Los tres entierros de Salvador Allende

Una memoria personal de la muerte y los funerales por los que pasaron los restos del ex presidente chileno derrocado por el golpe del general Pinochet, hace exactamente 50 años. Los testimonios de primera mano de su médico y de su asesor de prensa

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El presidente Salvador Allende en el Aeropuerto de Pudahuel, esperando el arribo de Fidel Castro, el miércoles 10 de noviembre de 1971. (retoque y color Alberto Sironvalle, X, Twitter)
El presidente Salvador Allende en el Aeropuerto de Pudahuel, esperando el arribo de Fidel Castro, el miércoles 10 de noviembre de 1971. (retoque y color Alberto Sironvalle, X, Twitter)

Finalmente se habían abierto las grandes alamedas. No era para que pasara el hombre nuevo como había predicho, sino él mismo. El cortejo avanzó por la Alameda O´Higgins entre los gritos interminables de ¡Allende! ¡Allende! Y dio la vuelta por la calle Morandé para pasar por el lugar que lo había visto por última vez en vida, el Palacio de la Moneda, la casa del presidente de Chile. Se detendría un momento allí, en lo que había sido Morandé 80, la puerta ahora clausurada que llevaba más directamente al despacho del presidente, la que usaba el Chicho Allende cuando salía o entraba corriendo por alguna crisis.

En ese preciso instante en que el coche fúnebre con el féretro en su techo cubierto por una caja de cristal disminuye su marcha y pasa frente a lo que era entonces una ventana ideada por los que reconstruyeron el edificio tras el bombardeo al que lo sometieron el 11 de septiembre de 1973 y en el que murió el presidente Salvador Allende, todo se movió de pronto y caímos casi un metro en el vacío. Pensé en un terremoto. Es lo más habitual en Chile. Se había desplomado una parte de la estructura tubular donde estábamos los periodistas filmando el momento preciso en que los restos del ex presidente pasaban por el lugar donde lo habían sacado muerto.

Tuvimos suerte. No hubo heridos, apenas algún golpe. Nos levantamos y salimos corriendo para la Catedral, a cinco cuadras, donde el gobierno y el obispo le hacían un responso al socialista y masón Allende. No sé a quién se le ocurrió realizar una ceremonia religiosa en la que se veían incómodas a su viuda, Hortensia “La Tencha” Bussi, y a su hija, la diputada socialista Isabel Allende, de igual nombre que su prima, la escritora.

Soldados y bomberos sacan el cuerpo del presidente Allende, envuelto en un poncho, por la puerta de Morandé 80 del palacio de La Moneda tras el bombardeo durante el golpe del 11 de septiembre de 1973. (AP Foto/El Mercurio)
Soldados y bomberos sacan el cuerpo del presidente Allende, envuelto en un poncho, por la puerta de Morandé 80 del palacio de La Moneda tras el bombardeo durante el golpe del 11 de septiembre de 1973. (AP Foto/El Mercurio)

Corrí junto al “flaco” Raúl Cuevas y a Ricardo Correa, dos camarógrafos que habían estado allí el día del golpe y que me contaron en varios asados muy bien regados de carmeniere las más increíbles situaciones que habían vivido. Eran muy jóvenes. El flaco había acompañado a Allende como fotógrafo toda la campaña de Allende hasta convertirse en presidente en 1970. Le ofrecieron un puesto, pero él le pidió disculpas al Chicho y siguió trabajando como camarógrafo de una agencia británica. Prefería que el mundo supiera de la revolución pacífica que se estaba viviendo en su país a través de las imágenes que él mandaba. Ricardo era ese 11 de septiembre el asistente de su padre, camarógrafo de la CBS estadounidense. Desde un balcón de lo que era el Ministerio de Economía sobre la Calle Teatinos había visto cómo los aviones de la Fuerza Aérea lanzaban los “rockets” contra La Moneda. Escaparon con los rollos de lo filmado por los techos y lograron despacharlos. Al día siguiente fueron las imágenes con las que abrió el noticiero de la cadena CBS conducido por el mítico Walter Cronkite. Y dieron vuelta por las televisiones del resto de la Tierra.

Para entonces, ya habían quedado en el viento las últimas palabras de Allende en su extraordinario discurso escrito por él bajo las bombas:

“Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición”.

