La isla está frente a la costa brasileña pero no tiene playas paradisíacas. De hecho, el acceso a ella está terminantemente prohibido sin un autorización gubernamental. Y tiene su razón de ser: la habita una colonia de unas 4 mil serpientes de las más venenosas del mundo, capaces de derretir la piel de quien resulte atacado por ellas.
La Ilha de Queimada grande, también conocida como isla de las serpientes, se encuentra a 33 kilómetros de la costa paulista, sobre el Océano Atlántico. Sobre su costa, un cartel advierte a los navegantes que está prohibido desembarcar allí.
La isla es el único lugar del mundo donde habita la Bothrops insularis, una serpiente de color marrón amarillento que puede medir hasta 70 centímetros y de las que se calcula que hay hasta un ejemplar por metro cuadrado en la isla, según un documental de Discovery Channel.
Desde que el nivel del mar subió hace unos 11 mil años y cortó el contacto de la isla con el continente, las serpientes se desarrollaron de una manera distinta: son cinco veces más venenosas que su parientes de tierra firme. Cazan y comen pájaros, no los autóctonos de la isla, porque ya saben cómo huir de sus ataques, sino aves migratorias más grandes. Fue entonces que para matarlas, su veneno se volvió más potente.
"Una picadura de estas serpientes provocaría una muerte dolorosa. Morirías gritando", le advirtió un biólogo a un equipo de la TV australiana que se aventuró recientemente al peñasco junto a un grupo de científicos luego de conseguir las permisos pertinentes.
Los pescadores de la zona difunden leyendas de una familia entera que murió al desembarcar en la isla y de que fueron piratas los que llenaron el lugar de las serpientes para proteger un tesoro que ocultaron allí.
Como sea, los científicos viajaron hasta allí con la TV australiana para obtener veneno de esta serpientes y desarrollar un mejor suero antiofídico que permita sobrevivir a una picadura.
Irónicamente, estas serpientes también cumple un rol crucial en salvar vidas. Hace 40 años, de sus veneno se produjo el captopril, un medicamento muy utilizado hoy para el combate de los problemas de presión arterial.
Los únicos que ingresan a la isla, aparte de las expediciones ciéntificas autorizadas, son los cazadores furtivos, que arriesgan sus vidas y pueden cobrar hasta 30 mil dólares por una ejemplar de la Bothrops insularis.
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