El lunes 9 de noviembre, cuando Pfizer anunció que su vacuna contra el COVID-19 mostraba un 90% de efectividad, hasta las noticias sobre las elecciones en los Estados Unidos pasaron a un segundo plano. De pronto el fin de la pandemia podría asomar en el horizonte; incluso las acciones de las empresas que crecieron debido a la crisis del coronavirus, como Zoom, bajaron. El mundo entero hablaba del gigante farmacológico y de los resultados de sus ensayos de fase 3, la última etapa en la investigación. Nadie, sin embargo, hablaba de Kathrin Jansen, la responsable del logro.
Aunque está acostumbrada al perfil bajo, esta microbióloga de 62 años, nacida en la ex Alemania Oriental, es, en realidad, una persona muy reconocida en el mundo científico: dirigió el desarrollo de dos de las vacunas best-sellers del mundo, la del virus del papiloma humano (VPH) y la del neumococo. Y ahora, al frente de un equipo de 650 personas, concluyó con éxito la investigación y la creación de la vacuna contra el SARS-CoV-2.
Mikael Dolsten, titular de investigación y desarrollo en Pfizer, dijo a Stat que Jansen encarna la urgencia de la empresa “por terminar con esta pandemia espantosa”. Y en buena medida se echó al hombro esa tarea: mediante llamadas diarias desde su casa de Manhattan, con Dolsten y con el equipo de BioNTech —firma socia de Pfizer en la búsqueda de esta vacuna—, ella coordinó las pruebas de cuatro candidatas potenciales y llegó a competir cuerpo a cuerpo con el otro laboratorio que parecía avanzar más rápido, Moderna, pero que no logró los mismos resultados.
“Ella no sacrificaría la calidad por la velocidad”, explicó William Gruber, un ejecutivo histórico del laboratorio que ahora buscará la aprobación de la vacuna. “Es una académica realmente intransigente en lo que respecta al desarrollo de vacunas”, citó Matthew Herper, autor del artículo.
Aunque se juega un negocio anual multimillonario, Jansen mantuvo un dominio firme y calmo de la operación, consciente de que tardara lo que tardase sería un récord: ninguna vacuna se desarrolló antes en menos de cuatro años. Se concentró, como siempre, en los datos. “Ella es exactamente la persona a la que uno querría en ese puesto”, agregó a Stat Paul Offit, director del Centro de Educación sobre Vacunas del Hospital de Niños de Filadelfia.
Jansen nació en Erfurt y durante toda su infancia sufrió repetidas infecciones de garganta que su padre, un ingeniero químico, solía tratar con antibióticos y codeína, siempre a mano en la casa. “Uno es pequeño y sufre esas toses violentas y se siente tan enfermo, y entonces le dan una droga y se siente mejor”, recordó lo que podría haber sido el grado cero de su vocación.
Huida al Oeste y carrera científica
Poco antes de la construcción del muro de Berlín, en 1961, la familia pasó a Alemania Occidental: aunque sus padres tenían buenos trabajos, temían por el porvenir. Salieron en tres automóviles; todo lo demás lo dejaron atrás. El padre mintió que iba a una entrevista de trabajo. La futura microbióloga viajó sedada con pastillas de dormir para evitar que contradijera la historia en el control fronterizo.
Estudió en la Universidad de Marburg y logró asistir a las clases de Rudolf Thauer, quien creó el departamento de microbiología. “Como estudiante graduada, Jansen aprendió por las malas el valor científico del fracaso”, contó Stat. “Al terminar su tesis de doctorado, creía que había descubierto una nueva vía química en las bacterias. Hizo entonces un experimento final, y sus resultados se desmoronaron”. Fue una lección valiosa para su futuro en el desarrollo de drogas, donde la tasa de fallo es del 90% de las medicinas que se prueban.
Tras un breve paso por la Universidad de Cornell y el Hospital General de Massachusetts, volvió a Europa para trabajar en el Instituto de Biología Molecular de Glaxo en Ginebra; allí conoció a Alan Shaw, quien pasó a Merck en los Estados Unidos y la invitó a trabajar en la división de vacunas de la empresa. Asistió a la muerte de varios proyectos pero se enamoró de uno que todos sus colegas consideraban una locura: VPH, que a comienzos de la década de 1980 se identificó como causa del cáncer de útero, que tenía una alta mortalidad.
VPH, su primera vacuna de impacto global
Merck ya había trabajado en la modificación de un virus para hacer una vacuna: la de la hepatitis B. Pero —recordó Edward Scolnick, encargado de los laboratorios de investigación de la compañía entre 1985 y 2002— no estaban interesados: otro laboratorio acababa de fracasar en la búsqueda de una vacuna contra el herpes y el VPH era muy difícil de investigar, sobre todo porque no se podía cultivar en el laboratorio, así que el estudio directo era inviable.
Jansen insistió; Scolnick le pidió datos y ella le entregó una pila de artículos científicos para leer. Una semana más tarde, estaba convencido. Sólo necesitaría algunos ensayos previos para justificar el proyecto, le dijo a Jansen, quien se comprometió a completarlos de inmediato. “Ella es intrépida a la hora de asumir cualquier proyecto que considere de importancia, y no teme lanzarse de cabeza y e ir averiguando qué hay que hacer”, la describió a Stat. “En esta industria no es siempre así, porque muchos proyectos fracasan y la gente se preocupa por su empleo, si los bajarán de categoría, si los despedirán, si los pasarán por encima. Ella simplemente no piensa en eso”.
Durante el proceso Jansen enfrentó el escepticismo de sus colegas en Merck, y también acusaciones de dilapidar recursos y hasta gritos en los pasillos. En 2002, un ensayo de 2.400 mujeres mostró que una vacuna contra unas cepa de HPV tenía una efectividad del 100%, y cuatro años más tarde Gardasil recibió aprobación de las autoridades sanitarias. Entre esas fechas, en octubre de 2004, Jansen se fue de Merck.
