Una red islámica de reclutamiento de menores se llevó a cinco indígenas de la Amazonia a escuelas de Turquía

El grupo opera desde 2019 y encendió las alarmas en Brasil: la Policía rescató a otros 15 jóvenes que estaban siendo adoctrinados en un reducto sin autorización para funcionar como asilo. Es el primer caso de este tipo en el país sudamericano

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Una operación de la policía
Una operación de la policía federal brasileña rescató en Manaus, en el estado de Amazonas, a 15 adolescentes indígenas de las comunidades Baniwa y Desana (Vinícius Schmidt/Metrópoles)

El reciente descubrimiento en Brasil de la presencia de dos organizaciones caritativas turcas que convertían al Islam a adolescentes indígenas de la Amazonia abre importantes interrogantes.

El sitio brasileño de noticias Metrópoles ha revelado cómo una operación de la policía federal brasileña rescató en Manaus, en el estado de Amazonas, a 15 adolescentes indígenas de las comunidades Baniwa y Desana, originarias de São Gabriel da Cachoeira, una comunidad pobre situada en una posición estratégica en la frontera entre Colombia y Venezuela. Los jóvenes estaban siendo adoctrinados en el islamismo por la Associação Solidária Humanitária do Amazonas (Asham), un grupo islámico liderado por el ciudadano turco Abdulhakim Tokdemir, que ha logrado reclutar y llevar al menos cinco jóvenes a escuelas islámicas en Turquía, en Kütahya y Tarso, desde 2019.

Abdulhakim Tokdemir, líder de la
Abdulhakim Tokdemir, líder de la Associação Solidária Humanitária do Amazonas (Asham), (Vinícius Schmidt/Metrópoles)

Se trata del primer caso de islamización de indígenas en la historia de Brasil. Según la policía federal, la asociación no estaba registrada para funcionar como residencia de menores. En la operación, en la que también participaron miembros del consejo tutelar, el órgano que se ocupa de los menores en Brasil, y de la Fundación Nacional de los Pueblos Indígenas (FUNAI), se descubrió carne caducada hace dos años que se daba a los alumnos como alimento. Se desconoce cuántos jóvenes pasaron por la asociación. En octubre, según Metrópoles, eran ocho, con edades comprendidas entre los 9 y los 15 años.

Lúcia Alberta Baré, directora de la Promoción del Desarrollo Sostenible de la Funai, declaró a la prensa brasileña que “lo que sabemos de este grupo islámico es que utilizaba envíos de alimentos y donaciones de dinero como forma de manipulación de los padres de estos niños para que no presentaran denuncias ni buscaran información sobre las actividades que realiza el grupo”.

Se trata del primer caso
Se trata del primer caso de islamización de indígenas en la historia de Brasil (Vinícius Schmidt/Metrópoles)

Maria Rosita, una de las mujeres indígenas que aceptó que su hijo estudiara en la asociación dijo a Metrópoles: “No tenemos medios económicos para que nuestros hijos estudien. Yo quería que estudiaran para encontrar trabajo, en nuestra familia estamos sin empleo”.

Para Joyce Coelho, comisaria de la Policía Civil del estado de Amazonas que participó en la investigación, el caso es preocupante. “Hay los extremos para un crimen de tráfico de personas, se prometieron oportunidades a los padres de estos niños que no tienen oportunidades”.

Los adolescentes eran formados en Manaus, pero antes de llegar a las escuelas islámicas turcas eran enviados a San Pablo, a otra asociación turca, la União Cordial Harmonia Espiritual (Unicor). Uno de los adolescentes contó a Metrópoles: “El director nos motivaba para ir a San Pablo. Sólo nos mostraba fotos de la escuela, me decía que había muchos adolescentes traídos de Argentina, Venezuela y otros lugares”.

Según Lidia Lacerda, coordinadora de género y participación social de la Funai, “el reclutamiento de niños es un crimen por la exposición de la vulnerabilidad y la violación de los derechos humanos, y porque hasta la fecha no sabemos si estos niños han ido a estudiar, o si hay un motivo oculto de esta institución en relación con ellos”.

Mahmut Cengiz, profesor asociado del Terrorism, Transnational Crime and Corruption Center (TraCCC) y de la Schar School of Policy and Government de la George Mason University de Washington, DC, da la voz de alarma. Explica a Infobae que “Turquía tiene todo el potencial para ser un vivero de nuevas olas de yihadismo, incluso en América Latina. Fue el país con mayor cantidad de combatientes de ISIS (acronimo inglés por Estado Islámico de Irak y Siria). El gobierno actual no sólo hizo la vista gorda ante estos yihadistas cuando regresaron a casa, sino que castigó a aquellos funcionarios públicos que cuestionaron e investigaron las conexiones de algunos funcionarios del Estado turco con grupos yihadistas de Oriente Medio. Además, el yihadismo salafita se está expandiendo en Turquía, los jóvenes están influenciados por el salafismo hoy en día. Si pensamos que los chiíes movidos por Irán tienen influencia en Brasil y América Latina, el gobierno turco también anima a los grupos islámicos a viajar y operar en el continente sudamericano. El problema es qué versión del Islam exportan los grupos turcos. Me temo que están bajo la influencia del salafismo”.

