Para la mayor parte de la población mundial, acaso de manera literal, pocas cosas se ubican tan alto en el ranking de sus preocupaciones como una vacuna que haga con el COVID-19 lo mismo que logró la vacuna contra la viruela —la eliminó del planeta— o al menos lo que otras, como la que casi erradicó ya la poliomielitis —sólo Afganistán, Nigeria y Pakistán tienen casos— o la que tiene una efectividad de entre el 93% y el 97% contra el sarampión. Con tal de terminar con la doble crisis sanitaria y económica que atraviesa la humanidad, muchos incluso aceptarían una tan imperfecta como la de la gripe, que se repite cada año por el cambio de cepas del virus.
Pero hay un grupo de personas, que ha crecido en los últimos años en los Estados Unidos y en Europa, que no se cuentan entre los que esperan la vacuna contra el nuevo coronavirus. Es más: si se la halla, no están dispuestos a recibirla ni a dársela a sus hijos. Son los antivacunas.
En lo que respecta a la actual pandemia, se los ha visto a comienzos de mayo en varias protestas contra los cierres del comercio, los pedidos de quedarse en casa y el distanciamiento social, argumentando —como escribió en Facebook Larry Cook, un antivacunas con 50.000 suscriptores en su canal de YouTube— “el propósito del coronavirus es ayudar a establecer la obligatoriedad de las vacunas” y llamando a “prepararse y resistir”.
En general, el reclamo en las redes sociales de estos grupos —que abarcan todo el espectro político en los Estados Unidos, desde Children’s Health Defense, de Robert F. Kennedy Jr., hasta Freedom Angels, de la libertaria de derecha Heidi Muñoz Gleisner— presenta dos preocupaciones como principales: que el COVID-19 conducirá a una vacunación obligatoria con un producto que no tendrá las comprobaciones científicas habituales (en lugar de cinco años, la carrera por la vacuna trata de tenerla en 18 meses) y que se utilizará como excusa para una vigilancia estatal sin límites.
Por eso lo enmarcan en una discusión sobre la libertad: “Desde el primer día ha sido difícil que siempre se nos castigue como antivacunas, y a estas protestas como anti confinamiento. Siempre han sido sobre la libertad”, dijo Muñoz mientras la arrestaba la policía cuando protestaba contra el cierre de la ida social y económica frente a la legislatura estatal de California, en Sacramento, el 1 de mayo. Hubo manifestaciones similares en Nueva York, Texas y Colorado que también incluyeron la cuestión de las vacunas.
“Libertad, no máscaras, confinamiento, pruebas o vacuna”, decían algunos carteles. “Mira, mamá, sin mascarilla”, bromeaba otro. Uno más incluso asociaba el coronavirus al 5G, lo cual ya causó destrucción de algunas torres de telefonía.
Las autoridades sanitarias, sin embargo, creen que el planteo es falaz, ya que no hay libertad que no considere la del otro, algo que los antivacunas violaron al imponer, como consecuencia de sus acciones, los recientes brotes de sarampión en Europa y los Estados Unidos, por ejemplo. Por eso sus voces en la crisis del COVID-19 “preocupan a los expertos en salud pública, que temen que sus mensajes puedan perjudicar la capacidad de superar la pandemia si no se acepta una futura vacuna”, sintetizó The New York Times. “El efecto de que más gente elija renunciar a la vacunación de sus hijos podría ser devastador durante y después de la pandemia”.
Una encuesta inquetante
Kristin Lunz Trujillo, de la Universidad de Minnesota, y Matt Motta, de la Universidad Estatal de Oklahoma, son politólogos que estudian la resistencia a las vacunas y se dispusieron a investigar cómo es la actitud de la ciudadanía en el caso del COVID-19. Partieron de estimaciones que oscilan que será necesario entre un 50% y un 70% de población inmune —por vacuna o porque se enfermó y se curó— para detener la pandemia. Recordaron que en el caso de la vacuna contra la gripe, sólo el 37% de los estadounidenses se la dio para el invierno 2017-2018, una temporada históricamente grave.
