El hombre hizo una petición inusual a Miguel Arnulfo Valle, su patrón. Pidió prestada por tres días la máquina retroexcavadora que el patrón acababa de comprar para usar en sus extensas haciendas en las montañas de Copán en el oeste hondureño, fronterizo con Guatemala. El jefe accedió y el hombre desapareció montaña adentro por una semana. Cuando regresó a devolver la máquina, sonrió: “Gracias, don Arnulfo, me ahorré buen trabajo”, le dijo.
El hombre se llama Carlos Emilio Arita Lara y en Copán lo conocen como El Muco, Milo o El Toro. Aunque él lleva ya ocho años preso, siete de ellos en una cárcel de Estados Unidos, en Honduras aún se escuchan los relatos de sus días como sicario de Los Valle Valle, uno de los clanes de narcotráfico más sangrientos del país.
Lo que El Muco hizo con la retroexcavadora es un cementerio clandestino masivo para enterrar a todas sus víctimas, a las que él había matado por cuenta propia y a las que había despachado por órdenes de Miguel Arnulfo y Luis Alonso Valle, sus jefes y cabecillas hasta 2014 del clan de narcotraficantes.
La historia de la máquina retroexcavadora la cuenta un exfuncionario de la zona que ha acompañado a Infobae durante varios recorridos por La Entrada, El Espíritu, Santa Rosa y otros pueblos y caminos de Copán. “El era el hombre de confianza de Los Valle para el sicariato”, dice.
“La había pedido (la máquina) por tres días, pero la tuvo una semana. La había estado usando para hacer tumbas; no estar excavando tumba por tumba, sino ayudarse de la retro para eso, para enterrar a la gente a la que iba matando”, cuenta el exfuncionario, quien habla desde el anonimato por su seguridad y la de su familia: la huella del clan Valle, aunque debilitada desde que sus líderes fueron extraditados a Estados Unidos a mediados de la década pasada, sigue presente en Copán y las actividades del grupo han vuelto a retomar fuerza durante el gobierno de la presidenta Xiomara Castro de acuerdo con un informe de inteligencia policial al que Infobae ha tenido acceso.
La policía hondureña tuvo noticias del cementerio clandestino de Arita en las montañas de Copán, pero nunca llegó a intervenirlo. Incluso, dice un oficial de la Policía Nacional que entre 2012 y 2016 siguió la pista a Los Valle y sus herederos, la inteligencia antidrogas hondureña supo que el de El Muco no era el único depósito de cadáveres en Copán en aquella época.
Cuando Los Valle dominaban Copán, su influencia directa se extendía desde La Entrada, una ciudad pequeña ubicada sobre la carretera que conecta el occidente hondureño, fronterizo con Guatemala, y San Pedro Sula, la capital comercial en el norte del país. Durante casi dos décadas, Los Valle y sus sicarios mandaban aquí. Y de acuerdo con las investigaciones que agentes policiales y fiscales estadounidenses han escrito en centenares de folios anexos a procesos judiciales contra narcos y políticos hondureños, uno de los principales argumentos del clan fue siempre la violencia.
Pero incluso para Los Valle la forma en que El Muco ejercía esa violencia era a veces demasiado. Un religioso hondureño que fue párroco en una iglesia en Santa Rosa de Copán cuenta que Carlos Emilio Arita tenía bajo su mando a un pequeño ejército de sicarios a quienes nadie se atrevía a mirar de frente. “Eran la mayoría güirros (jóvenes) que andaban armados y a los que todos le tenían miedo”, cuenta el sacerdote, quien asegura haber escuchado historias sobre violaciones de niñas atribuidas al grupo de El Muco.
Cuando su operación de narcotráfico era ya demasiado visible para las autoridades hondureñas y estadounidenses que les seguían la pista desde principios de la década pasada, Los Valle tenían que hacer esfuerzos extra para contener a su jefe de sicarios, según cuenta el exfuncionario de Copán. “Los Valle lo mantenían bajo control para que no tomara (bebidas alcohólicas) porque cuando tomaba él se enloquecía y armaba escándalos públicos disparando sus armas largas, atemorizando a la población. Cuando se les salía de control a Los Valle tenían que ir a desarmarlo y a tratarlo porque se enloquecía completamente”, dice.
