Río Santiago es un poblado mexicano tropical donde el ambiente se vuelve verde y el aire se respira más fresco. Acá inicia la selva cafetalera de este municipio de la Costa Grande de Guerrero. A la vera del camino, don Moisés desyerba pacholes de café en el vivero del campo. Viste ropa de faena. Pantalón sucio en las rodillas, camisa de rayas a medio abotonar, mangas remangadas y un sombrero de palma. De las sandalias cruzadas asoman unos dedos ásperos cubiertos de tierra. De quien pasa muchas horas en la tierra. El cultivo de café ha sido el principal modo de vida para la población de la sierra de Atoyac en los últimos 50 años. Sólo que ya dio todo lo que tenía que dar.
Río Santiago, a unos 900 metros de altura, es también el primer poblado de Guerrero en el que se supo del cultivo de hoja de coca. Fue en 2019. La parcela estaba remontada en lo alto del bosque de cafetos y platanales, a una hora de distancia a caballo o cuatrimoto. Doña Vianey dice que nunca se supo de dónde era la gente que sembró la semilla pero que del Río no eran. Así dice: “la semilla”. Doña Vianey es más joven que don Moy, que ya debe andar por los 70. Ella está en el vivero con él y se mete en la entrevista cuando escucha del tema.
La gente era de Colombia. Arturo García Jiménez, dirigente de cafetaleros desde hace décadas, dice que los comisariados de la zona le platicaron del caso. Quedó en eso. En una plática. Como se platica del hongo de la roya que tanto afectó a las huertas de café en 2014 y tumbó la producción a casi cero. Él tampoco quiso saber mucho más. No es su tema, dice en una entrevista en su casa en Atoyac. El Ejército mexicano reportó este hallazgo a principios de 2021, cuando se halló otro plantío en El Porvenir, un pueblo cercano a Río Santiago, más hacia la sierra y alejado de la vía interestatal donde Arturo tiene una huerta de 25 hectáreas de café.
Llegó para quedarse
En febrero de 2021 el presidente Andrés Manuel López Obrador informó en su conferencia matutina que el Ejército había localizado y destruido sembradíos de hojas de coca en la sierra de Guerrero. “Ya sabemos que están experimentando con la coca”, dijo. “Que lo sepan los que se dedican a eso. Encontramos unos cultivos en Atoyac. Ya estamos investigando sobre eso”.
Poco tiempo después, el Ejército invitó a varios medios a El Porvenir donde destruyeron seis sembradíos en una extensión de cuatro hectáreas. También un laboratorio donde se procesaba cocaína. Para 2023, un informe del Ejército obtenido con el uso de la Ley de Transparencia registra que el cultivo escaló a dos municipios de Michoacán: Aquila y Coalcomán. Más hacia Jalisco.
Arturo está en su jardín. Así llama a su casa, “jardín”. Es la parte alta de una construcción con acabados de bambú que él mismo siembra, corta y cura en El Porvenir. Su “jardín” es em realidad un conjunto de árboles gigantes llenos de sombra, plantas de hojas anchas y abundantes que crecen a orilla de arroyos, y veredas de piedras entre ellos. Una hectárea de la sierra en mero Atoyac. Por eso le llaman el edén. Es ingeniero agrónomo y sabe de la química de las plantas. “Lo que no se quiere entender es que el cultivo de hoja de coca llegó para quedarse”, dice.
Algo con lo que el secretario de Gobierno de Guerrero, Ludwin Reynoso Núñez, no está del todo de acuerdo. Entrevistado en su oficina en el Recinto del Ejecutivo en Chilpancingo, dice que “ha disminuido bastante” la siembra de enervantes en Guerrero y que se espera que siga así. Dice que esto es, en parte, gracias a los programas sociales del gobierno federal como Sembrando Vida, una política pública de entregas económicas para que la gente de bajos recursos siembre café y reforeste.
Se le pregunta que si en todo caso la disminución de las plantaciones de amapola, por ejemplo, no es por la salida del fentanilo y la caída del valor de la goma, cuyo precio por kilo ronda los cinco mil pesos, después de estar en 15 mil. Además de los desplazamientos forzados por la violencia de pueblos enteros que se dedicaban a eso.
—Es un fenómeno combinado —dice—. Pensamos que estamos en un momento en el que se pueden generar condiciones para que la gente abandone este tipo de actividades. Sembrando Vida entrega la misma cantidad mensual (cinco mil pesos) del valor de ese producto.
