Las incógnitas y el lado oscuro del TLC de Ecuador y China

Esta semana se firma el Tratado de Libre Comercio entre Quito y el país asiático

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El presidente de Ecuador, Guillermo Lasso (REUTERS/Luisa González/Archivo)
El presidente de Ecuador, Guillermo Lasso (REUTERS/Luisa González/Archivo)

Esta semana se firma el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre Ecuador y China. El gobierno ecuatoriano, como promotor del acuerdo, y los sectores más beneficiados por la reducción de aranceles y barreras comerciales con el gigante asiático, se felicitan por ello. Al igual que gran parte de las élites políticas y económicas latinoamericanas, conciben mayormente la relación con China por las oportunidades que ofrece. No puede haber reproche en eso. El mercado chino es ya el primer destino de las exportaciones no petroleras de Ecuador, con un valor de 5.706 millones de dólares en 2022. Y la previsión es que se incremente al menos un 20%.

Ahora bien, recurrir al dato del previsible aumento del flujo comercial no es suficiente, por sí solo, para hacer un diagnóstico atinado sobre los potenciales beneficios del TLC. Varios factores suelen pasarse por alto. Por ejemplo, que Ecuador pueda importar de China bienes y productos más baratos –gracias a la reducción arancelaria– no garantiza que dicha rebaja se traslade al precio que pagan los consumidores. Ello en razón de que, en América Latina, es frecuente que esa diferencia se la embolse el intermediario, pues opera en mercados monopólicos u oligárquicos y, por tanto, no tiene ningún incentivo para bajar el precio.

En las exportaciones también conviene introducir matices. El camarón, que se ha convertido en la primera exportación ecuatoriana a China, no ha requerido de un TLC para irrumpir con fuerza en ese mercado, luego de ventas por valor de 3.725 millones de dólares el año pasado.

El presidente de China, Xi Jinping (Jack Taylor/Pool Foto vía AP/Archivo)
El presidente de China, Xi Jinping (Jack Taylor/Pool Foto vía AP/Archivo)

Respecto a las expectativas depositadas en la exportación de bananos, cacao, flores o productos agropecuarios, y en una segunda fase, de pollo, lácteos o frutas exóticas, conviene ser cauto. El TLC entre Perú y China, vigente desde hace 13 años, muestra que el tratado comercial no ha servido para diversificar convenientemente –como se auguraba– la canasta exportadora peruana a China.

Quito debe tomar nota del caso peruano. Pese a unas exportaciones monopolizadas por los minerales, la perspectiva peruana de ampliar las ventas al país asiático con productos de valor agregado se ha visto sin duda frustrada. Los protocolos fitosanitarios específicos que Pekín exige para cada producto ha sido uno de los factores que ha penalizado el acceso de sus productos agrícolas al mercado chino. Por otro lado, los TLC de Ecuador y Perú con China no incluyen salvaguardas que impidan la flexibilización o el incumplimiento de las disposiciones ambientales o laborales. La importancia de incluirlas es clara: manifiesta la voluntad de los Estados firmantes para que el comercio (y las inversiones) se desarrolle dentro de unos estándares aceptables.

Y sirven además para facilitar la participación, el escrutinio y las denuncias de organizaciones de la sociedad civil que, eventualmente, pueden derivar en mejoras en los estándares. Que el TLC no contenga la exigencia de buenas prácticas es una puerta abierta a los excesos. No olvidemos que la actuación de China en Ecuador es controvertida. Las complicaciones en la presa Coca Codo Sinclair. Los préstamos que llevaron a Quito al borde de la asfixia financiera. El costo-beneficio de la mina de Mirador. Todos ellos ejemplos para no dejarse llevar por el triunfalismo.

*Juan Pablo Cardenal es periodista y escritor especializado en la internacionalización de China y editor de Análisis Sínico en www.cadal.org.

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