Sofía Deambrosi tiene 29 años, es uruguaya y cruzó a remo el Océano Atlántico en el marco del Talisker Whisky Atlantic Challenge, junto a sus compañeras: Lorna Carter, Phoebe Wright y Sarah Hunt. “La carrera que todos pueden ganar”, como la denominan entre ecos y susurros, tiene un trasfondo que pocos pueden entender: el que gana no es el primero en llegar sino quien completa el cruce.
Sofía no sólo lo entendió y transformó su propia vida para lograrlo, sino que redobló el eslogan de la competencia y desafió al mundo y a la propia industria marítima a prevenir los daños que hoy tienen en jaque a nuestros mares: la contaminación y el constante abuso de sus recursos. Con determinación y compromiso, la profesional de las finanzas armó un barco eco sustentable uniendo a empresas y organizaciones en una poderosa causa ambiental que arrancó 12 de diciembre de 2020 y finalizó el 27 de enero pasado con un éxito rotundo. Navegó por 4800 kilómetros desde la Isla La Gomera, en Canarias, España, hasta Antigua y Barbuda, en el Caribe.
—¿Cómo se describe la primera mujer sudamericana en completar este tipo de travesía?
—Soy, en primer lugar, aventurera, deportista y amante de la naturaleza. Siempre fui de esos niños que son un dolor de cabeza para los padres porque siempre corría, trepaba, caminaba por arriba de los muros. Siempre caminando entre peligro y riesgo. Salvaje, activa, con mucha energía activa. Desde chica hice deporte: hockey, atletismo, sobre todo correr a cross country, muy similar al remo en muchos aspectos.
Me encanta el océano, aunque mis padres nunca fueron tan náuticos. Sin embargo, en la familia siempre tuvimos alguna lancha, barco, para pasar los veranos en la plaza. Pero siempre tuve mucha curiosidad por el mar profundo, y después de 29 años se me ocurrió ver lo que es el océano lejos de la costa.
—Aunque dijiste que eras un dolor de cabeza para tus padres, hoy podrías ser un orgullo. ¿Te has sentido acompañada en estos impulsos?
—Mis padres son más tradicionales, más conservadores. La idea de hacer deportes extremos o mi viaje, hace unos años desde Bristol hasta Ámsterdam en bicicleta, no la comprenden. Para mí hacer 150 kilómetros diarios en bicicleta con amigos eran vacaciones, pero es difícil explicarlo cuando no se comparte esta pasión. Ahora, cuando llegué y es un éxito, están tranquilos y orgullosos. Respecto a esta travesía los dos años de preparación tuve mucho empuje para atrás de mis padres, no tuve tanto apoyo porque no querían que lo hiciera. Pero la respuesta siempre ha sido que las cosas las voy a seguir haciendo y que, en este caso, a ese barco me iba a subir igual. Prefiero, entonces, hacerlo sabiendo que mis padres me apoyan aceptando que es mi vida y que no soy una persona inconsciente, sino que tomo riesgos medidos con preparaciones oportunas. Al final, terminan acompañando.
—O sea que a la definición de aventurera y deportista hay que sumarle la de determinada…
—Cuando hay ambición y compromiso tiene que haber mucha determinación porque son muchas las veces que te das la cabeza contra la pared. Como deportista muchas veces vas a perder, pero ese perder no tiene que frenarte porque hay que seguir tratando de ser exitoso.
—¿Cómo empieza a germinar la idea de subirse a un barco y remar hasta atravesar el Atlántico?
—Me encantan los desafíos, los desafíos personales. Siempre amé el océano y desde que descubrí el remo en la Universidad, amé el deporte. Esta expedición y travesía del océano unía muchas pasiones. En 2016 descubrí esta travesía, pero ese momento no era para mí. En el 2018, decidí hacerlo y arranqué un proceso de reflexión sobre cómo hacerlo, si sola o con equipo. Mucha gente cree que hacerlo en equipo es mucho más fácil, pero en realidad no lo es porque entran en juego otros desafíos. Finalmente opté por armar equipo y, aunque mi designación de capitana se definió más tarde, desde el primer día, naturalmente, fui la líder del grupo porque el proyecto era mío.