El cuerpo de Salvador Allende es trasladado al Cementerio General de Santiago por la Alameda O´Higgins el 4 de septiembre de 1990. (AP Foto/Marco Ugarte)
El cuerpo de Salvador Allende es trasladado al Cementerio General de Santiago por la Alameda O´Higgins el 4 de septiembre de 1990. (AP Foto/Marco Ugarte)

Fue el último discurso de Allende transmitido por Radio Magallanes, la que le quedaba leal en ese momento. Después ocurrió lo que me relató y dejó escrito en su libro, Oscar Soto Guzmán, uno de los médicos del presidente que estuvo hasta el final:

“El 11 de septiembre de 1973, a las 14:10 horas, minutos más o minutos menos, yo subí las escaleras de Morande 80; el Presidente me emplazó en los siguientes términos: “Doctor, que pasa”. Mi respuesta fue: “Presidente, los militares han tomado la primera planta del Palacio y nos dan 10 minutos para que bajemos y nos rindamos”. El Presidente, que se encontraba, en la segunda planta, en un rellano donde la escalera terminaba, acompañado de su guardia personal y otros profesionales y asesores, dijo con expresión categórica: “Bajen en fila india, yo bajaré el último”. Así ocurrió. Aprovechando su situación de último de la fila. El Presidente se desplazó al salón Independencia, con la puerta entreabierta al pasillo, se sentó en un sillón y se disparó. Un par de médicos que eran los últimos tuvieron la sospecha, la sensación de lo que ocurría, pero el doctor Patricio Guijón, que abandonó la fila y retrocedió, en busca de una máscara anti-gas que habíamos abandonado, alcanzó a visualizar la escena. Entró al salón Independencia y observó el cuerpo del Presidente con el cráneo destrozado, la metralleta entre sus piernas y el cuerpo semiinclinado. Guijón se sentó en una silla y esperó la llegada de un grupo de militares, encabezados por el general Javier Palacios que había dirigido las operaciones militares de toma de la Moneda. Después, cuando Guijón salió del Campo de Concentración de la Isla Dawson, en el extremo sur del país, me dijo: “Vi una puerta y me asomé instintivamente. En ese preciso instante vi que el presidente, sentado en un sofá, se disparaba con una metralleta que tenía entre las piernas. Yo lo vi pero no lo sentí. Vi el sacudón de su cuerpo y como volaba la bóveda craneana”.

Salvador Allende llegando a La Moneda cuando asumió la presidencia en 1970. (Pres. Chile)
Salvador Allende llegando a La Moneda cuando asumió la presidencia en 1970. (Pres. Chile)

El relato tiene significado histórico porque en esos años sobrevolaba la versión que había inventado Fidel Castro y repitió Gabriel García Márquez de que Allende no se había suicidado sino que lo habían matado los militares que entraron a La Moneda. Carlos “El Negro” Jorquera, que fue el asesor de prensa del presidente y que también estuvo hasta último momento en la oficina presidencial me contó algunos detalles en varias charlas de café . Creo que la primera vez nos vimos fue en el café del mítico hotel Carreras, allí frente a la Plaza de la Constitución y de La Moneda. Nos reímos con ganas con esta anécdota de ese día trágico:

-Nosotros no tenemos miedo ¿no Negro?, le dijo Allende cuando comenzaron a caer las bombas.

-Miedo no, Presidente … ¡lo que tengo es susto: estoy cagado de susto!

Fue la última sonrisa que le vi al Chicho y que yo expresé en mucho tiempo, me dijo.

Un momento después las balas alcanzaron a su amigo del alma, Augusto “El Perro” Olivares Becerra, también asesor de prensa de la presidencia y director de Televisión Nacional de Chile.

El "Negro" Carlos Jorquera junto a Salvador Allende durante un acto presidencial en 1972. (Fuerte Mapocho)
El "Negro" Carlos Jorquera junto a Salvador Allende durante un acto presidencial en 1972. (Fuerte Mapocho)

Jorquera me contó cómo Allende insistía esa mañana para que todos se fueran de La Moneda. No quería muertos. Su plan era quedarse a combatir hasta dónde pudiera junto a un grupo de sus guardaespaldas y militantes más cercanos, pero estaba empeñado en que antes salieran de allí las mujeres y los jóvenes funcionarios sin ningún entrenamiento militar. Especialmente sus hijas, Beatriz e Isabel. Tati, como era más conocida Beatriz, era su favorita. Fue una colaboradora muy cercana, era su nexo y negociadora con el ala más radicalizada del MIR. Terminó suicidándose en 1977 durante su exilio en La Habana. También estaba su amor, La Payita, Miria Contreras. Era su secretaria personal y amante. Esa mañana ella se había venido corriendo apenas escuchó las noticias del levantamiento en la radio. La trajo su hijo de 19 años -que encontraron su cadáver cuatro días después flotando en el Mapocho- en un auto destartalado desde su casa de El Cañaveral. Esa había sido la residencia oficial del presidente durante los fines de semana. Era una casa alpina que Payita había heredado camino a Farellones, a orillas del río Mapocho. Fue tomada prisionera y liberada tres meses más tarde. Terminó exiliada en Cuba. Volvió a Chile en 1990. Murió en 2002. Jamás habló públicamente. No se la vio en ninguno de los homenajes a Allende.