Los Valle, además de El Muco, tenían otros sicarios a los que encargaban asesinatos de enemigos, colaboradores de la policía y otros con los que querían dejar mensajes. Uno de esos asesinos es un guatemalteco al que un investigador hondureño de inteligencia policial solo identifica como El Profesor. Su marca característica, según los testimonios recogidos en Copán, es que este sicario se tomaba el tiempo para explicar a sus víctimas porqué las estaba matando.
“El profesor era otro sicario de origen guatemalteco que era quien regañaba a las víctimas. Les explicaba porque los mataba y les decía que no debían de haber hecho eso porque eso molestaba a los patrones”, dice el exfuncionario que conoció a Los Valle y algunos de sus empleados.
Miguel Arnulfo, Luis Alonso y José Inocente Valle Valle, un tercer hermano del clan, fueron arrestados en octubre de 2014. Durante meses, el entonces presidente, Juan Orlando Hernández, quiso agenciarse la captura como un logro de su gestión antinarcotráfico, pero investigaciones posteriores y testimonios de policías hondureños y estadounidenses de la época revelaron que Hernández, en realidad, no tuvo nada que ver con el operativo de captura, y que el general Ramón Sabillón, entonces jefe de la Policía Nacional, lo hizo a espaldas del mandatario y en estrecha colaboración con la DEA estadounidense.
Tras la captura de Los Valle, como suele ocurrir en las organizaciones criminales, hubo un periodo de reacomodo, a veces violento, que dejó a Carlos Emilio Arita, El Muco, como jefe interino del clan, según algunas versiones policiales. Hay, sin embargo, quien duda de eso: “Lo de él no era mandar, era matar”, dice un investigador hondureño. Lo cierto es que El Muco huyó a Guatemala poco después de la captura de sus jefes y desde ahí operó por un tiempo, moviendo parte de los cientos de kilos de cocaína que seguían llegando a Copán. En octubre de 2015, un año después que Los Valle, El Muco también cayó.
El 2 de octubre de 2015, la policía guatemalteca capturó en la ciudad portuaria de Izabal, en la zona fronteriza con Honduras, a un hondureño que se identificó como Porfirio Montúfar Arita. Las investigaciones habían determinado que se trataba, en realidad, del sicario de Los Valle. Como sus antiguos jefes, El Muco fue a parar, extraditado, a una cárcel estadounidense, donde su testimonio alimentó los casos de la justicia norteamericana contra los hondureños, incluido el expresidente Hernández.
El narco nunca se fue
Las historias sobre El Muco sobreviven en Copán, desde La Entrada hasta las montañas que rodean El Espíritu, la aldea de la que Los Valle son originarios y donde tuvieron durante dos décadas su cuartel general. Una de ellas es la del día en que el jefe de sicarios de Los Valle se escabulló de una posta policial, conocida como Tepemechín, con un cargamento de drogas a través de un río que siguió montaña arriba hasta los caminos rurales que conducen a El Espíritu.
La posta policial puede verse desde un pequeño café, el Café San Juan, ubicado en la orilla sur de la carretera que conduce de La Entrada, uno de los principales enclaves comerciales de la zona, hasta Copán Ruinas, un pueblo turístico que alberga vestigios de la civilización maya y es fronterizo con Guatemala. Sentado frente a una de las mesitas del café, el exfuncionario copaneco señala la posta y recuerda la huida de El Muco. “Hubo disparos, pero logró huir por la cuenca del río Tepemechín, que es afluente del Chamalecón”. Por esos ríos, dice esta historia, El Muco llegó hasta las estribaciones del Parque Nacional Cerro Azul, a El Espíritu, donde entonces no había más ley que la de Los Valle.
A las capturas de los líderes del clan Valle y su jefe de sicarios siguió la caída de Alexander Ardón, ex alcalde de El Paraíso, un pueblo aledaño a El Espíritu. Durante años, Ardón y Los Valle habían compartido rutas en el occidente hondureño. Hacia el este, otro clan controlaba el tráfico, el de Los Hernández, la familia del entonces presidente, según han determinado las investigaciones de la fiscalía del Distrito Sur de Nueva York en el expediente abierto a Juan Orlando Hernández por narcotráfico y tráfico de armas, por el que el exmandatario espera juicio en una cárcel de la ciudad estadounidense.
