Alejandro Gutman es el hombre del momento en El Salvador. Este argentino, muy conocido en el país centroamericano por el trabajo social realizado con la Fundación Forever, llenó los titulares después de que el presidente Nayib Bukele lo nombró para liderar una nueva etapa de su plan de seguridad.
Gutman coordinará la implementación de la fase seis de este plan, denominada “integración”. Una clara referencia al modelo de desarrollo social —”la cultura de la integración”— que Gutman llevó adelante en El Salvador en las últimas dos décadas.
El objetivo es que el gobierno, la empresa privada y las organizaciones civiles “se integren” para apoyar a los jóvenes a completar su educación y encontrar empleos que mejoren la calidad de vida de sus familias. También busca involucrar a padres y abuelos como promotores voluntarios en temas sociales, como la prevención de la violencia en comunidades afectadas por pandillas. Trazar puentes, en definitiva, entre los más marginalizados y el resto de la sociedad. El único camino, según Gutman, para generar cambios reales y duraderos en las condiciones de vida.
Este modelo se incorporó en una ley votada por unanimidad en 2019 y ahora se convierte en política pública en El Salvador, con la creación de la Dirección Nacional de Integración, un nuevo organismo autónomo que será liderado por Gutman.
“Es una oportunidad maravillosa”, dice Gutman en una entrevista exclusiva con Infobae. “Siempre pensé que una fundación y una persona no pueden cambiar el país, pero sí lo pueden hacer las políticas públicas”.
—¿Por qué el presidente Nayib Bukele decidió convocarlo para coordinar esta nueva fase del plan de Control Territorial?
—En 2022, después de 20 años al frente de la Fundación Forever, comencé a comentar en los medios que se venía el momento de dar un paso al costado. Entendíamos que, a partir de los resultados obtenidos en los proyectos integradores, era el momento adecuado para que el Estado, a través de políticas públicas, pudiera tener un lugar preponderante para lograr un impacto mucho mayor en la población. Los resultados estaban a la vista, eran muy elocuentes y me parecía que era el momento de hacer esa transición. Fue ahí cuando recibí un llamado del presidente Bukele. Yo, a lo largo de los años, ya me había reunido varias veces con él, incluso cuando era alcalde de San Salvador. Esta vez nos reunimos durante cuatro horas. Me dijo: “Alejandro, usted ha encontrado soluciones muy claras y muy importantes y quisiera que que nos acompañáramos juntos en todo esto. El pueblo salvadoreño debe abrazar ese nuevo modelo de desarrollo”. A partir de allí, decidió crear la Dirección Nacional de Integración y darle forma a la ley para constituirla.
—¿Qué impacto espera lograr en este nuevo rol?
—Este cargo, que es ad honorem, es algo que yo no busqué para nada. Fue la lucha de estos 20 años lo que impulsó que este nuevo modelo de desarrollo social, que tantos resultados dio en el país, se convirtiera en política pública. Eso es lo que yo busqué siempre. Ahora me compromete aún más con cientos de miles de salvadoreños a los que vamos a poder llevar estos proyectos integradores y a construir esta cultura de la integración. Poder contar con el apoyo del Estado y con la voluntad política para poder llevar adelante todos estos proyectos es una oportunidad maravillosa por la que luchamos tanto tiempo.
—El nuevo papel que asume parece presentar ciertos desafíos políticos. Bukele es un presidente que tiene altos índices de aprobación en su país, pero su plan de seguridad enfrenta críticas tanto de la oposición como de organizaciones de derechos humanos. ¿Cuál es su visión sobre esto?
—A mí me ha tocado hablar con todos los presidentes en estos 20 años, de izquierda y derecha. Con todos hablé y me reuní. Aún así nunca hablé de la política partidaria porque realmente no creo aportar demasiado. Dicho esto, la realidad es que las condiciones de seguridad en El Salvador hoy son opuestas a las que experimenté durante los últimos 20 años en mis visitas diarias a las diversas comunidades, donde el pueblo vivía situaciones muy pero muy complejas. Es muy difícil que otros pueblos entiendan esa opresión y esa miseria en que se ha tenido que vivir. Es muy difícil comprender los niveles de violencia y de dependencia que las pandillas han generado. Y hoy la vida es completamente distinta en ese aspecto. Yo creo que el preocuparse por el desarrollo de un pueblo es algo que no he visto jamás, no he visto jamás esta voluntad política. Entonces este marco crea una posibilidad tremenda para el desarrollo de los salvadoreños y es un marco excepcional que hay que valorar en toda su dimensión.
