Una de cada 3 personas (33,6%) que atravesaron la infección por COVID-19 recibió un diagnóstico neurológico o psiquiátrico en los siguientes 6 meses. De ellos, el 17,4% evidenció trastornos de ansiedad, un 2,1% infarto cerebral, 1,4% trastorno psicótico, el 0,7% demencia y el 0.1% parkinsonismo. Entre ellos, la incidencia de eventos aumentó al 38,7% en aquellos pacientes que debieron ser hospitalizados, al 46,4% en los que debieron ingresar a las unidades de terapia intensiva y al 62,3% en un subgrupo que había presentado encefalopatía durante la internación. Para el 12,8% de las personas era el primer diagnóstico de este tipo.
Estos datos surgen de una reciente investigación denominada Resultados neurológicos y psiquiátricos a los 6 meses en 236.379 sobrevivientes de COVID-19: un estudio de cohorte retrospectivo utilizando registros de salud electrónicos, llevada a cabo por la Universidad de Oxford, que analizó -durante el período comprendido entre el 20 de enero y el 13 de diciembre de 2020- los datos de personas que habían padecido la enfermedad (mayoritariamente de los Estados Unidos) y que fue publicada en la prestigiosa revista médica internacional The Lancet Psychiatry. Los resultados confirman los hallazgos previos de otros estudios y plantean la necesidad de que los servicios de atención se anticipen y se los dote de recursos para afrontar estos problemas.
“Los pacientes que estuvieron hospitalizados o tuvieron presentaciones más graves son los que desarrollaron más cuadros de trastornos del ánimo, estrés postraumático y tuvieron más compromiso a largo plazo, mientras que los que cursaron casi asintomáticos experimentaron consecuencias más leves”, explicó en referencia a los resultados de este estudio el doctor Roberto Amon, especialista en Psiquiatría de Adultos y Profesor Asociado de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad de los Andes.
Amon participó junto a los doctores Ricardo Allegri (Argentina) y José Manuel Santacruz Escudero (Colombia) de un seminario regional denominado “COVID-19 y sus efectos a largo plazo a nivel cerebral: revisando nuevos datos”, que se llevó a cabo recientemente en forma virtual para toda Latinoamérica organizado por la División Upjohn del laboratorio Pfizer y en el que se analizaron en detalle las conclusiones de este importante relevamiento.
Según trabajos previos, ya existía evidencia preliminar de una asociación entre COVID-19 y demencia y los datos actuales lo confirman. Aunque la incidencia estimada fue modesta en toda la cohorte de personas contagiadas con el coronavirus SARS-CoV-2, el 2.7% de los pacientes mayores de 65 años y el 4.7% de los que tenían encefalopatía recibieron un primer diagnóstico de demencia dentro de los 6 meses de haber tenido COVID-19. Para los autores del estudio, “las asociaciones entre COVID-19 y los diagnósticos cerebrovasculares y neurodegenerativos son preocupantes y se requiere información sobre la gravedad y el curso posterior de estas enfermedades”.
“Cuando se piensa en las complicaciones neurológicas por COVID-19, básicamente estas se dividen en tres tipos: las enfermedades neurológicas previas, que tienen mayor riesgo de complicaciones y de mortalidad a causa de la infección, como los pacientes con Alzheimer, que presentan más predisposición, más riesgo, más severidad y mayor mortalidad. En segundo lugar, las complicaciones neurológicas del COVID-19 agudo, como la anosmia (pérdida de olfato) y la ageusia (pérdida del gusto), el accidente cerebrovascular (ACV), el síndrome de Guillain-Barré y las neuropatías. Y, en tercer lugar, lo que se conoce como “long covid” o “post covid”, que es la persistencia de sintomatología neurológica una vez que pasa el episodio agudo y la posibilidad de agravamiento posterior o aparición de sintomatología neurológica posterior al episodio agudo”, señaló Ricardo Allegri, Jefe de Neurología Cognitiva del Instituto de Investigaciones Neurológicas Fleni, de Argentina. Y agregó: “Es importante tener en cuenta las conclusiones de este estudio de The Lancet, no sólo para el diagnóstico y el manejo de casos agudos, sino para ver cómo vamos a organizar el sistema de salud en el próximo tiempo”.
