Los cubanos se ven, nuevamente, en la antesala de una crisis. Acostumbrados a pasar de una a otra, los isleños deben hacer frente, ahora, a la escasez de combustibles y sus múltiples consecuencias.
El régimen de Miguel Díaz-Canel anunció esta semana en una intervención televisiva que Cuba se encuentra en una situación “estrecha” -aunque no de “cero combustible”- que, de igual manera, obligará a las autoridades a imponer medidas de austeridad para racionar los carburantes.
“No vamos a tener el nivel de combustible que necesitamos ni el que teníamos meses antes”, dijo el ministro de Energía y Minas, Vicente de la O Levy y adelantó que los primeros efectos de esta crisis comenzarán a notarse a partir del 1 de octubre.
Estas consecuencias, sin embargo, no son menores en la sociedad cubana, que lucha a diario para poder trabajar y acceder a productos básicos para subsistir.
Uno de los principales efectos se ve en los alimentos que, de por sí ya son difíciles de conseguir en la isla y, cuando se los encuentra, es a precios elevados.
Para paliar estos períodos de escasez, muchos cubanos aprovechan para congelar carnes y otros productos, que racionan con el correr de las semanas. Pero, la falta de combustible para las centrales termoeléctricas, llevará a nuevos apagones que pueden prolongarse por largas horas y echan a perder la comida.
Esta crisis también genera una parálisis en las actividades económicas ya que muchas de ellas requieren de energía o carburantes y, a la par, dificultan la llegada de muchas personas hasta sus trabajos o los locales comerciales.
La falta de combustible en Cuba no es una cuestión reciente; por el contrario, data de hace años.
Para reducir el descontento social y evitar nuevas manifestaciones, como las que tuvieron lugar el 11 de julio de 2021, el régimen había intensificado sus esfuerzos por reducir los apagones en la temporada de verano, cuando el uso de ventiladores y aires acondicionados es crucial.
Sin embargo, una vez finalizados los meses de mayor calor, las medidas se endurecieron y los problemas afloraron nuevamente.
El analista cubano Jorge Piñón, del Instituto de Energía de la Universidad de Texas, en Austin, dijo que esta situación responde a un “círculo vicioso” en el que no ve “la luz al final del túnel”.
“Cuba no tiene ni tiempo ni dinero”, lamentó y explicó que hay dos cuestiones básicas que permiten entender la recurrente crisis.
Por un lado, señaló la falta de inversiones en centrales termoeléctricas que, en estos momentos, ya suman “unos 8.000 millones” de dólares y con las que se podría “recapitalizar” los edificios de “más de 40 años” que son responsables de dos tercias partes de la electricidad en la isla.
A su vez, comentó que el crudo de la isla es “extra pesado, con un alto contenido de azufre”, lo que corroe las máquinas en las centrales y acelera su desgaste. Así, cada vez que se descomponen es necesario pausarlas hasta conseguir un repuesto del exterior, otro dolor de cabeza.
Cabe resaltar, también, que La Habana debe importar su combustible, casi a diario.
El régimen implementó otra alternativa para afrontar los problemas energéticos, que consiste en el alquiler de centrales flotantes. Ya son siete las adquiridas en los últimos cinco años que han permitido solucionar parcial y rápidamente los apagones pero que no logran revertir el problema de fondo y dejan nuevamente a la sociedad inmersa en una crisis.
(Con información de EFE)