“Si tienes una intuición científica y eres cuidadoso con los experimentos, tienes que seguir tu instinto y no permitir que los opositores te saquen de tu camino”, dijo mientras se sumaba al equipo de VaxGen, conocido por el fracaso de una vacuna contra el VIH, para encarar su nuevo proyecto.
“Quería explorar el aprendizaje y ser responsable de más que sólo el aspecto de la investigación”, dijo sobre su llegada a la empresa que, tras los ataques del 11 de septiembre de 2001, había recibido un contrato de USD 877,5 millones del gobierno para producir 75 millones de dosis de una vacuna contra el ántrax. El bioterrorismo sería su campo por un tiempo, pero el principal desafío científico, mantener la vacuna químicamente estable, no se pudo.
En julio de 2006 Jansen pasó a Wyeth para volver a sumergirse en un campo nuevo: las vacunas para niños. Emilio Emini, un ex jefe de ella en Merck, la convocó a trabajar en “una de las joyas de la corona” de la compañía, como comparó Stat: Prevnar.
Prevnar 13, la vacuna más vendida en el mundo
Desde su éxito médico y comercial en 2000, había logrado que las tasas de enfermedades por el neumococo, como neumonía, infecciones sanguíneas y meningitis, se redujeran en un 80% para los niños de menos de cinco años. Era eficaz en siete cepas de la bacteria; sin embargo, otras más raras, incluida la virulenta 19a, eludían su acción. Wyeth trabajaba en Prevnar 13, una versión contra 13 cepas del neumococo.
“Pero cada cepa sumaba complejidad, y Prevnar 13 fue la vacuna más complicada que se haya hecho”, señaló Herper. Ella llegó, estudió el trabajo que había hecho hasta el momento, y le preguntó a Emini: “¿Tenías idea de hasta qué punto esta situación es mala?”. Fue una pregunta sin queja, de mera curiosidad; a continuación, Jansen se puso manos a la obra. Hoy Emini —quien dirige el desarrollo global de vacunas en la Fundación Bill & Melinda Gates— dijo a Stat: "Honestamente, no creo que hubiéramos podido tener éxito sin Kathrin”.
Pfizer compró Wyeth en 2009, por USD 68.000 millones. A la gran farmacológica le faltaba una división fuerte de vacunas propias, y Prevnar 13 ocupó ese vacío al ser aprobada en 2010 para niños y para prevenir la neumonía en adultos mayores en 2012. “La vacuna es el producto más vendido de Pfizer y la vacuna más vendida en el mundo”, al menos hasta ahora que la que ofrece una protección del 90% contra el COVID-19 le presentará una competencia feroz. En todo caso, las ventas de Prevnar 13 (mientras se desarrolla una versión con 20 cepas) en 2020 ha sido de USD 5.800 millones.
La vacuna contra el coronavirus y sus nuevos proyectos
En la actualidad Jansen, que es titular de la investigación en vacunas de Pfizer, trabaja en otros proyectos además de la nueva iteración de Prevnar y la bomba mundial de la vacuna contra el SARS-CoV-2, y todos son arduos. El primero, el virus sincitial respiratorio, la razón principal de hospitalización de niños, y dos bacterias resistentes a las drogas, el estafilococo dorado —una lucha que comenzó en sus años en Merck, y todavía no da resultados— y el Clostridioides difficile.
Pero todas esas actividades habituales quedaron cabeza abajo cuando el coronavirus comenzó a correr por el mundo a comienzos de 2020. Pfizer, que pagaba a BioNTech por su tecnología de RNA para tratar de crear un nuevo tipo de vacuna contra la gripe, que utilizara el material genético en lugar de un fragmento del virus, comprendió que el proyecto principal debía pasar a un costado para dar lugar a otro, con las mismas herramientas, para detener la pandemia.
Jansen había hablado personalmente con Ugur Sahin, el fundador de BioNTech, un oncólogo, investigador y emprendedor, y se habían caído mutuamente bien. “Con alguna gente simplemente tienes una buena relación de inmediato”, dijo a Stat. Meses más tarde, ante la expansión del SARS-CoV-2, Sahin comenzó a reunir piezas de información epidemiológicas y no le costó demasiado preocuparse: transmisible por el aire, sumamente contagioso y con una tasa de mortalidad superior a la gripe, era la materia de la que están hechas las pandemias. Su equipo comenzó con diversos ensayos y, apenas tuvo algo, llamó a Jansen:
—¿Crees que Pfizer querría trabajar en esta vacuna con BioNTech?
—Desde luego —le respondió ella—. En realidad, yo misma estaba a punto de llamarte.
El desafío era doble: al igual que la vacuna de Moderna, que utiliza la misma tecnología genética, la de Pfizer probaba a la vez esa modalidad de inmunización y su eficacia contra este coronavirus específico. Tanto las de AstraZeneca como la de Johnson & Johnson, por ejemplo, trabajan con plataformas tradicionales de fragmentos del microorganismo, o versiones inactivas.
Una vez más, el escepticismo rodeó su trabajo, que esta vez era, además, urgente. Ella se mantuvo en calma al recordar cómo, hace más de 15 años, había escuchado variaciones de los discursos desalentadores cuando trabajaba en Gardasil, su éxito contra el VPH. “Había mucha gente que pensaba que no iba a funcionar, y desde luego, estaban equivocados”, dijo. De manera similar, ahora tuvo confianza en una generación totalmente distinta de vacunas.
Y el anuncio del lunes 9 de noviembre, que ha sacudido al mundo, parece haberle concedido, una vez más, la razón.
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