Brasil, junto con China y Rusia, ha sido el gran protagonista de la cumbre del grupo de países BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) que ha finalizado hoy en Johannesburgo. Y no sólo porque en 2025 el país latinoamericano asumirá la presidencia, sino porque el papel de Lula en estos días de negociaciones se ha dejado sentir sobre todo con China, que quiere transformar los BRICS en un bloque multipolar en clara oposición al G7 y a Occidente. Lula ha dicho que está dispuesto a abrirse a otros países (hay unos 40 en lista de espera, incluidos regímenes autoritarios como Venezuela, Bielorrusia, Cuba y Vietnam) pero a cambio quiere el sí de China a la entrada de Brasil en el Consejo de Seguridad de la ONU, una de las ambiciones más antiguas del presidente Lula desde sus anteriores mandatos. Este lunes se confirmaron la entrada a los BRICS de Argentina, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Etiopía y Egipto.
En las mismas horas en que se celebraban reuniones y negociaciones en Sudáfrica, siempre con el doble registro de Lula y su asesor de política exterior Celso Amorim, el primero exigiendo reglas precisas para los nuevos países miembros, el segundo declarando que “primero se eligen los países miembros y luego los criterios”, llegaban desde Washington terribles noticias sobre la economía china. Uno de los gigantes inmobiliarios de Beijing, la constructora Evergrande, se declaraba en quiebra en Estados Unidos. Pero la noticia es sólo la punta del iceberg.
La economía del Dragón no sólo se está ralentizando, sino que está siendo golpeada por emergencias que amenazan con envolver al mundo entero, hasta el punto de que este será uno de los temas del evento de la Reserva Federal (FED), el Banco Central de EEUU, que comienza hoy en Jackson Hole (Wyoming) con el Parque Nacional Grand Teton como telón de fondo. Las crisis de Evergrande en Estados Unidos y del gigante Zhongrong International Trust inquietan no sólo a los inversores, sino también a los bancos centrales y, en primer lugar, a la Reserva Federal estadounidense. Por ahora la alarma está contenida, pero muchos expertos temen el efecto contagio. Y en riesgo está sobre todo Brasil, que tiene a China como principal socio comercial.
Desde 2009, China se ha convertido en el principal socio económico del país, que en 2022 registró un superávit en el comercio con Beijing de 157.000 millones de reales, unos 32.000 millones de dólares, casi la mitad de toda la balanza comercial del gigante latinoamericano. Entre los principales bienes exportados por Brasil están el maíz, la soja, la carne, los productos extractivos y el petroleo. A finales de marzo, el Banco Central de Brasil anunció que el yuan había superado al euro en las reservas internacionales de divisas del país, convirtiéndose en la segunda moneda después del dólar.
La crisis en la que se está hundiendo China, que recientemente se ha negado incluso a hacer públicas sus cifras de desempleo juvenil, ha sido bautizada como una crisis Lehman Brothers como la que sacudió el sistema financiero mundial desde Estados Unidos en 2008. En realidad, y esto explica por qué Brasil debería estar más preocupado que otros países, una posible crisis china no podría transmitirse al resto del mundo a través de los canales financieros porque Beijing no está suficientemente integrado en el sistema global. Por el contrario, los canales de transmisión de la crisis china podrían ser los precios de las materias primas y una posible caída de la confianza capaz de desencadenar una “aversión al riesgo” que podría hacer apreciar al dólar. A esto se añade el hecho de que el presidente Xi Jinping no es un experto en economía y, por tanto, sus recetas para resolver cualquier problema económico y financiero corren el riesgo de no tener efectos positivos según muchos expertos internacionales. Todo ello mientras en la cumbre de los BRICS Lula proponía introducir la moneda china yuan para las transacciones comerciales entre Brasil y Argentina. “No podemos depender de que un país tenga el dólar, de que un país ponga más dinero en el dólar y nos veamos obligados a vivir de la fluctuación de esa moneda. No es justo”, declaró Lula.
Además, en su viaje a China el pasado mes de abril, el presidente brasileño había subrayado la importancia de China para el futuro de la economía brasileña firmando acuerdos, según él por valor de 50.000 millones de reales, poco más de 10.000 millones de dólares cuyos detalles aún no han sido revelados. Pero todo esto corre ahora el riesgo de ser barrido por la crisis china que podría, como siempre ocurre en las crisis, reducir el consumo de carne brasileña, pero también de materias primas como la soja y el maíz, que se importan en grandes cantidades de Brasil y se utilizan normalmente como raciones para la producción porcina china, que también corre el riesgo de reducirse. Por no hablar de materias primas como el hierro, que Brasil exporta a China principalmente para el sector de la construcción, el más afectado por la crisis. En abril, Lula se reunió personalmente en Shanghai con Wang Tongzhou, presidente del consejo de administración de la CCCC (China Communications Construction Company en inglés), que proyectaba construir megainfraestructuras en el país latinoamericano. Para ello, Wang había propuesto crear mecanismos financieros ad hoc, basados en yuanes y reales, para facilitar las transacciones financieras entre ambos países con la implantación de “cámaras de compensación”, es decir, instituciones intermediarias entre Beijing y Brasilia, alternativas a las occidentales y offshore.
