-. Nos darán una mejor comprensión de los pasos necesarios en el futuro cercano para volver a una vida segura normal, no basados en la intuición sino en la evidencia”.
“Las cohortes grandes tienen un enfoque integrado en los factores genéticos y ambientales, por lo que están en una excelente posición para identificar qué factores influyen en el riesgo de contraer una enfermedad grave”, declaró Francis Collins, director de los Institutos Nacionales de Salud de EEUU (NIH), dijo en la reunión anual del Consorcio Internacional de Cohortes 100K (IHCC). El IHCC se lanzó hace dos años para fomentar el intercambio de datos y métodos entre 66 cohortes que representan a 4 millones de personas.
“Los datos de cohortes también serán importantes para rastrear cómo la crisis del COVID-19 podría exacerbar las desigualdades socioeconómicas”, analiza Alissa Goodman, economista que dirige el Centro de Estudios Longitudinales del University College London.
El centro administra cuatro cohortes de nacimientos en el Reino Unido, incluida una que sigue a los bebés nacidos en 1958, y solicita a 50.000 participantes que completen un cuestionario para recopilar información sobre cómo el COVID-19 ha afectado sus vidas, incluida la salud física y mental, las relaciones y las finanzas. Su estrategia, dice, fue “determinada en parte por algunos de los responsables de la formulación de políticas, así como académicos, en nuestras redes científicas”.
El Centro Alemán de Enfermedades Neurodegenerativas (DZNE), por su parte, lanzó el Estudio de Renania en Bonn para tratar de comprender los factores que, a lo largo de la vida, llevan a algunas personas a desarrollar trastornos como el Alzheimer. Los reclutas se sometieron a unas ocho horas de investigación, incluidas entrevistas sobre su historial médico y estilos de vida, y extensas investigaciones biomédicas, desde análisis genómicos detallados hasta escáneres cerebrales. Esta información se actualiza periódicamente a lo largo de las décadas.
Los científicos del estudio apenas habían reclutado a una quinta parte de los participantes para el estudio original cuando el confinamiento de Alemania de 2020 cerró sus dos centros. Breteler dice que fue “natural entregar los ricos recursos del estudio para ayudar a abordar la crisis de COVID-19”.
Le siguieron otras cohortes y comenzaron a evaluar si los participantes tenían anticuerpos contra el coronavirus. La cohorte de nacimiento de Noruega de madre e hijo comenzó a indagar entre sus participantes a fines de abril del año pasado. Recoge sangre de aproximadamente 400 personas cada semana y aún no ha decidido cuántas muestras tomará.
El gobierno de Islandia ha contratado a la empresa de genómica deCODE, con sede en Reykjavik, para controlar los anticuerpos en unas 50.000 personas. Eso comenzó el 11 de mayo, un año atrás, y los resultados podrían luego vincularse a la salud, el estilo de vida y la información genómica de los participantes.
La mayoría de los estudios están realizando de una a tres pruebas de laboratorio validadas para que cada persona mida su nivel de anticuerpos. El de Renania también incluye una prueba informativa que requiere mucho tiempo para evaluar si los anticuerpos son capaces de neutralizar el virus, evitando que entre en las células.
Todos estos estudios a gran escala se han enfrentado a los desafíos logísticos y técnicos de obtener muestras de sangre de miles de personas en medio de una pandemia y de obtener mediciones fiables de anticuerpos. Los estudios regionales, como el Estudio de Renania y la cohorte noruega, pueden pedir a los participantes que acudan a centros u hospitales para donar sangre y responder preguntas sobre su salud reciente.
El estudio del Reino Unido, Biobank, está enviando kits de recolección de sangre a los reclutas, quienes extraerán alrededor de medio mililitro de sangre y la enviarán por correo. Reciben un nuevo kit cada mes durante al menos seis meses. No se les darán sus resultados individuales, pero se les informará sobre el progreso del estudio para determinar la prevalencia de anticuerpos en una población.
El IHCC también está coordinando esfuerzos internacionales para analizar cualquier muestra biológica que las cohortes pudieran haber recolectado en octubre o noviembre del año pasado. Si detecta el SARS-CoV-2, esto podría construir una imagen de cuándo comenzó a circular el virus y su trayectoria alrededor del mundo.
“Las cohortes podrían jugar un papel aún más importante en la crisis de COVID-19”, declaró Collins en la reunión del IHCC. En la ocasión también expresó que “los NIH estaban discutiendo si las cohortes podrían proporcionar voluntarios para probar nuevas vacunas y terapias, para obtener una mejor imagen de todo el mundo de quién responde bien y quién no”.
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