Hasta hace un cuarto de siglo, casi todas las investigaciones médicas se realizaban con pacientes varones.
¿La razón?
“A las mujeres se las excluyó activamente de participar en la mayoría de los ensayos clínicos”, explicó la Sociedad para la Investigación en Salud de la Mujer (SWHR), que en 1993 logró que en los Estados Unidos se votara una ley para corregirlo. “Por la idea persistente de que los ciclos hormonales femeninos eran muy difíciles de tomar en cuenta en los experimentos y que usar un sólo sexo reduciría la variación en los resultados”.
La exclusión se extendió a la investigación médica previa, en animales, o con células y tejidos: todos los ejemplares o las muestras debían ser masculinos. “Los investigadores suponían que podían simplemente extrapolar sus estudios en varones a las mujeres, un antecedente peligroso que omitió diferencias fundamentales entre mujeres y hombres”, agregó la SWHR.
¿Las consecuencias?
“En el sistema de salud existe un prejuicio de género arraigado, y tanto la investigación como la prueba anecdótica ha demostrado que los profesionales de la salud tienden más a desestimar o minimizar el dolor en las mujeres”. Eso, más el estigma social alrededor de algunas enfermedades propias de las mujeres, ha causado demoras en los diagnósticos y los tratamientos.
Un ejemplo grave: el corazón.
La principal causa de muerte de hombres y mujeres en el mundo es la enfermedad cardiovascular. Tradicionalmente se la ha considerado una enfermedad de varones, y como tal se ha estudiado. Los síntomas y las manifestaciones que los médicos estudian para identificar ataques al corazón y otros problemas asociados, como condiciones cardiovasculares o cerebrovasculares, son los que manifiestan los hombres. Sin embargo, una mujer puede no sentir dolor en el brazo izquierdo, sino una molestia en el estómago, cuando sufre un episodio peligroso. No sólo en 2004 7,4 millones de mujeres de más de 60 años murieron de enfermedades cardíacas contra 6,3 millones de varones, sino que entre 2011 y 2017 en los Estados Unidos la tendencia al aumento de padecimientos coronarios entre mujeres de 45 a 64 años aumentó un 7%, mientras que en los varones de esa misma edad aumentó el 3 por ciento.
“Durante mucho de la historia documentada las mujeres han sido excluidas de la producción de conocimiento médico y científico, así que básicamente tenemos un sistema de salud —entre otras cosas— hecho por hombres y para hombres", dijo Kate Young, investigadora de salud pública de la Universidad de Monash, en Australia, a Gabrielle Jackson, autora de Pain and Prejudice, un libro que combina la memoria con el ensayo para analizar por qué se tiende más a desconfiar de las quejas de las mujeres sobre su salud y a negarles o demorarles los tratamientos.
“La investigación de Young ha descubierto cómo los médicos llenan los vacíos de conocimiento con relatos sobre la histeria”, escribió en The Guardian, donde en 2015 publicó una investigación histórica sobre endometriosis, en la cual las usuarias del periódico participaron masivamente. El resultado tuvo más de un millón de visitas y el artículo más largo fue compartido 40.000 veces en redes; Jackson todavía recibe correos para consultarla sobre el tema.
La idea de que una mujer sufre problemas psicológicos o tiene una actitud difícil demasiadas veces surge del hecho de que el tratamiento que le han dado no funcionó. “En lugar de reconocer las limitaciones del conocimiento científico, la medicina espera que las mujeres asuman el control (con sus mentes) de sus enfermedades (en sus cuerpos) al aceptar las, hacer ‘cambios en el estilo de vida’ y ajustarse a sus papeles sociales de género”, citó a Young.
“Porque las mujeres pueden gestar niños, el discurso médico las ha asociado con el cuerpo y al hombre con la mente, una división binaria que se refuerza en la división social entre lo privado y lo público", agregó. De ese modo, ocupar su lugar ha sido el consejo predeterminado, aun cuando no existiera la menor base científica para decir, por ejemplo, que el cáncer de mama era más frecuente en las mujeres que no habían tenido hijos (lo cual se comprobó como algo falso), o que la endometriosis se curaba con el embarazo (no hay cura conocida para la endometriosis, ni se conoce su origen).
