A principios de este rarísimo 2020 todavía estábamos escépticos de la mortalidad del COVID-19, una rara enfermedad que se podía contraer estando muy cerca de otras personas, o respirando el aire contaminado del virus. Muchos creyeron que era una simple gripa, la desestimaron, pero para marzo el virus viajó por todo el mundo y fue declarado una pandemia por la Organización Mundial de la Salud.
Los Gobiernos del mundo reaccionaron y se tomaron medidas más o menos extremas- dependiendo el país- que confinaron a gran parte de la población global a cuarentenas estrictas, detuvieron la economía mundial e introdujeron nuevos elementos esenciales a nuestra vida cotidiana como el tapabocas. Desde entonces el pedido por una vacuna ha estado en la boca de todos.
Pero ante la adversidad la humanidad ha prevalecido y llegamos a fin de año no con una sino con 11 potenciales vacunas para combatir una enfermedad que se ha llevado más de 1 millón y medio de vidas humanas.
Pero ahora que se ve la luz al final del túnel y pese al largo camino que queda por recorrer para lograr que la mayor parte de la población sea vacunada en el 2021, otro reto se levanta: el miedo o escepticismo de las personas frente a las tan esperadas curas.
Unos señalan que ha sido muy corto el tiempo para hallar una vacuna y ven con desconfianza los primeros anuncios de laboratorios como Gamaleya -desarrollador de la Sputnik V- en Rusia, de Pfizer/BioNtech o de Moderna en Estados Unidos, que ya están en la última fase de prueba de sus vacunas y reportan efectividad superior al 95%.
Otros se rehúsan a ser los primeros conejillos de indias de un proceso que todavía tiene un camino largo para perfeccionarse. Y mientras tanto los medios se llenan de noticias con testimonios de vacunados que afirman haber sufrido efectos secundarios después de aplicarse alguna de las vacunas antes mencionadas.
Como al principio de la pandemia, el pánico colectivo juega un rol fundamental en las estrategias de salud pública que se adopten para combatirla. Si antes las personas debían tomarse en serio el COVID-19 y adoptar las medidas de autocuidado, ahora es necesario que se tomen en serio la posibilidad de controlar el virus por medio de una vacunación masiva.
Lo bueno de todo esto es que ya hemos pasado por cosas similares, tanto por pandemias o epidemias con altísima letalidad, como por procesos de vacunación que han logrado frenarlas.
Esto es lo que la historia de las vacunas y las pandemias tiene para enseñarnos.
Breve historia de las vacunas
La primera vacuna apreció en Inglaterra hace 224 años, en 1796 y fue descubierta por el doctor Edward Jenner, gracias a un experimento con el que buscaba encontrar la cura para la viruela.
Jenner utilizó la técnica de la incubación que consiste en preservar la enfermedad para luego introducirla en el cuerpo humano y hacer que este genere defensas para combatirla. Aunque su efectividad se demostró de inmediato, al principio tuvo mucha oposición pues se consideraba un procedimiento peligroso y había muchos temores por su novedad.
Sin embargo Jenner tuvo razón desde un principio y tras más de 100 años, en 1898, la legislación británica permitió la vacunación voluntaria. Para ese entonces otro reconocido científico, el francés Louis Pasteur ya le había presentado al mundo la cura contra la rabia (1985) usando un método similar al de Jenner, le introdujo a un niño que había sido mordido por un perro con rabia una dosis del virus debilitado y logró curarlo.
Con estos dos cimientos el campo de las vacunas comenzó a desarrollarse y se ha convertido en una de las principales fuentes de prevención y erradicación de enfermedades.
La viruela, por ejemplo, fue una pandemia que alcanzó una tasa de mortalidad del 30% y que llegó a matar más de 300 millones de personas, se declaró erradicada del planeta en 1977, cuando se registró su ultimo caso en Somalia.
En 1936 se elabora la vacuna contra la fiebre amarilla, en el 1944 se logra la cura contra la encefalitis japonesa y por esos mismos años se desarrolla la primera campaña de vacunación contra la gripe.
Durante los años 60 se crearon vacunas contra la polio, el sarampión y la rubeola.
En 1976 vuelve a suceder otro retroceso en la ciencia de vacunas pues las dosis para contrarrestar la gripe comienzan a ser asociadas con el síndrome de Guillain-Barré por lo que Estados Unidos detiene su uso.
