(Nueva York, especial). ¿Narcotraficante a escala masiva o paladín continental de la lucha contra el crimen organizado? Cada una de las partes, fiscales del gobierno estadounidense y defensores de Juan Orlando Hernández, el expresidente hondureño acusado de dirigir una conspiración para importar cocaína a Estados Unidos, bregó por presentar su propia versión al jurado que, a partir de mañana, entra a deliberar. Esos jurados vieron, en los últimos días, dos facetas del mismo hombre cuando, el pasado martes 5 de marzo, Hernández decidió subirse al estrado a testificar.
JOH, como se le conoce popularmente en Honduras por sus iniciales, fue esos dos hombres casi en simultáneo, el narcotraficante y el jefe de Estado que alegó haber liderado una cruzada antidrogas jamás vista en su país. Fue el segundo cuando, cómodo, respondió a las preguntas de sus defensores, y el primero cuando evadió contestar las interrogantes más peliagudas de los fiscales.
Hernández se reservó hasta el último momento la decisión de subir al estrado. Después de 10 días de interrogatorios, cuando el jurado ya había escuchado a once testigos presentados por la acusación y tres ofrecidos por la defensa, el imputado anunció a través de sus abogados que daría un paso al frente para testificar bajo juramento, algo inusual en juicios por narcotráfico, según reconoció Raymond Colon, el líder del equipo defensor.
Tocó primero el turno a la defensa, a través del abogado Colon, quien ofreció preguntas a su cliente para pintar el retrato de un presidente que no dio tregua a los narcos de su país. Este interrogatorio sirvió a Hernández para hablar de la ley de extradición que aprobó cuando fue presidente del Congreso Nacional, antes de ser presidente, y de las 24 extradiciones de narcos ejecutadas durante su mandato al frente del país (de 2014 a 2022), y, punto clave para la defensa, para hablar de sus relaciones con los Estados Unidos de Barack Obama y Donald Trump.
Luego, en sus alegatos finales, Renato Stabile, otro defensor, retomaría la frase más grandilocuente de Hernández: “La única promesa que hice a esa gente (narcotraficantes) fue exterminarlos”. Lo dijo el expresidente y lo repitió Stabile, quien cuestionó a la fiscalía porque, según él, hizo de los testimonios de narcos y asesinos confesos la columna vertebral de su presentación. Una de las fiscales, Elinor Tarlow, respondería a ese argumento de Stabile: para hablar de criminales no íbamos a traer a niñas scouts o a niños de un coro, dijo.
Cuando respondía a sus abogados, Hernández asumió una gestualidad que le es familiar, la del hombre que manda, el que se impone ante su público. El expresidente habló con seguridad, con tono firme, de sus reuniones en la Casa Blanca y de sus decisiones ejecutivas; incluso aprovechó varias preguntas para alargar sus intervenciones hasta convertirlas en breves discursos improvisados, algo por lo que el juez de la causa, Kevin Castel, lo recriminó en más de una ocasión.
“Señor Hernández, odio interrumpirlo, pero le pido que se limite a contestar lo que le pregunten”, advirtió Castel la primera vez. Y lo hizo al menos cinco veces más hasta estar a punto de perder la paciencia.
Una de las veces en que Castel recriminó a Hernández llegó luego de que el abogado Colon le preguntó si había visitado Washington, DC. “Sí”, respondió JOH, “entre 35 y 40 veces”, para luego explayarse y contar que se había reunido con Obama, con el entonces vicepresidente Joe Biden, con Donald Trump, con John Kelly, jefe del Comando Sur… Castel lo paró en seco: “Señor Hernández, muchas cosas pasaron en Estados Unidos y en Honduras en esos años… en este juicio estamos hablando de asuntos muy particulares… limítese a contestar lo que le preguntan…” Más sumiso, JOH atenuó por un momento el semblante: “Lo siento, señoría”. Pero siguió, y lo volvieron a increpar.
Era, aquel interrogatorio, la hora cero para Hernández, su principal apuesta en este caso judicial tras el que, si es encontrado culpable, podría enfrentar una sentencia a cadena perpetua más 35 años de cárcel. Su tesis de defensa, que los abogados habían perfilado desde los argumentos iniciales presentados al jurado, es que quienes testifican aquí contra él son los narcotraficantes a los que él persiguió.
El gobierno de los Estados Unidos, representado en esta corte federal por cuatro fiscales adscritos al distrito sur de Nueva York, tiene otra versión. El fiscal Jacob Gutwillig, uno de ellos, lo resumió en la argumentación final al jurado, hecha el 6 de marzo: “Este hombre, Juan Orlando Hernández, es un narcotraficante a escala masiva quien, con sus propias palabras, dijo que metería la droga hasta por la nariz a los gringos”, dijo Gutwillig a dos metros del jurado en referencia a una frase atribuida a Hernández por uno de los testigos. Siguió el fiscal: “Por años se salió con la suya, pero hoy esta aquí en una corte estadounidense… Aceptó sobornos de algunos de los narcotraficantes más grandes del mundo y protegió el tráfico de drogas con todo el poder del Estado”.