—¿Cómo piensa mejorar la integración en el El Salvador?
—A través de esta larga experiencia en El Salvador descubrí que la causa principal de tanta pobreza ha sido la desintegración. Esta experiencia me ha permitido hacer un corte transversal de toda la sociedad salvadoreña. Poder estar en las comunidades, en las escuelas, con los jóvenes, con los abuelos, con los empresarios y los artistas, los medios de comunicación, los pandilleros me formó y me dio una mirada muy especial. Y realmente me he dado cuenta que la desintegración ha sido el común denominador que ha generado tanta pobreza en el país, e incluso diría en en la mayoría de los pueblos latinoamericanos… Lo que vi es que se forman dos mundos: uno en el que la gente vive más o menos bien y otro en el que se le hace imposible el acceso a la educación, a la salud, al trabajo, al crecimiento profesional y económico, al arte, al entretenimiento... y así, generación tras generación, no pueden más salir de ese ámbito. Siempre pensé que una fundación y una persona no pueden cambiar el país, pero sí lo pueden hacer las políticas públicas y los recursos maravillosos que que existen en las organizaciones internacionales y en los países.
—¿Qué oportunidades ve para promover la integración, por ejemplo en áreas como la educación, el empleo, la igualdad de oportunidades?
—Con la Fundación Forever ya pudimos cambiar el sistema de ingreso en la universidad en El Salvador. Miles de jóvenes se han graduado con títulos universitarios y otros miles con títulos terciarios. Cambiamos el sistema gracias a un proceso formativo que ideamos entre la Universidad y las escuelas y donde participaban las empresas y las comunidades. Según este modelo, se le otorgaba una beca a cualquier joven que pudiera sacarse la nota mínima de graduación, que es el 7. Ya no se requería un 9 o un 10, algo que lograba sólo un porcentaje muy reducido. Estamos hablando de jóvenes que se enfrentan a condiciones muy pero muy adversas de violencia, que tienen que levantarse a las 3 de la mañana para ir a la escuela, caminar solos por las comunidades, por los ámbitos rurales. A ellos les ha costado, nosotros no le hemos podido dar ni los pasajes, ni las comidas, ni siquiera pudimos ayudarlos con las fotocopias. Pero sí los ayudamos con el acceso a las universidades y cada uno, con un enorme esfuerzo, lo ha hecho. Este impacto se multiplicó en cientos de miles de jóvenes profesionales que, posteriormente, regresaron a sus comunidades para ofrecer servicios, como atención psicológica, trabajo social y asesoría legal, a personas que nunca habían tenido acceso a ellos. También buscamos incluir el arte, el entretenimiento, todas esas cosas a las que históricamente no han tenido acceso y que han contribuido al empobrecimiento en el que viven.
—¿Es un modelo replicable en otros países de la región?
—Yo estoy seguro que que esto beneficiaría a muchísimos pueblos latinoamericanos, en donde los jóvenes graduados no encuentran todavía una posibilidad de trabajo y no conocen demasiado la realidad de su país.
—¿Están considerando algunas colaboraciones o alianzas estratégicas con otros actores?
—Absolutamente sí, es que es imposible no hacerlo de ese modo. El presidente el viernes, poco después de terminado el anuncio, reunió a una buena parte del cuerpo diplomático y a los máximos representantes de los organismos internacionales. Estaban las Naciones Unidas, la Unión Europea. Yo, que he sido muy crítico a lo largo de estos 20 años con el uso ineficiente de los recursos por parte de las organizaciones internacionales, les pedí por favor que le dieran una oportunidad a un nuevo modelo de desarrollo social, que compartan esos recursos para poder transformar esta realidad nacional y que la gente realmente pueda transformar sus condiciones de vida. Va a ser fundamental contar con ese apoyo porque cuentan con recursos importantísimos.
—¿Cómo planea involucrar a la sociedad civil y a la comunidad en general en estos esfuerzos para mejorar la integración?
