Antofagasta, Chile, enviado especial.
El viaje en bus desde el aeropuerto Andrés Sabella hasta la ciudad de Antofagasta dura unos veinte minutos y en todo el tramo a uno lo acompaña un escenario arrollador: un impresionante desierto de montañas escarpadas. Es el decorado de algún capítulo de Star Trek. O un paisaje lunar, donde cualquiera querría dar un pequeño paso y sentir que está dando un gran salto para la humanidad.
A mitad del trayecto hay un destacamento militar. El viento perpetuo agita las banderas chilenas, que ondean al revés, como vistas en un espejo. Es una construcción bastante grande, pero en medio de la inmensidad seca parece de juguete. Incluso los soldados parecen nenes que juegan a ser soldados y marchan con los pies en alto. Un poco más allá, hay una concesionaria de camiones, también de juguete.
La cercanía de la ciudad se adivina por un cambio sutil: los aguiluchos que merodean el valle comienzan a convivir con las gaviotas. Entonces aparece el Pacífico, de un profundo azul y una calma señorial. El desierto y el océano: difícil no pensar en Dios en medio de dos gigantes.
La ruta se abre en un boulevard de palmeras y pasto verde intenso. Es la evidencia de la mano del hombre: un acueducto de casi 200 kilómetros alimenta la ciudad y le da vida a la tierra yerma. Las casas se extienden hasta lo más alto de las montañas; sobre la costa hay muchos edificios en construcción. Antofagasta, dicen, es la ciudad más rica del país. Gracias al desarrollo de la industria minera, en las últimas dos décadas creció sin precedentes y duplicó —casi triplicó— su población.
¡Comenzamos! #PuertodeIdeasAntofa da inicio en el Teatro Municipal 😉 pic.twitter.com/al7b7vJ1Uo
— Puerto de Ideas (@puertodeideas) April 12, 2019
La ciudad de la ciencia
La minería, de hecho, tiene una presencia permanente en la región; no sólo como motor de la economía, sino también como fuente de incentivos culturales. Es justamente una empresa minera la que aporta el dinero para que la fundación Puerto de Ideas realice aquí su festival de ciencias. Este fin de semana se está llevando a cabo la sexta versión.
Desde ayer y hasta el domingo, más de 30 especialistas provenientes de diferentes países tomarán parte en medio centenar de charlas, debates y presentaciones sobre neurociencias, astronomía, inteligencia artificial, robótica, cambio climático, biogenética, fake news. Entre ellos, se puede mencionar a: Andrés Gomberoff (física, Chile), Eduardo Sáenz de Cabezón (matemáticas, España), Melina Furman (educación, Argentina), Alain Aspect (física, Francia), Pablo Simonetti (literatura, Chile), Maritza Soto (astronomía, Chile), Lola Cañamero (filosofía, España), Iván Tziboulka (cine, Bulgaria), Nathalie Cabrol (astrobióloga, Estados Unidos), Martin Hilbert (experto en Big Data, Alemania), y un largo etcétera.
Los organizadores son entusiastas en cuanto a las previsiones de audiencia, pero prefieren la cautela. Esperan la misma cantidad que el año pasado; tal vez un poquito más: 18.000 personas.
18.000 personas entre tres días. Quién dijo que la ciencia no le importa a nadie.
Las chispitas del titiritero
El Teatro Municipal, con capacidad para 1.000 espectadores, fue el marco elegido para inaugurar el VI Festival de Ciencias Puerto de Ideas. En un hecho muy interesante, estuvieron presentes Consuelo Valdés, ministra de Culturas, y Andrés Couve, ministro de Ciencia. Dos personalidades que desde lo institucional avalan una apuesta por la cultura de gran magnitud.
Chantal Signorio, directora de la fundación —que no perdió la elegancia pese a tener una bota en la pierna izquierda; un esguince que se hizo el jueves—, destacó la misión del festival y señaló la importancia de alcanzar un compromiso político que atienda el fomento de las ciencias y el desarrollo de la tecnología y la educación. Un reclamo que, aun en un ambiente festivo, no deja de ser urgente.
Tras las palabras oficiales, el neurocientífico Ranulfo Romo fue quien dio inicio a las actividades con la conferencia "El cerebro, arquitecto de realidades". Con un currículum que asombra y pide a gritos un premio Nobel, el mexicano lleva tres décadas investigando las bases biológicas de la percepción, y ha identificado la ubicación de las neuronas de la recompensa, la memoria y la toma de decisiones.
"Somos títeres de nuestras neuronas", dijo, y durante cuarenta minutos que pasaron volando, mostró cómo la percepción se forma a nivel neuronal y cómo nuestra "memoria de trabajo" almacena esa información y la pone en relación a los otros estímulos recibidos. Cada vez que se recibe una señal —visual, auditiva, táctil, etc.—, las neuronas envían pequeños impulsos eléctricos, a los que llamó "chispitas".
Como resultado de la investigación, Romo pudo determinar que existen circuitos cerebrales que trabajan en forma combinada para reconocer, evaluar y decidir a partir de los estímulos sensoriales. Hacia el final de la exposición, dijo que enfermedades como el Párkinson y el Alzheimer se hacen visibles una vez que se perdió el 80% de estos centros: en estos momentos, su objetivo está puesto en encontrar métodos que eviten esas pérdidas.
Marte ataca
La primera noche del VI Puerto de Ideas cerró con un brindis en el museo Ruinas de Huanchaca, donde hoy se montará un observatorio de estrellas.
La gran figura del lugar es Nomad, un prototipo de los rovers que se enviaron a Marte. Nomad pesa 600 kilos, se mueve con energía solar y tiene unas ruedas metálicas especialmente diseñadas para el terreno árido y montañoso. Un cartel explica que el desierto que rodea a Antofagasta se asemeja en muchos aspectos a Marte y por eso, en 1997, la NASA probó aquí tres de esos robots. Nomad se quedó como recuerdo.
En este decorado de Star Trek, la ciencia nos invita a ir más allá de la última frontera.
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