El viaje de Lula da Silva a China promete un éxito a corto plazo que puede costarle caro a Brasil

El presidente partirá el próximo 26 de marzo con una numerosa delegación de 240 personas que incluye decenas de legisladores y empresarios. Permanecerán caso una semana en el país asiático

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Lula da Silva (REUTERS/Adriano Machado)
Lula da Silva (REUTERS/Adriano Machado)

El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, partirá el próximo 26 de marzo para su visita oficial a China, donde permanecerá casi una semana, hasta el 31. Tras el viaje de enero en Argentina y Uruguay, y la visita en febrero a Estados Unidos, es el tercer viaje internacional de su tercer mandato.

También viajará con Lula una delegación tan numerosa que nunca se había visto, al menos en Brasil, para un viaje presidencial. Nada que ver con el viaje de Lula a Washington el pasado febrero, donde quedó apenas dos días y no incluyó reuniones de trabajo ni de negocios. Esta vez el grupo está formado por 240 personas, entre ellas 24 diputados y seis senadores, además de ministros, como el de Economía, Fernando Haddad, gobernadores y alrededor de 200 empresarios, incluidos representantes del agronegocio, para demostrar el peso que Pekín tiene y seguirá teniendo para Brasil.

Desde 2009, China se ha convertido en el principal socio económico del país, que en 2022 registró un superavit en el comercio con Pekín de 157.000 millones de reales, unos 30.000 millones de dólares, casi la mitad de toda la balanza comercial del país. Entre los principales bienes exportados por Brasil están la soja, la carne y los productos extractivos.

Joesley y Wesley Batista, hermanos empresarios que se hicieron famosos por su implicación en el escándalo de corrupción destapado por la operación Lava Jato, se unieron al grupo junto a directivos de Odebrecht (que tuvo que cambiar inclusive el nombre, ahora se llama Novonor), la compañía que también estuvo en el centro de la corrupción del Partido de los Trabajadores (PT) de hace cinco años.

Llama la atención que incluso algunos sindicalistas, Miguel Torres de la Fuerza Sindical y Sérgio Nobre de la Central Única de Trabajadores (CUT), participen del viaje para visitar un país que recordemos es una dictadura y donde el derecho de huelga no existe. A pesar de que China es el mayor comprador de soja brasileña, los representantes de los productores están ausentes de la comitiva presidencial, lo que confirma que el nuevo gobierno aún no cuenta con todo el apoyo del sector del agronegocio, vinculado en parte al ex presidente Jair Bolsonaro. También hay quienes se retiraron del viaje en el último momento. Es el caso del presidente de la Cámara, Arthur Lira, del Partido Progresista (PP), que prefirió quedarse en Brasilia para articular el voto sobre la nueva norma fiscal cuya presentación pública Lula pospuso para abril, después de su regreso de China.

El grupo de Lula llega a Pekín cargado de esperanza, con el objetivo de cerrar al menos una veintena de acuerdos en diversos sectores, además del agroalimentario, como la ciencia, la tecnología, la educación y la cultura. Entre los proyectos que ya se barajan está el CBERS-6, un satélite conjunto con China para monitorizar la deforestación en la Amazonia.

El ministro de Economía, Fernando Haddad, formará
El ministro de Economía, Fernando Haddad, formará parte de la delegación que viajará a China con Lula (REUTERS/Adriano Machado)

Según la prensa brasileña, el presidente podría firmar la adhesión de Brasil a la Belt and Road Initiative, o Nueva Ruta de la Seda, el programa del gobierno chino para financiar inversiones en infraestructuras, fuertemente criticado por Europa y Estados Unidos por el peligro de entregar sectores estratégicos para la economía y la seguridad nacional a un país como China que no es una democracia.

En la euforia del PT de Lula por vender la idea de un Brasil de nuevo en el candelero internacional, no parece haber preocupación por los riesgos de exponer al país a la capacidad depredadora de Pekín. Los chinos, no hay que olvidarlo, son el decimocuarto mayor terrateniente extranjero en Brasil y tienen todo el interés en aumentar su presencia. Ya han comprado minas en el país, las del valioso niobio por ejemplo, y su plan de Interconexión Energética Global encuentra en Brasil una importante implantación. State Grid, la compañía eléctrica propiedad del gobierno chino, ha ganado recientemente un contrato de millones de dólares para construir una línea de transmisión de 2500 km desde la central hidroeléctrica de Belo Monte, en el Amazonas, hasta Río de Janeiro. Los chinos ya controlan mucho en Brasil y quieren controlar más. La tecnología, además de la penetración cultural, es su arma geopolítica.

En Venezuela, por ejemplo, Pekín ha exportado tecnologías de vigilancia represiva como el llamado carnet de la Patria, que se asemeja a una tarjeta de crédito con la que los ciudadanos pueden acceder a prestaciones sociales. Producida por la empresa china ZTE Corporation, la tarjeta electrónica sirve en realidad para vigilar el comportamiento económico, social y político de los ciudadanos.

