Los escáneres pulmonares fueron el primer signo de problemas. En las primeras semanas de la pandemia de coronavirus, los radiólogos comenzaron a notar que algunas personas que habían eliminado su infección por COVID-19 todavía tenían signos distintivos de daño. “Desafortunadamente, a veces la cicatriz nunca desaparece”, relata Ali Gholamrezanezhad, de la Universidad del Sur de California en Los Ángeles, quien, con su equipo comenzó a rastrear a los pacientes en enero mediante una tomografía computarizada (TC) para estudiar sus pulmones. Hicieron un seguimiento de ellos por más de un mes, y sus datos aún no publicados sugieren que más de un tercio tenía muerte del tejido que ha provocado cicatrices visibles.
“Es probable que estos pacientes representen el peor de los casos. Debido a que la mayoría de las personas infectadas no terminan en el hospital -señala Gholamrezanezhad-. Es probable que la tasa general de daño pulmonar a mediano plazo sea mucho menor”. Su mejor conjetura es que sería menor al 10%. Sin embargo, dado que se sabe que más de 28 millones de personas han sido infectadas hasta el momento y que los pulmones son solo uno de los lugares donde los médicos han detectado daños, incluso ese bajo porcentaje implica que cientos de miles de individuos están experimentando consecuencias duraderas para la salud.
Los médicos ahora están preocupados de que la pandemia lleve a un aumento significativo de sujetos que luchan contra enfermedades y discapacidades duraderas. Debido a que la enfermedad es tan nueva, nadie sabe todavía cuáles serán los impactos a largo plazo. Es probable que parte del daño sea un efecto secundario de tratamientos intensivos como la intubación, mientras que otros problemas persistentes podrían ser causados por el propio virus. Pero los estudios preliminares y la investigación existente sobre otros coronavirus sugieren que el virus puede dañar múltiples órganos y causar algunos síntomas sorprendentes.
Lo que encuentren será crucial para tratar a las personas con síntomas duraderos y tratar de evitar que persistan nuevas infecciones. “Necesitamos pautas clínicas sobre cómo debería ser la atención de los sobrevivientes de COVID-19 -explica Nahid Bhadelia, especialista en enfermedades infecciosas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston en Massachusetts, que está estableciendo una clínica para ayudar a las personas con COVID 19-.”Eso no puede evolucionar hasta que cuantifiquemos el problema”.
Lo que vendrá más allá
En los primeros meses de la pandemia, mientras los gobiernos luchaban por detener la propagación mediante la implementación de cierres y los hospitales luchaban por hacer frente a la marea de casos, la mayoría de las investigaciones se centraron en el tratamiento o la prevención de infecciones.
Los médicos sabían muy bien que las infecciones virales podían provocar enfermedades crónicas, pero explorar eso no era una prioridad. “Al principio, todo era agudo y ahora estamos reconociendo que puede haber más problemas -analiza Helen Su, inmunóloga del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas en Bethesda, Maryland.- “Existe una clara necesidad de estudios a largo plazo”.
El lugar obvio para verificar si hay daño a largo plazo es en los pulmones, porque COVID-19 comienza como una infección respiratoria. Se han publicado pocos estudios revisados por pares que exploren el daño pulmonar duradero. El equipo de Gholamrezanezhad analizó imágenes de TC de pulmón de 919 pacientes de estudios publicados y encontró que los lóbulos inferiores de los pulmones son los que se dañan con mayor frecuencia. Los escáneres estaban plagados de parches opacos que indican inflamación, lo que podría dificultar la respiración durante el ejercicio sostenido. El daño visible normalmente se reduce después de dos semanas. Un estudio austriaco también encontró que el daño pulmonar disminuyó con el tiempo: el 88% de los participantes tenían deterioro visible 6 semanas después de ser dados de alta del hospital, pero a las 12 semanas, este número había caído al 56%.
Los síntomas pueden tardar mucho en desaparecer; un estudio hizo un seguimiento de las personas que habían sido hospitalizadas y descubrió que incluso un mes después del alta, más del 70% informaba falta de aire y el 13,5% seguía usando oxígeno en casa.
La evidencia de personas infectadas con otros coronavirus sugiere que el daño persistirá para algunos. Un estudio registró daños pulmonares a largo plazo por el SARS, que es causado por el SARS-CoV-1. Entre 2003 y 2018, Peixun Zhang en el Hospital Popular de la Universidad de Pekín en Beijing y sus colegas rastrearon la salud de 71 personas que habían sido hospitalizadas con SARS. Incluso después de 15 años, el 4,6% todavía tenía lesiones visibles en los pulmones y el 38% tenía una capacidad de difusión reducida, lo que significa que sus pulmones eran deficientes para transferir oxígeno a la sangre y eliminar el dióxido de carbono de la misma.
