Un sindicato multinacional del crimen que ahora factura mil millones de dólares al año. Treinta años después de su fundación - el 31 agosto 1993 - el Primer Comando Capital (PCC) es ya no sólo el principal grupo criminal de Brasil, sino un cartel de la droga empeñado en conquistar el mundo, capaz de aliarse con mafias tan poderosas como la italiana.
Nacido en 1993 tras un partido de fútbol en una cárcel del estado de San Pablo con el objetivo declarado de “luchar contra la opresión dentro del sistema penitenciario paulista”, hoy el PCC está presente en al menos 26 países, en Estados Unidos y en Europa. Con su nuevo líder, Marcos Herbas Camacho, alias “Marcola” se ha convertido en una multinacional del narcotráfico capaz de manejar toneladas de droga cada mes, desde cocaína y marihuana hasta crack y, más recientemente, fentanilo. Partiendo de una ganancia de un millón de dólares al año en 2005, hoy el PCC, gracias al enfoque casi empresarial de su líder “Marcola”, ha diversificado sus actividades delictivas. Produce cigarrillos ilegales, explota gasolineras y lleva a cabo sensacionales atracos, llamados “cangaços”, que utilizan drones, explosivos y Kalashnikov para asediar pequeñas ciudades y sus bancos por la noche. Con 1.545 miembros, el PCC ha conseguido infiltrarse en todos los niveles de la sociedad brasileña, desde la política hasta la justicia. Recientemente, el Tribunal de San Pablo tuvo que vigilar especialmente un concurso para jueces debido al riesgo de infiltración criminal. En los tres últimos concursos, de hecho, varios candidatos fueron excluidos porque se sospechaba que tenían vínculos con el PCC.
Sin embargo, gracias también a la ayuda de magistrados complacientes, hay muchos líderes del PCC que han logrado desaparecer, como es el caso de Rogério Jeremias de Simone, alias Gegê do Mangue, que probablemente se refugió primero en Paraguay y luego en Bolivia, país que se convirtió en el primer proveedor de cocaína de Brasil (54%) seguido por Perú (38%). Otros líderes, como Gilberto Aparecido dos Santos, conocido como Fuminho, han sido detenidos en lugares aparentemente impensables del planeta, como Mozambique, uno de los países africanos donde el PCC tiene una base logística. La cocaína sale de Brasil de las formas más absurdas, por barco, y también a través de buzos profesionales, a menudo extranjeros, que son capaces de colocarla sin que la tripulación lo sepa en las quillas, o por vía aérea. Recientemente, la detención en Alemania de dos desprevenidas turistas brasileñas cuyo equipaje había sido canjeado por maletas llenas de cocaína permitió descubrir que la terminal de salidas nacionales del principal aeropuerto de América Latina, Guarulhos-San Pablo, estaba siendo utilizada por el PCC para transportar cocaína a Europa. Se produjeron numerosos intentos de fuga de sus líderes, algunos de los cuales cumplían condenas de hasta 100 años, como Marcola y su hermano Alejando Herbas Camacho, alias “Marcolinha”. En uno de ellos, entre los hombres contratados había supuestamente soldados africanos altamente entrenados. Afortunadamente, hasta ahora todos los intentos han sido frustrados, así como el proposito de secuestrar durante las elecciones de 2022 al ex juez símbolo de la operación anticorrupción Lava Jato, Sérgio Moro.
El bautismo de fuego que marcó el punto de inflexión para el PCC para imponerse en la escena internacional, fue el asesinato del narcotraficante de origen libanés Jorge Rafaat Toumani en 2016. Con su muerte, el PCC se hizo con el control de toda la ruta de la cocaína, desde las plantaciones andinas, especialmente en Bolivia, hasta los puertos brasileños como el de Santos, en la costa de San Pablo, desde donde se embarca la droga especialmente hacia Europa, gracias a excelentes relaciones con la poderosa mafia italiana ‘ndrangheta. El PCC posee ahora incluso plantaciones enteras de marihuana en Paraguay. Toumani era el capo indiscutible de la droga en la frontera entre Brasil y Paraguay, sobre todo entre Ponta Porã y Pedro Juan Caballero. Sabía que estaba en el punto de mira del PCC y por eso iba escoltado por mercenarios de Europa del Este fuertemente armados, pero eso no impidió que fuera acribillado a balazos, una emboscada escénica que ha pasado a la historia de Brasil.
