Antes del sábado, cuando la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) autorizó los ensayos y el uso simultáneo de dos tratamientos —plasma convaleciente y globulina hiperinmune— derivados de la sangre de personas que tuvieron COVID-19 y se recuperaron, en distintos puntos de los Estados Unidos —Nueva York, Texas, Florida y Wisconsin entre ellos— ya se recurría, para pacientes críticos, a esta terapia. Se había probado en China y, en realidad, mucho antes: en la pandemia de gripe española. Actualmente se analiza si el plasma de personas con anticuerpos contra el nuevo coronavirus podría ser un súper poder que permitiría no sólo salvar vidas sino también torcer el destino de la crisis global.
“Esta es un área importante de investigación: el uso de productos hechos de la sangre de un paciente recuperado para tratar potencialmente el COVID-19”, dijo Stephen Hahn, el comisionado de la FDA, en el comunicado que anunció los ensayos y el papel del organismo en “la asociación entre la industria, las instituciones académicas y las áreas gubernamentales” para coordinar el mejor acceso al plasma de gente cuyo sistema inmunológico combatió al SARS-CoV-2.
Mientras los dos agentes se ensayan ya en más 100 hospitales de los Estados Unidos, el biólogo Peretz Partensky, quien estudia lo que denominó el “sistema inmunológico global”, propuso en Wired que estas personas recuperadas, “más de 1 cada 34.000 humanos en el planeta” (al menos identificados mediante análisis del coronavirus: podrían ser más, ya que hay gente que nunca se entera siquiera de que fue portadora porque no desarrolló síntomas), son “los candidatos ideales para una idea esperanzadora, el CoronaCorps, un ejército civil que puede llenar los vacíos en los servicios públicos, aislar a aquellos vulnerables a la infección, ayudar a trazar el mapa de la propagación del virus y dar un respiro a nuestro sistema médico”.
Partensky consideró que la creación de este cuerpo civil debería ser una prioridad: “Necesitamos identificar tantos individuos inmunes como sea posible, certificar su inmunidad de manera oficial e interoperable y desplegarlos en posiciones de máxima utilidad”, dijo, con un lenguaje militar. “Estamos en guerra y este es nuestro reclutamiento. Con la inmunidad viene una responsabilidad”.
Desde la perspectiva médica, John Roback, investigador del área de transfusiones en la Escuela Médica de la Universidad de Emory dijo a Science News que, dado que una vacuna contra el SARS-CoV-2 demorará al menos un año, “la pregunta es qué clase de tratamientos podríamos administrar que lograsen truncar esta pandemia”. A diferencia de una vacuna o del desarrollo de anticuerpos propios, que son formas de inmunidad activa, el plasma convaleciente es pasiva: en lugar de durar un año, o en algunos casos la vida entera, estos anticuerpos prestados por alguien inmune duran un periodo breve, entre semanas y meses, pero en este caso cumpliría el fin de cambiar el resultado con que amenaza esta crisis global.
El plasma convaleciente se empleó en otras epidemias causadas por coronavirus, como el síndrome respiratorio agudo grave (SARS, 2003) y el síndrome respiratorio de Medio Oriente (MERS, 2012). Pero los estudios que se realizaron fueron sobre los casos directos y no estuvieron controlados por placebos para comparar y asegurar, lo cual los convierte en prueba anecdótica. Y lo mismo sucede con los estudios que se realizaron sobre el uso de plasma para tratar a los pacientes de COVID-19, y como en todos los casos también se utilizaron antivirales, no es posible determinar con precisión el aporte de los anticuerpos de los recuperados a la cura. De ahí la importancia de que la FDA aprobase el Proyecto Nacional de Plasma Convaleciente COVID-19.
Uno de los casos conocidos, por ejemplo, es el de Jason García, un ingeniero aeroespacial de Escondido, California, que luego de 20 días de aislamiento dentro de su casa, durante los cuales sufrió síntomas moderados, se recuperó del todo (es decir, dio negativo en dos análisis posteriores a la desaparición de la fiebre, la tos y la dificultad para respirar) y pasó el protocolo de reincorporación a las actividades normales, fue contactado por el Hospital St. Joseph, del condado de Orange, para solicitarle una donación de sangre.
“Podía ser la oportunidad de salvarle la vida a alguien que no se puede recuperar por sí mismo de la enfermedad", dijo García a CNN. El 1º de abril hizo su donación, que sirvió para transferir anticuerpos a tres pacientes. Uno de ellos estaba en estado crítico: mejoró, al punto de que sus niveles de oxígeno subieron notablemente y desde entonces ha mostrado una recuperación gradual cada día. “Cuando me diagnosticaron tuve una sensación de temor y miedo”, explicó el ingeniero padre de una niña de 11 meses. “Pero la cosa terminó con que tal vez salvé la vida de alguien”.
