Hace ya ocho meses que la pandemia del coronavirus pone en jaque al mundo. Desde el brote en Wuhan, la ciudad china donde todo comenzó en diciembre pasado, más de 900 mil personas murieron y casi 29 millones se contagiaron.
Y mientras la comunidad científica internacional lucha por conseguir una vacuna que permita dar esperanzas al planeta, la vida se ha modificado sustancialmente. Lo que llaman “la nueva normalidad” hizo que los hábitos de sociabilización cambiaran y esas transformaciones atravisan nuestras vidas familiares y laborales. Las fronteras se cerraron y sólo se abrieron parcialmente, miles de familias quedaron separadas, las cuarentenas superaron largamente los 40 días y el distanciamiento que empujó a la soledad a millones de personas.
En este camino, las reglas tampoco fueron claras. Es que al ser un virus nuevo, las autoridades sanitarias fueron cambiando sus recomendaciones y con esos giros, alimentaron la confusión.
La Organización Mundial de la Salud, muy cuestionada por su reacción tardía a la pandemia, primero no recomendaba el uso de mascarilla. El propio director general de la organización, Tedros Adhanom Ghebreyesus, dijo en conferencia de prensa que los barbijos eran solo para los enfermos o los trabajadores de la salud. Con el correr de los meses ya nadie se atreve a salir a la calle sin un tapabocas. “Llaves, dinero y tapabocas”, suele ser la fórmula que todos repasamos mentalmente antes de abrir la puerta.
Con los niños sucedió lo mismo: primero se dijo que no se contagiaban, luego que eran los principales “vectores” de la enfermedad y, ahora, no hay consenso científico sobre cuán peligrosos son.
Las idas y vueltas en cuanto a las recomendaciones se ampliaron con el correr de los meses: en ese limbo quedó la actividad física, si el virus se transmite a través de los objetos, si permanece suspendido en el aire…
Y ahora, cuando ya nos habíamos acostumbrados al choque de codos como saludo, una nueva directriz lo cambia todo. Si los besos y los abrazos estaban vedados desde el principio, ahora se suma a esa lista de prohibiciones el choque de codo, de pies y de puños.
Según el director general de la OMS, se debe evitar el choque de codos. “Al saludar a las personas es mejor evitar golpes en el codo porque te sitúan a menos de un metro de la otra persona”, explicó en su cuenta de Twitter.
“El chocar de codos que tanto estamos viendo es, en mi opinión personal, un saludo de cierto mal gusto, poco higiénico y que, además, no cumple con la normativa actual que hay en España sobre el distanciamiento social obligatorio”, explicó a ABC Carlos Fuente Lafuente, director del Centro de Formación de Protocolo, ISEMCO y exjefe de Protocolo de la Fundación Princesa de Asturias
Si con los codos no, con los puños menos. Este saludo es muy popular entre los políticos latinoamericanos. El presidente argentino Alberto Ferández, lo utiliza muy seguido. Y los deportistas también lo hicieron propio. Sin embargo tampoco es recomendable, porque para llegar a unirse en un saludo de puños las personas también deben acercarse, quebrando el cerco de 1,5 metros recomendado para no contagiarse ni contagiar.
Queda el de pies, bautizado en las redes como el “Wuhan Shake”, por la ciudad donde se originó el virus. Pero volvemos a lo mismo: las piernas pueden no ser tan largas como para distanciar a las dos personas.
Entonces, ¿cómo saludarse en tiempos de pandemia? Tedros Adhanom Ghebreyesus recomienda usar un saludo sin contacto, como poner la mano sobre el corazón, desde una distancia de separación de al menos un metro.
Tom Freiden, ex director de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos, aconseja hacer el “Namasté”, un saludo del sudeste asiático que consiste en acompañar esta palabra con juntar las palmas de las manos a la altura del pecho e inclinarse hacia adelante en señal de respeto.
No importa cómo lo hagas, lo que queda claro es que el contacto está vedado. Cualquier inclinación hace que las personas se encuentren a una distancia menor a la recomendada y eso es sinónimo de riesgo. La prohibición, sin embargo, abre la puerta a la originalidad...
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