Sin embargo, un año después se dio otro gran avance al encontrar cura para 14 tipos de bacteria de neumococo que puede causar enfermedades severas como la neumonía, meningitis, bacteriemia, otitis y sinusitis.
Para la década de los 80 ya la viruela había sido erradicada y en el 86 se crea la vacuna contra la hepatitis B. Nueve años después, en 1995 llegaría la vacuna contra la hepatitis A y la varicela.
En 2002 el polio se declara erradicado de toda Europa y en 2006 llegaría la vacuna contra el papiloma humano. Tres años más tarde y en medio de otra alarma de pandemia, se logra controlar el brote de A H1N1, conocida como la gripe porcina, gracias al desarrollo de una vacuna.
Las enseñanzas de la Meningitis y el Ébola.
Las dos ultimas vacunas desarrolladas para contrarrestar enfermedades mortales han sido contra la Meningitis (2010) y contra el Ébola (2016).
La meningitis ha afectado a África subsahariana por más de 100 años pero tuvo su pico entre 1996 y 1997 cuando se registraron 250 mil casos y 2 mil muertes en lo que se conoce como “el cinturón de la meningitis” que va desde Senegal hasta Etiopía.
En 2005 comenzaron los ensayos clínicos y en julio de 2010 la OMS precalificó la vacuna. Burkina Faso, Malí y el Níger fueron los primeros países que la introdujeron y a la fecha más de 300 millones de personas que viven en el “cinturón de la meningitis” han recibido dosis de la vacuna, reduciendo drásticamente los contagios y las muertes, casi erradicando por completo la enfermedad.
El caso del Ébola es particularmente interesante. Esta enfermedad altamente contagiosa causa al infectado hemorragias internas producto del rompimiento de las paredes de las células rojas. Su letalidad está entre el 50% y el 90%.
El virus está documentado desde 1970 pero fue entre 2014 y 2016 que la enfermedad llamó la atención mundial debido a un brote epidémico en África occidental que le costó la vida a 11 mil personas.
Desde entonces se empezó a desarrollar una vacuna, cambiando para siempre la forma como respondemos ante las epidemias y potenciales pandemias. En este caso la máxima prioridad fue desarrollar rápidamente una vacuna, agilizar los ensayos clínicos, acelerar las autorizaciones de ley y facilitar que los fabricantes pudieran producir y distribuir la vacuna.
Sólo pasaron 10 meses entre las primeras pruebas de la vacuna contra el Ébola y los primeros ensayos en Guinea durante 2016, una respuesta rápida nunca antes vista.
Pasaron dos años para que se volviera a tener noticia de otro brote de la enfermedad, que se reportó el 8 de mayo de 2018 en la República Democrática del Congo. Para el 21 de ese mes ya estaban empezando las vacunaciones.
Otra lección que dejó esa respuesta fue la rapidez para empezar a vacunar. En el Congo, como en otros países de África y del mundo donde se presentaron casos, todavía no estaba aprobada la vacuna contra el Ébola (rVSV-ZEBOV), la cual llegó a finales de 2019 en Estados Unidos y Europa tras una precalificación de la OMS.
Pero en los dos años desde que empezó el nuevo brote se han vacunado a más de 300 mil personas por medio del “uso compasivo” de la vacuna, salvando miles de vidas y ayudando a frenar la propagación de la enfermedad.
A cada persona que fue vacunada ‘por compasión’ se le pidió su consentimiento expreso y se le realizó un seguimiento de su evolución para monitorear la seguridad de la vacuna, un proceso similar a los que está sucediendo actualmente con las vacunas anti COVID-19.
Vacunas vs Covid-19 un salto científico para superar la pandemia
Nunca antes en la historia habíamos desarrollado una vacuna tan rápidamente como contra el Sars-Cov-2 o COVID-19. Así lo indica un reciente estudio realizado por la universidad de Oxford que comparó el tiempo transcurrido entre el momento en que se detectó la bacteria o virus que causan 16 de las enfermedades más mortales de la historia, y el año en que se desarrollo una vacuna para dicha enfermedad hasta la fase de aprobación en los Estados Unidos.
El estudio permitió comparar enfermedades a las que aún no se les ha encontrado una cura definitiva como la Malaria (en estudio desde 1880), el VIH (1983) o el virus del Zika (1947); con otras cuya vacuna tardó décadas y hasta cientos de años en ser aprobada, como el Dengue, que está reportado desde 1907 y apenas hasta el 2019 se aprobó su vacuna.
