Muchos grupos de personas están especialmente atentos al desarrollo de una vacuna contra el nuevo coronavirus: el personal de la salud, los adultos mayores, la gente inmunodeprimida, los que sufren hipertensión y otros especialmente susceptibles al contagio y la enfermedad. Pero los humanos no son los únicos primates del reino animal preocupados por la investigación sobre el SARS-CoV-2: también los monos están interesados en que se logren resultados pronto, porque se han convertido en un recurso que la ciencia explota excesivamente.
“Hay escasez”, dijo a USA Today Rudolph Bohm, subdirector y veterinario a cargo del Centro de Investigaciones Nacionales en Primates (NPRC) de la Universidad de Tulane. Explicó el periódico: “Antes de que las compañías farmacéuticas convoquen a los voluntarios humanos, utilizan monos en los ensayos preclínicos para comprobar la seguridad y la efectividad de una vacuna. Pero con más de 100 vacunas en desarrollo en todo el mundo, no hay monos suficientes”.
Koen Van Rompay, investigador de enfermedades infecciosas del Centro Nacional de Investigación de Primates de California (CNPRC), coincidió: “A nivel nacional, hay básicamente una gran escasez”, dijo a The Atlantic sobre los Estados Unidos. “Ya no podemos encontrar ningún Rhesus. Han desaparecido por completo”, agregó Mark Lewis, director general de Bioqual, una firma que hace pruebas en animales para investigadores de todo ese país, en referencia al mono más empleado en ciencia.
En los Estados Unidos la pandemia de COVID-19 agravó un problema que ya existía: en los últimos años, debido a la restricción de importaciones de monos de países como China e India, los centros de investigación que utilizan monos ya sufrían dificultades para conseguir todos los animales que necesitaban. China, que realiza sus propias investigaciones, dejó de proveer a los laboratorios estadounidenses un 60% de los casi 35.000 monos que vendió en 2019.
La situación se vislumbraba difícil ya en 2018, cuando el Instituto Nacional de Salud (NIH) propuso que se creara “una reserva estratégica de monos” —recordó The Atlantic— para poder responder a un aumento de la demanda, estimado entre el 20% y el 50% casi de un día para otro en caso de "brotes impredecibles de enfermedades”, que es básicamente el actual paisaje derivado de la pandemia. Pero la propuesta del NIH no prosperó.
“Siempre hemos estado en una situación en la que nos encontramos muy cerca de que el nivel de producción se iguale con la demanda para investigación, y ha sido así por varios años”, dijo Bohm a Adrianna Rodriguez, periodista especializada en salud de USA Today. “Cuando se presentó la pandemia del coronavirus, sólo nos puso aun más presión”.
Acompañada, desde luego, por la presión concomitante de los defensores de los derechos de los animales, como la organización PETA: “Cada año en los Estados Unidos se encarcelan más de 106.000 primates en laboratorios, donde la mayoría de ellos sufren abuso y mueren por experimentos invasivos, dolorosos y aterradores. Aunque es bien sabido que los primates no humanos son seres sensibles e inteligentes, los investigadores los tratan como si fueran piezas desechables de equipo de laboratorio”.
Los científicos, no obstante, insisten en que los monos son imprescindibles para el desarrollo de la medicina. Y el NPRC argumentó que en sus instalaciones la mayoría de los primates no humanos “se mantienen en grupos multifamiliares en grandes recintos al aire libre”, y que en caso de que deban vivir en interiores se los acomoda también en grupos o al menos en parejas “a menos que los científicos puedan demostrar que el alojamiento social comprometería significativamente los objetivos de la investigación”.
Además de recibir entrenamiento “para cooperar con los procedimientos de investigación y cría necesarios”, los monos disfrutan de un ambiente enriquecido por “golosinas, juguetes, juegos, espejos, hamacas, columpios, túneles y otras actividades para mantener a los animales física y mentalmente sanos”. Reciben cuidados veterinarios regulares, como “chequeos de salud diarios y exámenes físicos bianuales, así como inmunizaciones, analgésicos, cuidado dental, terapia física, cirugías y servicios obstétricos según sea necesario”.
Los monos Rhesus, también llamados macacos Rhesus (Macaca mulatta), nativos del área que va desde Afganistán a la China meridional, pasando por el norte de la India, son los más usados en los ensayos clínicos porque comparten más del 93% de sus genes con los humanos, con quienes comparten un ancestro común hace más de 25 millones de años. El Rhesus viajó al espacio en las décadas de 1950 y 1960 en programas de la NASA y fue el primer primate clonado, en 2000. El “Rh” del factor sanguíneo de los humanos se llama así por el Rhesus: en él se identificó por primera vez.
