En una escena digna de una novela de espionaje, Manuel Rocha, un jubilado embajador de EEUU, se desplazaba cautelosamente por el distrito de Brickell en Miami, intentando pasar desapercibido en su camino a un encuentro secreto en una iglesia. La promesa de un mensaje de sus “amigos en La Habana” lo había llevado hasta allí, sin sospechar las miradas atentas de los agentes de contrainteligencia del FBI que lo seguían de cerca. Este episodio no solo revelaría la detención de Rocha en diciembre pasado, bajo la acusación de promover la agenda de Cuba en el seno del gobierno de Estados Unidos durante más de 40 años, sino que también destaparía una faceta menos conocida de la isla caribeña: su eficacia en el mundo del espionaje.
Hoyt Jr. y Latell, ex funcionarios del FBI y la CIA respectivamente, resaltaron en diálogo con The Wall Street Journal la capacidad de la Dirección de Inteligencia Cubana para reclutar espías. En una época donde la tecnología parece dominar el campo del espionaje, la estrategia cubana recuerda a la era de la Guerra Fría, con transmisiones de radio de alta frecuencia y el uso de mensajes cifrados. Sin embargo, el verdadero poder de Cuba radica en su capital humano, impulsado por la visión de Fidel Castro, que supo cómo infiltrar gente en las más altas esferas del gobierno estadounidense.
La historia de Ana Belén Montes, una analista senior de la Agencia de Inteligencia de Defensa que fue reclutada por la inteligencia cubana mientras aún era estudiante, también encarna la habilidad de Cuba para encontrar a aquellos simpatizantes con su causa. Montes, arrestada en 2001, es solo un nombre en una serie de casos que han visto a estadounidenses espiar a favor de La Habana, a veces entregando información que resulta ser de mayor utilidad para potencias extranjeras como Rusia y China.
Pero, ¿cómo logra Cuba, un país arrinconado por la crisis económica y con limitaciones tecnológicas, infiltrarse con tal éxito en una superpotencia como Estados Unidos? Parte de esta respuesta reside en su meticuloso método de selección y reclutamiento, donde jóvenes idealistas, a menudo en entornos académicos, son seducidos con promesas de luchar contra las supuestas injusticias de las políticas estadounidenses hacia la isla.
Lejos de ser una potencia menor, La Habana emerge así en el tablero mundial de la inteligencia, donde cada movimiento de sus agentes podría estar poniendo en peligro a los EEUU. Es que Cuba ha dirigido su mirada hacia el norte, convirtiendo a EEUU en el epicentro de su interés espionaje, mientras que para Washington, la isla caribeña parecía ser solo una preocupación secundaria. Esta disparidad de enfoques ha brindado a Cuba una ventaja en el reclutamiento de agentes capaces de infiltrarse en territorio estadounidense.
En el corazón de Nueva York, advierte WSJ, EEUU concentró sus esfuerzos en contrarrestar la influencia de Rusia, dejando a Cuba prácticamente en las sombras: la oficina de campo del FBI en Nueva York tenía recientemente 12 escuadrones de contrainteligencia dedicados a Rusia, pero sólo uno para Cuba, reveló Chris Simmons, quien trabajó en casos de contrainteligencia cubana. “Había una puerta giratoria en la contrainteligencia cubana; todo el mundo quería salir”, dijo Peter Lapp, un ex agente del FBI que investigó a Montes y escribió un libro sobre el caso.
Si el FBI lleva años con dificultades para identificar a los agentes que espiaban a Estados Unidos, la CIA cosechó sus propios problemas para penetrar en Cuba: en 1987, un oficial militar cubano -denominado “Touchdown” por la CIA- desertó mientras servía en Europa del Este. El mayor cubano Florentino Aspillaga Lombard dijo a sus atónitos superiores estadounidenses que todos menos uno de las cuatro docenas de espías que la CIA tenía en Cuba eran “agentes dobles” al servicio del régimen castrista. La revelación enfrió los esfuerzos de reclutamiento de la CIA en Cuba durante años, según las autoridades.
Cuba, mientras tanto, estaba ocupada dirigiendo agentes que conseguían trabajos en bases militares estadounidenses con identidades falsas bajo un programa cuyo nombre en clave era “Operación Texaco”, según un antiguo fiscal y juez federal consultado por WSJ. La Habana también penetró en grupos de exiliados en el sur de Florida y participó en el derribo de un vuelo privado operado por un grupo anticastrista, en el que murieron cuatro personas.
A principios de la década de 2000, los servicios de contrainteligencia de Estados Unidos sabían de la existencia de más de 100 agentes cubanos reales o potenciales en Estados Unidos, según Lapp, pero no asignaron el personal necesario para investigarlos.
El icónico caso Rocha
La historia de Manuel Rocha, ciudadano estadounidense de origen colombiano, parece un guion de cine. Su vida, marcada por lazos invisibles con la inteligencia cubana, dibuja un trazo revelador sobre cómo las redes de espionaje sobrepasan las fronteras y los juramentos de lealtad.
Pero, ¿cómo una figura aparentemente leal al Departamento de Estado de EEUU se convierte en un valioso activo para un gobierno extranjero? Todo empezó en el año 1973 cuando Rocha, aún un estudiante en Chile, habría sido reclutado por Cuba. Esos eran los tiempos en que Fidel Castro volcaba su mirada esperanzada sobre aquellos latinos que, permeados por el sueño americano, no perdían el calor de su tierra ni la simpatía por sus raíces. Según relatos de un ex oficial de inteligencia cubano que encontró asilo en EEUU, Castro tenía un especial interés en funcionarios estadounidenses de ascendencia hispana, potencialmente afines a los ideales de La Habana.
Rocha cruzó las puertas del Departamento de Estado en 1981 y alternó su trabajo entre las embajadas de Bolivia, República Dominicana, Honduras y México. Plazas que, según expertos como Evan Ellis de la U.S. Army War College, le proporcionarían un vasto mar de información confidencial, un tesoro inaudito para cualquier servicio de inteligencia extranjero. “Se siente un escalofrío al pensar en el nivel de información al que tuvo acceso”, confiesa Ellis.
El término de su carrera en 2002 no marcó el fin de su influencia. Rocha, ya como miembro de las juntas directivas y consultor de negocios, seguía tejiéndose en la trama de la seguridad nacional al asesorar al Comando Sur de EEUU, con sus tentáculos aún extendidos hacia información sensible y líneas de contacto con Cuba.
La relación con la inteligencia cubana, descrita en la denuncia como una “gran amistad”, añade un tenso capítulo en 2022. Un agente encubierto del FBI, haciéndose pasar por un oficial de inteligencia cubano, inicia una serie de contactos con Rocha. En encuentros realizados en la zona de Miami, Rocha se jactaría de su éxito infiltrando el Departamento de Estado. “Subestimaron lo que podríamos hacerles”, habría declarado, calificando su colaboración con Cuba como “más que un grand slam”.
El arresto de Rocha subraya no solo la prolongada tenacidad de la inteligencia de la dictadura castrista sino también el desafío persistente para Estados Unidos en contrarrestar esta amenaza subestimada.