Un libro de investigación que acaba de publicarse en Brasil, titulado “Pedofilia en la Iglesia - Un dossier inédito sobre los casos de abusos cometidos por sacerdotes católicos en Brasil”, ha vuelto a poner el foco sobre una cuestión crucial no sólo en el debate internacional de la Iglesia católica, sino especialmente en Brasil, donde en el pasado al menos 1.700 sacerdotes, alrededor del 10% del total, se han visto implicados en casos de conducta sexual inapropiada, incluyendo violencia y abusos a menores. Un problema tan grave y extendido que ha contribuido a la gran huida hacia el mundo evangélico neopentecostal. En Brasil los evangélicos están quitando fieles a la Iglesia católica al ritmo de 21 lugares de culto abiertos cada día en los últimos diez años.
Fábio Gusmão y Giampaolo Morgado Braga, los dos periodistas autores del libro, explicaron a Infobae que “el impacto directo de los abusos sobre las víctimas es claro: todas ellas se han alejado de la Iglesia católica, han perdido la fe o se han pasado a otra confesión. En las comunidades católicas donde se producen los abusos, en la mayoría de los casos el efecto de la denuncia parece ser mínimo. Si no se les aparta del sacerdocio en muchos casos, los autores siguen siendo sacerdotes y además gozan del apoyo de los fieles. La Iglesia católica está ciertamente asustada por este fenómeno, pero debe abordarlo porque es un paso importante hacia una limpieza de las instituciones. Desenmascarar a los curas pederastas significa trabajar por el catolicismo, no contra él. La señal actual de que no se condonan tales abusos, no se protege a los sacerdotes que han cometido delitos y no se acoge a las víctimas, parece ser la mejor manera de volver a conectar con los fieles y restablecer la confianza”.
Recientemente, el presidente de la Conferencia Nacional de Obispos de Brasil (CNBB), elegido el 24 de abril, monseñor Jaime Spengler, arzobispo de Porto Alegre, afirmó que los casos de pederastia en la Iglesia católica deben tratarse como delitos. “Nadie puede decir con absoluta certeza que nunca le sucederá”, explicó el padre Spengler, “de ahí la llamada constante del Señor, en distintos pasajes del Evangelio, a la vigilancia, al cuidado, a la atención. ¡El crimen es el crimen! Y como tal debe ser tratado”. En esta política de “tolerancia cero”, para Spengler es necesario que todas las diócesis cuenten con una Comisión Especial para la Protección de Menores y Personas Vulnerables. Sin embargo, “se ha hecho mucho”, dijo el arzobispo de Porto Alegre, “pero aún queda mucho por hacer”.
Brasil aún no olvida el famoso caso de tres sacerdotes - relatado en el libro de Gusmão y Morgado Braga, que ilustra 108 casos de este tipo - que llevó al entonces Papa Benedicto XVI a enviar incluso una comisión para investigar las decenas de denuncias de abusos sexuales, especialmente contra niños pobres. El padre Félix Barbosa Carreiro fue sorprendido en una orgía de sexo y drogas con cuatro adolescentes atraídas por Internet. El padre Alfieri Edoardo Bompani recogía niños de la calle con el pretexto de liberarlos de la droga y grababa en vídeo la violencia que ejercía sobre muchos de ellos entre los 6 y los 10 años. En cuanto al padre Tarcisio Tadeu Spricigo, fue trasladado por sus superiores a tres estados diferentes de Brasil, donde abusó de víctimas durante 14 años, de 2000 a 2014. Algunos de estos sacerdotes dejaron registros escritos de sus abusos en diarios y auténticos manuales de pederastia. “Nunca tengas una relación con niños ricos - escribió Don Tarcisio - me preparo para la caza, miro a mi alrededor tranquilamente porque tengo los niñitos que quiero. Basta una mirada clínica, actuar con reglas seguras”.
