Pavel Giroud tiene prácticamente la edad del caso Padilla. Nació en 1972, un año después de un episodio que reveló a muchos la extensión de la estalinización del régimen cubano. La Revolución Cubana que nació negando ser marxista estaba ya totalmente alineada con Moscú. En todos los planos.
Y si el encarcelamiento del poeta Heberto Padilla por contrarrevolucionario, en marzo de 1971, causó indignación en muchos círculos de la intelectualidad progresista mundial, mucho más lo hizo el episodio que tuvo lugar tras su liberación.
El 27 de abril de 1971, Heberto Padilla, tras pasar algo más de un mes en calabozo, “conversando” con los agentes de la Seguridad del Estado, se presentó ante los miembros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) para hacer su autocrítica pública, al mejor estilo de las que Stalin imponía a todo el que se atreviera tan siquiera al matiz: la humillación de admitir sus actitudes contrarrevolucionarias, su individualismo, sus dudas, sus flaquezas, hasta su “pesimismo” -una de las acusaciones favoritas de la policía política comunista-, y a continuación volver a hacer profesión de fe revolucionaria, agradecer la oportunidad de redimirse y, obviamente, alabar al camarada Stalin, y en este caso al compañero Fidel.
Todo eso hizo Padilla en una calurosa noche cubana, en una sesión que duró más de tres horas. Hasta ahora, de ese episodio sólo se conocía la transcripción de los dichos del poeta. Pero hace un par de años llegó a manos de Pavel Giroud el original de la filmación que la propia UNEAC -que antes que un sindicato es un comité de vigilancia- había realizado de aquella sesión, bochornosa en los dos sentidos de la palabra.
La grabación original y completa de esta velada histórica es la materia prima de la película de Pavel Giroud, “El caso Padilla”, y permite captar matices en los dichos de un poeta tan histriónico y enfático en el acto de flagelarse que habilita suspicacias y segundas lecturas, que quedan a criterio del espectador, ya que el realizador deja a los hechos hablar por sí mismos, sin aditamentos.
“Por lo primero que me atrajo este caso fue porque vi en él un drama shakesperiano, que me motivó a contar una historia cinematográfica”, dice Giroud en esta charla con Infobae [N. de la R: al pie de esta nota puede verse el video de la entrevista completa], en referencia a esta novela real que supera toda ficción.
En 1971, el caso Padilla motivó dos cartas de intelectuales a Fidel Castro: la primera para pedir su liberación, la segunda para condenar la humillación pública del poeta. Ambos episodios marcaron la ruptura de muchos intelectuales con la Revolución Cubana que los había entusiasmado inicialmente.
Otros, curiosamente, hicieron algo parecido a lo de Padilla: tras haber reclamado a Fidel su liberación, criticaron luego a sus colegas por los señalamientos a Castro y la ruptura con la Revolución. Un ejemplo es el de Julio Cortázar, que no queda bien parado en esta historia: el suyo es el típico y muy frecuente caso de intelectual “comprometido” que apoya a distancia un régimen bajo el cual jamás viviría. El escritor argentino firma la primera carta pero no la segunda. Más aún, se autocritica y critica a sus colegas: “Todo escritor, Narciso, se masturba defendiendo su nombre, el occidente lo ha llenado de orgullo solitario. ¿Quién soy yo frente a pueblos que luchan por la sal y la vida, con qué derecho he de llenar más páginas con negaciones y opiniones personales?”, escribió. Otro argentino, Rodolfo Walsh, también atacó a los 62 firmantes de la carta por su “formidable ligereza”.
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En cambio, para otros escritores latinoamericanos, como Octavio Paz y Carlos Fuentes, el episodio marcó la ruptura definitiva con la nueva Moscú, que representaba ahora para ellos La Habana. Y a la segunda carta se sumaron firmas que no estaban en la primera, como las de los cineastas Pier Paolo Pasolini y Alain Resnais.
“Creemos un deber comunicarle nuestra vergüenza y nuestra cólera -decía la carta a Fidel, fechada el 20 de mayo de 1971-. El lastimoso texto de la confesión que ha firmado Heberto Padilla sólo puede haberse obtenido mediante métodos que son la negación de la legalidad y la justicia revolucionarias”. Los firmantes cuestionaban también “la penosa mascarada de autocrítica”, que recordaba “los momentos más sórdidos de la época del estalinismo, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas”.
Y concluía exhortando a Fidel Castro “a evitar en Cuba el oscurantismo dogmático, la xenofobia cultural y el sistema represivo que impuso el estalinismo en los países socialistas”.