Las organizaciones caritativas turcas reclutaron
Las organizaciones caritativas turcas reclutaron indígenas de las comunidades Baniwa y Desana, originarias de São Gabriel da Cachoeira, una comunidad pobre situada en una posición estratégica en la frontera entre Colombia y Venezuela (Vinícius Schmidt/Metrópoles)

Este movimiento reformista islámico suní nacido en la segunda mitad del siglo XIX es la más ortodoxa y radical de las diversas corrientes que componen el complejo mosaico de la religión islámica. Del salafismo, de la visión de una sociedad cerrada, de la anulación de toda forma de innovación y progreso, nacieron los movimientos fundamentalistas que responden al nombre de Al Quaeda, Al Shabaab, Boko Haram y, más tarde, el Estado Islámico. Partidarios de un Islam puro, no contaminado por las influencias coloniales occidentales, los salafitas tienen como objetivo el retorno al Islam de los antepasados y la restauración de la sharia, la ley islámica. Por eso, en algunos países como Francia, algunos políticos han llegado a proponer la prohibición de la presencia del movimiento salafita en el territorio nacional.

En cuanto a Turquía, corre el riesgo de ser la nueva bomba a punto de estallar en el corazón de la vecina Europa, con un impacto, aún subestimado por los expertos en terrorismo, incluso en América Latina. No sólo porque un informe de 2022 del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, estima que el ISIS aún cuenta con entre 6.000 y 10.000 combatientes, muchos de ellos escondidos en Turquía. Sino porque parte del tesoro de ISIS se esconde en ese país. Un análisis del Tesoro estadounidense de 2021 reveló que el ISIS aún tiene hasta 100 millones de dólares en reservas de efectivo repartidas por toda la región, incluida Turquía. El gobierno estadounidense sancionó a varias empresas turcas de servicios monetarios, incluida la empresa Al-Fay, por permitir la distribución mundial de divisas en nombre del ISIS y actuar como intermediario entre los donantes extranjeros y el ISIS.

La conversión al Islam de
La conversión al Islam de los pueblos indígenas si es un hecho nuevo en Brasil, en otros países de la región ya es una realidad en auge no sólo por el salafismo. (Vinícius Schmidt/Metrópoles)

“Los grupos islámicos en Turquia están financiados por el Gobierno, cuyo Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) es un partido político islamista y pretende extender su influencia fuera de las fronteras de Turquía”, explica el profesor Cengiz a Infobae. “Su interpretación del Islam es muy cercana a la de los Hermanos Musulmanes. Dos escándalos, uno sobre corrupción en 2013 que también involucró al actual presidente Recep Tayyip Erdogan y un poco claro intento de golpe de Estado en 2016, llevaron a un cambio de régimen en Turquía. Tras la sustitución de miles de funcionarios, el gobierno actúa como un supuesto Estado islámico y religioso, y los seguidores del AKP ven a Erdogan como el califa del mundo islámico. Mientras tanto, funcionarios del gobierno se han infiltrado en movimientos y grupos islámicos de Turquía y han empezado a explotarlos en paralelo a los objetivos del gobierno del AKP. El Islam es una herramienta del Gobierno, que en mi opinión ve en los indígenas de la Amazonia un blanco fácil de influenciar. Su radicalización trae a la memoria la problemática interpretación del Islam en las escuelas religiosas de Kutahya y Tarso a las que fueron enviados estos indígenas. Hay que recordar que el gobierno turco ya tiene fuertes vínculos con grupos yihadistas en Siria. Así yo diría que la convergencia de los nuevos objetivos del gobierno para presentarse como líder del mundo islámico y explotar y apoyar a grupos islámicos como los de Brasil, tiene claramente un efecto también en el país sudamericano”.

Brasil, que solo introdujo una ley para combatir el terrorismo en 2016, ya ha experimentado el extremismo religioso salafita. En vísperas de los Juegos Olímpicos de 2016, la policía brasileña había desmantelado con la Operación Hashtag una red compuesta por brasileños convertidos y algunos extranjeros dispuestos a cometer atentados en el país. Después, en 2018, la Operación Atila había revelado la existencia de una célula internacional hispano-brasileña: once personas fueron denunciadas por la Fiscalía de Goiás y siete detenidas, acusadas de reclutamiento para Siria y de planear atentados durante el carnaval de Río de Janeiro y Salvador.

