La muerte la semana pasada de una joven de 23 años, Gabriela Anelli, en San Pablo ha llamado la atención sobre lo que muchos consideran “el lado oscuro del fútbol brasileño”, que incluye tanto las violentas peleas de las torcidas organizadas como las inversiones en el sector por parte de grupos criminales. Si en el extranjero Brasil exporta futbolistas excepcionales capaces de obtener contratos millonarios, en casa la situación es más compleja. En los últimos meses las peleas de los barrabravas se han convertido en un problema de seguridad pública.
Mientras Gabriela murió por el impacto de una botella de cristal lanzada durante una reyerta entre seguidores de Palmeiras y Flamengo, los otros seis hinchas fallecidos desde principios de año lo hicieron de las formas más dispares, ya fuera golpeados por petardos o por golpizas feroces. Una situación tan insostenible que, paradójicamente, hasta el principal grupo criminal de Brasil, el Primer Comando de la Capital (PCC), ha intervenido.
El PCC y el fútbol
En febrero, tres de los principales grupos de hinchas organizados de San Pablo, la Mancha Verde del Palmeiras, la Torcida Jovem del Santos y la Independente del São Paulo Futebol Club, anunciaron públicamente que habían prohibido a sus hinchas participar en peleas. “No toleraremos la participación de ninguno de nuestros miembros en reyertas o actos de violencia, so pena de sanciones. Los dirigentes de los barrios y subbarrios ya han recibido instrucciones para que transmitan esta comunicación a todos sus miembros. El mensaje está dado”, había publicado la Mancha Verde en Instagram.
La orden, según la prensa brasileña, habría partido del PCC, que desde hace años extiende sus manos sobre el fútbol brasileño. Al fin y al cabo, el principal grupo criminal de Brasil nació en 1993 en la prisión de Taubaté precisamente de un equipo de fútbol, “Os da capital”, compuesto por los que luego serían los ocho fundadores del PCC. Por entonces muy buenos en fútbol, algo menos en criminalidad, al menos antes de fundar el grupo. Según el experto en crimen organizado Carlos Amorim ellos habían sido trasladados a Taubaté tras una violenta pelea de fútbol en la prisión de “Carandiru”, pelea que desencadenó la famosa rebelión que acabó con la masacre de Carandiru, el 2 de octubre de 1992, donde murieron 111 reclusos.
Narcotráfico y lavado de dinero
Desde hace tiempo el PCC blanquea el dinero del narcotráfico en gasolineras, clínicas dentales, universidades privadas de Bolivia y, desde hace poco, también en la formación de estudiantes de Derecho como futuros magistrados, con el fin de obtener un respaldo cada vez más poderoso en la justicia. El fútbol también ha entrado en su radar. Algunos de sus miembros, como Marivaldo Maia de Souza, conocido como Tio, han sido presidentes de equipos de fútbol, en concreto del Itapevi Futebol Club, que en el pasado jugó en la segunda división del Campeonato Paulista.
En los últimos meses, la prensa brasileña también ha destacado la polémica en torno al equipo Agua Santa, de la ciudad de Diadema, una de las más violentas del estado de San Pablo, que fue vinculado al PCC después de que consiguiera clasificarse para la final del campeonato paulista. Su presidente, Paulo Sirqueira Korek Farias, negó cualquier relación con el grupo criminal. En el pasado, Farias había sido investigado por porte ilegal de armas, amenazas y disparos de armas de fuego, cargos que posteriormente fueron desestimados. Además Farias fue asociado también a una empresa de transporte público investigada por la policía brasileña por supuesta proximidad al PCC.
En 2006, otra operación policial brasileña desmanteló en el estado de San Pablo una red de equipos de aficionados dirigidos o financiados por miembros del grupo criminal, como el Esporte Clube Mangaba y el Nove de Julho. Incluso los campos de fútbol se han convertido en escenario de enfrentamientos entre grupos delictivos. En enero, miembros del Comando Vermelho (CV) invadieron el estadio Teixerão de la ciudad de Manaos, en el estado de Amazonas, y empezaron a disparar contra los jugadores del equipo Tchunay, según las investigaciones financiadas por el PCC. El balance fue fatal, con tres muertos. Los narcotraficantes también promocionan los campeonatos de fútbol en São Gonçalo, en la región metropolitana de Río de Janeiro, para “dar más visibilidad” a los puntos de venta de droga. Según una de las denuncias recibidas de forma anónima por el número de “Disque-Denuncia” de la zona, los narcotraficantes organizan bailes funk después de los torneos, aprovechando el movimiento de gente que acude al campo a ver los partidos. “Es un marketing siniestro en el que los delincuentes se sienten libres para promocionar sus productos y su imagen, en un ambiente que debería ser sano y no ostentoso de poder y adicción. Es deplorable”, comentó el coordinador de Disque-Denúncia, Zeca Borges.
Corrupción en la CBF
Incluso Romário, ex futbolista ídolo de Vasco, Flamengo y Barcelona, dos veces elegido mejor futbolista del mundo, ahora senador en el Congreso brasileño, ha hablado sobre el lado oscuro del fútbol brasileño. En su libro “Un ojo en el balón, el otro en los dirigentes: el crimen organizado en el fútbol brasileño”, abordó principalmente los escándalos relacionados con el Mundial de 2014 disputado en Brasil. Uno de los primeros en denunciar las irregularidades en la gestión financiera de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) y del Comité Organizador del Mundial, Romario hizo campaña a favor de la creación de una comisión parlamentaria de investigación sobre el tema.
La CBF se ha visto salpicada por escándalos de corrupción en los últimos años. Tres de los cuatro últimos presidentes de la CBF han sido procesados en Estados Unidos. Entre ellos, José Maria Marin fue condenado por corrupción en Nueva York y Ricardo Teixeira, que no puede salir de Brasil, ha sido investigado en cinco países diferentes. Por eso, muchas empresas extranjeras que patrocinan equipos y eventos habían encargado en 2018 un informe confidencial a la empresa de riesgos Kroll para saber en qué entidades deportivas era mejor no invertir.
Apuestas ilegales
Las apuestas ilegales también han contaminado el fútbol brasileño. En mayo, la Operación Pena Máxima del Ministerio Público del estado de Goiás destapó una trama criminal de apuestas en la que también estaban implicados jugadores de varios equipos y divisiones del fútbol brasileño. Tres personas fueron detenidas, 15 jugadores implicados. Entre los más conocidos estaban Eduardo Bauermann, del Santos, Pedrinho y Bryan Garcia, del Athletico Paranaense, Alef Manga, del Coritiba, y Victor Ramos, del Chapecoense. Según la investigación, la organización analizaba los partidos y eventos que podían dar mayor rentabilidad a las apuestas. Después contactaban con los jugadores y los que aceptaban recibían parte de la cantidad acordada como adelanto. Los criminales seguían el partido y, si salía según lo acordado, los jugadores recibían el último tramo de la compensación pactada.
Como decía el escritor británico Simon Kuper, autor de un libro muy famoso, “Soccereconomics”, que analiza el fútbol en una dimensión social más amplia: “Cuanto más corrupta es la sociedad, más corrupto es el fútbol. El deporte refleja la realidad de un país”. Sin embargo, es una lástima que Brasil no pueda escapar a esta ecuación. En este país el fútbol, como el Carnaval, desempeña una función social muy importante. El balón es un pegamento portentoso, capaz de unir a personas de distintos estratos sociales y de hacer soñar incluso en barrios donde soñar es difícil, si no imposible.
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