—¿Salvo porque la gente se está yendo también hacia otro cultivo, secretario: la hoja de coca?
—Así es. El Ejército mexicano ha detectado la siembra de este tipo de cultivo en Guerrero. El informe que nos han dado es que se están haciendo una serie de pruebas (pero) aún no daba la calidad necesaria a la coca que se siembra en Colombia. Por ahora sabemos que están en esa fase. Es todo lo que sabemos.
Suspiros sobre las ruinas
De la bonanza del cultivo de café sólo queda la nostalgia. Suspiros para quienes lo vivieron. Y armatostes alzados entre arroyos y cafetales en Río Santiago, El Paraíso y San Vicente de Benítez. Dos poblados más hacia arriba de la sierra. Son los Beneficios húmedos hechos construir por el gobierno federal en los años 70 desde el extinto Instituto Mexicano del Café. Grandes procesadoras donde los productores iban a vender su grano y tenían precios de garantía.
—Había mucho circulante de dinero —dice don Moy—. Aquí se recibía todo el café de este ejido.
El Beneficio de Río está a unos cinco kilómetros del centro del pueblo. Se llega caminando o en bestia. O bien en coche hasta cierto punto de la interestatal y luego a pie sobre un camino inclinado forrado de hojarasca. El arrullo del arroyo se oye a lo lejos. Son mil 500 metros cuadrados de maquinaria. Despulpadoras aún montadas sobre piletas de hormigón. Calderas inmensas con capacidad para 30 quintales de café por unidad, dice don Moy, parado en la parte alta desde donde se aprecia el complejo en su conjunto.
Cada una de las cuatro calderas, empotradas adentro de un galpón, giraban a altas temperaturas para acelerar el secado del café una vez despulpado. Operadores movían manivelas y supervisaban termostatos adheridos a tubos verticales devorados por el óxido. Todo un sistema de diales y manecillas congelado por el tiempo. Ahora dentro de ellas viven murciélagos y avispas.
Inmensos y altos, unos tanques metálicos montados sobre una estructura de hierro recibían el café lavado para trasladarlo por un desagüe hacia las calderas. Todo era mecánico. Se movía con la presión de agua y por la magia de la gravedad. La plancha de concreto que hace medio siglo fue patio de deshidratación y por cuyas cuarteaduras brota todo tipo de maleza está ocupado por un grupo de pobladores de Río que recibe los apoyos de Sembrando Vida. Cuidan pacholes de café que luego sembrarán en sus huertas.
Como éstos sólo hubo tres en todo el municipio. Fue una medida para paliar la crisis social de los 70 en esta parte de Guerrero. En la selva cafetalera se libraba otra lucha. Intensos combates de la guerrilla de Lucio Cabañas contra el Ejército resonaban en los cafetales. Cincuenta años después sólo quedan ruinas. Fue un proyecto ambicioso que trajo una aparente prosperidad a la sierra. La cosecha récord fue en 1985, dice Arturo, con 250 mil quintales. Por fin el campo daría para vivir. Todo fue pasajero. En los últimos cinco años, superada la crisis de la roya de 2014, se cosecharon apenas 40 mil quintales. Es decir, 84% menos.
Cultivo creciente
En cambio, la hoja de coca tiene un futuro prometedor, dice Arturo. Ha platicado del tema con los comisariados de la sierra (también es asesor de la Coordinadora de Comisariados Ejidales y Comunales de Guerrero) y calculan que se deben estar cultivando, ahora, unas cien hectáreas de coca sólo en Atoyac. Informes del Ejército reportan que de siete plantíos hallados en 2021 saltó a 69 en 2022. Es decir, 885% más. Y apenas para mayo de 2023 había brincado a 96 plantíos, un 39% más respecto a 2022. Y 1271% más respecto a 2021, el año en que el Ejército registrara los primeros hallazgos.
—¡No, hombre! —dice en la entrevista—, lo que el Ejército reporta que está destruyendo es mínimo en comparación con lo que se está cultivando. Lo mismo pasaba con la amapola. El Ejército destruía sembradíos en una proporción mucho menor a lo que se estaba cultivando en el momento del mejor precio de la goma. ¿Por qué en 50 años no pudieron controlar la goma si no hasta que salió al mercado el fentanilo?
