El 5 de marzo de 2020, con el mundo entero amenazado por el COVID-19, Suzan Murray, directora del Programa de Salud Global del Instituto Smithsoniano, presentó al Comité de Ciencia, Espacio y Tecnología del Congreso de los Estados Unidos un informe que le habían solicitado. En los últimos 10 años, el programa de Murray ha identificado, en colaboración con otras agencias similares del mundo, más de 1.200 nuevos virus de animales salvajes, entre ellos 161 de la misma familia que el nuevo coronavirus causante de la pandemia.
El texto decía: “Si bien es esencial que hagamos todo lo posible por responder a la crisis global actual, el presente también es el tiempo en el que deberíamos pensar acerca de los futuros virus emergentes”.
Citaba trabajos académicos publicados en PLOS One: “El paso de nuevas infecciones virales de los animales a los humanos ocurre cada vez más frecuentemente, un resultado directo de la mayor interacción que las personas tienen hoy con la vida silvestre y sus productos. La pregunta por la próxima pandemia global no es si [la habrá], sino cuándo y dónde. Para identificar y contener tales infecciones, hay que evaluar la salud y la enfermedad en todas las especies en una escala global”.
Un mes más tarde, Murray y su equipo descubrieron seis nuevos coronavirus de murciélagos, según la publicación del Zoológico Nacional y el Instituto de Conservación Biológica del Smithsonian.
El informe de Murray agregó: “Los avances en la detección de patógenos nuevos revelan que las maneras más eficientes de identificar, responder y contener un brote es por medio de una vigilancia coordinada de los animales salvajes y los humanos. Calculamos que existen 1,7 millones de virus desconocidos, la mitad de los cuales podrían infectar a las personas, y algunos podrían llevar a nuevas pandemias”. Y tras recordar que “hoy no existen programas coordinados para trabajar en regiones de lato riesgo para identificar estos virus desconocidos, obtener sus secuencias genéticas en nuestros laboratorios e identificar formas de reducir el riesgo de que emerjan”, la experta saludó a los legisladores y agradeció su interés en el tema.
Ese final suena extraño, si se considera que hoy casi literalmente toda la humanidad tiene interés en este tema. Pero para alguien que comenzó su carrera cuando el estudio de estos virus no era sexy, la gratitud sincera es casi un reflejo.
Porque hasta el final del siglo XX los recursos y el prestigio científico no se conseguían por ponerse trajes NBQ (de protección nuclear, biológica, química), máscaras faciales y guantes hasta cubrir cada centímetro de la piel para entrar a una cueva húmeda a estudiar murciélagos. Hasta entonces sólo se habían descubierto dos tipos de coronavirus, en la década de 1960, que descansaban en una biblioteca de especímenes. Pero todo cambió cuando comenzó el siglo XXI.
En 2003, el coronavirus causante del síndrome respiratorio agudo severo (SARS) provocó la primera epidemia global, con 8.000 infectados, 800 muertos y un costo económico de USD 40.000 millones. Aunque parece irrelevante en comparación con el actual brote de COVID-19 (casi 3,4 millones de infectados y casi 240.000 muertos, y una crisis económica global sin precedentes), aquel patógeno, tan similar al actual que se llaman respectivamente SARS-CoV-1 y SARS-CoV-2, hizo sonar las alarmas de los epidemiólogos y los gobiernos.
Con fondos de la Agencia para el Desarrollo Internacional de los Estados Unidos (USAID), en 2009 se fundó Predict, una iniciativa que dirige la Universidad de California en Davis, junto con EcoHealth Alliance (una ONG especializada en prevención de pandemias) el Smithsonian, la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre y la compañía Metabiota, que desarrolló un rastreador de epidemias. Su idea madre era hallar las nuevas enfermedades zoonóticas —entre ellas, los coronavirus— antes de que se pasaran a los humanos.
Los cazadores de virus
CNN contó la historia de un grupo de esos científicos que ingresan a cuevas —en este caso, an la provincia Yunnan de China— y esperan que llegue la noche, cuando las bandadas de murciélagos salen a buscar insectos para comer. Atrapan algunos en redes, los duermen con un anestésico y les sacan sangre. “También les hacemos hisopados orales y recogemos sus excrementos”, explicó uno de ellos Peter Daszak, presidente de EcoHealth.
Daszak ha viajado a más de 20 países durante los últimos 10 años para estudiar los virus emergentes, con un interés especial en los coronavirus. Ha armado una biblioteca abierta y colaborativa de todos los virus conocidos hasta ahora a los fines de que los científicos puedan predecir qué cepas tienen probabilidad de pasarse a los humanos, y preparar el mundo para que no se repita un escenario como el del COVID-19. “Hemos recogido más de 15.000 muestras de murciélagos, que nos llevó a la identificación de 500 nuevos coronavirus”, dijo a la periodista Julie Zaugg. Pero estima que esa es una fracción pequeña de la gran cantidad que podría existir.
