Ashish Jhan es decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Brown y uno de los expertos más citados en los Estados Unidos durante la crisis del COVID-19. Eso hace que su esperanza de hacer un barbecue en su casa en Newton, Massachusetts, el próximo 4 de julio esté, al menos, lo suficientemente informada como para confiar en ella. La gente se reunirá en el jardín —ha pensado— y si llueve y deben entrar a la sala, usarán cubrebocas. “No va a ser normal, pero no va a ser como el 4 de julio de 2020″, dijo. “Creo que por entonces se comenzará a sentir que ya no estamos en la pandemia”.
Su pronóstico, compartido en The Atlantic, acompaña el comienzo de la vacunación contra el SARS-CoV-2 en ese y otros países, al mismo tiempo que la aprobación de nuevas vacunas —destacada, la de la Universidad de Oxford y AstraZeneca, que será la más económica y de producción más grande— compensa las noticias sombrías sobre el aumento de casos en el mundo. Jhan espera un segundo año del coronavirus más llevadero siempre que se cumplan algunas condiciones, como que las personas sigan tomando precauciones. Porque el hallazgo de vacunas no implica el regreso a la normalidad, aunque lo acerca.
“La pandemia no terminará con una declaración, sino con una exhalación larga, extensa”, escribió Ed Yong, especialista en ciencia de la publicación. “Aun si todo sale según los planes, lo cual es un condicional de importancia, los horrores de 2020 dejarán legados perdurables”. Enumeró: “Un sistema de salud apaleado estará tambaleándose, con personal insuficiente y enfrentando nuevas olas de gente con síntomas de largo plazo o problemas de salud mental. Las brechas sociales que se agrandaron se separarán aun más. El dolor se convertirá en trauma”.
De la vacuna a la vacunación
Haber desarrollado en tiempo récord fórmulas exitosas para prevenir los síntomas de COVID-19 es un logro de la humanidad. Sin embargo, de la vacuna a la vacunación hay un camino por recorrer, y un camino que tiene obstáculos.
“Las vacunas son sustancias biológicas frágiles, no son sudaderas”, dijo Kelly Moore, de la Universidad de Vanderbilt, sobre las dificultades de la producción. Desde la cadena de suministros hasta el control de calidad, muchas cosas pueden salir mal. Una ventaja es la pluralidad de candidatas: cuantas más vacunas se aprueben, más sólida será la provisión.
Una vez producidas, las vacunas deben ser distribuidas y aplicadas. “Las de Moderna se pueden almacenar en congeladores comunes, pero la de Pfizer requiere un almacenamiento ultra frío como el hielo seco”, señaló The Atlantic. “Y ambas requieren dos dosis. Rastrear eso será un desafío”.
Esas dificultades se deben superar mientras aumentan los contagios, las hospitalizaciones y las muertes: es decir, en medio de la pandemia y con un sistema de salud sobrecargado. “Estamos tratando de planificar el programa de vacunación más complejo de la historia humana luego de un año de agotamiento total, con una infraestructura mal financiada de manera crónica y con un personal que sigue siendo responsable del sarampión y las enfermedades de transmisión sexual y de asegurarse de que el agua sea potable”, describió Moore.
Entonces llega el problema más grave: que la gente acepte la vacuna. En Alemania, el 65% de la población quiere recibirla; en Francia, solo el 40%. En los Estados Unidos el 27% de la población está decidida a no dejarse vacunar.
Mientras las campañas se ponen en marcha y las personas observan cómo es la experiencia de los grupos que tienen prioridad, los especialistas en prevención advierten que “la gente no registra cuando evita una enfermedad exitosamente, pero una reacción negativa es memorable”, según sintetizó The Atlantic. “Como millones de personas se van a vacunar, muchas tendrán, de manera coincidente, ataques cardíacos, apoplejías y otros problemas poco después de recibir su dosis. Si las publicaciones en las redes sociales o las alertas de noticias mal concebidas vinculan esos problemas de salud a la vacunas, mientras hablan en tiempo real de los efectos secundarios que se esperan, el miedo exagerado podría detener la campaña”.