En contraste, la vacuna contra el COVID-19 desarrollada por Pfizer (Alemania) y BioNtech (Estados Unidos) fue aprobada en solo 10 meses.
El salto sin precedentes se debe entre otras cosas a los grandes avances científicos y tecnológicos de la humanidad en los últimos 100 años, que han permitido hacer cada vez más pruebas en laboratorio con cultivos de virus y bacterias, logrando reducir considerablemente el tiempo de respuesta ante una amenaza pandémica.
Cabe destacar que la vacuna rusa Sputnik V desarrollada por el laboratorio Gamaleya obtuvo su aprobación en agosto, desarrollándose en un tiempo incluso menor a la de Pfizer/BioNtech.
Estas dos vacunas, junto con una tercera: Moderna; no son solo las tres más avanzadas de las 11 candidatas para responder ante el Sars-Cov-2 sino son las más innovadoras, representando un salto científico en el desarrollo de vacunas.
Sputnik V (Gamaleya): Fue la primera en ser aprobada, completando la fase 3 de pruebas con una eficacia superior al 90%. Esta vacuna desarrollada en Rusia utiliza una tecnología similar al empleado por la vacuna contra el Ébola que consiste en usar adenovirus -virus que causan resfriado común- como vector viral e insertar en ellos la proteína espiga del coronavirus. Esto modifica el adenovirus para que ingrese en las células humanas, pero no tenga la capacidad de replicarse y como llevan la proteína espiga del coronavirus esta es detectada por el cuerpo y se produce la respuesta protectora.
Su innovación también consiste en usar dos adenovirus (el 5 y el 26) aplicados en dos dosis distintas, para crear una respuesta inmune más fuerte.
Otras vacunas como la Cansino, Janssen o la Astrazeneca/Oxford usan una tecnología similar.
Pfizer/BioNtech: La vacuna estadounidense alemana tardó 10 meses en ser aprobada y ya está aplicándose en la población. Incluso el vicepresidente Mike Pence se vacunó en vivo como parte de la campaña para incentivar a la población a hacerlo. Junto con Moderna que fue aprobada el viernes y es 100% estadounidense, representan en mayor avance en cuanto a la tecnología que emplean.
Ambas vacunas se basan en la tecnología ARN mensajero, algo completamente novedoso en el mundo de las vacunas cuyo funcionamiento utiliza nanopartículas para transportar el material genético del virus contra el cual se quiere inmunizar.
Al ingresar al organismo estas nanopartículas se fusionan con las membranas de las celular y liberan dentro de ellas el material que codifica la proteína espiga del coronavirus. El organismo comienza a producir dicha proteína y el sistema inmunológico reacciona para combatirla.
De demostrar su efectividad estas vacunas de ARN mensajero están llamadas a revolucionar el desarrollo científico de vacunas, abriendo un camino para que la tecnología sea usada en el tratamiento de otras enfermedades presentes y futuras. Su ventaja, dicen los expertos es que permiten adaptarse con facilidad a mutaciones fuertes de los virus.
Dentro de las 11 más avanzadas hay otras que se desarrollan en la China y en la India que utilizan una tecnología más convencional: introducir un virus inactivado al organismo para que este genere anticuerpos para él. También está la de Johnson y Johnson que se desarrolla en los Estados Unidos con un enfoque similar.
En total hay unas 320 potenciales vacunas, pero la gran mayoría apenas comenzarán fase de pruebas el próximo año.
En América Latina cada país tiene sus propios planes de vacunación, aunque en ninguno es totalmente claro cuando podrían empezar.
De acuerdo con el Duke Global Inovation Center y con los anuncios de cada gobierno latinoamericano así están distribuidas las dosis de las vacunas en América Latina: Pfizer tiene acuerdos con Chile, Colombia, Panamá Costa Rica Perú y Ecuador; Astrazeneca/Oxford con Chile, Colombia, Brasil, Argentina, Ecuador y México; la Sputnik V sería comprada por Venezuela, Argentina y Brasil; la Sinovac por Brasil y Chile; la Cansino por Méximo; y la United Biomedical por Ecuador.
Con los primeros ensayos llevándose a cabo en Estados Unidos y Europa lo claro es que en América tal vez tengamos que esperar un poco más para vacunarnos, pero también podremos ser observadores prudentes del proceso y no caer de entrada en el miedo colectivo.
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