Es abril, el calor en Atoyac está sobre los 32 grados a la sombra. Arturo hace una llamada. Hace muchas llamadas durante las entrevistas en diferentes momentos. Pregunta si ya se está cultivando hoja de coca en la sierra de Técpan, donde el Ejército aún no lo tenía reportado. Le confirman que sí, que incluso ya se está procesando. Cuelga. Se le pregunta dónde. Dice que es en lo alto de San Luis la Loma y en un poblado llamado Guayabito. Ambos pueblos con vocación por la siembra de enervantes durante años.
Es una fiebre. Como lo fue la fiebre del café en los 80. En un mapa de Guerrero se pueden ir ilustrando las localidades en las que según informes del Ejército se empieza a sembrar. En Atoyac: Río Santiago, El Porvenir, El Limón, El Paraíso, La Pintada, El Edén, Santiago de la Unión, San Vicente de Benítez, La Soledad, El Puente, Las Juntas, San Vicente de Jesús, Los Valles, Plan Grande, Cucuyachi, San Francisco del Tibor, La Remonta, Mexcaltepec, El Salto, San Juan de las Flores, Santo Domingo, Rincón de las Parotas, San Andrés de la Cruz, Los Bajitos, Puente del Rey.
En Tecpan: El Platanillo, Los Valles, Santa Lucía, El Mameyal, El Porvenir, El Pital, Los Pitales, Letrados, Los Humedales, San Luis la Loma, Guayabito, El Porvenir. En Coyuca: Tepetixtla, Compuertas, Cocuyachi, Pueblo Viejo. En Chilpancingo, capital de Guerrero: Buena Vista de la Salud, Jaleaca. En Heliodoro Castillo en los ejidos de Tlacotepec (cabecera del municipio) y en Las Ventanas. Y en Petatlán en el ejido de Corrales y en la misma cabecera municipal hacia la sierra media. En Ajuchitlán del Progreso: en Los Fresnos de Puerto Rico.
Todos estos municipios tienen algo en común: colindan en algún punto de la sierra de Guerrero, apenas conformada por decreto del Ejecutivo del estado como octava región económica. Una iniciativa que según el secretario Ludwin Reynoso es justo para eso: “para integrar al desarrollo a las poblaciones de la sierra”. Aplazada durante al menos 25 años por falta de voluntad de los gobiernos locales en turno. Hay un problema. Las otras siete regiones están integradas por municipios con presupuesto propio. La sierra la integran mil 230 comunidades, dice Arturo García, dispersas en diez municipios distintos de tres regiones diferentes: Centro, Costa Grande y Tierra Caliente.
Hay una efervescencia, dice Arturo. La nueva fiebre por el dinero que promete. La gente de la sierra ya habla del tema como algo común, dice. “Hace unos días le pregunté a compañero de Santiago de la Unión, en la parte baja de Atoyac, que si ya la estaban sembrando allá y me dijo que sí. Que ya está sembrada por todo ese lado. En lo general creo que el gobierno da por perdida la batalla”. En uno de los documentos a los que se tuvo acceso vía Transparencia, el Ejército informa que localizaron tres laboratorios para procesar la hoja de coca. Los tres en Atoyac desde 2021 hasta este 2023.
Cronografía de una planta
Hasta se puede hacer una breve cronografía de la aparición de cultivos de hoja de coca en México. Todo inició en Chiapas en 2014 cuando el Ejército localizó tres sembradíos en Tuxtla Chico. Las tres en pequeñas parcelas de menos de 500 metros cuadrados. Seis años después, todo de acuerdo con un informe proporcionado por Transparencia, se localizó una hectárea más en ese estado. Ahora en Villa Comaltitlán.
Fueron todos los intentos por lo que respecta a Chiapas. Como ingeniero agrónomo, Arturo dice que las condiciones del clima, el suelo no fue propicio para que la planta se diera. Lo contrario que Guerrero. El primer cultivo, ya se dijo, fue en Río Santiago en 2019. El presidente López Obrador dijo que “eran pruebas”. Pruebas de siembra. Sólo que ahora ya hasta se está procesando.
En 2021 el Ejército localizó siete sembradíos más en Atoyac. Dos de una hectáreas y una de dos. Las otras cuatro en parcelas pequeñas de apenas unos cientos de metros cuadrados. En 2022 se disparó a 69 cultivos y brincó de Atoyac a Técpan y Técpan a Petatlán. Ese año, dice otro informe del Ejército al que se tuvo acceso, fueron 33 hectáreas de coca “aseguradas” en 69 plantíos.