El COVID-19 a menudo ataca primero a los pulmones, pero no es simplemente una enfermedad respiratoria, y en muchas personas, los pulmones no son el órgano más afectado. En parte, eso se debe a que las células en muchos lugares diferentes albergan el receptor ACE2, que es el principal objetivo del virus, pero también a que la infección puede dañar el sistema inmunológico, que invade todo el cuerpo.
Algunas personas que se han recuperado del COVID-19 podrían quedarse con un sistema inmunológico debilitado. Se cree que muchos otros virus hacen esto. “Durante mucho tiempo, se ha sugerido que las personas que han sido infectadas con sarampión están inmunosuprimidas durante un período prolongado y son vulnerables a otras infecciones -explica el espcialista Daniel Chertow, que estudia patógenos emergentes en el Centro Clínico de los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda. Maryland-. No estoy diciendo que ese sería el caso de COVID, solo digo que hay muchas cosas que no sabemos de él aún”. Se sabe que el SARS, por ejemplo, disminuye la actividad del sistema inmunológico al reducir la producción de moléculas de señalización llamadas interferones.
Su y sus colegas esperan inscribir a miles de personas en todo el mundo en un proyecto llamado COVID Human Genetic Effort, que tiene como objetivo encontrar variantes genéticas que comprometen el sistema inmunológico de las personas y las hagan más vulnerables al virus. Planean expandir el estudio a las personas con discapacidad a largo plazo, con la esperanza de comprender por qué persisten sus síntomas y encontrar formas de ayudarlos. “A alguien que tenga problemas prolongados, más allá de lo que normalmente se vería, le interesaría saber por qué”, dice Su.
El virus también puede tener el efecto contrario, provocando que partes del sistema inmunológico se vuelvan hiperactivas y provoquen una inflamación dañina en todo el cuerpo. Esto está bien documentado en la fase aguda de la enfermedad y está implicado en algunos de los impactos a corto plazo. Por ejemplo, podría explicar por qué una pequeña cantidad de niños con COVID-19 desarrollan inflamación generalizada y problemas de órganos.
Esta sobrerreacción inmunitaria también puede ocurrir en adultos con COVID-19 grave, y los investigadores quieren saber más sobre los efectos colaterales una vez que el virus ha seguido su curso. “Parece que hay un retraso para que se apodere de la persona y luego cause esta inflamación severa -según Adrienne Randolph, asociada senior en medicina de cuidados críticos en el Boston Children’s Hospital-. Pero entonces la cuestión es que, a largo plazo, cuando se recuperan, ¿cuánto tiempo le toma al sistema inmunológico volver a la normalidad?”
Un sistema inmunológico hiperactivo puede provocar inflamación y un órgano particularmente susceptible es el corazón. “Durante la fase aguda de COVID-19, aproximadamente un tercio de los pacientes muestran síntomas cardiovasculares -advierte Mao Chen, cardiólogo de la Universidad de Sichuan en Chengdu, China-. “Decididamente es una de las consecuencias a corto plazo”.
Uno de esos síntomas es la miocardiopatía, en la que los músculos del corazón se estiran, se ponen rígidos o se engrosan, lo que afecta la capacidad del corazón para bombear sangre. Algunos pacientes también tienen trombosis pulmonar, en la que un coágulo bloquea un vaso sanguíneo en los pulmones . El virus también puede dañar el sistema circulatorio más amplio, por ejemplo, al infectar las células que recubren los vasos sanguíneos.
“Mi mayor preocupación también es el impacto a largo plazo -reconoce Chen-. En algunos pacientes el riesgo para el sistema cardiovascular persiste durante mucho tiempo”. Este especialista junto a un grupo de colegas revisaron los datos anteriores a la pandemia en un estudio . Allí señalan que las personas que han tenido neumonía tienen un mayor riesgo de enfermedad cardiovascular 10 años después, aunque el riesgo absoluto sigue siendo pequeño. Chen especula que esto podría estar condicionado a un sistema inmunológico hiperactivo y la inflamación resultante. Sin embargo, hay poca información sobre los daños cardiovasculares a largo plazo del SARS o la enfermedad relacionada con el síndrome respiratorio del Medio Oriente (MERS), y mucho menos del SARS-CoV-2.
Los estudios están comenzando ahora. A principios de junio, la British Heart Foundation en Londres anunció seis programas de investigación, uno de los cuales seguirá a los pacientes hospitalizados durante seis meses, rastreando los daños en sus corazones y otros órganos . Las iniciativas de intercambio de datos, como el registro CAPACITY, lanzado en marzo, están recopilando informes de docenas de hospitales europeos sobre personas con COVID-19 que tienen complicaciones cardiovasculares.
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