Casi una década después de la caída de Los Valle, y tras la consolidación del narcotráfico que siguió en Honduras de la mano del poder político de Hernández, el mapa del crimen organizado se ha ido reconfigurando en el occidente hondureño, que sigue siendo el punto de salida de miles de toneladas de cocaína que siguen pasando por el corredor centroamericano.
En su reporte más reciente sobre la situación de los derechos humanos en el mundo, el Departamento de Estado en Washington reseña, por ejemplo, que la violencia atribuible al narcotráfico sigue siendo uno de los principales problemas de Honduras.
“Grupos criminales, incluidos traficantes de droga y pandillas locales y transnacionales, estuvieron entre los perpetradores de crímenes violentes y cometieron homicidios, actos de tortura, secuestros, extorsión, tráfico de personas, intimidación y otras amenazas de violencia…”, se lee en el capítulo que el Departamento de Estado dedicó a Honduras en su informe de 2022. El gobierno de Xiomara Castro, añade el reporte, “investigó y persiguió algunos de estos crímenes, pero la impunidad es extendida”.
Castro, elegida presidenta del país tras dos años de mandato de Juan Orlando Hernández, llegó al poder en enero de 2022 prometiendo acciones contundentes contra el narcotráfico y la corrupción gubernamental. Una de sus promesas fue establecer en Honduras una comisión internacional de apoyo a la investigación de crímenes de alta corrupción y relacionados al narco, pero la negociación con Naciones Unidas, llamada a apoyar el organismo internacional, se ha alargado.
Sobre el gobierno de Castro pesan también señalamientos de que ha mantenido en el poder a militares que han estado vinculados al narcotráfico, como es el caso de Elías Melgar Urbina, quien de acuerdo con una investigación de The Intercept, tuvo relaciones con el narcotraficante Giovanni Fuentes, acusado en Estados Unidos de, entre otras cosas, administrar un narcolaboratorio junto al expresidente Hernández. Castro mantuvo a Melgar en altos puestos de la seguridad pública y despachó a Ramón Sabillón, el policía que había detenido a Los Valle en 2014.
Durante los primeros días de su mandato, Castro y Sabillón hicieron efectiva la extradición del expresidente Hernández a Estados Unidos. En marzo de 2023 fue extraditado el exdiputado hondureño Midence Oquelí, a quien los norteamericanos acusan de haber trabajado con Los Cachiros, otra de los grandes clanes de narcotráfico en Honduras. Oquelí era cercano a Manuel Zelaya, esposo de la presidente y uno de los hombres fuertes del gobierno hondureño actual.
Lejos de los pasillos del poder hondureño, y a pesar del cambio de gobierno, el narco se ha vuelto a reacomodar en Copán. Así lo dijeron a Infobae un oficial estadounidense que conoce la situación actual del narcotráfico en Centroamérica y dos investigadores hondureños.
Desde El Paraíso, el pueblo en el que mandaba el exalcalde Alexander Ardón, sus hijos siguen controlando los negocios familiares. En el caso de Los Valle, una línea de investigación apunta a que Digna Valle, hermana de Miguel, Luis y Vicente, sigue moviendo los hilos desde Texas, donde vive en calma luego de cumplir pena en Estados Unidos y haber prestado testimonio en varios casos abiertos por la justicia estadounidense. Otro investigador asegura que son los hijos de los viejos cabecillas quienes mandan ahora.
Un informe de la inteligencia policial hondureña, al que Infobae tuvo acceso, maneja la tesis de que Luis Valle, hijo de Luis Alfonso Valle, y Yosari Valle, hija de Miguel Arnulfo, son quienes ahora llevan las riendas, la mayor parte del tiempo desde Guatemala, cuya frontera porosa con Copán les permite ir y venir sin mayores problemas, como antes lo hicieron sus padres. La inteligencia de Honduras añade algo más: los herederos son más violentos que sus progenitores; se parecen más a Carlos Emilio Arita, El Muco, el viejo sicario que construyó un cementerio clandestino con una retroexcavadora.