Hernández, en la versión fiscal, no persiguió a los narcotraficantes en un afán de lucha contra el crimen organizado; lo hizo porque los criminales se habían vuelto poco discretos y eso amenazaba el negocio de la cocaína en que el expresidente estuvo implicado, y porque un grupo de esos narcos, el clan de Los Valle Valle, quiso matarlo luego de que Hernández faltó a su promesa de protegerlos a pesar de haber recibido sobornos de ellos -entre un millón y 2.4 millones de dólares.
Cuando los fiscales lo acorralaron con sus preguntas, sobre todo al referirse a reuniones que se supone Hernández tuvo con narcotraficantes, incluidos enviados del Cartel de Sinaloa y el Chapo Guzmán, el expresidente mostró su otro rostro, uno más inseguro. También cuando le tocó repetir al menos diez veces que no recordaba algunos lugares o personas asociadas al crimen organizado que fueron sus socios políticos. O cuando se contradijo sobre una foto en la que aparece, en un partido durante el Mundial Sudáfrica 2010, abrazado a Miguel Arnulfo Valle, el jefe del clan que supuestamente lo sobornó y luego quiso matarlo.
En varios intercambios con los fiscales, JOH no parecía ya el jefe de Estado seguro de sí mismo, sino un acusado más que intentaba mantener el porte ante preguntas comprometedoras.
El tema más incómodo, sin embargo, fue siempre el de Juan Antonio “Tony” Hernández, el hermano menor del expresidente y quien ya fue condenado a cadena perpetua en 2021, también en Nueva York, por tráfico de drogas.
El incómodo asunto de Tony Hernández
La fiscalía se reservó el cartucho para el final. En el último tramo del contrainterrogatorio al expresidente, la acusación se entretuvo con las referencias a Tony Hernández. Preguntó desde cuando sabía JOH sobre las actividades criminales de su hermano, a lo que el expresidente dijo que tenía sospechas y que, al oír los primeros “rumores” pidió al fiscal general, Óscar Chinchilla, que lo investigara y procesara si había elementos para hacerlo.
Las sospechas sobre Hernández eran ya indicios fuertes para la policía hondureña y agentes estadounidenses de la Agencia Antidrogas (la DEA) en 2014. Aquel año, el general Ramón Sabillón, entonces jefe de la Policía Nacional de Honduras, capturó a los Valle Valle en un operativo que según han dicho agentes de inteligencia hondureños a Infobae se llevó a cabo a espaldas de Hernández. Fueron los Valle quienes dijeron a Sabillón, según aseguraron los fiscales, que uno de los principales narcotraficantes del país era Tony Hernández, “el hermano del hombre”.
También habló la fiscalía de otro oficial hondureño, este militar, que dijo a la DEA que un helicóptero con droga decomisado en 2014 en la selvática región de La Mosquitia, al noreste del país, era propiedad de Tony Hernández.
A pesar de esos indicios, y de la instrucción que Juan Orlando Hernández dice haber dado al fiscal general Chinchilla nunca hubo en Honduras un expediente de investigación sobre las actividades ilícitas de Tony Hernández. En 2018, Tony fue detenido en Miami y luego juzgado por narcotráfico. JOH dijo que él había aconsejado a su hermano conseguirse un abogado y aclarar con los estadounidenses su situación. Ante estas respuestas, los fiscales neoyorquinos insistieron: “pero nunca lo capturó, nunca lo extraditó”.
La tesis de las autoridades estadounidenses, recogida en varios de los documentos de acusación presentados en los procesos judiciales contra los hermanos Hernández, es que Tony se convirtió, incluso antes de que Juan Orlando fue juramentado como presidente de la república centroamericana, en el principal nexo entre el narcotráfico y el poder político de su pariente.
Durante sus alegatos finales al jurado, el abogado Renato Stabile, defensor de Juan Orlando Hernández, imploró al jurado, acaso consciente de la condena a Tony Hernández, que no responsabilizaran al expresidente por pecados ajenos. Eso, dijo, no sería justo.
El juicio en su recta final
Tras doce días desde que arrancó el 20 de febrero pasado, el juicio a Juan Orlando Hernández entró a su etapa final este jueves, cuando tras dar las instrucciones finales al jurado, el juez Kevin Castel les entregó el caso para la deliberación. Doce neoyorquinos son, ahora, responsables de decidir cuál versión del expresidente hondureño pesa en su veredicto, la del político que combatió a los narcotraficantes que ahora quieren verlo preso junto a ellos o la del hombre que dirigió un Estado cuyo peso utilizó para convertir a su país en un “corredor abierto” al trasiego de cocaína.
La responsabilidad final, recordó el juez Castel a los jurados, es de ellos. Ellos serán quienes valoren el peso de la prueba, en este caso formada por testimonios, bitácoras telefónicas, documentos oficiales hondureños y fotografías. Los alegatos de las partes y las preguntas hechas por los abogados en los interrogatorios, insistió Castel, no son pruebas, solo las versiones de acusadores y defensores sobre esas evidencias.
Desde que el juez dio por concluida la etapa de alegatos y presentación de evidencia, la prensa y la política hondureña entraron en una especie de vigilia en espera del veredicto, que de acuerdo con la ley estadounidense tiene que ser por unanimidad, sea este de culpabilidad o inocencia. No es para menos: Juan Orlando Hernández fue, durante doce años, presidente del país y su influencia política aún es palpable en Honduras, hoy gobernada por Xiomara Castro, la mujer que lo sucedió en la presidencia.