“Desde el inicio de la pandemia y de la implementación de restricciones a la circulación, estamos viendo las consecuencias que puede traer el confinamiento, como el estrés postraumático, tasas más altas de depresión y de trastornos de ansiedad, síntomas que no siempre constituyen enfermedades, pero sí gran estrés emocional que se manifiesta de diversas maneras. También se ha observado un aumento de las tasas de suicidio”, afirmó José Manuel Santacruz Escudero, médico psiquiatra y psicogeriatra y presidente de la Asociación Colombiana de Psiquiatría. “A medida que pasan los meses van apareciendo investigaciones sobre este tema y así llegamos a esta publicación más robusta, con un número de pacientes significativo y un tiempo de observación más prolongado que confirma lo que sospechábamos”, añadió.
El duelo, el aislamiento, la pérdida de ingresos y el miedo están generando y agravando los trastornos de la salud mental. A criterio de los especialistas, entre los factores de riesgo para desarrollar ansiedad y/o depresión durante la pandemia se registran los sociodemográficos, como vivir solo, poseer menor o mayor nivel educativo, no tener hijos o tener más de 2 y ser mujer. Pero también destacan la importancia de los factores psicológicos o sociales, como una mala autoevaluación del estado de salud, mala calidad del sueño, alto nivel de estrés, ingreso económico familiar inestable, soporte familiar escaso, eventos de vida estresantes, familiares o conocidos con diagnóstico de COVID-19, presentar una enfermedad actual o tener antecedentes de determinada patología, y una alta exposición a los medios de comunicación.
Si se toman en cuenta otros reportes internacionales, se ve que el 96,2% de los pacientes hospitalizados y estables con COVID-19 presentaron estrés postraumático. A su vez, los niños y las mujeres fueron de los segmentos poblacionales más afectados. De hecho, en países como España e Italia, se reportó que el 77% de los chicos experimentó dificultad para concentrarse y que el 39% padecía irritación y agitación. “Mujeres, niños y adultos mayores han sido, con más frecuencia, las principales víctimas del aumento de la violencia doméstica reportada durante el año de confinamiento”, aportó Santacruz Escudero.
“La pandemia ha perturbado o paralizado los servicios de salud mental esenciales del 93% de los países, además los mismos pacientes dejaron de asistir a sus controles presenciales los primeros meses; luego, lentamente, se fueron retomando las atenciones y, al mismo tiempo, fueron implementándose atenciones virtuales y se dieron facilidades para adquirir los medicamentos mediante recetas electrónicas. El riesgo de dejar las consultas y los medicamentos es serio, ya que, por ejemplo, los pacientes con trastornos del ánimo pueden descompensarse y experimentar nuevos episodios depresivos en un contexto muy adverso; los pacientes con trastornos psicóticos pueden presentar episodios graves agudos que requieran hospitalización y pueden recaer los pacientes con adicciones que están estables luego de haber dejado de consumir alcohol y drogas”, subrayó Amon.
Entre las estrategias recomendadas para cuidar la salud mental, Santacruz Escudero recomienda mantener rutinas regulares y con un horario equilibrado entre vida personal, trabajo y estudio, dormir 7 a 8 horas por noche, limitar el consumo de café y alcohol, mantener el contacto social de manera segura, ya sea en forma presencial o virtual, hacer ejercicio al menos 30 minutos cada día, llevar una dieta saludable del tipo mediterránea o similar y no caer en la desesperanza.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) recomienda disminuir el tiempo que dedican a mirar, leer o escuchar noticias, para minimizar el riesgo de presentar síntomas de ansiedad o angustia, y protegerse a sí mismos y brindar apoyo a otras personas, como por ejemplo, llamar por teléfono a los que puedan necesitar asistencia adicional.
Para la realización de este análisis retrospectivo, se utilizaron datos obtenidos de la red de registros de salud electrónicos TriNetX Analytics Network, una base de datos con más de 81 millones de pacientes que registra en forma anónima información de historias clínicas electrónicas de 62 organizaciones de atención médica, principalmente en los Estados Unidos.
La investigación, llevada a cabo por el doctor Maxime Taquet y colaboradores de la Universidad de Oxford, abarcó, por un lado, a un grupo de pacientes mayores de 10 años que tuvieron un diagnóstico de COVID-19, otro conjunto compuesto por personas diagnosticadas con gripe (influenza) y el restante grupo de control incluyó pacientes que habían padecido cualquier infección del tracto respiratorio en el mismo período, incluida la influenza. En sus conclusiones, se vio que la mayoría de las categorías de diagnóstico fueron más comunes en los pacientes que tenían COVID-19 que en los que tenían influenza u otras infecciones del tracto respiratorio.
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