Aunque tienen prioridad en la fila para la vacuna porque fueron la primera línea en la batalla contra el COVID-19, muchos trabajadores de la salud en los Estados Unidos se han resistido a ser vacunados. Algunos se negaron de plano; otros rechazaron la dosis ahora y prometieron considerarla en el porvenir. Es, como describió AP, un grupo inesperado en la negativa a la vacunación, que en general ha sido promovida por grupos antivacuna y desinformación.
“Sucede en los asilos de ancianos y, en menor medida, en hospitales, donde los empleados expresan lo que los expertos llaman temores infundados a los efectos secundarios de vacunas que se desarrollaron a una velocidad récord”, explicó la agencia. En algunos lugares “hasta el 80% del personal se resiste”.
La agencia citó a un cirujano de Portland, Oregon: “No creo que nadie quiera ser un conejillo de Indias“, dijo Stephen Noble, de 42 años. “A fin de cuentas, como hombre de ciencia, sólo quiero ver qué muestran los datos. Y quiero los datos completos”, dijo el médico que por ahora ha postergado la decisión de recibir la vacuna hasta abril o mayo. “Es vital que las autoridades sanitarias no exageren lo que saben sobre las vacunas. Esto es especialmente importante para los afroamericanos como yo, que desconfían del consejo médica del gobierno debido a los fracasos y los abusos del pasado”.
Los Angeles Times resumió algunas cifras del estado de California, el más poblado del país, con 40 millones de habitantes, y el que más sufrió durante la última ola de COVID-19: “En el Hospital Comunitario St. Elizabeth del condado de Tehama County, menos de la mitad de los 700 trabajadores de la salud que estaban en condiciones de recibir la vacuna la aceptaron cuando se les ofreció por primera vez. En el Centro Médico Providence Holy Cross de Mission Hills, uno de cada cinco enfermeros y médicos en la línea de fuego han rechazado la dosis. Aproximadamente entre el 20% y el 40% del personal sanitario del condado de Los Angeles al que se le ofreció la vacuna hizo lo mismo. En el condado de Riverside han sido tantos los que rechazaron la vacuna —un 50%, se estima— que los funcionarios y los directivos de los hospitales se han reunido para trazar una estrategia que permita redistribuir las dosis que no se usaron”.
En la costa este de los Estados Unidos, The New Yorker observó el mismo fenómeno: “A pesar de haber visto de primera mano los estragos del COVID-19 —y de hacer un trabajo que los pone en grave peligro, como a sus familias— los trabajadores de la salud expresaron niveles similares de resistencia a la vacuna que la población general. Encuestas recientes muestran que, en general, alrededor de un tercio de ellos se resiste”.
La encuesta de diciembre 2020 de la Fundación Kaiser mostró, en efecto, que el 29% de los trabajadores de la salud “probablemente” o “sin dudas” no aceptarían la vacuna, apenas por encima del 27% del promedio de la población en general. Si bien la mayor divergencia se daba a la hora de analizar el perfil político de las personas (el 42% de los republicanos dijeron que no se vacunaría, contra el 12% de los demócratas), sólo la necesidad pareció unir a los que menos resistencia mostraron: los mayores de 65 años, las personas que habitan en un hogar donde alguien tiene una enfermedad grave y los que viven en ciudades y tienen la aglomeración o el transporte entre sus problemas.
The New Yorker reveló que casi las tres cuartas partes de los enfermeros certificados tenían dudas sobre la vacuna. Citó otras cifras que marcaban diferencias asombrosas: en el mismo hospital de Yale en New Haven, el 90% de los médicos residentes aceptó vacunarse apenas pudo, pero sólo los acompañó el 42% del personal de mantenimiento y el 33% de cocina. En Ohio, el 60% del personal de los asilos de ancianos rechazó la primera dosis y en Carolina del Norte, alrededor de la mitad.
“Esta vacilación es menos un rechazo directo que un escepticismo cauteloso”, evaluó el texto. “La impulsan sospechas sobre las pruebas que respaldan las nuevas vacunas y sobre los motivos de quienes las respaldan. La asombrosa velocidad de desarrollo de las vacunas ha convertido a la ciencia en víctima de su propio éxito: después de que se les dijera que desarrollar vacunas lleva años, si no décadas, muchos trabajadores de la salud se muestran reacios a aceptar una que pasó rápidamente de la concepción a la inyección en menos de 11 meses”. En general muchos esperan como estrategia para ver qué nueva información surge sobre la seguridad tras la inoculación.