El nuevo collage
Se sabe que la implementación de la vacuna será despareja: “Del mismo modo que el virus creó un collage de infecciones en 2020, las vacunas crearán un collage de inmunidad en 2021″, según Yong. “En términos globales muchos países en desarrollo apenas podrán comenzar el proceso de vacunación, porque los países más ricos han acopiado las dosis”. Dentro de los Estados Unidos podría suceder que algunos estados hayan vacunado a toda su población mientras otros siguen ocupándose de los grupos priorizados, como los trabajadores esenciales y los ancianos. Las áreas urbanas podrían aventajar a las rurales, porque fuera de las ciudades la gente se halla más lejos de las instalaciones sanitarias y las farmacias y escasean tanto el personal como las condiciones de almacenamiento de las vacunas.
“Algunos científicos han estimado que del 50% al 70% de la población tendrá que estar vacunada para lograr la inmunidad colectiva, pero el verdadero umbral no está claro todavía, y varios investigadores suponen que puede ser mucho más alto”, siguió Yong. “Cualquiera que sea la cifra real, también se aplicará en una escala geográfica menor. ¿Qué pasa si personas infectadas, de regiones que no han llegado al umbral, viajan a áreas vecinas que sí lo han hecho?”. La respuesta, según Sam Scarpino, experto en dinámica de las enfermedades infecciosas, es que sucede “un gran lío”.
Además, la gente sin vacunar no va a estar desparramada al azar en las comunidades, sino que formarán grupos que sigan o bien el patrón de la distribución (o su falta, más bien) de la vacuna o bien la circulación del escepticismo, que se da entre amigos y familiares. “Estos grupos serán como grietas en una pared por la cual puede colarse el agua durante una tormenta”, comparó el texto.
“Esto implicará que aun cuando algunas comunidades lleguen al umbral del 70%, las infecciones podrían continuar diseminándose en su interior. La gente que esperó por desconfianza o por dudas y la gente que no pudo ser vacunada por falta de acceso o por problemas médicos preexistentes cargará con el grueso de esos brotes continuos”.
Y entonces le tocará mover al virus
Y aun si la vacunación prospera y los contagios menguan, el SARS-CoV-2 va a perseverar. “Hace años que hay medicinas que impiden las infecciones de VIH, pero aun así 1,7 millones de personas contra el virus cada año”, recordó The Atlantic. “Las vacunas contra la polio se crearon originalmente en la década de 1950, pero la polio, aunque sumamente cerca de la erradicación, todavía existe. Del mismo modo que existen la mayoría de las demás enfermedades que se pueden prevenir con vacunas, incluido el sarampión, la tuberculosis y el cáncer de útero”.
Lo que suceda con el coronavirus luego de una vacunación exitosa depende de dos factores, ambos muy difíciles de predecir: cómo reaccionará el sistema inmunológico humano y cómo evolucionará el virus en respuesta.
En el caso de algunas enfermedades virales, como la varicela y el sarampión, la inmunidad dura la vida entera; en el caso de otras, como los cuatro coronavirus suaves que causan resfríos, un año. Resta por ver cuánto recuerda el sistema inmunológico al causante del COVID-19.
Por ahora las infecciones han brindado a los sobrevivientes una inmunidad de al menos seis meses, aunque una pequeña cantidad de gente tuvo un segundo episodio. Akiko Iwasaki, inmunóloga de la Universidad de Yale, espera que las vacunas permitan una inmunidad más prolongada que las infecciones naturales: “Puede que no dure toda la vida, y no me sorprendería si hubiera que administrar un refuerzo en unos pocos años”.