La CCCC es una gigantesca empresa gubernamental china utilizada por el Partido Comunista Chino para ejecutar los principales proyectos de infraestructuras de la Iniciativa “Cinturón y Ruta” con la que Beijing quiere conquistar el mundo. En Brasil, apareció en 2016 cuando compró una empresa en Río de Janeiro llamada Concremat. Desde entonces, han sido muchos los proyectos faraónicos agitados por Beijing en Brasil, pero después de siete años, poco o nada se ha hecho. La derrota más estrepitosa fue el proyecto del megapuerto de São Luis, en el estado brasileño de Maranhao, que al menos sobre el papel debía tener una capacidad de 10 millones de toneladas de grano al año. Pero en 2022 la CCCC abandonó definitivamente el proyecto y lo vendió a la brasileña Cosan. Los otros proyectos, un ferrocarril en el estado de Pará junto con la empresa minera brasileña Vale para conectar los puntos de extracción de mineral de hierro en la Amazonia con los principales puertos de Brasil, y un puente de 12,4 kilómetros entre Salvador e Itaparica, el mayor proyecto fluvial de América Latina en asociación con el grupo chino China Railway 20 Bureau (CR20) junto con el gobierno de Bahía, aún no han comenzado. Y a estas alturas, dado todo lo que está ocurriendo en China, uno se pregunta si estas obras comenzarán realmente alguna vez.
Por otro lado, la propaganda china continúa a todo vapor en el gigante latinoamericano. Justo coincidiendo con la reunión de los Brics en Sudáfrica, el gobierno de Xi Jinping invitó a periodistas de toda América Latina durante cuatro meses -Brasil envió a dos- a expensas del Partido Comunista Chino “para un intercambio cultural”. En realidad, se trata de una estrategia precisa de Xi Jinping para controlar la información extranjera. No es casualidad que el Centro de Intercambio de Medios China-América Latina, que gestiona “los cambios”, sea una rama de la Asociación China de Diplomacia Pública, que promueve una agenda progubernamental a través de la diplomacia “pueblo a pueblo” que trabaja en contactos individuales con miembros de la sociedad. Como Ryan Berg, director para América Latina del think tank Center for Strategic and International Studies, con sede en Washington, ha dicho en repetidas ocasiones en sus análisis, “los periodistas para Beijing son parte del problema, y por eso, para solucionarlo, el Gobierno de Xi Jinping ofrece estas inmersiones completas en las que a los periodistas latinoamericanos se les ofrece en realidad el modelo chino con visitas a sus medios y cursos con sus periodistas”.
Pero la propaganda de Beijing, que recordemos es un régimen autoritario que posee los medios de comunicación chinos, practica la censura y no permite huelgas, no se limita a esto. Una reciente investigación del New York Times ha destapado una caja de Pandora que también implica a Brasil. Según el diario estadounidense, el Partido Comunista Chino está detrás de la red internacional de medios de comunicación y think tanks de un empresario de origen indio, Neville Roy Singham, que vive en Shanghai, y a través de Singham transmite propaganda china encubierta. El New York Times menciona específicamente el think tank de Singham, el Instituto Tricontinental de Investigación Social, que también tiene su sede en Brasil. En la página de presentación del instituto en el país latinoamericano no aparece la palabra “China”. El consejo asesor no tiene miembros chinos, pero sí incluye a Neuri Rossetto, del Movimiento de los Sin Tierra.
El diario estadounidense revela que la red de Singham también financia el sitio brasileño de noticias Brasil de Fato, que entrevistó a Lula en prisión en 2019. El sitio presenta artículos con titulares que elogian a China, como “China lucha contra la desertificación para garantizar la seguridad alimentaria y la calidad del aire” y “China ha crecido y erradicado la pobreza porque ha hecho lo contrario de lo que predican los neoliberales”. Otros sitios web brasileños, como Brasil 247 y Opera Mundi, publican artículos de Vijay Prashad, director del Instituto Tricontinental. Además, Brasil de Fato, No Cold War y el Instituto Tricontinental han organizado un seminario en línea en 2021 con la participación de la ex presidenta Dilma Rousseff, así como del ex canciller Celso Amorim. Por no hablar de la penetración de los institutos culturales Confucio. Con 12 centros, Brasil alberga el mayor número de América Latina, a pesar de que en muchos países se les acusa de ser canales de propaganda y espionaje del Partido Comunista Chino.
Seguir leyendo: