"¿Cómo explorar el interior de un planeta sin haber llegado nunca ni siquiera a su superficie?", se preguntó la NASA. La respuesta no es simple, pero los científicos del Centro Aéreo Espacial Goddard la encontraron: a través de su movimiento de rotación, descubrieron de qué está formado el interior del planeta más cercano al Sol en la Vía Láctea.
Desde hace un largo tiempo, se sabe que los núcleos de Mercurio y la Tierra son metálicos. Como en nuestro planeta, la parte externa del núcleo mercuriano está compuesto por metal líquido, pero hasta ahora sólo había insinuaciones de que el centro del planeta más pequeño del sistema solar era sólido.
Un estudio de los científicos del Centro Goddard, ubicado en Greenbelt, Maryland, en la costa este de los Estados Unidos, encontraron evidencia de que las presunciones eran correctas: el núcleo interno de Mercurio es sólido y, además, que tiene un tamaño muy parecido al núcleo interno de la Tierra.
El descubrimiento, publicado en la revista Geophysical Research Letters, permitirá, de acuerdo con la NASA, un mejor entendimiento de Mercurio, pero tiene ramificaciones más largas. De acuerdo a su tamaño, los núcleos de los planetas pueden indicarnos algunas pistas sobre cómo se formó el Sistema Solar y cómo los planetas rocosos han cambiado con el tiempo.
"El interior de Mercurio sigue activo, debido a que el núcleo fundido alimenta el débil campo magnético del planeta", explicó Antonio Genova, uno de los asistentes que condujeron el estudio. "El núcleo de Mercurio se ha congelado con mayor rapidez que el de nuestro planeta: eso quizá nos ayude a predecir cómo cambiará el campo magnético aquí una vez que se enfríe su núcleo", añadió.
Para descubrir de qué estaba hecho el interior de Mercurio, el equipo de científicos utilizó varias observaciones que realizó la misión MESSENGER, sobre todo, las que tenían que ver con el giro y la gravedad del planeta.
El satélite usado por MESSENGER entró en la órbita de Mercurio en marzo de 2011, y pasó cuatro años observándolo hasta el final de su misión, cuando colisionó con la superficie del planeta en abril de 2015.
En el último viaje de su misión, el MESSENGER se acercó primero a unos 200 kilómetros por encima de la superficie mercuriana, y durante su último año, estuvo a unos 105 kilómetros. En sus últimas órbitas de baja altitud, el artefacto entregó la mejor información hasta entonces, lo que permitió al equipo de investigadores realizar cálculos todavía más precisos sobre la estructura interna de Mercurio.
Estimaron que la parte sólida del núcleo del planeta más cercano al sol es de unos 2.000 kilómetros de ancho. En comparación, la parte sólida del núcleo terrestre es de unos 2.400 kilómetros de un lado a otro.
"Tuvimos que armar un rompecabezas con la información que teníamos de diferentes especialidades: geodesia, geoquímica, mecánica orbital y gravitacional, para poder entender la estructura real del interior de Mercurio", señaló el investigador Erwan Mazarico.
La NASA, por su parte, señaló el hecho de que los científicos necesitaran "acercarse" a través de misiones no tripuladas a Mercurio para descubrir más acerca de su interior destacaba el poder de enviar naves espaciales a otros planetas, a otros mundos. "Todas las porciones de información acerca del Sistema Solar nos ayudan a comprender el resto del universo", explicó Genova.