“Encontramos que la quinta parte de los ciudadanos, y más de la mitad de las personas que tienen escepticismo ante la seguridad de las vacunas, puede no querer vacunarse”, escribieron en The Conversation. Es decir que el 20% de la población en general es susceptible al discurso y otro 10% está convencido de su posición antivacunas. “Ellos podrían potencialmente poner en peligro el proceso de recuperación”, analizaron. “Aunque la mayoría de los estadounidenses planean vacunarse, los índices de incumplimiento pueden ser lo suficientemente altos como para representar una amenaza a la inmunidad colectiva”.
El 15 de abril, en pleno pico de casos en los Estados Unidos, Lunz y Motta encuestaron un grupo demográficamente representativo de la población total de 493 adultos. A la pregunta “¿Querría ser vacunado contra el COVID-19 una vez que la vacuna esté disponible?”, el 23% dijo que no.
“Además, y de acuerdo con la perspectiva que señala que ni siquiera una pandemia global puede persuadir a los antivacunas, hallamos que el 62% de quienes se manifiestan escépticos dijeron que no se darían la vacuna contra el COVID-19”, agregaron.
Los investigadores también midieron la actitud de escepticismo de los encuestados con distintas preguntas para establecer si consideraban que las vacunas eran seguras, efectivas y/o importante. “Casi el 19% de ellos era más escéptico que no", encontraron. Y en el núcleo duro de los escépticos, el 62% de este subgrupo aseguró que no se iba a vacunar contra el nuevo coronavirus. En cambio, sólo el 15% de los que apoyan las vacunas dijeron que no se vacunarían en este caso. Eso señala una gran convicción entre los antivacunas.
“Creemos que estos hallazgos, aunque son preliminares, sugieren que mucha gente con creencias antivacunas puede poner en peligro la efectividad de una vacuna contra el COVID-19 una vez que esté disponible, debido al factor de incumplimiento”, concluyeron. Y si bien la encuesta sólo se realizó una vez, lo cual impide comparaciones a medida que pasa el tiempo, se hizo cuando la crisis sanitaria y económica estaba en su peor momento, lo cual les permitió estimar que “el sentimiento antivacunas está al menos tan extendido como lo estaba antes de que comenzara la pandemia”.
De la libertad a la mortalidad por COVID-19
2019 no fue un gran año para los antivacunas: muchos estados de los Estados Unidos reforzaron las leyes de vacunación luego de que hubiera récords de infecciones de sarampión en el país, mientras que Italia sufría otra ola y en Alemania se instituía una multa de €2.500 para los padres que no vacunasen a sus niños. En California hubo un escándalo en la legislatura estatal, cuando una manifestante arrojó la sangre de una copa menstrual sobre los representantes que decidían endurecer las normas.
Pero ni esos reveses ni un patógeno para el cual el cuerpo humano carece de defensas parecen haber afectado a los antivacunas. Al contrario, según Andrew Wakefield, el británico fundador del movimiento antivacunas: “Uno de los principios básicos del marketing de la vacunación obligatoria ha sido el miedo”, citó The Washington Post al ex médico. “Y nunca antes hemos visto una explotación del miedo como la que se hace hoy con la infección del coronavirus”.
Wakefield es optimista: “Creo —espero— que hemos llegado a una situación en la cual el público es lo suficientemente escéptico. Estamos viendo una destrucción de la economía, de las personas, de las familias... Y violaciones a la libertad sanitaria sin precedentes”, dijo en la promoción de su nueva película contra las vacunas. “Y todo está basado en una falacia”.
Un peligro adicional de los argumentos antivacunas en el caso del COVID-19 se centra en la creencia de que la inmunidad natural, la que se tiene luego de haber tenido y superado la enfermedad, es mejor que la que brinda una vacuna. Undark citó a Del Bigtree, CEO del grupo Informed Consent Action Network y productor de la película Vaxxed: From Cover-Up to Catastrophe: “La vacuna da una inmunidad inferior, por lo cual vemos segundas, terceras, cuartas y quintas dosis, y por lo cual todo el mundo se tiene que dar una vacuna contra la gripe cada año”.
Aunque eso es cierto, con un patógeno tan contagioso como el SARS-CoV-2 el riesgo supera al beneficio ya que mueren demasiados en el camino: “La inmunidad natural protege a la gente luego de que muchísimos se enfermen, y eso no es bueno”, dijo Karen Ernst, directora ejecutiva de Voices for Vaccines al sitio de ciencia y sociedad. En particular en un contexto como el del nuevo coronavirus: una crisis sanitaria de un nivel que no se vio en un siglo.
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