La página web del Tribunal Supremo Electoral estaba caída tres horas después del cierre de las urnas. Simpatizantes de Nuevas Ideas y del mismo Tribunal cerraron las puertas a la prensa durante los conteos preliminares. Nadie sabía nada. Solo el presidente. A las 6:56 p.m., menos de dos horas después de concluida la votación, Nayib Bukele publicó en su cuenta X: “De acuerdo (con) nuestros números, hemos ganado la elección presidencial con más del 85% de los votos y un mínimo de 58 de 60 diputados de la Asamblea (Legislativa)”.
Quedó dicho: reelección y un solo partido político para controlarlo todo, incluso al Tribunal Electoral, que no dijo “esta boca es mía” cuando el mandatario se convirtió en el vocero oficial de los comicios.
Bukele hizo, de nuevo, lo que ha hecho tan bien desde que fue elegido presidente de El Salvador la primera vez, incluso antes: establecer una narrativa política, aún sin datos para apoyarla, y convertirla en una realidad política. Después del post presidencial en X, vinieron las felicitaciones internas, de los funcionarios bukelistas más visibles, celebraciones con fuegos artificiales en las calles de San Salvador y el silencio de la oposición. Incluso presidentes de otros países, Bernardo Arévalo de Guatemala y Xiomara Castro de Honduras, se apresuraron a felicitar a Bukele a falta de resultados oficiales.
Los pocos conteos preliminares en urnas de San Salvador que la prensa nacional e internacional pudo atestiguar hablaban, sí, de una victoria apabullante, y las primeras actas que la oposición recibía tres horas después del cierre de urnas lo confirmaban, pero aún no hay forma de calcular los porcentajes reales, mucho menos la composición de la nueva Asamblea Legislativa: Bukele habló de haber ganado 58 de 60 diputados, pero según dos fuentes de la oposición política que hablaron con Infobae, sus cálculos hablaban más de 50 diputados para el bukelismo y 10 para la oposición.
Voceros de la oposición, como la fórmula presidencial del partido Nuestro Tiempo, de centro derecha, señalaron irregularidades durante la jornada, sobre todo al final. Al cierre, nadie entre los partidos opositores había concedido la victoria al presidente. La comunidad internacional, representada por una misión especial de observadores de la OEA, tampoco se había pronunciado.
A las 8:15 p.m. hora salvadoreña (9:15 horario del este en Estados Unidos), Sergio Arauz, subjefe de redacción de El Faro, el periódico digital más prestigioso del país, lamentaba: “…ni un solo dato del Tribunal Supremo Electoral (TSE). En la oscuridad”.
A falta de los cálculos finales, y de que el TSE abra la boca, lo que parece incontrovertible es que la victoria de Nayib Bukele es absoluta y que estas elecciones le sirvieron para consolidar un sistema de partido único del que ya habían advertido analistas en la previa electoral. En canales afines al oficialismo, comentaristas hablaban ya de un mandato de los salvadoreños para cambiar el sistema político del país para permitir al presidente hacer todas las reformas económicas, sociales y políticas que le faltan.
En las comunicaciones que hizo durante la jornada, Bukele dejó ir un par de anuncios. Uno, que el fiscal general perseguirá penalmente al TSE por supuestamente haber cerrado antes de tiempo algunos centros de votación en el extranjero (la ley da independencia al fiscal pero desde que fue elegido por los diputados de Bukele en 2021, este actúa bajo el mandato del presidente), y, aseguró también, que seguirá ampliando el término del régimen de excepción bajo el que el país vive desde marzo de 2022.
Lo que viene
Con todo el poder en las manos, Nayib Bukele seguirá gobernando como lo hace desde que en la anterior elección legislativa, en 2021, obtuvo “supermayoría” en el Congreso: sin oposición política. A falta de los resultados oficiales, los dos partidos tradicionales del país, el izquierdista FMLN y la derechista ARENA, parecían a un paso de entrar a la irrelevancia definitiva, mientras dos partidos emergentes de centro derecha, Nuestro Tiempo y Vamos, luchaban por meter al menos un diputado al Congreso.
Además, según un funcionario del Ejecutivo salvadoreño que habló con Infobae desde el anonimato por no estar autorizado a hacerlo en público, los resultados arrolladores darán al presidente un segundo aire para hacer los ajustes internos que su partido, su gabinete y su círculo íntimo de poder requieren.
“Nayib terminó el mandato (primero) con dudas, con pleitos internos entre sus funcionarios, con acusaciones de corrupción… Esto le da un segundo aire y le permite depurar sin problemas”, dijo.
Es previsible también, dice esta fuente, que en el segundo mandato sea más visible Karim Bukele, uno de sus hermanos, quien fue el jefe de su campaña por la reelección y desde el principio de la gestión ha sido uno de los hombres más influyentes del país. Karim, asegura el funcionario, seguirá siendo el cerebro de todo, aunque los otros dos hermanos del presidente, Ibrajim y Yusef, también continuarán jugando roles protagónicos.
A Ibrajim tocará, por ejemplo, afrontar el que se presenta como el reto más importante para el segundo mandato del presidente Bukele, que es el asunto financiero. El gobierno salvadoreño viene dándole largas a una negociación por un crédito de USD 1.4 mil millones con el Fondo Monetario Internacional (FMI) que le permitiría hacer frente a vencimientos de deuda programados para el 2025 y el 2027, para afrontar los cuales, por ahora, El Salvador no tiene liquidez. El Bitcoin ha sido piedra de tropiezo en esa negociación desde que el personal técnico del Fondo dejó claro que derogar la ley que da vida como circulante legal a la criptomoneda es condición esencial para seguir con las pláticas.
Por lo que el presidente dijo durante la jornada electoral sobre el tema de seguridad, queda claro que el régimen de excepción, que restringe derechos constitucionales de asociación, expresión y defensa, continuará. Hasta ahora, ese régimen, instaurado tras la ruptura de un pacto de gobernabilidad que Bukele tenía con las pandillas MS13 y Barrio 18, permitió al presidente disminuir las cifras de criminalidad, aunque esos números no están claros porque el gobierno los mantiene bajo reserva.
El régimen de excepción ha traído consigo miles de denuncias de ejecuciones extrajudiciales, golpizas y detenciones arbitrarias que el gobierno siempre negó. Hoy, con el poder más afianzado, parece menos probable que esas denuncias sean atendidas.
La suerte en El Salvador está echada. El Tribunal Suprema Electoral empezó a dar apenas resultados parciales cuatro horas después del cierre de las urnas y dos después de la autoproclamación del presidente. Pero, con números oficiales o sin ellos, parece claro que El Salvador es ya un país en el que manda un solo hombre, dueño de un solo partido.