En otros países latinoamericanos como Argentina y Ecuador, China está exportando su iniciativa de “ciudades inteligentes” que integra el reconocimiento facial con las técnicas tradicionales de vigilancia, por no hablar del hardware militar que se vende ampliamente en la región y que, como un caballo de Troya, otorga a China el control total de lo que ocurre a miles de kilómetros de Pekín. En Brasil, a pesar de que el gigante chino de las telecomunicaciones Huawei quedó fuera de la subasta de 2021 para 5G debido a la presión de Estados Unidos que considera a Huawei una larga mano en el espionaje de Pekín, el gobierno de Bolsonaro había comenzado a trabajar el año pasado en una propuesta del gigante chino sobre 5G e inteligencia artificial. “Desde mi punto de vista dejamos todo atrás”, había declarado el entonces ministro de Ciencia y Tecnología, Marcos Pontes, en referencia a la polémica sobre la subasta del 5G. Ahora Lula podría incluso visitar la fábrica de Huawei en su viaje, según la prensa brasileña.

Guermantes Lailari, ex oficial de la Fuerza Aérea estadounidense y actualmente Visiting Scholar en la Universidad Nacional de Chengchi, en Taiwán, explica a Infobae que “el problema de cualquier acuerdo de Brasil con China radica en los diferentes objetivos. El gobierno brasileño puede promover estos acuerdos porque los considera beneficiosos para su economía en general, argumentando que el aumento del comercio significa más fondos disponibles para el país. Sin embargo, para el Partido Comunista Chino (PCC), estos acuerdos son sólo un medio para hacer a Brasil más dependiente de China. Pekín aprovechará esta dependencia para convertir a Brasil cada vez más en un Estado vasallo en todas las dimensiones: económica, diplomática, militar e incluso en ámbitos ilícitos como la corrupción y las drogas”.

El viaje oficial del presidente
El viaje oficial del presidente Lula a China se produce después de una semana simbólica en el tablero geopolítico internacional, con la reunión en Moscú del presidente ruso, Vladimir Putin, con su homólogo chino, Xi Jinping (Sputnik/Pavel Byrkin/Kremlin via REUTERS)

El gobierno de Lula cree que el acercamiento a China empujará a Estados Unidos a ofrecer a Brasil más dinero, por ejemplo en el Fondo Amazonia y en nuevas cooperaciones en diversos sectores productivos. Pero ésta es una lógica que dista mucho de la forma de pensar de Washington, como demuestra el duro debate no sólo de los republicanos, sino también de los demócratas, partidarios del gobierno de Lula.

El problema es que Brasil no se ha mostrado muy partidario de las sanciones contra Rusia”, declaró la semana pasada el senador demócrata Ben Cardin ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado estadounidense. Lo que preocupa es que China pretenda utilizar a Brasil para reforzar su bloque pro ruso. Xi Jinping también necesita a Lula para el otro gran asunto que le preocupa, el de Taiwán. China lleva años presionando a América Latina para que boicotee a la isla. El último país en ceder ha sido Honduras, que hasta ahora había sido uno de los pocos países en reconocer oficialmente a Taiwán.

El control de Brasil es crucial para Pekín, ya que si China atacara a Taiwán tendría que minimizar los efectos de un boicot económico”, explicó Lailari a Infobae. “Brasil es el país más grande, rico, poblado y poderoso de América Latina. Si el PCC llega a controlarlo, lo utilizará como un medio para reforzar su control sobre los países vecinos, pero también para asegurarse recursos esenciales, desde alimentos hasta recursos naturales en caso de conflicto, y para crear bases militares que le permitan proyectar su poder en la región. Debe entenderse que China tiene una idea de ‘guerra sin restricciones’, es decir, el uso de todos los instrumentos del poder nacional para luchar contra el enemigo”.

El viaje oficial del presidente Lula a China se produce después de una semana simbólica en el tablero geopolítico internacional, con la reunión en Moscú del presidente ruso, Vladimir Putin, con su homólogo chino, Xi Jinping. Más que una propuesta de plan de paz que en realidad sólo favorecería a Rusia y le daría tiempo para nuevas ofensivas armadas, según muchos expertos internacionales esta visita ha demostrado que Rusia es el socio menor en la gran partida geopolítica que está jugando el país del Dragón.

La diplomacia china trabaja en una dirección muy clara: convertir a China en hegemónica no sólo en el bloque oriental, sino también en el bloque meridional. Construir un eje chino-ruso que asuste a las democracias de medio mundo. En esta “Guerra Fría 2.0″, el riesgo es que la China de Xi Jinping intente ahora atraer a Lula al bloque ideológico del que es tejedora. No es casualidad que muchos periódicos chinos hayan difundido en las últimas horas declaraciones de Lula que han sido interpretadas localmente como un apoyo al plan de paz pro ruso de China.

En definitiva, el viaje de Lula, que está siendo narrado a la prensa brasileña como un viaje a un mundo dorado de generosas financiaciones interesadas sólo en el potencial verde del país, corre el riesgo de convertirse a largo plazo en una pesadilla de la que Brasil podría tardar años en salir.

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