Firmaban, además de los ya mencionados, Italo Calvino, Marguerite Duras, los hermanos Goytisolo (José Agustín, Juan y Luis), Mario Vargas Llosa, Carlos Monsiváis, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jean-Paul Sartre, Jorge Semprún y Susan Sontag, entre muchos otros.
Con el cinismo que le era habitual, Fidel hizo que la respuesta corriera por cuenta del propio Padilla, que se vio obligado a la nueva humillación de responderles a los colegas que lo habían defendido con la clásica acusación que el castrismo reserva a todos sus críticos: “Está bien, continúen beneficiando a la CIA, al imperialismo, a la reacción internacional. Cuba no necesita de ustedes”.
Tras su autocrítica, Heberto Padilla pasó a ser un exiliado interno. Castro no lo dejó emigrar a España como él deseaba: quería que se fuese a Miami para poder catalogarlo de “gusano”. Finalmente, en 1980, el poeta pudo salir de Cuba…. hacia los Estados Unidos.
Contra los que sostienen que el episodio fue negativo para Fidel Castro, Pavel Giroud afirma que le permitió escarmentar a los intelectuales, a los que en 1961 había advertido: “Dentro de la Revolución, todo, contra la Revolución, nada”. “Esto fue 10 años antes del caso Padilla -dice Giroud-. Muchos de estos intelectuales creyeron que en ese ‘dentro’ cabía la crítica” A ello se dedicaron, sin romper abiertamente. “Hasta que -sigue diciendo Giroud-, a la par que Cuba se iba sovietizando cada vez más, llegó un momento en que hubo que tomar un control sobre eso y Padilla se convirtió en el conejillo de Indias”.
A Giroud le impacta el contraste entre la actitud de la vanguardia intelectual progresista de aquel momento con la del presente, que hace silencio y mira para otro lado, mientras Cuba, país que no vive ningún proceso de apertura y democratización como permitía esperar la visita de Barack Obama en marzo de 2016, sigue produciendo casos Padilla a repetición.
El pasado 17 de marzo murió el escritor chileno Jorge Edwards, protagonista del caso Padilla, en la realidad y en el documental, autor de Persona non grata (1973), donde relató ese hecho del que fue testigo en su paso por Cuba; un libro que, según el historiador mexicano Enrique Krauze, “permanece tan vigente como el opresivo régimen cubano que describió hace cincuenta años”.
Pavel Giroud vive en España, pero casi todas sus realizaciones están ligadas a Cuba, donde tuvo un recorrido profesional exitoso, antes de emigrar. Tras egresar del Instituto Superior de Diseño, incursionó en lo audiovisual, tanto en lo publicitario como en lo artístico, especialmente con cortometrajes. La película Tres Veces Dos, en co-realización con otros dos jóvenes directores, fue considerada mejor primer film en el festival de Montreal en 2004; una suerte de premio revelación. Por La edad de la Peseta” (2006), un largometraje documental, la crítica lo llamó el “Truffaut cubano”.
El caso Padilla, como lo explica aquí, lo fue a buscar, y el resultado es impactante y revelador; reavivará polémicas y, tal vez, saque a los intelectuales y políticos del mundo de la indiferencia con la que hoy observan a la dictadura señalar a un bloqueo imaginario como fuente de todos los males que ella misma ha generado.
— Antes de encontrarte con ese material que es el centro de tu documental, la filmación de la autocrítica de Heberto Padilla, ¿cuál era tu vínculo con ese caso?
— Yo siempre digo que yo no elegí el caso Padilla; el caso Padilla me eligió a mí. Cuando estaba terminando la Universidad, año 94 aproximadamente -estudié Diseño-, cayó en mis manos el libro La mala memoria, que es una especie de autobiografía de Heberto Padilla en la que cuenta un poco su caso. Antes de eso, yo no tenía idea del caso Padilla. Estamos hablando del año 94, yo tendría 21. Era muy joven. Y ese libro me conmovió. Me hizo descubrir cosas que yo ni sospechaba de Cuba. Claro, desde la voz de alguien al que tú le das de alguna manera un margen de duda. Pasaron los años, y recuerdo que me interesé por la poesía de Padilla y me fasciné, porque cuando empecé a leer los poemas de Fuera del juego, como “El hombre al margen”, “En tiempos difíciles”, incluso el que uso al inicio de la película, me fasciné con su poesía. Hasta entonces no había leído nada así, alguien que cogía el lenguaje del momento y jugaba con él. De una manera brutal jugaba con la esencia de la Revolución, con el lenguaje de la Revolución, con la estética de la Revolución y lo convertía en algo sublime a mi juicio.
