En el siglo XIX, las ciudades empezaron a hacer un cambio monumental para la prevención de enfermedades transmitidas a través del agua. Diseñaron sistemas de cañerías y se organizó el control de calidad del agua que llegaba a las canillas de las casas. Con esa transformación, millones de personas se beneficiaron con el acceso a agua segura y se salvaron vidas. Ahora, con el impacto que ha tenido la pandemia del coronavirus, que se puede transmitir a través del aire en ambientes cerrados, un grupo de casi 40 investigadores de 14 países propusieron en un artículo en la revista Science una transformación similar con el control de calidad de la ventilación.
Los expertos, liderados por la científica Lidia Morawska, de la Universidad de Tecnología de Queensland, impulsan un cambio de paradigma para que se reconozca que la amenaza global continua de la infecciones que pueden transmitirse por el aire, como el COVID-19 o la tuberculosis, es un riesgo y que debe ser controlado. Se necesitan modificar las normas con los requisitos de ventilación como una medida para evitar futuras epidemias.
Cuando el coronavirus apareció en China, se creyó que solo se contagiaba a partir de gotículas que la persona infectada emitía a través de estornudos o la tos. Pero con el avance de la propagación del virus por el mundo, se descubrió que el coronavirus también puede estar en aerosoles que son emitidos por las personas contagiadas al hablar, cantar o gritar. Esas personas pueden tener o no síntomas de enfermedad, pero contagian igual.
En ambientes cerrados, las personas infectadas pueden exhalar los aerosoles con coronavirus, que van concentrándose más y pueden alcanzar a los que están en el lugar. Por esto, los espacios como oficinas, escuelas, fábricas, clubes, entre otros, pueden ser un riesgo mayor para adquirir la infección por el coronavirus. Para reducir el riesgo se recomiendan las reuniones con distanciamiento de dos metros y barbijo al aire libre.
Esos espacios interiores no solo pueden ser un lugar con mayor riesgo de COVID-19. Por décadas, también se ha advertido que hay mayor riesgo de transmisión del virus de la gripe, el sarampión, el resfrío o la bacteria que causa la tuberculosis. Con el impacto dramático que tuvo el COVID-19 en el mundo, los expertos señalan que es un momento para enfocar la atención en la ventilación de esos espacios cuanto antes.
Durante décadas, los gobiernos de todo el mundo han invertido gran cantidad de legislación y recursos en la seguridad alimentaria, el saneamiento y la calidad del agua potable con fines de salud pública. Sin embargo -alertaron los expertos en ingeniería ambiental, química y otras disciplinas- no puede decirse lo mismo de la calidad del aire de los espacios públicos interiores, en los que la propagación de patógenos en el aire -ya sean los que causan el resfrío común o el COVID-19- se considera generalmente una “parte ineludible de la vida cotidiana”.
Para los autores de la propuesta, los responsables políticos y los ingenieros de edificios deberían enfocan la calidad del aire interior y la salud para reducir la propagación de las infecciones respiratorias. Al igual que se han eliminado en gran medida las enfermedades transmitidas por los alimentos y el agua en los países desarrollados, es posible conseguir “un aire limpio y libre de patógenos en los edificios y espacios públicos cerrados”.
Como recomendaciones, proponen la elaboración de recomendaciones sobre medidas preventivas que aborden todos los modos de transmisión de las infecciones respiratorias de forma adecuada y equilibrada, basándose en los conocimientos científicos más avanzados. Señalan que si bien la hoja de ruta de la Organización Mundial de la Salud en materia de ventilación, que fue publicada recientemente, es “un paso importante”, afirman que se queda corta a la hora de reconocer el peligro de la transmisión de las infecciones respiratorias por vía aérea y, a su vez, la necesidad de controlar los riesgos.
“La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto lo poco preparado que estaba el mundo para responder, a pesar de los conocimientos adquiridos en las pandemias que se han producido en siglos pasados”, escriben los autores. “En el siglo XXI, tenemos que establecer las bases para garantizar que el aire de nuestros edificios esté limpio con un registro de patógenos sustancialmente reducido, contribuyendo a la salud de los ocupantes del edificio igual que esperamos para el agua que sale de nuestras canillas”, concluyeron.
“Deberíamos tener un aire libre de virus en el interior”, sostuvo la doctora Morawska. Hasta ahora, los esfuerzos de respuesta para combatir los virus transmitidos por el aire han sido demasiado débiles. Reconoció que las infecciones transmitidas por el aire son más difíciles de detectar que los brotes transmitidos por los alimentos o el agua.
“Hemos aportado pruebas fehacientes de que las infecciones se propagan por vía aérea, por lo que debería haber normas internacionales de ventilación que controlen los patógenos”, dijo. Hasta ahora, la mayoría de las normas mínimas de ventilación, fuera de las instalaciones sanitarias y de investigación especializadas, sólo controlan los olores, los niveles de dióxido de carbono, la temperatura y la humedad. Aunque en hospitales antiguos hay incluso menor control de la ventilación.
“Los sistemas de ventilación con mayores caudales de aire y que distribuyen el aire limpio y desinfectado para que llegue a la zona de respiración de los ocupantes deben estar controlados por la demanda y, por tanto, ser flexibles”, aconsejó. Los sistemas de ventilación también deben estar controlados por la demanda para ajustarse a las distintas ocupaciones de las salas y a las diferentes actividades y ritmos de respiración, como hacer ejercicio en un gimnasio o sentarse en una sala de cine.
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