(Este artículo fue publicado originalmente el 24 de mayo de 2023)
Según el último informe del Latinobarómetro, más de una cuarta parte de la ciudadanía de la región es indiferente al tipo de régimen -democrático o no- que rige para sus vidas. Más aún: casi uno de cada cinco latinoamericanos menores de 25 años prefiere un sistema autoritario en sus países. De hecho, según este estudio, la preferencia por el autoritarismo crece a menor edad. Visto desde otro ángulo: las generaciones que mejor conocieron y más de cerca vivenciaron los regímenes dictatoriales son las que más se alejan del autoritarismo y las que más se acercan a la democracia como forma de vida.
Por el contrario, solo el 50% de los jóvenes menores de 25 de años de la región prefiere la democracia (15 puntos porcentuales menos que los mayores de 61 años). Los nuevos votantes necesitan una democracia que les represente y contenga. La ruptura del pacto intergeneracional o el deterioro de las condiciones sociales y económicas, que deja sin perspectiva emancipatoria a las generaciones jóvenes, pudieran explicar, en parte, este desapego democrático. Esa desconfianza como respuesta a la fatiga democrática. Frente a la precarización de la vida, el nihilismo o el autoritarismo ofrecen desahogos o respuestas.
Otro dato alarmante que arroja este extenso estudio es la expansión de la creencia del autoritarismo como herramienta eficaz para resolver los problemas del país y la cotidianeidad. Así lo cree el 51% de la ciudadanía de la región. Nayib Bukele es, posiblemente, quien mejor ha entendido el clima de época del territorio, que prefiere renunciar a institucionalidad por seguridad. De hecho, por primera vez desde 2002, cuando se comenzó a relevar este dato, el apoyo es mayoritario a nivel regional y en doce de los dieciocho países estudiados. Cuando el futuro deja de ser prometedor para la mayoría y la democracia se aleja de ser percibida como una herramienta de desarrollo individual y colectivo, el autoritarismo gana terreno y se convierte en un refugio.
Ideas para el combate cultural
La política democrática tiene la necesidad (y la obligación) de crear los anticuerpos para atacar este virus endémico de la democracia. Activar un tratamiento de choque que resulte efectivo y que deje de lado un posible efecto placebo, con el que los líderes progresistas y de centro izquierda no pueden conformarse, es más urgente que nunca.
Comparto aquí un decálogo a explorar y proponer:
1. Abordar seriamente temas incómodos. Orden, seguridad, finanzas, entre otros. Principio de Arquímedes. El espacio que no se ocupa, puede acabar siendo desalojado por su propia inercia, si recibe la fuerza contraria adecuada. Hay que recuperar banderas clave que hoy la ultraderecha ondea con más visibilidad y determinación. Por debajo, subyace un sistema que se resquebraja socialmente. Pero mientras un nuevo aluvión de políticas públicas garantice y aumente la justicia social, la política democrática debe responder a los desafíos urgentes de seguridad que demandan los sectores más vulnerables de nuestra sociedad. Los pobres no tienen tiempo para que llegue la justicia social. Necesitan respuestas ahora.
2. Batería de respuestas a fake news. En la era de la sociedad conectada, la ultraderecha se mueve, con mucha habilidad, en el terreno de las noticias falsas que se viralizan fácilmente en las redes sociales. Iniciativas y plataformas de fact checking, datos con solidez e instrumentos legales para combatir la mentira y la desinformación son imprescindibles. Equipos completos y eficaces para debilitar la infoxicación. Derribar mentiras e información maliciosa requiere, como construirlas, de una ingeniería. Y una renovada imaginación para construir nuevas narrativas menos arrogantes, sin superioridad moral y que permitan explicar mejor los conflictos y sus posibles soluciones.
3. Dosis de artivismo ciudadano. El artivismo (el uso de los lenguajes artísticos para la comunicación y la movilización social) es una herramienta de comunicación, política y social, muy poderosa. Renueva el lenguaje y las formas en las que nos comunicamos. El autoritarismo lo sabe y lo ha puesto en práctica. Está claro: la disputa democracia vs autoritarismo no es solo un combate de ideas, es también cultural y estético. La ultraderecha tiene mejor diseño. Cuando el progreso deja de parecer moderno, no puede liderar el futuro y pierde el presente.
4. No culpabilizar al electorado. No se puede representar lo que no se entiende y, mucho menos, gobernar a la sociedad que no se comprende. La desconfianza sobre el sistema democrático no es un capricho. Responde a la incapacidad que nuestras democracias están teniendo para contener las demandas y sensibilidades ciudadanas. Si les culpamos, si les menospreciamos, seguirán rechazando a la democracia como forma de vida comunitaria: o se entiende el corazón de las personas u otras fuerzas entenderán mejor sus tripas.
5. No caricaturizar. Tildarles de fascistas y nazis solo les hará más fuertes. Estamos ante algo nuevo. Algo distinto. Es otro tipo de extrema derecha. No se vincula con las referencias ideológicas del fascismo, aunque pueda coquetear puntualmente con el pasado militarista y dictatorial de la región. Pero identificarles con el fascismo ni es creíble, ni útil, ni preciso. Tampoco acertado. Les hace más fuertes.
6. No volver al pasado como refugio. Mientras la política democrática ofrece la nostalgia sobre un pasado que no volverá, la ultraderecha propone un futuro alternativo. Fácil e inmediato, pero futuro al fin. Una democracia instantánea, de rápida digestión, pero insostenible. La política democrática y progresista necesita una nueva arquitectura narrativa y política sobre el futuro que ha dejado de ser un lugar superador para amplísimas mayorías. Sin futuro seguro, no hay paciencia democrática. La ultraderecha ha visto la grieta de la impaciencia y la desconfianza.
7. Ejercitar la imaginación. Marina Garcés, en su libro Nueva ilustración radical, habla de «parálisis de la imaginación». Aquella que hace que «todo presente sea experimentado como un orden precario y que toda idea de futuro se conjugue en pasado». Los sectores democráticos deben volver a ofrecer un porvenir, una ilusión, y salir de su estado de supervivencia y pasivo que, como bien dice Esperanza Casullo, les ha convertido en fuerzas conservadoras.
8. Estudiar el fenómeno. Y a fondo. Hacen falta nuevas categorías de análisis, una nueva demoscopia y mejores herramientas de investigación social para desentrañar la complejidad de este fenómeno. La ultraderecha latinoamericana, a diferencia de las norteamericanas o europeas, no se nutre del fascismo. Estamos, por lo tanto, ante algo nuevo, radicalmente distinto.
9. Gestionar las emociones. Entender la atmósfera emocional será más importante que comprender las corrientes de opinión. Como la ira, que alimenta escenarios de extrema polarización y funciona de combustible para la ultraderecha.
10. Tecnopolítica y redes. Por el bien común y para lograr el tránsito del yo al nosotros, la tecnología debe utilizarse como una herramienta social para una nueva concepción de la acción y la organización colectiva y política.
La pérdida del atractivo de la democracia y la libertad, en términos liberales, avanza. Y su reacción debe ser inmediata, organizada e inteligente. Todo ello, sin renunciar a los mejores valores democráticos y haciendo un ejercicio de autoexigencia que nos permita derrotar al autoritarismo —político y sociológico— e incluso fortalecer, ensanchar y mejorar los bordes de nuestras democracias.
* El autor es asesor de comunicación @antonigr.-