Luego mi vida se fue alejando del diseño y fue entrando en el territorio del cine y leo la transcripción que en la época se hizo de la confesión de Padilla. Cuando leo eso digo “esto está brutal para hacer una película”. Me planteé hacer una película de ficción, una película que no tenía nada que ver con lo que luego vino. Antes de que llegara el material a mi poder, un colectivo de artistas plásticos, Los Carpinteros, con los que yo colaboraba haciéndole las piezas en video, me pidieron hacer una obra en la que un trabajador de un matadero de corderos hacía la auto-inculpación de Padilla. Yo hice entonces un resumen de ese texto para una obra de 12 minutos. Y luego de eso me cae este material en las manos. O sea que yo ya tenía un background muy sólido de lo que había sido el suceso.
— Los que han visto la película y habían leído antes la transcripción, dicen que no es lo mismo y que se ve cierta intencionalidad de Padilla o una actuación. ¿Qué diferencia hay entre leerlo y verlo?
— Hay una diferencia notable. Recuerdo que cuando estábamos a punto de dar por finalizado un corte de la película, convocamos a (Mario) Vargas Llosa, que fue el agente aglutinador de todos estos intelectuales que estaban alrededor de Barcelona que le hicieron la carta a Fidel Castro [N. de la R: solicitando la liberación de Heberto Padilla]. Fue un poco el motivador de esto, él con los Goytisolo (Juan y Luis), con Hans Magnus Enzensberger y varios más motivaron y convocaron a escritores más allá de España, a Simone de Beauvoir, a Jean-Paul Sartre, a Susan Sontag en los Estados Unidos, a hacer esto. Y me interesaba que Vargas Llosa viera esto porque él ha tenido una obsesión con el caso Padilla y lo define siempre como el giro en su ideología. Entonces le hicimos una proyección de la película sin terminar. Y él me dijo: “Coño, es que no es lo mismo leerlo que verlo. Yo podría recitarte incluso pasajes de esto porque constantemente acudo al caso Padilla porque la UMAP [N. de la R: Unidades Militares de Ayuda a la Producción; campos de reclusión y reeducación a los que eran enviados los díscolos, los disidentes y los homosexuales] y el caso Padilla son mis detonantes para el rompimiento con la Revolución Cubana y con la ideología de izquierda, y siento mucho que Heberto esté muerto y no irle a decir coño, tenías razón: mucho de lo que me dijiste lo acabo de ver”. O sea, evidentemente hay matices en el audiovisual que no se leen en negro sobre blanco.
— Uno puede concluir que verdaderamente Padilla no pensaba lo que estaba diciendo. Lo dijo porque quedó colocado en una situación en la que no le quedaba otra.
— A él le pusieron un guion que debía interpretar, lo interpretó a su manera.
— Bastante bien. Pero quizás en el exceso, en los adjetivos que elige, puede haber… un mensaje. Lo que pasa es que es tan sutil que es para entendidos. Vos mencionabas a los intelectuales que firmaron una primera carta por Padilla y luego una segunda, una para que lo liberaran y otra de condena al acting de la autocrítica. Ese caso marcó la desilusión de muchos intelectuales europeos con Cuba al ver que se estaba estalinizando. Tenían el recuerdo de la revelación de las purgas de Stalin. Pero en el caso de los latinoamericanos no fue tan así la ruptura, ¿no? Salvo excepciones, como Jorge Edwards …
— No, yo creo que hubo mitad y mitad. Algunos de los que firmaron la primera, no firmaron la segunda, como García Márquez, que fue un firmante involuntario, y Cortázar que firmó y luego reculó y estuvo muy afín a Cuba hasta el fin de sus días. Pero hubo otros que no se adhirieron nunca a esto. Por ejemplo, Octavio Paz cortó con Cuba para siempre. Vargas Llosa dio un giro radical. Llegó a decirme mira, en ese momento el que era muy pro Cuba era yo, y García Márquez no, porque cuando trabajaba en Prensa Latina Fidel lo había expulsado de Cuba. Y él (García Márquez) me confesó en ese momento, me decía Vargas LLosa, que él creía en el socialismo y entendía que en Cuba las cosas no eran pluscuamperfectas pero que valía la pena dejarlas pasar en pos de un futuro socialista para América Latina. Fidel sacó una cuenta: que le era muy rentable tener ciertas discrepancias del otro lado a cambio del control absoluto en Cuba. Y eso perduró, porque lo practicó durante todo su mandato. Fidel Castro fusiló gente porque se robó una lancha para escapar a los Estados Unidos, como castigo ejemplar. Mucha gente lo señaló. Pero él sacó esta cuenta: “Bien, éstos me señalan, (pero) me lo van a perdonar como me lo han perdonado todo, y yo seguiré teniendo el control de la situación.
