Hace 40 años, científicos de cincuenta naciones se reunieron en la Primera Conferencia Mundial sobre el Clima (Ginebra, 1979) y concluyeron que las tendencias alarmantes sobre el cambio climático hacían necesario actuar urgentemente.
Desde entonces, en la Cumbre de Río (1992), en Kioto (1997) y en París (2015), además de en decenas de otros congresos, asambleas y reuniones, un número cada vez mayor de científicos han emitido alarmas similares y advertencias explícitas de que las cosas, lejos de mejorar, empeoran.
El informe especial de octubre de 2018 del Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC) dice que, para evitar unos niveles de calentamiento “catastróficos”, el mundo tendría que disminuir sus emisiones de dióxido de carbono (CO₂) a la mitad de aquí a 2030. El año pasado alcanzamos un nuevo récord de emisiones y es seguro que en 2019 volveremos a superarlo.
No solo no estamos actuando tan deprisa como deberíamos, es que caminamos en la dirección equivocada. Esto significa que, para cumplir el plazo, en realidad deberíamos haber empezado a trabajar hace decenios.
El último grito de alarma lo lanzó un nuevo informe sobre el cambio climático suscrito por más de 11.000 investigadores de todo el mundo en el que se proclama una situación mundial de emergencia climática. Los seis objetivos que propone el estudio se reducen a uno: es necesario un cambio social masivo.
Alcanzar esas metas requiere, según el informe, que la sociedad consuma de otra forma, que entienda que los recursos son limitados.
Uno de los objetivos se centra en el imprescindible cambio de nuestros hábitos alimenticios. Consumir principalmente alimentos de origen vegetal y reducir el consumo global de productos animales, especialmente los procedentes del ganado rumiante, puede mejorar la salud humana y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI).
Aunque la lucha contra el cambio climático se ha centrado en reducir el consumo de combustibles fósiles, los grandes recortes en las emisiones de CO₂ no lo mitigarán por sí solos. En la actualidad, los GEI sin CO₂ representan un tercio del total de emisiones antropogénicas equivalentes de CO₂.
El metano (CH₄) es el GEI sin CO₂ más abundante, y sus concentraciones atmosféricas no dejan de crecer (Figura 1).
Existen varias fuentes antropogénicas importantes de ese gas (Figura 2a). La ganadería de rumiantes es la mayor fuente de emisiones antropogénicas de CH₄ y ocupa más superficie que cualquier otro uso del terreno a nivel mundial. La relativa falta de atención puesta en esta fuente de GEI sugiere que la conciencia de su importancia es muy baja. Las reducciones en el número de rumiantes y de la producción cárnica derivada de ellos beneficiarían a la seguridad alimentaria mundial, la salud humana y la conservación del medio ambiente.
Los rumiantes son herbívoros salvajes y domésticos que comen plantas y las digieren a través del proceso de fermentación entérica en un estómago de cuatro cámaras. El metano se produce como un subproducto de procesos digestivos microbianos que tienen lugar en la primera de esas cámaras, el rumen. Allí, para obtener energía, millones de microorganismos anaeróbicos (bacterias, protozoos y hongos) fermentan el alimento que pueden utilizar: la fibra (celulosa y hemicelulosa). El producto gaseoso final es metano.
Los animales no rumiantes o monogástricos, como cerdos y aves de corral, tienen un estómago de una sola cámara y sus emisiones de metano son insignificantes en comparación. En 2011 había censados 3.600 millones de rumiantes domésticos. En promedio, durante los últimos 50 años, cada año se suman unos 25 millones de rumiantes domésticos a la cabaña mundial (Figura 2b).
El sector ganadero es responsable de aproximadamente el 14,5 % de todas las emisiones antropogénicas de GEI. En otras palabras, de 7,1 de 49 gigatoneladas (Gt) equivalentes de CO₂ al año. Los rumiantes contribuyen más (5,7 Gt) a las emisiones de GEI que el ganado monogástrico (1,4 Gt). Las emisiones debidas al ganado bovino (4,6 Gt) son más altas que las de los búfalos (0,6 Gt) y las de ovejas y cabras (0,5 Gt).
En conjunto, las emisiones mundiales de GEI atribuibles a la ganadería son algo mayores que las 7 Gt atribuidas al transporte.
En España, cuya cabaña de rumiantes se acerca a los 22 millones de cabezas, las aportaciones de la ganadería a la producción de GEI son aproximadamente 22,3 Gt CO₂ eq/año, un 6,6 % de nuestras emisiones totales (338,8 Gt).
El dato es significativo si tenemos en cuenta que los casi 47 millones de residentes en España emitimos unas 9,6 Gt de dióxido de carbono al año, menos de la mitad de las emisiones de nuestro ganado doméstico.
Aunque las políticas climáticas internacionales se centran en reducir las emisiones de combustibles fósiles, el sector pecuario ha estado exento de las políticas climáticas y se está haciendo muy poco para modificar los patrones de producción y consumo de productos cárnicos procedentes de rumiantes. La producción anual de carne en todo el mundo crece rápidamente y se prevé que, si no hay cambios en las políticas, se duplique con creces, de 229 millones de toneladas en 2000 a 465 millones en 2050.
Cuando el análisis del ciclo de vida completo toma en consideración los efectos ambientales directos e indirectos desde la granja a la mesa, lo que incluye la fermentación entérica, el estiércol, el forraje, los fertilizantes, el procesamiento, el transporte y el cambio en el uso de la tierra, la huella de GEI del consumo de carne de rumiante es, en promedio, entre 19 y 48 veces mayor que la de los alimentos ricos en proteínas obtenidos de las plantas (Figura 3).
Las carnes de animales no rumiantes como las de cerdos y aves de corral (y los marinos) tienen una huella inferior de carbono equivalente, aunque todavía tengan un promedio de 3 a 10 veces mayor que los alimentos vegetales con alto contenido de proteínas. Los cerdos y las aves de corral también consumen alimentos que, de otro modo, consumirían los humanos.
Dado que el cambio del clima de la Tierra está cada vez más cerca de alcanzar puntos de inflexión importantes, la necesidad de actuar apremia. El principal motor del calentamiento global es la acción humana, por lo que, creámoslo o no, el nivel de agravamiento siempre dependerá de nosotros.
Podemos sentirnos intimidados por la dimensión del cambio climático, pero la responsabilidad es completamente nuestra.
Disminuir el cambio climático forzando las reducciones de rumiantes y de CH₄ disminuiría la probabilidad de cruzar irreversiblemente esos puntos de inflexión. Reducir el número de rumiantes será una tarea difícil y compleja, tanto política como socialmente. Sin embargo, la disminución de la cabaña de rumiantes debe considerarse a la par que nuestro gran desafío de reducir la dependencia de los combustibles fósiles.
Solo con el reconocimiento de la urgencia de enfrentar este desafío y la voluntad política de comprometer recursos para mitigar de forma integral las emisiones se logrará un avance significativo. Para conseguir una respuesta efectiva y rápida necesitamos aumentar la conciencia entre el público y los responsables políticos de que lo que elegimos comer tiene importantes consecuencias para el clima.
Por Manuel Peinado Lorca, Catedrático de Universidad. Departamento de Ciencias de la Vida e Investigador del Instituto Franklin de Estudios Norteamericanos, Universidad de Alcalá
Publicado originalmente por The Conversation