(Video cortesía IAA/ESA/NASA)
Un grupo de científicos de distintos países se reunió en Washington DC para analizar un escenario irreal pero posible: un asteroide de 250 metros de diámetro, llamado 2019 PDC, se hallaba a 56 millones de kilómetros de la Tierra y se movía hacia ella a 50.000 kilómetros por hora. La sexta Conferencia sobre Defensa Planetaria de la Academia Internacional de Astronáutica (IAA) realizó en mayo un ejercicio: "Escenario hipotético de impacto".
Si bien no era grande —el asteroide que se cree que terminó con los dinosaurios hace 65 millones de años medía 10 kilómetros de diámetro— su impacto liberaría el equivalente a 500 megatones de explosivos: unas 10 veces el poder del arma nuclear más poderosa que se haya construido. Destruiría la ciudad de Denver.
Si no se lograba desviarlo, sería necesario evacuar a dos millones de personas y conservar todos los registros visuales de esa ciudad de Colorado, pues nada quedaría de ella.
El hecho de que haya sido un simulacro no le quita importancia: al contrario, subraya la necesidad de pensar reacciones a un hecho que es posible, destacó The Wall Street Journal (WSJ). Porque no existe un acuerdo sobre cómo hacerlo.
"Muchos científicos argumentan que el modo más efectivo de gestionar la amenaza de un asteroide pequeño sería enviar una nave espacial no tripulada armada con un dispositivo explosivo nuclear", argumentó el artículo. Al estilo Hollywood: eso se ve en Armagedón, por ejemplo.
Sin embargo, desde la narrativa más realista de la política internacional, eso rompería los tratados sobre militarización del espacio. Y entonces sí que podría comenzar la batalla del fin del mundo.
Al fin los científicos que participaron del ejercicio se pusieron de acuerdo en enviar una flota de "naves de impacto cinético", sin tripulación y también sin ojivas nucleares. Esta estrategia de mitigación de asteroides consiste básicamente en una tecnología de cañoneo: se llena una nave con metal sólido y luego se la estrella de frente contra el asteroide, para romperlo un poco, pero con el resultado principal de reducir su velocidad.
Así se alteraría su curso, y cuando llegue al punto de impacto con la Tierra el planeta ya no estará en el exacto lugar de su órbita. Y el asteroide seguirá su camino.
¿Es un plan perfecto? No exactamente.
En los tres ejercicios teóricos que realizaron la NASA, la Agencia Espacial Eruopea, Japón, Rusia y China, la Tierra se salvó dos veces, pero en la tercera el impacto contra el asteroide soltó un fragmento de 60 metros de diámetro que quedó en trayectoria para destruir la ciudad de Nueva York.
Y sin tiempo para hacer otra cosa que evacuar a millones de personas antes de que una bola de fuego cayera sobre Central Park y borrara a Manhattan del mapa.
Las probabilidades de impacto de un asteroide capaz de destruir la civilización son muy bajas en el futuro inmediato (el riesgo de devastación regional o cambio climático catastrófico por un cuerpo celeste que choca se ubican en una cada 100.000 años), pero no son el tema principal que preocupó a los asistentes a la Conferencia sobre Defensa Planetaria. Tampoco lo son los pequeños asteroides que constantemente bombardean el planeta y arden al atravesar la atmósfera, como meteoros o bolas de fuego.
El problema son los asteroides intermedios. "Durante las últimas dos décadas los cazadores de asteroides de la NASA y otras agencias espaciales internacionales han identificado y rastreado las órbitas de más de 20.000 objetos cercanos a la Tierra", siguió WSJ. "De ellos, unos 2.000 se clasificaron como potencialmente peligrosos: asteroides lo suficientemente grandes (más de 140 metros de diámetro) como para causar destrucción local".
De los asteroides rastreados, es improbable que en el próximo siglo alguno choque con la Tierra. "Algunos pasarán bastante cerca: el malaventurado viernes 13 de abril de 2029, Apophis, de 300 metros de diámetro, pasará a unos 30.000 kilómetros, más cerca que los satélites que nos dan Dish TV", señaló el texto.
No se puede saber, sin embargo, qué destino tienen los "cientos de miles de otros objetos cercanos a la Tierra, grandes y pequeños, que no han sido identificados". Por ejemplo, el 15 de febrero de 2013 un asteroide de 20 metros de diámetro que viajaba a 70.000 kilómetros por hora explotó en la atmósfera cerca de la ciudad rusa de Chelyabinsk. La ola de su impacto hirió a 1.500 personas. "Nadie había previsto la llegada de ese asteroide", destacó WSJ.
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