(Desde Montevideo, Uruguay) - La relación entre Giuliana Lara y su hermano Jorge no era buena. Tenían discusiones constantes. Ella se quejaba de que él era desordenado, que la trataba mal, que rompía cosas que compraba. Los hermanos vivían en la misma casa porque la mujer no tenía otro lugar para residir, aunque estaba juntando plata para marcharse. La noche del 31 de enero de 2023, los malos tratos llegaron al peor extremo: Jorge atacó a la mujer, la golpeó, la acuchilló en el pecho y finalmente la mató.
Horas después, Jorge mató a su sobrino, el hijo de Giuliana, e hizo desaparecer los cuerpos en la orilla de la Playa Marea de Paysandú, sobre el río que divide a Uruguay de Argentina. Así surge de la investigación de la Fiscalía que informó este miércoles El Observador. El martes comenzó el juicio oral contra Lara, que tendrá nueve días consecutivos de audiencias. La fiscal pide 30 años de prisión más 15 años de medidas eliminativas.
La noche anterior, Giuliana se fue de la carnicería en la que trabajaba en moto. Iba junto a su hijo y pasó por una frutería, antes de llegar, sobre las 22, a la casa en la que convivía con su hermano. 20 minutos después, publicó una foto junto a su hijo en el Facebook y siguió usando su celular hasta la noche, según los datos de la telefónica estatal Antel.
Un rato después, Jorge la asesinaría y comenzaría a planear cómo deshacerse del cuerpo. El menor todavía vivía e, incluso, sobre la hora 6 acompañó a su tío en moto hasta cerca de la playa. Era una zona conocida para él, ya que había sido guardia marítimo en la Prefectura del Puerto de Paysandú. De regreso al hogar, también lo asesinó.
Con su hermana y su sobrino muertos, Lara planeó deshacerse de ellos en bolsas. Y para hacerlo necesitaba descuartizarlos y así cargarlos hasta el lugar que había definido para esconderlos, detalla el escrito de la Fiscalía consignado por el medio uruguayo.
A las 8 de la mañana, el asesino salió de nuevo de su casa en moto para ir hasta un comercio a comprar bolsas de residuos. Allí le pidió a la empleada las “más grandes que tuviera”, que fueran “como de la altura de él”. La mujer que lo atendió –según declaró ante la Justicia– lo notó nervioso y vio que tenía manchas de sangre en la nariz. Lara compró tres bolsas.
Una hora más tarde, Lara fue hasta el mismo lugar que había visitado con su sobrino. Se metió en una zona de arbustos, tiró las bolsas y las prendió fuego.
Un hombre que trabajaba en un horno de ladrillos lo vio y escuchó que a una mujer le comentaba que había ido a enterrar a su perro. Cuando se acercó a conversar, el hombre le dijo que necesitaba un animal que cuidara su horno y el asesino se comprometió a conseguirle uno.
Lara se fue en la moto, sin la mochila y la bolsa con la que había llegado. Pasó por la ferretería, pidió tres bolsas más y regresó a la zona de arbustos donde había dejado los cuerpos. Dos hermanos que pescaban en la playa lo vieron salir entre los matorrales. Lo notaron nervioso y él se excusó: les dijo que le mataron al perro y los alertó de que tuvieran cuidado, que andaba una yara en la vuelta. Los pescadores vieron que había fuego y que el suelo estaba quemado. Y se retiraron.
Ese día, Giuliana no apareció en su trabajo. La jefa llamó a su padre y a sus amigas para preguntarle si sabían dónde estaba porque no era de ausentarse. Se preocupó porque alguna vez Giuliana le advirtió que si no iba a la carnicería, era porque algo había pasado con su hermano.
Nadie sabía nada de ella desde la noche del día anterior. La buscaron por la ciudad y no aparecía. El padre consultó a Jorge si tenía noticias y él se desentendió: le dijo que estaba trabajando en Salto, otro departamento del litoral uruguayo. Toda la familia la buscaba, menos él.
Una llamada fue clave para encontrar los dos cuerpos. El 3 de febrero, una madre de los pescadores alertó a la policía que sus hijos vieron salir a un hombre cerca de la Playa Arena. La Policía encontró allí a Giuliana y Mateo. Sus cuerpos tenían signos de violencia, estaban descuartizados y en estado de descomposición.