Si hay algo que conocimos durante más de un año es que somos finitos, pero sobre todo vulnerables. La especie humana pone en juego su capacidad de resiliencia y con ella, de supervivencia. En los últimos cinco años, y pese a los esfuerzos del celebrado Acuerdo de París (2015), ha crecido el negacionismo al cambio climático, se han desinflado los debates por la causa ambiental y, se ha reducido significativamente la esperanza.
Manuel Vidal Pulgar, ex ministro de Ambiente de Perú en 2011-2016, co-fundador de Sistema B Internacional, responsable de presidir la COP20 en Perú, artífice clave del Acuerdo de París y actual Líder Global de Clima y Energía del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), reconoce una nueva economía, advierte los efectos de desconocerla, alerta a América Latina y reta a los actores estatales y no estatales a recuperar la confianza en los acuerdos climáticos de cara a la Cumbre del Clima n°26 que se desarrollará en la ciudad inglesa de Glasgow en noviembre próximo.
—Como arquitecto del Acuerdo de París y con la inminencia de la Conferencia de las Partes de Glasgow, ¿qué balance hace del escenario actual y de los resultados alcanzados para enfrentar el cambio climático?
—Creo que debemos apreciar no solo la importancia que tuvo el Acuerdo de París sino también su inteligencia. Es un acuerdo muy bien logrado y el tiempo permite confirmar su solidez. Tuvo la virtud de plantear una muy buena estructura que definió, en primer lugar, un umbral global para no elevar la temperatura a más de 2°C y para hacer el esfuerzo de limitarla a 1.5°C. En segunda instancia, nos planteó dos objetivos: descarbonización y resiliencia; luego, el mecanismo para su implementación que, obviamente, es un esfuerzo doméstico, y la suma de los esfuerzos domésticos te da un resultado global, ese es el NDC o la Contribución Nacionalmente Determinada y, finalmente, definió los mecanismos de soporte: las finanzas, la tecnología, la construcción de capacidades.
El Acuerdo de París es muy inteligente porque al haber establecido el umbral y los objetivos, marcó la visión a largo plazo mientras que la definición del NDC, estableció el mecanismo para el corto plazo. Esta combinación de corto y largo plazo ha sido fundamental porque, en los últimos cinco años, hemos visto que el momento político del 2015 se redujo significativamente: creció el negacionismo, la polarización, irrumpió la pandemia y con ella las dificultades económicas, se potenciaron las dificultades en la democracia, etc. Sin embargo, la solidez del acuerdo y, en especial, el haber establecido esta visión a largo plazo, no solamente ha permitido que el acuerdo se mantenga vigente, sino que hemos pasado a una siguiente fase: la economía del clima.
—Además de la visión estratégica del Acuerdo de París, ¿qué otros factores fueron determinantes para hacer frente al negacionismo?
—El hecho de que sepamos a dónde vamos al 2030, al 2050, y qué debemos hacer hoy favoreció la defensa de nuestros objetivos climáticos frente a esta situación negativa que atravesó el mundo en los últimos cinco años. Esto a su vez se ha visto complementado por dos situaciones muy importantes en el debate climático. En primer lugar, por la masiva presencia de actores no estatales que ha permitido que aún cuando pudo haber existido resistencia del sector público a continuar con la implementación del acuerdo, han sido los sectores no estatales los que han sostenido el esfuerzo. Y lo segundo, que complementó muy bien al acuerdo, han sido los nuevos informes de la ciencia.
—¿En qué consiste entonces esta segunda fase o economía del clima?
—Es interesante diferenciar que no es que se viene una nueva economía del clima, sino que ya hay una economía del clima que tiene otras condiciones. En ella, el PBI va a ser reemplazado, cada vez más, por el carbono de tus productos o el carbono de los procesos. El carbono se empieza a convertir en un elemento de la economía que demuestra su eficiencia o ineficiencia a nivel global. Pero a la vez es un mundo que está transitando un crecimiento significativo de las energías limpias, que está impulsando la electrificación de la economía y que está llevando a las ciudades a retomar las agendas ambientales que estaban olvidadas.
Últimamente afirmo que hoy no se trata tan solo de un acuerdo que hay que implementar sino de una nueva economía del clima que, si no eres capaz como Estado o grupo económico de entender que implica nuevas condiciones y, por lo tanto, nuevas responsabilidades, la economía te va a dejar fuera.
—En esta nueva economía, la Unión Europea parece jugar un rol de liderazgo. ¿Cuál está jugando América Latina?