Con las muestras preservadas, comienza la investigación de laboratorio. El perfil genético del virus se compara con aquellos guardados en GenBank, una base de datos que mantiene el Centro Nacional de Información Biotecnológica (NCBI) de los Estados Unidos que colecciona todas las muestras conocidas de virus de animales y de humanos. Así se determina “si nos encontramos ante un virus nuevo”, dijo Dawn Zimmerman, del Smithsonian, a CNN.
Muchas veces la respuesta no es sí o no.
“Se considera que un virus es nuevo si más del 20% de su ADN difiere de otros conocidos”, explicó a la cadena la investigadora Supaporn Watcharaprueksadee de la Universidad Chulalongkorn de Bangkok. Otras veces se cree que un virus es nuevo pero se descubre que ya había causado infecciones, sólo que no se había continuado su investigación ya que los pacientes se recuperaron.
Cuando surgió el COVID-19, el Instituto de Virología de Wuhan comparó la secuencia genética con las muestras propias y las de EcoHealth: “El nuevo coronavirus coincidía con una muestra tomada a un murciélago de herradura en una cueva de Yunnan en 2013″, recordó Daszak. “Era 96,2% idéntico". Eso indicaba que eran familia, y que la diferencia posiblemente se debió al animal que fungió de huésped intermediario del virus al pasar de los murciélagos a las personas.
¿Cómo se encuentran las pistas de una pandemia futura?
El trabajo de los cazadores de virus apunta a “determinar cuáles tienen mayor probabilidad de pasar a los humanos y clasificarlos según su perfil de riesgo”, definió Murray. Aquellos coronavirus cercanos al SARS o el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS) son particularmente peligrosos desde ese punto de vista. “Sólo en el curso de nuestra investigación encontramos 50 patógenos nuevos vinculados al SARS”, siguió Daszak con CNN. “Tendría sentido que centrásemos nuestros esfuerzos de prevención en esos virus de alto riesgo”.
Entre las medidas preventivas que se podrían tomar se destaca la educación comunitaria en aquellas áreas donde hay una alta preponderancia de virus peligrosos. “En algunas partes de Kenia les hemos enseñado a las personas a tapar los huecos en los techos de sus hogares para prevenir el ingreso de los murciélagos, o les hemos enseñado a hervir la leche de camello antes de beberla, para eliminar los patógenos”, ilustró Zimmerman.
EcoHealth también hizo campañas para generar conciencia sobre el peligro de traficar especies como los pangolines, que pueden albergar distintos virus. Y los equipos de Predict en general han dejado una herencia local de importancia clave: en 60 lugares de Asia y África donde investigaron crearon o mejoraron los laboratorios de esos lugares, que ahora tienen la capacidad de identificar un nuevo microorganismo.
Los últimos seis coronavirus descubiertos
El hallazgo más reciente han sido los seis nuevos coronavirus que Programa de Salud Global del Instituto Smithsoniano terminó de identificar en abril, provenientes de murciélagos de Myanmar. “Estudios futuros evaluarán el potencial de transmisión entre especies para comprender los peligros para la salud humana”, anunciaron los científicos, pero aseguraron que habían descartado que estos patógenos identificados por primera vez fueran de las familias SARS o MERS.
El trabajo, publicado en PLOS One, tiene por fin ampliar el conocimiento de la diversidad de coronavirus de murciélagos y, a la luz de lo ocurrido con el COVID-19, informar mejor a los fines de prevenir y responder a un foco infeccioso. “Una pandemia viral nos recuerda hasta qué punto la salud humana está conectada con la salud de la vida silvestre y el medioambiente”, dijo Marc Valitutto, autor principal del estudio, a la publicación del Zoológico Nacional y el Instituto de Conservación Biológica del Smithsonian.
“En todo el mundo, los humanos interactuamos con la vida silvestre con una frecuencia cada vez mayor, así que cuanto más entendamos sobre estos virus en los animales —qué les permite mutar y cómo se propagan a otras especies— mejores posibilidades tendremos de reducir su potencial epidémico”, agregó.
Las muestras que dieron origen al hallazgo se encontraron como parte del proyecto de biovigilancia que Predict realiza en distintos lugares del mundo. En el caso de Myanmar, se sabe que los humanos tienen más probabilidades de entrar en contacto con los animales salvajes debido a cambios en el uso de las tierras. Debido a eso los investigadores recogieron 750 muestra de saliva y materia fecal de los murciélagos del área entre mayo de 2016 y agosto de 2018.
“Puede que muchos coronavirus no presenten un riesgo para las personas, pero cuando identificamos estas enfermedades en animales de manera temprana, en la fuente, tenemos una oportunidad valiosa de investigar la amenaza potencial”, resumió Murray, coautora del trabajo. “La vigilancia atenta, la investigación y la educación son las mejores herramientas que tenemos para prevenir las pandemias antes de que ocurran".
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