Shmuel Shoham, especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad Johns Hopkins, es parte del proyecto nacional y explicó a Science News las tres ramas que abarca esta investigación a gran escala: la primera está diseñada para comprobar “si el plasma puede prevenir la infección en personas expuestas a COVID-19 por un contacto cercano, como un miembro de la familia”; la segunda, para verificar si “el plasma puede hacer que la gente hospitalizada con un cuadro moderado no necesite cuidados intensivos”; la tercera, para establecer “si la terapia ayuda a los pacientes más graves”. Todas son ensayos clínicos aleatorios con control.
Además de los bancos de sangre y los hospitales que buscan recoger plasma de infectados que se recuperaron, también la Cruz Roja abrió un sitio con un formulario para encontrar personas que quieran hacer donaciones.
Jeffrey Henderson, especialista de enfermedades infecciosas de la Universidad Washington en St. Louis, Missouri, dijo a Science News que un paso fundamental del ensayo “es analizar si el plasma de estos donantes contiene anticuerpos neutralizadores, un tipo de anticuerpo que impide el acceso de los virus a las células del huésped”. Como la proteína en forma de punta que rodea al virus, que le permite unirse a las de las células, es el principal objetivo del ataque de estos neutralizadores, “los investigadores sospechan que esa clase de anticuerpo es lo que hace efectivo al plasma convaleciente”, según la publicación de noticias científica.
En diálogo con NPR/Wisconsin, William Hartman, anestesiólogo y profesor de la Universidad de Wisconsin, dijo que es fundamental armar una lista de potenciales recuperados que quieran cooperar: “Quisiera alentar a todos los donantes que se han recuperado del COVID-19 a que consideran donar su plasma”, dijo. “Esto les da una maravillosa posibilidad de ser héroes. Todos ellos tienen este superpoder, que es su plasma, que otra gente necesita, y estaríamos eternamente agradecidos por ese tipo de donación”.
En la convocatoria participa el Centro de Sangre Versiti de Wisconsin, cuyo director médico, Jerry Gottschall, agregó a la radio: “Esta es probablemente la primera vez que este tipo de programa de plasma convaleciente se va a hacer en los Estados Unidos. Por lo tanto, la cantidad de personas que van a recibir este tipo de producto va a ser muy grande. Vamos a averiguar si realmente funciona en este coronavirus, y también nos dirá mucho acerca de si tiene valor en otras infecciones virales clínicas”.
El aspecto social, el CoronaCorps que imaginó Partensky, es más delicado. Si bien Alemania y el Reino Unido consideran crear unos “pasaportes de inmunidad”, y autoridades de epidemiología como Larry Brilliant se han manifestado a favor del uso de “pulseras o sellos en los documentos de identidad” para que las personas puedan volver a la actividad económica habitual, sociólogos e historiadores advirtieron sobre los efectos adversos de una medida tal, que van desde la discriminación hasta una sobrecarga aun mayor del sistema médico si las personas más necesitadas de volver a trabajar procurasen enfermarse para salir cuanto antes de la cuarentena.
Partensky, no obstante, cree que, a diferencia del recuerdo histórico de las atrocidades causadas por dividir a las personas, en esta instancia “no son otros humanos los que nos dividen, es el virus”. Y eso, cree, amerita otra perspectiva. “Esta es nuestra elección: ¿usamos esa capacidad para el beneficio de todos o mantenemos el súper poder de la inmunidad como algo privado y protegido?”.
En cualquier análisis, su propuesta implica varios pasos materiales: buscar candidatos para el certificado de inmunidad; emitirlo de manera confiable para los distintos niveles de autoridades locales e internacionales; hacer la convocatoria a su fuerza civil de personas recuperadas del COVID-19 y desplegarlas en las áreas de mayor necesidad; crear un “sistema inmunológico global adaptativo”.
La constitución de “un ejército de recuperados”, teorizó, permitiría dos fines simultáneos: “Al convertir a los enfermos en sanadores, también creamos una narración de esperanza. Los cuerpos de voluntarios contribuirán a nuestro sistema inmunológico colectivo. Esta es una ventaja que la humanidad tiene sobre el virus: nuestras estrategias de defensa son más mutables; nos adaptamos a múltiples escalas. Podemos auto-organizarnos y asignar nuestros recursos para una máxima eficiencia. Podemos redistribuir los anticuerpos en nuestra sangre, usándolos como medicina para proteger a otros, compartiendo nuestra armadura corporal. Y podemos ajustar nuestra formación de batalla basada en modelos epidemiológicos y aislar las vías de transmisión”.
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