Asimismo, necesité de ese proceso de equipo como parte de mi crecimiento personal. Soy una persona a la que le cuesta delegar, compartir tareas. Siempre estoy en roles de coach, entrenadora o directora y nunca como capitana del equipo porque, dicen, tengo muy buena percepción desde afuera. Pero era un desafío personal formar el equipo y entrenarlo, decidir qué entrenamiento físico y mental íbamos a implementar y, también, potenciar el concepto de que en el equipo tenés que sacrificar muchas cosas personales para que funcione como unidad. Si en remo, que es un barco de ocho personas, cada una hace lo que quiere, nunca vas a llegar a ningún lado. Tiene que haber sincronicidad.
Esta es una experiencia única que a mí me cambió la vida y, por más que puedo compartirlo con el mundo, las personas que de verdad lo entienden son estas tres chicas con las que podré revivir la aventura para siempre.
—La elección simbólica de atravesar el océano en un momento tan particular del mundo con la bandera ambiental es un agregado de valor importante. ¿Qué te motivó a hacerlo?
—Quería hacer esta travesía como una plataforma para dar un mensaje mayor. Mi idea original era tratar de hacer un cruce libre de plástico, pero, obviamente, era muy difícil porque es un material que viene en muchas formas y tipos. Entonces pasamos a pensar cómo hacemos este cruce de la forma más sostenible posible. Estamos en un momento crítico del océano y si hacemos algo todos, se puede mejorar. Decidimos así, apoyar con nuestra causa a dos ONG. Una de ellas, Clean Up Bristol Harbour, trabaja la recolección y limpieza de los mares. No obstante, lo que verdaderamente es determinante es frenar el daño por eso también elegimos a Royal National Lifeboat Institution, que trabaja con esta consigna. El procedimiento fue conseguir sponsors para construir el barco, luego venderlo y donar ese dinero a estas instituciones. Hoy, ya estamos pensando proyectos futuros con estas ONG.
—¿Y cómo fue el proceso de armar una barca sustentable con todo lo que ello implica?
—Era algo tan grande que podíamos usar la atención de la gente y explicar lo que queremos evitar que le pase al océano. Allí empezamos con aspectos propios de la carrera, desde lo más chico a lo más grande. Por ejemplo, trabajamos con ropa reutilizable, o comprada de segunda mano o, incluso, con marcas que trabajan con materiales reutilizables que tienen una producción ética, transparente y eficiente.
Luego, con la comida decidimos que no queríamos tirar nada a la basura por lo que terminamos articulando con la compañía Mondy que nos donó los envases 100% plástico reciclable y terminaron siendo uno de los grandes sponsors. A partir de allí conversamos con las compañías de comida deshidratada de aventura y les dijimos: “Queremos su comida, pero queremos que usen estos envases. Es más, queremos que de ahora en adelante los usen para otras cosas. No lo hagan una vez, háganlo como práctica”. Algunas empresas aceptaron, e incluso están transformando su empresa para hacerla más sustentable, y otras directamente no aceptaron.
Finalmente, estaba lo más grande, es decir, el barco y los remos. La industria marítima está mucho más atrasada que otras industrias en hacer los procesos más sustentables porque el agua es muy corrosiva y todo tiene que ser más fuerte o robusto. Lo biodegradable, por ejemplo, no se puede usar porque se arruina en contacto con el agua. La mayoría de los barcos del mundo están hechos con Poliéster Reforzado con Fibra de Vidrio (PRV) que es mucho mejor que la fibra de carbono. En nuestro caso, la fibra de vidrio se produjo 100% con energía eólica; la resina que pega la fibra fue mayormente de origen vegetal en lugar de ser petroquímica y, por último, el poliéster que van entre medio en la estructura del barco, fue totalmente de PET reciclado, que en volumen equivale a 10.000 botellas de 500 ml de agua, todo eso reciclado. Esta no es la mejor manera, es simplemente un paso para hacer un barco un poco más sustentable. Hoy existen materiales que reemplazan la fibra de vidrio, pero no hay avales científicos que comprueben que son verdaderamente resistentes a la hora de construir un barco que cruce el océano.