Nicholas Ruiz, empleado administrativo del Centro Médico Natividad en Salinas, California, explicó a Los Angeles Times que el personal de salud lucha con las mismas dudas, temores y desinformación sobre el COVID-19 que el público en general. “Creo que la percepción del público sobre los trabajadores de la salud es incorrecta. Puede que crean que todos estamos informados de todo, porque trabajamos en este ámbito. Pero sé que hay mucha gente que tiene la misma perspectiva que el público por la cual todavía tienen miedo de recibirla”, dijo sobre la vacuna que, por ahora, él mismo rechazó.
Algunas mujeres, que están embarazadas o que buscan un embarazo en el futuro, no quieren vacunarse por temor a las consecuencias de largo plazo de las fórmulas. April Lu, enfermera de 31 años en Providence-Holy Cross, es una de ellas: su bebé nacerá en tres meses. “Estoy eligiendo entre riesgos: el riesgo de tener COVID y el riesgo de lo desconocido con la vacuna. Creo que elijo el riesgo del COVID: puedo controlarlo y prevenirlo, un poco, usando máscara, aunque no es 100% seguro”.
Para persuadir a los dubitativos muchos hospitales apelan a videos instructivos, webinars interactivos, desayunos gratuitos, un bono en efectivo, días libres pagos y hasta la rifa de un auto, resumió AP. Es todo lo que pueden hacer, según explicaron al periódico funcionarios del sistema de salud de la Universidad de California en Los Angeles, UCLA Health: “No le pedimos al personal que decida de inmediato si quiere recibir la vacuna. Queremos darles a aquellos a los que se les ofrece el tiempo suficiente para tomar una decisión, y esperamos que el personal continúe comprendiendo que los beneficios de la vacunación claramente superan a los riesgos”.
Además de la politización de las cuestiones de salud pública que se sufrieron en Estados Unidos porque el primer año de la pandemia fue también año electoral, hay una desconfianza más profunda tanto del sistema político como del sector de la salud, destacó The New Yorker. “Y está exacerbada entre el personal de la salud, que está subvalorado y mal pago”, agregó.
“En muchos casos, las dudas sobre las vacunas no son un problema de falta de información. Es un problema de falta de confianza”, dijo a la revista David Grabowski, profesor de política sanitaria en Harvard. “El personal no confía en el liderazgo. Tienen verdadero escepticismo ante el gobierno. No han recibido pagos extras por el riesgo. No han recibido equipo de protección personal. No han recibido respeto. ¿Debería sorprendernos que se muestren escépticos ante algo que parece que se les impone?”.
Kia Cooper, una enfermera con dos décadas de experiencia, del área de Filadelfia, es una de las que rechazó la vacuna por dudas. “No estoy totalmente en contra”, dijo a la publicación, “pero la apuraron mucho”. Ella quiere esperar a “ver cómo les va a otros” porque, en su experiencia en la industria, las empresas de la salud tienden a poner la ganancia por encima de los intereses de los pacientes y el personal, dijo. “Me pregunto si es por dinero. Son grandes compañías que tratan de imponer estos productos a todo el mundo. Uno tiene que pensar: ¿lo hacen por nosotros o sólo están tratando de ganar dinero?”.
Entre los trabajadores de la salud encuestados por Kaiser ls preocupaciones principales fueron similares: temor a los efectos secundarios, falta de confianza en el estado para garantizar la seguridad de las vacunas, inquietud por el papel que la política pudo haber jugado en su desarrollo. En algunos foros en línea, citaron los investigadores, algunos trabajadores de la salud manifestaron frustración por haber sido los primeros en la lista: no lo veían como un privilegio sino como una experimentación con sus cuerpos.
Así suceden cosas como la que contó Richard Wickenheiser, funcionario de Salud del condado de Tehama, a Los Angeles Times: de las primeras 495 dosis que el estado municipal logró conseguir para los trabajadores del Hospital Comunitario St. Elizabeth, “nos devolvieron 200″.
El gobernador de Carolina del Sur, Henry McMaster, propuso que se pusiera una fecha límite para que enfermeros y médicos tuvieran prioridad en la vacunación, y que aquellos que la rechazaran “fueran al final de la fila”. En el estado de Georgia se autorizó la redistribución automática de aquellas vacunas rechazadas en hospitales y asilos para que las recibieran los trabajadores esenciales, los bomberos y la policía. “Tenemos vacunas disponibles pero están literalmente esperando en el freezer”, dijo la comisionada de salud pública, Kathleen Toomey. “Es inaceptable. Tenemos vidas que salvar”.
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