— Como tenía control de todo, y eso explica en parte el no desarrollo de Cuba, por esa obsesión de no permitir ningún tipo de iniciativa privada. La poca que hay es subterránea o al poco tiempo la vuelven a controlar.
— Yo incluso no lo reduciría a la iniciativa privada, yo me quedaría en la palabra iniciativa.
— (Risas) Claro. En la película vos te basás en ese material inédito que es la filmación del día de la autocrítica pública de Padilla. ¿Lo que agregaste son testimonios actuales? ¿O es todo histórico?
— Hay algo que vengo arrastrando desde proyectos anteriores porque a veces me era incómodo en determinados documentales que la gente desde el presente me adulterara el pasado. No por una voluntad de adulterármelo sino por una condición humana de ser muy selectivo con los recuerdos, o reinterpretarlos desde la experiencia que te dan los años. O sea, hay muchas condiciones que te hacen mirar al pasado de una manera que quizás lo aleja de lo que realmente fue. Entonces yo me propuse buscar material de archivo de la época o cercano a la época para ir hilvanando esta historia. Para mí era muy importante. Tuve varias premisas. Una era mostrar una historia al mundo, no a los cubanos únicamente. Ahí tenía que despojarme de ciertos códigos que solo dominamos los cubanos. Y cuando digo cubanos, son los cubanos entendidos, eruditos e interesados en el tema Padilla, no cualquier cubano. Luego, eludir valoraciones desde el presente. Eludir mi postura respecto al tema, que fue lo más difícil de todo; aunque por momentos se sienta mi mano, intenté ponerlo de una manera bastante neutral. Para mí era más importante generar cuestionamientos que darle respuestas al hecho. Además, no tengo las respuestas. Y ante todo que tuviera un valor como película. Soy un cineasta, no soy un ensayista, ni un historiador. A mí este suceso por lo primero que me atrajo fue porque yo vi en toda esta situación un drama shakesperiano, que me motivó a contar una historia cinematográfica. Hay quien dice no, no es lo mismo un documental que una ficción. Para mí el cine es cine, documental o ficción es cine, y los cineastas tenemos el rango de selección mucho más limitado que un ensayista, un novelista. Tenemos que ser muy precisos con los elementos que seleccionamos para hacer avanzar una historia y generar situaciones dramáticas. Esto lo tenía todo. Pero probablemente un historiador, un ensayista que esté metido en el tema, vea que yo le paso de puntillas a determinados temas y a determinadas situaciones. Pero el hecho es que yo soy un cineasta y he hecho una película.
Tráiler de “El caso Padilla”
— Entiendo. Todas estas salvaguardas, como evitar los testimonios actuales, ¿son para evitar el panfleto, la bajada de línea? Que sea más bien un mostrar lo que pasó porque el dramatismo de la propia situación ya habla por sí solo.
— Exactamente. ¿Quién soy yo para guiar esta historia? O sea, me coloqué como si yo fuese las ruedas para transportar esta historia, no la locomotora de la historia.
— ¿Podemos esperar que llegue pronto la película a la Argentina?
— Espero que sí, porque Argentina es un país que tiene un vínculo tremendo con la Revolución Cubana. O sea, media Argentina por lo menos.
— Digamos que en este tiempo se ha puesto nuevamente de moda. Como te escuché decir en otro reportaje, el marketing de la Revolución Cubana es sorprendente. En los años 60 se podía entender un poco, por todo el mito de la Revolución... Pero pasado el tiempo... Y hay una cosa curiosa, que poca gente sabe, o no quiere saber aunque uno lo diga y lo repita, y es que Fidel Castro fue uno de los principales aliados de la dictadura de Videla en el plano internacional.
— Totalmente. Y de Franco y de varios más.
En aquel entonces la vanguardia progresista intelectual del mundo se atrevió a hacerle una carta a Fidel Castro desafiándolo, “libera al poeta”, “nos has defraudado”. Hoy en día la actitud es el silencio, el mirar para otro lado
— Sin embargo, vino a Argentina en 2003, y se llenó de jóvenes para escucharlo hablar esos delirios, esos discursos que no iban para ningún lado. Sinceramente me impactó mal eso porque pensé cómo podía ser que todavía se sostuviera a ese punto el mito. Y ahora mucha gente va a Cuba, ven lo que es Cuba. Sin embargo siguen aferrados al mito de la Revolución.