Y para mayo de 2023 el cultivo saltó de la Costa Grande, a la Tierra Caliente y a la región Centro, donde se ubica Chilpancingo, capital de Guerrero, y Tlacotepec. Y hasta Michoacán, a los municipios de Aquila y Coalcomán hacia Jalisco. 15.30 hectáreas localizadas en 96 sembradíos en los primeros cinco meses de este año.
El Porvenir
Una atmósfera blanca abrasada por el sol cubre El Porvenir. Son las dos de la tarde y parece un pueblo fantasma. Apenas viven acá unas diez familias de las que no se ve nadie. No hay ladridos de perros con la llegada de los intrusos ni se oyen gallinas. Solo el blanco del sol recibe a los recién llegados y las casas cerradas permanecen mudas. Su nombre es en sí mismo una contradicción.
Escondido entre la selva media cafetalera, el pueblo se asoma cinco kilómetros arriba fuera de la vía interestatal. Diez horas desde la ciudad de México. No hay transporte público para llegar. O se llega caminando o en camioneta por un camino de tierra roja cortado por arroyuelos y cubierto de hojarasca y agujas de pino. Lo bordean encinos, azulillos y guarumbos por la derecha y cafetales por la izquierda. Pericos en parvadas verdean el cielo con su barullo.
Una cancha de basquetbol de aros oxidados asoma a lo lejos. Ningún balón ha botado aquí desde hace años. Doña Juana parece ser la única habitante. Parece que es la única que vive en esta casa. Una casa fresca con corredor de adobe, teja y pretiles. Una televisión encendida se oye dentro. Una mujer joven se asoma un instante. No volverá a salir. No hay niños. Doña Juana camina enjuta hacia los pretiles. Se sienta.
—Hay mucho gobierno ahorita —dice cuando se le pregunta sobre la situación en referencia a los militares.
Sabe del tema porque no hay otro más urgente del que se hable ahora en la región. Dice que cerca de aquí, por donde está el panteón es donde fueron a sembrar la planta. Así dice, “la planta”. Los soldados vinieron hace 15 días. Se llenó todo esto. Estuvieron como un mes. Trajeron avionetas, dice, en aparente alusión a drones que echaron a volar para hacer reconocimiento de los alrededores. Todo empezó como hace tres años, dice. Se refiere a la siembra de la planta. En el Río, en El Cacao y aquí.
La casa de enfrente, al otro lado de la calleja, está invadida por la maleza y la puerta de madera con el aldabón puesto sellada por plantas trepadoras. El Porvenir no es ajeno a la presencia del Ejército. Hace 50 años el pueblo fue arrasado en busca de la guerrilla de Lucio. Y el único delito de este pueblo es que él naciera aquí. La gente de Atoyac lo recuerda con orgullo. El recelo persiste hacia los militares.
A doña Juana, morena, bajita, de blusa pequeña y unas mallas hasta las espinillas, le gusta hablar también de café. O de la crisis que ha provocado su precio bajo y su baja producción. Dice que tiene una huerta de 16 hectáreas. Este año apenas pudo cosechar seis. Cortó tres quintales. 138 kilos. Si todo su café lo vendió tostado y molido a razón de 200 pesos por kilo, debió ganar 27.600 pesos, unos mil 500 dólares según el tipo de cambio. Es con lo que tendrá que vivir todo el año.
Se levanta y camina unos metros afuera de su casa. Tiene que rastrillar un puñado de café tendido en un patio de cemento, pequeño y maltrecho. A este café se le llama natural. El café maduro se deshidrata con toda su pulga y la concentra en la nuez. Es cafeína al cien por ciento. El café más exquisito. Este lo seca así para consumo personal.
—Ya no van sembrar la planta por estos rumbos —dice cuando se le retoma el tema de la hoja de coca. Lo dice por el Ejército que casi se acaba de ir. Y cuando se le pregunta dice que sí, que cree que la seguirán sembrando pero más para arriba. Se equivocó. El cultivo sigue en El Porvenir.
Nueva economía
La semilla de la hoja de coca no es más grande que un grano de arroz. Salen de un fruto rojo más chico que un arándano. Arturo dice que las conoció en El Porvenir en 2021 cuando se supo de aquel sembradío que, además, estaba a un lado de su huerta y las llevó consigo. Ahora las muestra y son eso. Pequeñas semillas color marrón. Pueden pasar como granos de arroz integral. Para que de esta simiente salga una planta y luego una pasta que se convierte en cocaína hay un proceso largo.