Desde la muerte de Toumani, el PCC ha crecido exponencialmente, llegando incluso a negociar armas de guerra con Pakistán, por mediación de la ‘ndrangheta. El PCC, que en el pasado tenía dificultades para blanquear el producto del narcotráfico, invierte ahora en las universidades privadas de Santa Cruz en Bolivia, en clínicas de belleza y dentales en San Pablo y en iglesias evangélicas. En febrero de este año, según el Ministerio Público del estado de Rio Grande do Norte, un destacado miembro de la organización criminal, Valdeci Alves dos Santos, de 51 años, alias “Colorido”, fue acusado de blanquear 23 millones de reales, 4,65 millones de dólares, para abrir siete iglesias neopentecostales y comprar inmuebles. Y si otras mafias, como las italianas Cosa Nostra y ‘ndrangheta en la raíz arcaica de su identidad, siempre han utilizado los símbolos del catolicismo para ceremonias de iniciación o santuarios importantes, como el de la “Madonna di Polsi” en Calabria para combinar la devoción con las reuniones entre criminales, en Brasil el fenómeno es completamente diferente. Y es sobre todo el mundo de los neopentecostales el que ha atraído al crimen organizado.
El nuevo libro del investigador de la Universidad de San Pablo Bruno Paes Manso, titulado “La fe y la pistola: crimen y religión en Brasil en el siglo XXI” parte de una pregunta esencial: ¿Cómo ha cambiado la criminalidad en Brasil con el crecimiento de las iglesias evangélicas desde la década de 1990? Y ¿cómo entonces los valores conservadores asociados al universo evangélico se volvieron centrales en la política brasileña, especialmente bajo el ex presidente Jair Bolsonaro?
“Religión y delincuencia son mundos diferentes, aunque tienen orígenes similares en las ciudades brasileñas. Nacieron y se difundieron en los barrios pobres, como soluciones creadas por esas poblaciones para salir de la pobreza en un país donde el dinero puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte” Paes Manso explica a Infobae. “Con la profesionalización del delito y el ingreso del dinero ilegal al mundo formal y a la economía a través del lavado de dinero, el diálogo entre estos mundos se ha vuelto más estrecho a partir de una ideología común que valora la riqueza y la capacidad de consumo como el propósito de la vida”, agregó.
Desde un punto de vista antropológico, las iglesias y el PCC son algunas de las redes entre las muchas que existen en las periferias. Estas redes no sólo existen en superposición, sino que se interpenetran y crean zonas dinámicas de intercambio social. Esto quizás explique por qué, tras el ciclo de 40 años de violencia que llevó a la ciudad de San Pablo a una tasa de 35 muertes por cada 100.000 habitantes en 1999, la curva se invirtió de la noche a la mañana en la década de 2000. El control de armas, la detención de asesinos y el cierre de bares fueron inicialmente las razones por las que la tasa de homicidios descendió a 4,4 en 2022. Pero por sí solas no bastan para explicar la inversión, en la que puede haber influido el universo evangélico.
En cuanto a Río de Janeiro, la situación es diferente, no sólo porque el territorio está controlado por otros grupos criminales como el Comando Vermelho, sino porque ha sido testigo del singular fenómeno de los narcotraficantes evangélicos. “Son los del llamado Complexo de Israel - nombre que reciben favelas como Vigário Geral, Parada de Lucas y otros barrios - que utilizan la religión para intentar legitimar su autoridad”, explica Bruno Paes Manso a Infobae. Parte de la cúpula de la facción del Tercer Comando Puro (TCP) se ha convertido al mundo neopentecostal. Entre ellos está el principal líder, Álvaro Malaquias Santa Rosa, alias “Arão” o “Peixão”, que se refiere a sus soldados como el Ejército del Dios Vivo. Las investigaciones de la policía civil sugieren que el narcotraficante fue también ordenado pastor de una iglesia evangélica. Peixão es conocido por utilizar muchos símbolos asociados a Israel. Ha impuesto banderas de Israel en el territorio que controla y, en uno de sus búnkeres, la policía descubrió chalecos antibalas, munición y un ejemplar de la Torá. Este simbolismo no debe sorprender. Para algunas corrientes de las iglesias neopentecostales, la creación de Israel fue un signo del regreso de Jesucristo y, por tanto, la confirmación de las promesas bíblicas del Antiguo Testamento. Baste decir que el fundador de una de las principales iglesias neopentecostales de Brasil, Edir Macedo, de la Iglesia Universal del Reino de Dios, reza en algunos cultos con kipá, ropas y ornamentos de la tradición judía.
Bruno Paes Manso explica a Infobae que “la posición de estos grupos criminales revela un problema más profundo que ha afectado a la política brasileña. En la lucha por el poder, en un mundo donde las viejas ideologías han colapsado, la religión ha sido utilizada en la esfera pública para producir poder y justificar una guerra del bien contra el mal”. De ahí eslóganes híper conservadores como “Dios, Patria y Familia” que han abierto la puerta a alianzas increíbles en la política brasileña, incluso con el extremismo internacional, como el de Steve Bannon, ex mano derecha del expresidente estadounidense Donald Trump.