—Esto lo más importante de todo. Por años, por décadas, por generaciones la gente se ha acostumbrado a esperar, a desilusionarse, a una esperanza que no conduce a nada y desgraciadamente ese se ha convertido en un embudo para el progreso y para el desarrollo que pocas veces se ha tenido en cuenta. Para mí, y esto lo venimos diciendo desde hace muchos años, la participación de la gente es lo más importante. Es un esfuerzo tremendo porque requiere un cambio mental. Es un cambio emocional, es un cambio cultural, es un cambio social en el que hay que trabajar.
—¿Cómo piensan evaluar y eventualmente ajustar estas estrategias y estos proyectos en función de los resultados?
—Hay maneras que son muy fáciles. Es muy fácil ir a las distintas universidades y ver cuántos chicos se han graduado, los miles que lo han hecho. Ahora, como damos un paso institucional importantísimo, se están creando los casilleros en el organigrama con las personas que van a dedicarse al control de la implementación. Hay toda una cadena de rigurosidad científica para que esto pueda ser documentado y nos vayamos dando cuenta de las transformaciones, ver en dónde hay que mejorar, en dónde estamos yendo por el camino correcto y en dónde debemos ajustar algunas cosas. Ahora estamos tratando de elegir a la gente más adecuada para poder llevarlo adelante. Para nosotros la utilización eficiente de recursos es lo más importante. Es fundamental usar los recursos de manera eficiente para asegurar que todos los esfuerzos y actividades tengan un impacto real en la mejora sustancial de la calidad de vida de las personas e instituciones que se están buscando beneficiar.
—Esto para usted también plantea el desafío de construir consenso y apoyo en un contexto político complejo y diverso. ¿Cómo piensa hacerlo?
—Desde el primer momento, seguiremos trabajando con una gran responsabilidad. Es más, extendemos una invitación abierta para que las personas participen como observadores o se sumen a nuestros esfuerzos. Esta iniciativa está abierta a cualquiera que desee examinarla, criticarla o respaldarla. Vamos a ser lo más prácticos posible y estoy seguro de que en la próxima semana ya estaremos empezando con los primeros proyectos.
—¿No teme, por un lado, las críticas de los opositores de Bukele y, por otro, que su figura, con el prestigio que tiene en El Salvador, sea utilizada para fines políticos?
—Yo he tenido a lo largo de los años muchísimas críticas de todo tipo. Siempre he sido muy abierto, he invitado a todo el mundo, pero nadie venía a las comunidades, nadie venía a acompañarnos, todos tenían mucho miedo y mucha diría pereza en acompañar y conocer más la realidad de su país. Y las críticas las he recibido incluso en algunos ámbitos en las comunidades, cuando uno tocaba ciertos intereses. Hay que estar preparado. Esto es inevitable. No quiero prestarme a contestarle a todos porque si no a uno lo terminan desgarrando y no es conveniente desenfocarse. Si yo he sido capaz de dejar a mis hijas, a mi esposa y a mis socios por 20 años, no puedo darme el lujo de desenfocarme de lo que quiero hacer y de lo que hemos querido hacer, que es justamente la posibilidad de transformar al pueblo salvadoreño.
—De acá unos años, ¿qué logros sueña con haber alcanzado?
—Yo siempre pensé que no iba a ver los resultados. Que me iba a morir antes porque sabía de qué se trataba esta lucha. De cambios estructurales muy fuertes y siempre en condiciones tan adversas de trabajo. Y hoy me toca esta hermosa responsabilidad y existen oportunidades para transformar la vida de cientos de miles, e incluso millones, de salvadoreños a través de proyectos que hemos creado. Estoy completamente convencido de que estos proyectos generarán un cambio radical en sus vidas y los ayudarán a superar la pobreza. Yo siento que ahora los jóvenes salvadoreños tendrán posibilidades de estudiar y podrán realmente trabajar en ámbitos formales. Que el arte y los artistas estarán vinculados con la población pobre, que podrá emocionalmente tener una mirada distinta en relación a la pobreza. Que la gente tendrá acceso a otro tipo de capacitación y salud. Que las universidades estarán pensando mucho más mirando a su pueblo. Que las empresas utilizarán parte de los recursos en cosas mucho más eficientes con esa responsabilidad social. Que las organizaciones internacionales utilizarán cientos y tal vez miles de millones de dólares en proyectos realmente de impacto.... siento que los buenos pasarán a tener en cientos de miles un rol protagónico en el desarrollo de su pueblo. Si llegamos hasta acá, cómo voy a pensar de otra manera, ¿no?