Primero fue un estudio de resonancia magnética realizado en Alemania, que mostró que de cada 100 personas recuperadas de COVID-19, 78 mostraban alguna forma de inflamación del miocardio u otra anormalidad cardíaca. Eso hizo pensar que, por algún motivo que se desconocía, incluso una infección leve del coronavirus en personas relativamente sanas podría dejar una marca en el corazón.
Y ahora —anticipó MedPage Today— otro trabajo aún inédito encontró que el 15% de los deportistas en edad universitaria que dieron positivo en una prueba de SARS-CoV-2, en su mayoría sin haber tenido síntomas, o luego de haber superado síntomas leves, presentaban miocarditis. Un estudio más reducido, en la Universidad de Pensilvania, habló del 30% y hasta el 35 por ciento. El segmento de población elegido se debe a que, aun entre las personas más saludables, la miocarditis presenta riesgo de arritmia y muerte súbita.
La investigación alemana, que fue descargada más de 550.000 veces, iba más allá de la situación de los deportistas, explicó Eike Nagel, del Hospital Universitario de Frankfurt. Pero la inminencia de las competencias universitarias en los Estados Unidos, que comienzan en otoño, hizo que se aplicara sobre todo a eso. Ahora, espera el médico del estudio original, la confirmación hecha entre deportistas podría servir también al público en general.
La importancia del asunto, destacó, comienza porque todavía no existen datos de investigaciones de largo plazo para indicar si esta inflamación tiene relevancia clínica para las personas, es decir si puede llevar a insuficiencia cardíaca, arritmias u otras complicaciones crónicas. Tampoco se sabe cuánto podría tardar en desaparecer en aquellos que sufren consecuencias de corto plazo. En 2003, cuando fue la epidemia del primer coronavirus, causante del SARS, el proceso llegó a unos dos años.
MedPage Today citó también a Gregg Fonarow, de la Universidad de California en Los Angeles: “Con la inflamación cardíaca producida por otros virus hemos visto que en algunos individuos sucede una recuperación espontánea. Y en el caso de algunas personas podemos tratar esto de manera efectiva con medicación. La pregunta, específicamente, en el caso del COVID-19, es con qué frecuencia, y si es distinto que con otros virus que infectan el corazón".
Nagel sugirió que, para un subgrupo de pacientes infectados por el SARS-CoV-2, realmente habrá consecuencias clínicas de largo plazo para el corazón. En el 22% de los sobrevivientes de COVID-19 que estudió, una resonancia magnética reveló un edema anormal y en el 20%, la cicatrización de una lesión no isquémica. En el grupo de control, en cambio, ambas cifras se limitaban al 7 por ciento.
“Sabemos que la presencia de tejido cicatrizado, que luego realza la resonancia magnética, es relevante desde el punto de vista del pronóstico en casi cualquier enfermedad que se haya examinado”, dijo. “Lo mismo sucede con la inflamación”. No obstante, aunque los hallazgos tienen importancia estadística, no necesariamente eso se traduce al plano individual: “La persona que lo presente no necesita preocuparse, pensar que ahora va a morir antes. Pero a nivel poblacional, si tenemos un millón de personas con COVID-19 y el 22% de ellas desarrollan más cicatrices, existe un riesgo relevante de que en 10 años tengamos una mayor incidencia de insuficiencia cardíaca y los resultados consecuentes”.
Nagel también utilizó otros indicadores, como la troponina y la proteína C reactiva (PCR): la primera es una proteína que existe en los músculos estriados, como el corazón, y se utiliza como marcador bioquímico del infarto de miocardio (si hay niveles altos, hubo daño cardíaco); la segunda es una proteína que circula por el cuerpo y que incrementa sus niveles como respuesta a una inflamación. Encontró también pistas: “Incluso aumentos pequeños pero medibles de la troponina y la PCR, de manera crónica, puede que no tengan importancia patológica, pero sí pueden ser relevantes para el pronóstico cardiovascular”, dijo.
“A largo plazo necesitamos modificar nuestra actitud ante estas cosas", argumentó. "Estamos entrenados para mirar estas enzimas o lo que sea en pacientes donde hay un daño severo, como la miocarditis, porque se dice que los otros se curan que quede daño. Esto me resulta demasiado binario. Para mí la miocarditis es un espectro. Hay un montón de gente que tiene algún daño cardíaco; no tiene que ser masivo, puede ser mínimo”.
Los sobrevivientes de COVID-19, subrayó, deben ser estudiados en busca de cambios funcionales “a los seis meses y después”, dijo. Las nuevas directrices de la Sociedad Europea de Cardiología sugieren que las personas con miocarditis deben dejar de hacer ejercicio vigoroso entre tres y seis meses, pero el experto alemán cree que la particularidad de la pandemia y su gran escala requiere cuidados más allá de esos plazos.
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