Pero la preocupación principal de los científicos es qué hará el SARS-CoV-2 a medida que haya más gente vacunada. Los virus mutan, y este coronavirus ya lo hizo: en el Reino Unido se descubrió una variante más transmisible, llamada B.1.1.7, que desde entonces apareció en otros países. “Otras mutaciones podrían permitir que las variaciones del SARS-CoV-2 escapen de las vacunas actuales e infecten a personas que alguna vez fueron inmunes”, planteó la publicación. “En ese escenario, el virus resultaría como el de la gripe: un enemigo que cambia constantemente y que fuerza a la humanidad a ponerse al día regularmente”.
Según varios estudios sobre los otros cuatro coronavirus más suaves, la proteína de punta puede evolucionar para evadir al sistema inmunológico. Le lleva entre una y dos décadas, pero puede hacerlo. Pero aun así la gente vacunada podría tener cierta inmunidad al virus alterado. “Varios investigadores están ya catalogando las clases de mutaciones que podrían ser problemáticas”, informó Yong. Además, aquellas vacunas que usan información genética del virus, ARN, como las de Pfizer y Moderna, se pueden adaptar a esos cambios.
Las cicatrices que van a quedar
Aun en el mejor escenario, el fin de la pandemia, cuando la vida social regrese y las escuelas vuelvan a abrir, habrá heridas que sanar en la población como un todo.
El grupo que se mantuvo en el frente del combate, los trabajadores de la salud, “están mas que fatigados”, dijo Lauren Sauer, de Johns Hopkins Medicine. “Han estado haciendo esto durante casi un año, sin refuerzos”. Trabajaron en unidades de terapia intensiva llenas, en algunos casos con los pacientes más graves de todas sus carreras, muchos de los cuales murieron. Vivieron con temor de infectarse y de transmitir la infección a sus seres queridos.
Y no sólo enfrentaron la pandemia: “Cada pico de COVID-19 absorbió más energía y moral, y a continuación los trabajadores de la salud agotados tuvieron que lidiar con el trabajo acumulado de cirugías pospuestas”, además de nuevos pacientes que desatendieron sus problemas médicos y llegaron al hospital más enfermos de lo habitual.
“Se acerca una ola de trastornos de salud mental”, siguió el texto, sobre la población en general. “Entre el estrés del año, el aislamiento por la distancia física y el cierre de espacios sociales, se han disparado la angustia, el abuso de sustancias y los trastornos de alimentación”.
Jessi Gold, psiquiatra de la Escuela de Medicina St. Louis, sintetizó: “Tengo una tonelada de pacientes que se mantuvieron estables durante 30 años y de pronto están pasándola realmente mal”. Ella predijo que la situación va a empeorar porque a ellos se sumarán otros: los que sientan el impacto una vez que la pandemia se haya disipado. “Durante una crisis uno puede decir ‘Es natural que me sienta angustiado, que no duerma’. Pero habrá una ola de problemas una vez que la gente tenga por fin la oportunidad de respirar y comprender los estragos”.
Y están también los que sufrieron la infección. La campaña de vacunación habrá avanzado y millones de personas seguirán cargando con los síntomas persistentes de COVID-19, que en algunos casos se extienden durante meses: fatiga, problemas cognitivos, falta de olfato.
Las brechas ampliadas
Cuando la pandemia cerró las escuelas y las guarderías, las mujeres cargaron con el peso extra del home office (las que pudieron), el trabajo en el hogar, la crianza de los hijos y la enseñanza a distancia. Para algunas fue demasiado. “En las entrevistas que hice, las mujeres sintieron que fracasaron como madres, como trabajadoras y como maestras”, dijo a The Atlantic Jess Calarco, socióloga de la Universidad de Indiana.