Según explican Gusmão y Morgado Braga a Infobae, “la dinámica de actuación de los sacerdotes, tanto en Brasil como en el exterior, es muy similar. Todos se aprovechan de la autoridad que tienen, sobre todo en ciudades pequeñas, de la vulnerabilidad de las familias de las víctimas, muchas veces pobres y desestructuradas, y de la fe católica de los padres de estos niños para tener libre acceso a los menores. Tras los abusos, a menudo utilizan esta misma fe como herramienta para dificultar la denuncia, diciendo que algo malo les ocurrirá a los niños o a sus padres si lo cuentan. Por último, cuando el delito sale a la luz, la comunidad católica local suele ponerse del lado del abusador y en contra de la víctima. Además de que la jerarquía eclesiástica ha actuado en varias ocasiones para encubrir la agresión sexual en lugar de entregar a la policía el abusador”.
En Barretos, en el estado de San Pablo, los sacerdotes de la Congregación de Jesús Sacerdote, popularmente llamados “Venturini”, habían creado, según el diario italiano Corriere della Sera, un centro de tratamiento para curas pederastas, lo que fue criticado por muchos familiares de las víctimas. En los últimos días, gracias a la investigación periodística de Gusmão y Morgado Braga, la diócesis de Itapeva, en el estado de San Pablo, suspendió al padre Elias Francisco Guimarães. En 2003 había sido condenado a cuatro años y tres meses de cárcel por abusos a menores en Florida (Estados Unidos), de donde fue expulsado en 2006. “Un sacerdote encarcelado, delincuente confeso, que cumplió su condena por intento de contacto sexual con un menor de edad, fue mantenido como sacerdote y aceptado en una diócesis del mayor país católico del mundo, donde celebró misas con normalidad”, habían escrito en su libro los dos periodistas, gracias a cuya denuncia el sacerdote ha sido ahora suspendido.
“En nuestra investigación nunca hemos encontrado un movimiento organizado de la Iglesia como institución para encubrir los abusos”, explican Gusmão y Morgado Braga a Infobae. “En todo caso, es una acción que ocurre diócesis por diócesis. Hay situaciones en las que se encubren abusos transfiriendo sacerdotes a otros estados o países. En otros casos, el sacerdote termina siendo descubierto y expulsado de la Iglesia. En cuanto a los sacerdotes extranjeros, hay casos que van desde sacerdotes que huyen a Brasil o son trasladados aquí por la Iglesia hasta situaciones en las que el sacerdote vino aquí y posteriormente fue condenado por abusar de menores en su país de origen. Sin embargo, la cuestión sigue abierta: si violó a niños en el extranjero, podría haber hecho lo mismo en Brasil, sin ser descubierto nunca”.
De hecho, no existen bases de datos en el seno de la Iglesia católica para controlar el fenómeno de un país a otro, lo que en Brasil está minando la propia credibilidad de la institución. El mundo evangélico, que ha crecido exponencialmente en los últimos años, se está aprovechando de esta sombra. Según los últimos datos de Datafolha para 2020, los evangélicos representan el 31% de la población, de la que el 60% es neopentecostal. Tienen una representación muy importante en el Congreso, la llamada bancada evangélica, y fueron divisivos en las últimas elecciones presidenciales. Jair Bolsonaro les debe mucho. Su bloque político en el Congreso le ha apoyado desde 2018, compartiendo los lemas de Dios, patria y familia que lo llevaron a la victoria en 2018. En particular, el vínculo con Silas Malafaia, líder religioso de la Asamblea de Dios Victoria en Cristo, se ha vuelto muy estrecho y el pastor se ha transformado en una especie de alter ego del ex presidente. Incluso lo acompañó en el viaje a Londres para el funeral de la reina Isabel II.
Durante la campaña electoral, el presidente Lula también se había acercado al mundo evangélico. Incluso había hecho preparar un folleto con los principales puntos de su programa económico alternados con versículos de la Biblia y se ha reunido varias veces con evangélicos, asistiendo a sus actos. Sin embargo, el 8 de junio, declinó la invitación a participar en la llamada “Marcha de Jesús de los Evangélicos” en San Pablo con una carta en la que confirmaba su “compromiso de garantizar, para siempre, el pleno derecho de todas las personas de este país a seguir profesando su fe”. Su ausencia fue evidentemente notada y su nombre fue abucheado cuando lo pronunció el Procurador General de la Unión, Jorge Messias, a quien Lula había enviado en su lugar.
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