Obviamente que la esposa, Hortensia “La Tencha” Bussi, sabía de la relación del Chicho con La Payita, pero tomó una actitud francesa y permaneció en su rol de primera dama. El día del golpe estaba en la residencia presidencial de la calle Tomás Moro. Ese lugar también fue bombardeado. “Entre cada uno de los ataques se desataba un tiroteo de locura. La residencia se convirtió en una masa de humo, de olor a pólvora, de destrucción”, relató unos días más tarde. Por orden del jefe de los golpistas, el general Augusto Pinochet, la llevaron al Hospital Militar de Santiago y luego al cementerio Santa Inés de Viña del Mar para que enterrara el cuerpo de Salvador. Asistió al funeral acompañada solo por un sobrino y, rigurosamente vigilada por los militares. Pero entre el dolor alcanzó a gritar: “¡Aquí enterramos a Salvador Allende, presidente de Chile! ¡Viva Allende!”. Dicen que los dos empleados del cementerio que estaban a su lado lloraban a mares y que uno alcanzó a gritar el “¡Viva!” entre el llanto.

En el segundo entierro de Allende, este del 4 de septiembre de 1990, en el vigésimo aniversario del día en que ganó las elecciones que lo llevaron a la presidencia, el momento más extraordinario se registró cuando el féretro pasó por el mercado de flores de Santiago, ahí a orilla del Mapocho, camino al Cementerio Central. Es una tradición que los floristas arrojen pétalos y flores cuando se entierra a algún famoso. Pero esta vez, fue una tormenta de colores. Un arco iris floral que caía por encima de todos. No sé por qué ni de dónde venía, pero se escuchaba el “Va, Pensiero” del Nabucco de Verdi. Llorábamos todos. Los periodistas seguimos caminando hasta el cementerio secándonos las lágrimas y sin decir una sola palabra.

Miria "Payita" Contreras, la secretaria y amante de Salvador Allende durante el exilio en Cuba.
Miria "Payita" Contreras, la secretaria y amante de Salvador Allende durante el exilio en Cuba.

Para mi generación, Allende fue la esperanza. Era la posibilidad de realizar los cambios sociales en un marco democrático. Era lo que todos soñábamos entonces, que América Latina se pudiera transformar sin matar a nadie. Era concretar el sueño de un gobierno popular no populista, alejado de los modelos autoritarios del varguismo o el peronismo. Un médico que había luchado por 33 años años como diputado, senador y tres veces candidato vencido, lograba llegar en forma pacífica a la presidencia. Una posición antiimperialista sin tener que guerrear con ningún imperio. Una revolución sin armas. Y, sobre todo, si se podía hacer en Chile, se podía hacer en cualquier otro lugar de América Latina. El golpe de Pinochet terminó con esa esperanza e inauguró la noche más oscura del continente. Dieciocho años más tarde, en ese 1990, la música de Verdi englobaba y describía esa tragedia. Nuestras vidas estaban atrapadas en esa ópera que se desarrollaba en ese momento.

La ceremonia del cementerio fue de una sucesión de discursos. Habló, incluso el primer ministro francés, Michel Rocard, y a su lado estaba Danielle Gouze, la esposa del otro socialista democrático que había logrado llegar al poder en esos años Francois Mitterrand(1981). Estaba ubicada cerca de La Tencha y se parecían en sus aspectos y sus vidas. Ahora se me ocurre que tuvieron una diferencia muy importante. Cuando el ex presidente murió en 1996, al lado de Danielle, estaba la hija desconocida de Mitterrand, de su relación con Anne Pingiot. Me hubiera gustado ver a La Payita, ese día, en ese lugar. Estaba viva. Habrá visto la ceremonia por televisión, sola, en algún lugar de las montañas, en las afueras de Santiago.

Hubo un tercer entierro de Allende. El 23 de mayo del 2011 se realizó la exhumación de los restos desde la tumba del Cementerio General de Santiago para tomar su ADN y otras pruebas por orden de una jueza que había accedido a un antiguo pedido de certificación de cómo murió Allende y otros 725 personas desaparecidas con el golpe. Un selecto grupo de científicos, de diversas nacionalidades, se reunieran en Santiago y dieran su veredicto. En julio del 2011, la Comisión de Expertos entregó el informe definitivo. “Causa de la muerte: Lesión perforante de la cabeza por proyectil de arma de fuego de alta velocidad a contacto. Muerte instantánea (síndrome de corazón vacío). Forma médico legal de la muerte: Suicidio. Ausencia de otros traumas. Ausencia de signos de lucha. Consistencia balística- SS- balística 1973 con peritajes 2011″.

Exactamente lo que habían contado el Negro Jorquera y el doctor Soto Guzmán. Ahora estaba la evidencia científica de que Fidel y García Márquez habían fabulado algo innecesario.

La puerta de Morandé 80 fue rehabilitada para el paso de los presidentes. El 11 de septiembre de 2003, 30 años después del golpe, el presidente Ricardo Lagos la reabrió. Fue reconstruida cuidando los detalles de la que vio entrar a Allende vivo esa madrugada y a su cuerpo envuelto en un poncho cuando lo sacaron unos soldados y unos bomberos al caer la tarde.

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