Por eso era sólo natural que se los empleara especialmente en la búsqueda de la vacuna contra el SARS-CoV-2: Jay Rappaport, director y académico en jefe del NPRC, dijo al periódico estadounidense que hace años ya que los científicos están muy familiarizados con la manera en que combaten los patógenos, en particular los coronavirus: “Sus sistemas inmunológicos y sus respuestas inmunes son muy similares a las que vemos en humanos, y nos pueden dar una idea muy acertada de la seguridad y la eficacia de las vacunas”.
Lamentablemente, por el momento, no es posible reemplazar por completo los modelos animales como el del Rhesus con simulaciones en computadora o cultivo de células. “Todos esperamos que llegue el día en que no tengamos que usar animales en la investigación, pero en este momento", dijo Bohm, pero reconoció: "No todos los humanos se van a someter a exámenes en los que les hagan radiografías y tomografías regularmente, o análisis de sangre”, dijo Bohm.
Muchas veces los primates no son el mejor modelo animal para todos los aspectos de la investigación del SARS-CoV-2, puntualizó The Atlantic. Muchos monos, incluidos los rhesus —y también los cangrejeros, Macaca fascicularis, otra de las especies más empleadas— sólo presentan síntomas leves de COVID-19. En esos casos los científicos recurren a animales como los hámsters, en quienes el coronavirus produce letargo, respiración agitada y pérdida de peso. Vineet Menachery, virólogo de la Universidad de Texas, agregó: “En términos de un modelo, los hámsteres se reproducen bien. Son lo suficientemente pequeños y son fáciles de manejar".
Los primates no humanos son lo opuesto. “No se reproducen bien, son animales relativamente grandes y son caros de cuidar”, detalló la publicación. “Por eso los estudios de primates no humanos son el último paso, y no el primero, en el proceso de desarrollo antes de los ensayos con humanos”.
En el centro de investigación de Tulare viven unos 5.000 monos pero —al menos en un año normal— solo 500 se emplean en la investigación científica debido a los requisitos de edad, salud y dinámica del grupo. “Pero este año Bohm estima que esa misma cantidad de primates hará falta solo para la investigación de COVID-19”, destacó USA Today.
Para satisfacer la demanda, el NIH facilitó una colaboración estrecha entre los distintos centros: creó un comité para priorizar los trabajos sobre el coronavirus y estimuló el diseño de protocolos comunes para optimizar las tareas, que incluyen la posibilidad de compartir los grupos de control. “Al hacer esto, nos ahorramos probablemente la mitad de los animales”, estimó Rappaport.
Pero aun esa cooperación no resuelve un problema que presentan los monos, a diferencia de los ratones: la cantidad de espacio que requieren. Como los Rhesus reciben el virus inoculado —algo que no se realiza en personas por cuestiones éticas— deben vivir en laboratorios especiales, de bioseguridad animal de nivel 3, llamados ABSL 3. Y en un año normal la cantidad de estas instalaciones es mucho más reducida que lo que hace falta en el pandémico 2020.
“El verdadero cuello de botella se forma en el acceso al ABSL 3”, dijo Deborah Fuller, jefa de enfermedades infecciosas y medicina traslacional del Centro Nacional de Investigación en Primates del estado de Washington (WNPRC). “Los científicos están listos y sus productos están listos, pero tienen que esperar”.
Tampoco es sencillo construir una instalación ABSL 3: según Rappaport, este tipo de laboratorio cuesta entre USD 75 millones y USD 100 millones. Por eso algunos centros de investigaciones han optado por una solución de menor costo, las “bio burbujas” que crean un espacio limitado para cumplir con los requisitos de bioseguridad superiores dentro de laboratorios ya existentes. “Es una manera de utilizar el espacio que hay y reconvertirlo con rapidez”, dijo al periódico Sally Thompson-Iritani, directora del WNPRC.
“Actualmente las bio burbujas tienen una gran demanda porque hay varias instalaciones que quieren tener una", agregó: ella misma está en una lista de espera de seis a nueve meses para conseguir los permisos de adaptación de sus laboratorios.
Eso es, más o menos, todo lo que se puede hacer hoy por paliar la escasez de monos en la crisis de COVID-19. Los investigadores esperan que, al menos, esta experiencia sirva para componer la situación con miras al porvenir. “Todavía hay tiempo para prepararse para la próxima pandemia”, concluyó Rodriguez. “Los centros de primates y otras instituciones necesitan más fondos para extender las colonias de cría y construir laboratorios”, le dijeron todos los científicos con los que habló.
Bohm destacó que distintos centros de investigación retomaron las conversaciones sobre la disponibilidad de una reserva de animales en caso de que surja otra emergencia imprevista. “Porque una cosa es segura: esta no es la última pandemia que vamos a tener”, cerró. “Eso es algo inevitable”.
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