En Doing Harm: The Truth About How Bad Medicine and Lazy Science Leave Women Dismissed, Misdiagnosed and Sick (Hacer daño: La verdad sobre cómo la mala medicina y la ciencia perezosa dejan a las mujeres excluidas, mal diagnosticadas y enfermas), Maya Dusenbery registró numerosos estudios realizados sólo en varones que ciertamente importaban a la salud de las mujeres.
“El Estudio Longitudinal de Envejecimiento de Baltimore, que comenzó en 1958 para explorar ‘el normal envejecimiento humano’ no incluyó a ninguna mujer en sus primeros 20 años de existencia”, citó como ejemplo. “¿El Estudio de la Salud Médica que había concluido que tomar una aspirina diaria podía reducir el riesgo de enfermedad coronaria? Se hizo sobre 22.071 hombres y ninguna mujer. El Ensayo de Intervención de los Factores de Riesgo Múltiple (MRFIT), de 1982, que observó si el cambio de dieta y el ejercicio podían ayudar a prevenir la enfermedad coronaria: sólo 13.000 hombres”.
Dusenbery destacó que eso también se extiende más allá de la clínica, a la farmacología, por ejemplo. Aunque se sabe que los factores hormonales pueden afectar el rendimiento y los efectos secundarios de una medicación, también se han realizado casi en su totalidad sobre varones, por el mismo motivo: evitar la confusión de datos, variables que daría mucho más trabajo considerar, que causan las diferencias hormonales. “De 10 medicamentos bajo receta que la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) retiró entre 1997 y 2000 debido a efectos adversos de gravedad, ocho causaron mayores riesgos de salud en las mujeres”, escribió la autora. Un estudio de 2018 estableció que esto se debió a “graves inclinaciones por los varones en la investigación básica, preclínica y clínica”.
La directora del Instituto Nacional de Salud (NIH) de los Estados Unidos, Janine Austin Clayton lo sintetizó: “Literalmente sabemos menos sobre cada aspecto de la biología femenina que de la biología masculina”.
Por eso el 90% de las mujeres con apnea de sueño la sufren sin recibir diagnóstico ni tratamiento: como no recitan los mismos síntomas que los varones, los profesionales no pueden identificar el problema. Las dos terceras partes de las personas con Alzheimer en el mundo son mujeres, y no se sabe por qué. Las mujeres representan las tres cuartas partes de la gente que sufre enfermedades autoinmunes. Y aunque el dolor crónico afecta a la misma cantidad de gente que el cáncer, la enfermedad coronaria y la diabetes sumados, recibe 95% menos de financiación para investigación: las que mayoritariamente lo sufren son mujeres.
“Las diferencias existen. Las diferencias biológicas entre hombres y mujeres van más allá de la anatomía básica”, advirtió la página de SWHR. “Los investigadores deben considerar las diferencias sexuales hasta el nivel celular para descubrir información crucial sobre las distintas formas del desarrollo, las funciones y la biología que tienen mujeres y hombres”.
Las mujeres "esperan más tiempo hasta obtener medicación contra el dolor que los hombres, con más frecuencia se tiende a que sus síntomas físicos se atribuyan a cuestiones de salud mental y tienden a sufrir diagnósticos errados o falta de diagnóstico de enfermedad coronaria, a quedar discapacitadas luego de un accidente cerebrovascular, a sufrir de enfermedades que la profesión médica ignora o niega y a tardar más en ser diagnosticadas con un cáncer”, explicó Jackson sobre por qué escribió Pain and Prejudice.
"Se supone que las mujeres deben sufrir el dolor en silencio, y volverse invisibles tras la menopausia. No debemos enojarnos ni exigir respuestas. Debemos ser amables. Debemos aguantar. Debemos quedarnos tranquilas y apoyar a los demás”, argumentó. “Cuando se ignoran los síntomas físicos de las enfermedades de las mujeres y nos enojamos, nos diagnostican con enfermedades mentales. Estoy ayuda consolidar y extender la idea de la mujer histérica”.
Ella cree, sin embargo, que “la ciencia es una fuerza extraordinaria, capaz de dar grandes pasos en periodos breves, y es la mayor esperanza de estar mejor que tenemos las mujeres”. Ese es el motivo de su libro, enfatizó, y durante los cuatro años de su investigación se encontró con “innumerables médicos e investigadores, varones y mujeres, que trabajan apasionadamente para ayudar a mejorar las vidas de las mujeres”.
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