“Muchas debieron elegir entre enviar a los niños a la escuela y acaso hacer que se enfermen o mantenerlos en la casa y dejar ellas el mercado laboral”, agregó. Y de ellas también muchas optaron por lo último en los Estados Unidos: solo en septiembre, cuatro veces más mujeres que hombres abandonaron el empleo: 865.000 en total. “Eso tendrá efectos para toda la vida”, evaluó Loyce Pace, de Global Health Council. “Apenas si se puede tener un bebé y volver a tener un trabajo, y eso no es siquiera una licencia de tres meses”.
El cierre de las escuelas también aumentó las desigualdades entre los niños. “Para mucha gente la escuela es un lugar donde obtener alimentos y seguridad”, dijo Seema Mohapatra, investigadora de acceso a la salud en la Universidad de Indiana. Además, muchos estudiantes con discapacidades se han atrasado por no poder contar con la atención de profesionales especializados. Por último, en muchos hogares de recursos bajos no hay computadoras o conexión a internet para que los chicos puedan asistir a la escuela remotamente.
“Supervisar el aprendizaje a distancia es lo suficientemente difícil para los padres y madres con empleos flexibles y bien pagos; aquellos que trabajan por hora o tienen empleos mal pagos han quedado en una situación aun más difícil”, observó Yong. “Esas disparidades tendrán consecuencias generacionales, porque las desigualdades tempranas pueden ubicar a los niños camino al éxito o el atraso, de por vida’, agregó Mohapatra”.
Por último, la pandemia “borró los últimos 14 años de progresos para acortar la brecha entre la expectativa de vida de los afroamericanos y los blancos” en los Estados Unidos: “Era de 3,6 años, ahora es de más de cinco”, debido al mayor impacto del COVID-19 entre las minorías étnicas, también los latinos. Queda por medir esa diferencia en otros países, pero difícilmente la tendencia sea diferente ya que los factores determinantes son los socioeconómicos.
¿Lecciones aprendidas?
Llevará años, y probablemente muchas investigaciones de organismos oficiales y de instituciones privadas, en muchos países del mundo, empezar a vislumbrar el costo de la pandemia. Pero quizá la primera lección que deja el COVID-19 es ya visible: esto puede suceder y es necesario estar preparados.
En primer lugar importa evaluar en qué consiste la preparación: “En 2019, el Índice Global de Seguridad Sanitaria utilizó 85 indicadores para evaluar la preparación de todos los países ante una pandemia. Los Estados Unidos tuvieron el puntaje más alto de 195 países, un veredicto que apenas un año más tarde parece risible”, señaló el artículo.
Muchos expertos en salud pública de Occidente se concentraron en elementos como las capacidades —por ejemplo, equipamiento— en lugar de las aptitudes, “que es cómo se aplican las capacidades durante una crisis”, dijo Sylvie Briand, de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Muchos países ricos, por no tener experiencia en brotes, no supieron cómo desplegar sus recursos. “En cambio, los países del este de Asia y la África subsahariana, que regularmente enfrentan epidemias, tenían a la vez una comprensión de que no eran intocables y una memoria cultural refleja de qué hacer”, agregó Yong.
Como ejemplo, The Atlantic ofreció del de Vietnam, que fue el primer país en contener el SARS en la epidemia de 2003. Allí “se entendió rápidamente que un puñado de casos, sin una respuesta del nivel de emergencia, serían miles de casos en poco tiempo”, dijo Martha Lincoln, antropóloga de la medicina de la Universidad Estatal de San Francisco. “Su respuesta de salud pública fue impecable y tenaz, y el público aprueba a los organismos de salud”. Por eso en 2020 Vietnam tuvo solamente 1.465 casos de COVID-19 y 35 muertes, con más de 96 millones de habitantes.
La preparación para la próxima pandemia implicará que las naciones se replanteen en qué consiste estar preparadas. “Cada pandemia es diferente, dado que nuevos patógenos con características únicas surgen en distintas regiones. Pero al final esos microorganismos ponen a prueba los mismos sistemas de salud y exponen las mismas desigualdades históricas”, concluyó el artículo.
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