En su cadena de suministros los grupos criminales ganan más si la producen, la procesan y la venden, dice Arturo en una de las últimas entrevistas con este reportero. La preocupación es que se encamina hacia el mismo destino: la pugna que los grupos delincuenciales tienen por el control de la goma la tendrán ahora por el control de la cocaína. El conflicto se duplicará.
—¿Cuál es el riesgo con este nuevo cultivo? —se le pregunta al secretario Ludwin. La entrevista ocurre en una sala de juntas vacía. Apenas una mesa ovalada para diez, sin nada más que un par de botellas de agua. Un aire acondicionado empotrado en una de las paredes blancas y dos puertas. Una de las cuales da al despacho del secretario. De allí salió momentos antes. Adusto.
—Está iniciando —dice—. Ha llamado la atención de las fuerzas armadas y del gobierno del estado. Por ello insistimos en fortalecer la ayuda social. Los programas sociales son una alternativa para que los pobladores de esas comunidades no se enganchen en la siembra de esos cultivos.
—Hay quienes dicen que programas como Sembrando Vida son paliativos. Que ante temas como la siembra de enervantes no va a resolver nada.
—El productor es el que puede tener la mejor opinión.
—Un kilo de maíz cuesta en el mejor de los casos 10 pesos. Un kilo de café molido 200 pesos. Comparado con el precio de la goma, un kilo cuesta cinco mil pesos, las diferencias son enormes. ¿No será motivo suficiente para que la gente se enganche?
—Nosotros decimos que ya se puede ir transitando hacia una economía diferente. Es importante establecer nuevas condiciones para que ellos puedan tener una mejor actividad económica. Y lo que nos ha informado el Ejército es que (el cultivo de hoja de coca) no está listo aún como (para que sea) un tipo de sustento económico
El tema no es tan sencillo, dice Arturo. Tiene 44 años trabajando con los cafeticultores de Atoyac y campesinos de otras zonas de la Costa Grande. Dice: “cayó el precio del café, cayó el precio de la goma (en el mejor de los casos está a 5 mil pesos el kilo). ¿Qué hay para cultivar en la sierra de Atoyac?”
Hace cuentas. Lo último que supo es que el kilo de cocaína está en el mercado en 13 mil dólares. Dependiendo del tipo de cambio son unos 237 mil pesos con sus centavos. Por eso habla de una nueva economía con diversificación en los cultivos ilícitos. “El crimen está posicionando la coca para incentivar a los campesinos a sembrarla. Ya se está comercializando. Por eso les urgía mucho procesarla. Hasta trajeron a unos colombianos para asesorar en las etapas de siembra y procesamiento. Y ellos trajeron la semilla”.
—¿De dónde obtuviste esa información?
—Los comisarios de allá arriba lo confirmaron. Ellos los vieron trabajando allá arriba en varias ocasiones.
Y se apresura a separar. Dice que no es la gente común la que se dedica a esto. Cuando se conoció de la siembra en el ejido de El Porvenir lo visitaron unos hombres. Le preguntaron qué sabía al respecto y él dijo lo que sabía: que la estaban sembrando cerca de su huerta. Le ofrecieron investigar. Días después regresaron a verlo y se lo confirmaron. Le dijeron que no había problema. Los que estaban sembrando era de “la gente”. Supo entonces que eran los grupos del crimen quienes lo estaban controlando.
—Guerrero es de los primeros estados en este cultivo —se le recuerda a Ludwin.
—Es un reto que hay que atender. La presencia del Estado nos va a ayudar a que no se incremente. Está en ciernes el tema. Creo que es un buen momento para que podamos atenderlo.
Esta investigación periodística hace parte del proyecto #Narco Files: El Nuevo Orden Criminal, un trabajo colaborativo transnacional sobre el crimen organizado global, sus innovaciones, sus innumerables tentáculos y quiénes los combaten. El proyecto, liderado por el Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP) con el apoyo del Centro Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), del que participó Infobae, se inició con una filtración de correos electrónicos de la Fiscalía General de Colombia que fue compartida con más de 40 medios de comunicación del mundo, quienes examinaron durante meses el material junto a cientos de otros documentos judiciales, estatales y privados; numerosas bases de datos privadas y públicas; y realizaron entrevistas múltiples con protagonistas, fuentes confidenciales, expertos e investigadores, entre otros.
Por David Espino (El Universal, México).-