Alrededor de 32 mil muertes por contaminación del aire se habrían evitado como resultado de los cierres totales o confinamientos estrictos implementados producto del COVID-19, que hicieron que millones de automóviles se mantengan fuera de las calles, avenidas y rutas.
Esta conclusión surgió a partir de un estudio llevado adelante por expertos del Instituto de Tecnología de Massachussets. Según precisaron, la pandemia redujo sustancialmente las concentraciones atmosféricas de dióxido de nitrógeno en todo el mundo.
De todas formas, no se registraron reducciones globales similares tanto para el ozono como para los niveles de contaminantes de partículas finas del aire, denominadas PM2.5, lamentaron los investigadores.
Según advirtieron, estos contaminantes se forman por las llamadas reacciones secundarias y, por lo tanto, su acumulación depende del estado de fondo de la atmósfera local.
Los hallazgos demuestran la necesidad de adaptar las políticas de calidad del aire a regiones específicas para reducir mejor los niveles globales de contaminantes secundarios.
Guillaume Chossière, ingeniero y principal investigador del estudio, manifestó: “Las respuestas al brote de COVID-19 dieron como resultado una de las mayores disminuciones a corto plazo de las emisiones antropogénicas en la historia moderna”.
“Utilizando observaciones satelitales globales y mediciones terrestres de 36 países de Europa, América del Norte y Asia Oriental, encontramos que los bloqueos llevaron a reducciones en las concentraciones de NO2 a nivel mundial”, añadió.
En consecuencia, 32.000 muertes prematuras fueron evitadas, de las cuales más de 21.000 de ellas en China.
El estudio, que fue publicado en la revista científica Science Advances, el equipo exploró si los pedidos locales para quedarse en casa se correlacionaban con los cambios regionales mediante el uso de un modelo de series de tiempo para estimar cómo se habrían visto los niveles de contaminación del aire si los bloqueos no hubieran estado en vigor.
Los investigadores descubrieron que la relación entre los niveles de PM2.5 y los cambios en el dióxido de nitrógeno variaba ampliamente en 38 de las regiones de estudio.
Observaron también que 88 regiones experimentaron disminuciones en el nivel de dióxido de nitrógeno atmosférico, pero los correspondientes aumentos en el ozono.
“La desconexión entre el NO2 y los cambios en el ozono se debe a los regímenes químicos locales”, escribieron los investigadores.
“Los bloqueos relacionados con COVID demuestran la necesidad de políticas específicas de calidad del aire para reducir la carga global de contaminación del aire, especialmente relacionada con contaminantes secundarios”, concluyeron.
El dióxido de carbono (CO2) es uno de los mayores contribuyentes al calentamiento global. Una vez que el gas se libera a la atmósfera, permanece allí, lo que dificulta la salida del calor y, en el proceso, calienta el planeta.
Se libera principalmente de la quema de combustibles fósiles como carbón, petróleo y gas, así como de la producción de cemento. La concentración mensual promedio de CO2 en la atmósfera de la Tierra, en abril de 2019, es de 413 partes por millón (ppm). Antes de la Revolución Industrial, la concentración era de solo 280 ppm.
La concentración de CO2 ha fluctuado durante los últimos 800.000 años entre 180 y 280 ppm, pero se ha acelerado enormemente por la contaminación causada por los seres humanos, según especifican los expertos.
Por su parte, el gas dióxido de nitrógeno (NO2) proviene de la quema de combustibles fósiles, las emisiones de escape de los automóviles y el uso de fertilizantes a base de nitrógeno utilizados en la agricultura.
Aunque hay mucho menos NO2 en la atmósfera que CO2, es entre 200 y 300 veces más eficaz para atrapar el calor.
Otro de los compuestos presentes en el aire es el dióxido de azufre (SO2), que también proviene principalmente de la quema de combustibles fósiles, pero también puede liberarse de los escapes de los automóviles. El SO2 puede reaccionar con el agua, el oxígeno y otros productos químicos de la atmósfera y provocar lluvia ácida.
Finalmente, el monóxido de carbono (CO) es un gas de efecto invernadero indirecto ya que reacciona con los radicales hidroxilo, eliminándolos. Los radicales hidroxilo reducen la vida útil del dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero.
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