Brasil sigue siendo también destino de varios predicadores radicales. Recientemente, el egipcio Waleed Edrees al-Meneese vino de Estados Unidos para firmar un acuerdo para crear una universidad islámica en el país y en México, en colaboración con la Universidad Islámica de Minnesota. Según The Investigative project on Terrorism (IPT), para al-Meneese, ya conocido por su acalorado antisemitismo, “la ley islámica debería estar por encima de la ley humana”. Además, según IPT, de la mezquita Al-Farooq de Bloomington, también en Minnesota, cuando al-Meneese era imán salieron al menos cinco somalíes para combatir en las filas de Al Shabaab y el ISIS.

Los grupos islámicos en Turquia
Los grupos islámicos en Turquia están financiados por el Gobierno, que pretende extender su influencia fuera de las fronteras de Turquía, según el experto Mahmut Cengiz (Vinícius Schmidt/Metrópoles)

En 2016, justo antes de los Juegos Olímpicos, también llegó a San Pablo Muhammad al-Arifi, un jeque saudí que tenía prohibida la entrada en una treintena de países europeos. Además de ser uno de los musulmanes más seguidos en las redes sociales (más de 14 millones de personas en Twitter y 21 millones en Facebook), los servicios de inteligencia de medio mundo se han fijado en él por ponerse del lado de los suníes contra Assad en Siria y contra los chiíes, a los que considera “infieles que deben morir”. En Gran Bretaña sus encendidos discursos en la mezquita Al Manar Centre de Cardiff impulsaron a Reyaad Khan y a los hermanos Nasser y Aseel Muthana a marcharse a Siria. Khan fue abatido por un dron en 2015 durante un ataque británico. Las autoridades de Londres acusaron a al-Arifi de “suponer una amenaza para la seguridad”, por lo que le prohibieron la entrada en el reino Unido en 2014. La misma suerte ocurrió en Suiza y otros países del espacio Schengen. Sus discursos, impregnados de antisemitismo, homofobia, violación de los derechos de la mujer y numerosas exhortaciones a la yihad para el Califato han creado un aura de temor a su alrededor. Según la revista brasileña Veja, Al-Arifi estaba interesado en patrocinar en Brasil las llamadas “mussalas”, es decir centros de oración sin imanes, y preguntaba a los jóvenes con los que se reunía cuál era su “yihad”, diciéndoles que nunca olvidaran “a aquellos hermanos que dieron literalmente su vida por la religión”.

También llegó a Brasil en 2016 el predicador salafita alemán de origen palestino Abou Nagie, que eligió Florianópolis, en el sur del país, para difundir el Corán y su cosmovisión. Y si ahora se ha perdido todo rastro de él (tal vez se haya refugiado en Malasia), su mensaje sigue vivo en las redes sociales junto con los vídeos de su otro amigo predicador, el alemán Pierre Vogel.

La conversión al Islam de los pueblos indígenas si es un hecho nuevo en Brasil, en otros países de la región ya es una realidad en auge no sólo por el salafismo. En las comunidades indígenas wayuu de la Guajira, distribuidas entre Colombia (135.000) y Venezuela (170.000), se ha producido una altísima conversión a Alá en los últimos años. Algunos de ellos han abrazado plenamente la yihad y están siendo entrenados sistemáticamente en el uso de explosivos y el martirio gracias a la inversión de Irán. Incluso se ha creado Hezbollah Latinoamérica, alias ‘Autonomía Islámica Wayuu’, un partido que es una mezcla de ideología marxista y radicalismo religioso. En México, en Chiapas, en los años 90, un grupo de españoles se instaló en San Cristóbal de Las Casas. La idea era convertir al Islam incluso a los guerrilleros zapatistas, a pesar de la desaprobación del subcomandante Marcos que, pocos lo saben, estudió con los jesuitas. Al final, el grupo consiguió convertir al Islam a muchos indígenas que hoy son adherentes del Movimiento Mundial Murabitún, cuyo fundador, entre los años setenta y ochenta, tiene una historia digna de mención. El escocés Ian Neil Dallas mudó su nombre en Abdelqadir al Murabit cuando descubrió el Islam. También tuvo un pequeño papel en la película ‘8 ½’, obra maestra de Federico Fellini, pero es más conocido según el Diario Judío de Mexico por sus presuntos vínculos con el Frente Nacional neonazi en Escocia. Bajo varios alias ha estado activo en Sudáfrica, Marruecos, Chechenia y el sur de Francia. Ahora, en Chiapas, el grupo que lleva a cabo sus creencias ha creado una comunidad muy cerrada que predica el antiglobalismo e incluso ha hecho acuñar una moneda de oro alternativa.

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