En estas decisiones está el balance ecológico versus el riesgo. Nosotros fuimos voluntariamente conejillos de india para comprobar que esto no se iba a destruir porque en realidad no sabíamos si el PET iba a funcionar. No sólo funcionó, sino que demostramos que el barco puede ser igual de robusto, fuerte y rápido que los convencionales. No salimos primeras no por el barco, sino porque nuestro fin no era ganar la carrera sino vivir la aventura, llegar amigas y disfrutar de la experiencia. Además, no fuimos tan lentas, llegamos octavas de 21 competidores siendo una tripulación total de mujeres cuando la mayoría eran de hombres que pesan el doble y son más altos. En definitiva, el barco tiene las mismas cualidades a nivel de performance y funcionalidad por lo que a partir de ahora, y salvando las particularidades, no hay razón de que el PET no sea reciclado. No hay excusa para no hacerlo.
—¿La elección de un equipo de mujeres es una casualidad o hay una perspectiva de género en la decisión?
—No fue una casualidad. Quería que fuera un equipo de mujeres. Soy muy ambiciosa y voy para delante pero también soy muy realista. Entiendo las diferencias fisiológicas entre el hombre y la mujer. Si pones a un hombre y a una mujer que son los mejores en su disciplina, es probable que el hombre siempre gane por su constitución física. Y más aún en el remo. A esta travesía le llaman “la carrera que todos pueden ganar” porque, en realidad, ganar significa ganarle a tu mente en esos días difíciles, ganarle a tu cuerpo cuando no tiene más ganas; gana no quien llega primero sino quien cruza el océano. La mayoría de los equipos son de hombres, por lo general son exmarinos, navegantes de la armada, personas muy entrenadas que pasan por un montón de desafíos en sus carreras. Y nosotras somos cuatro chicas, cuyos trabajos pasan todos por escritorio, que no son profesionales del deporte, somos pibas como cualquiera que tienen determinación, ambición y mucho compromiso. Probamos que las mujeres tenemos una garra y una fuerza mental para ganar ese tipo de desafío.
—¿Qué episodios de la travesía hicieron que hoy afirmes que te cambió la vida?
—Siempre fui de esperar a ver qué puertas se abren y tomar las oportunidades, pero este desafío lo potenció. Ahora estoy en Uruguay, mañana en Punta del Este y pasado en Montevideo. Estoy viviendo día a día, aprovechando cada uno de ellos al máximo. En el mar estaba un día más cerca de la llegada y un día menos que tenía para aprovechar ese desafío. Entonces, me dio esa actitud de disfrutar cada momento, cada turno de dos horas que tenía para remar. Por otro lado, siempre me costó delegar, entrené mucho en esa preparación de dos años, pero más que nada cambié en el cruce. Como capitana tenía muchos roles muy difíciles que no compartía. Y nos empezó a pasar que las otras chicas se empezaron a desmotivar porque no tenían suficientes roles de importancia. No había desafío mental además de remar. Por lo que empecé a delegar aprendiendo que, si yo no lo hago, no significa que otro no lo va a hacer o que no se va a hacer bien. Ese proceso de delegación me enseñó mucho de mí misma.
Por otro lado, como la vida es muy simple a bordo me di cuenta que, en realidad, lo que precisás en la vida es muy simple y, finalmente, el mar te hace ver que las cosas son finitas. Nosotras hacíamos agua y teníamos que consumir determinadas cantidades. Por ejemplo, un baño implicaba usar lo mínimo indispensable sabiendo que todo se termina. En definitiva, en un desafío así dimensionás el desperdicio y el derroche que hacemos de los recursos.
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