—América Latina está muy mal posicionada y este pésimo posicionamiento tiene muchas explicaciones. La primera, es que no podemos hablar de una América Latina unida con agenda compartida. Hay una América Latina fragmentada desde hace más de 20 años por razones ideológicas. Lo segundo es el poco entendimiento de esta nueva economía del clima. La Comisión Económica para América Latina (Cepal) hace muy poco ha escrito un documento sobre economía y clima que pronostica que, si no enfrentamos el cambio climático, la pérdida estructural de PBI de aquí al 2050 sería del 25%. Tercero, hay muy poca articulación entre lo público y privado para desarrollar acciones climáticas a diferencia de lo que pasa en el mundo. Ese diálogo no se da en América Latina, lo que implica que no jugamos un rol y que ni siquiera hemos sabido aprovechar las oportunidades que nos ha dado el haber presidido conferencias climáticas como las del Perú en el 2014 o Chile en el 2019 para intentar articular un mensaje común. Y, a nivel de gobernanza, los Ministerios de Ambiente que con mucho esfuerzo intentan ser los que lideran estos procesos, son piezas muy pequeñas, hasta menospreciadas dentro del aparato del Estado.
—¿Reconoce alguna excepción?
—Probablemente uno de los pocos países, sino el único que ha empezado a entender la importancia que tiene el clima y la naturaleza para su economía, es Chile. Es un caso muy interesante porque por la deficiencia de sus recursos energéticos es un gran promotor de las energías limpias. Ha iniciado la fase de una planta de hidrógeno verde, está encaminado a la electrificación de su transporte, ha establecido su visión al 2050 y tienes autoridades capaces de entender cuál es el proceso a seguir. Esto no se replica en ninguno de los países de América Latina. Quizás Costa Rica, por su responsabilidad histórica, puede ser una segunda excepción.
—¿Cuáles son los desafíos trascendentales de la Conferencia de las Partes de Glasgow?
—Para entender Glasgow y sus desafíos hay que entender que los últimos cinco años no han sido los mejores. Esto ha hecho que se haya perdido esperanza y que, por lo tanto, la gente haya perdido la claridad de hacia dónde vamos.
Solemos pensar solamente en los resultados tangibles, pero hay resultados intangibles que son tan importantes como los primeros. Necesitamos reenganchar a la gente al proceso, que sienta la misma energía que sentía en el 2014 cuando nos encaminábamos a lograr el Acuerdo de París. Todo ese elemento de expectativa, esperanza y ganas de lograr algo en los últimos años se redujo significativamente, por lo que en lo no tangible Glasgow tiene que ser capaz de recuperar esa confianza.
En cuanto a los elementos tangibles, tenemos que generar credibilidad en el proceso. Si queremos economías con emisiones cero al 2050 tenemos que ser claros que la manera es con reducción real de emisiones, no con excusas. Necesitamos, a su vez, generar los incentivos para los cambios de conducta y tienen mucho que ver con las finanzas. Necesitamos que el financiamiento esté alineado al objetivo de ser emisiones netas cero de carbono. También tenemos como desafío fortalecer la ciencia en el proceso de decisiones políticas porque política sin ciencia es política vacía. Y, finalmente, necesitamos seguir fortaleciendo lo público con lo privado como responsabilidad compartida.
—En cuanto a la coyuntura, la COVID-19 ha sido analizada por perspectivas sanitarias, económicas, sociales. ¿Cuál es el análisis y la relación ambiental que hace en cuanto a su origen y sus efectos?
—Las enfermedades de origen zoonótico son de causa humana y tienen cuatro fuentes potenciales. Para empezar, la pérdida de la naturaleza por intervención humana, que provoca que dicha degradación y afectación de los ecosistemas reduzca los hábitats naturales donde la fauna silvestre suele desarrollarse generando así un contacto previo inexistente entre esta fauna y grupos humanos, que puede devenir en enfermedades de transmisión zoonótica. Luego, esta pérdida de la naturaleza también tiene su origen en el cambio climático, por ejemplo, con la sabanización de la Amazonía. Hay una tercera fuente que tiene que ver con el comercio de fauna y flora silvestre y, finalmente, están las condiciones de insalubridad. Entonces el COVID-19 tiene como origen más de una o todas estas causas, y al igual que ocurre con el cambio climático, la fuente es humana. En definitiva, no actuar y no reconocer estos orígenes genera que estemos subsidiando la siguiente pandemia.
Pero a su vez, la aparición de este tipo de enfermedades nos deja enseñanzas positivas. Por primera vez en la historia de estas discusiones globales estamos integrando lo que ha estado históricamente fragmentado. Es decir, ya no hay que separar clima y naturaleza porque están intrínsecamente unidas. La naturaleza ha entrado en la prioridad internacional y se está acercando mucho al concepto de salud. La pandemia entonces ha ayudado a entender que hay que unir clima, naturaleza, salud, economía y desarrollo. No obstante, y pese a los avances, nos queda mucho por delante. Si bien existe una narrativa que vincula clima y economía no sucede lo mismo con la narrativa que vincula economía y naturaleza y esa es la que hay que construir. Es decir, cada vez que afectamos la naturaleza, estamos limitando nuestras propias capacidades de desarrollo económico, pero también social.
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