— Mira, aquí en España por ejemplo, ya no valorando la izquierda radical española que es como un metaverso; hablo de la izquierda tradicional, la que tiene los pies en la tierra. En la postura que han tenido la diferencia es que en aquel entonces la vanguardia progresista intelectual del mundo se atrevió a hacerle una carta a Fidel Castro desafiándolo, “libera al poeta, esto que estás haciendo no es, nos has defraudado, y tal”. Y hoy en día la actitud es el silencio, el mirar para otro lado. Y mi teoría es que si la izquierda quiere legitimidad hoy en día debería tener una postura muy acusatoria hacia lo que está ocurriendo en Cuba. Porque Cuba se convirtió en un faro de la izquierda global y eso ha sido una gran estafa.
— Pero además, aunque esto fue hace 50 años, no quiere decir que no siga pasando. Quizás la represión en Cuba es más sutil, pasa más por la famosa cancelación. Hoy se llama cancelación. El ostracismo social de la persona, porque como todo está controlado por el Estado, el que se pone en contra, así sea mínimamente, o el que no muestra suficiente entusiasmo revolucionario, queda fuera de todo, porque no tiene trabajo, no puede ir a la Universidad, pierde los amigos, que temen quedar contaminados. Ese tipo de cancelación, que a veces llega al arresto a la condena, sigue existiendo. Tal vez la gente piensa que Cuba está evolucionando hacia la democracia y en realidad hay una involución en este momento.
— ¿Cómo va a haber una evolución en un país del que en un año han emigrado, por la frontera de México a Estados Unidos, 200.000 personas. Jóvenes. Es un país donde se están quedando únicamente los viejos.
— ¿Cuándo te fuiste vos de Cuba y cómo te considerás? ¿Emigrado, exiliado?
— Yo en Cuba tenía una carrera sólida. Fui un privilegiado, vivía de mi trabajo desde inicios de los 2000. Yo tuve la suerte que a la vez que comencé a hacer cine y audiovisuales en Cuba hubo un boom en la industria discográfica, hubo mucha inversión extranjera en la industria discográfica, y vivía muy bien de hacer videoclips, materiales para la industria discográfica. Y además hacía mis películas, me encargaban trabajos del extranjero. Me iba muy bien económicamente, y profesionalmente estaba muy realizado. Pasaron los años, hice una familia, tuve un hijo, y ahí fue cuando decidí emigrar. Se mezclaron varias cosas. Sentí que había un techo como profesional, necesitaba más. Y no quería que mi hijo estudiara en la escuela al lado de casa donde escuché a un maestro decir que “civilización se escribe como a mí me da la gana.” No me siento un exiliado, me siento más un emigrante. Ahora sí quizás soy un exiliado. No sé si después de “El caso Padilla” yo llegue a Cuba y me encierren.
— ¿Vos siempre volvías a Cuba?
— Sí, sí. Yo iba, incluso rodé una película en Cuba, El acompañante. He ido a rodar cosas pequeñas también. Ahora después de esta película ya no me atrevo a ir. Porque si alguien va preso por sacar un cartel, si alguien va preso por un tweet o por un post en redes sociales que ofenda a “la corona” pues imagínate yo con esta película que sabe Dios de pronto la causa que me puedan armar. Directamente me da miedo ir a Cuba y no iré.
El triunfo de los barbudos fue a la política, al escenario político, lo que los Beatles a la música
— Me gustó lo que dijiste de que la Revolución Cubana tiene un marketing que supera al de la Coca-Cola. Es impresionante lo bien vendida que está.
— Sí. Y el cine fue la gran herramienta de inicio para eso. Yo crecí escuchando que Fidel Castro se preocupaba por la cultura y el cine. Después de la ley de reforma agraria, la siguiente ley revolucionaria fue la del Instituto de Cine. Pero cuando tú ves las primeras películas cubanas son películas que tratan la épica revolucionaria, filmadas por cineastas que venían de graduarse en Cinecittá como Tomás Gutiérrez Alea y García Espinosa. O sea, cineastas bien formados que estaban exportando al mundo la épica revolucionaria. A inicios de los 60 fueron a Cuba Sartre, Simone de Beauvoir, los grandes intelectuales fascinados con la Revolución Cubana. Yo siempre he dicho que el triunfo de los barbudos fue a la política, al escenario político, lo que los Beatles a la música. Tuvo ese impacto. En ese escenario yo también me hubiera fascinado. Se dice que el caso Padilla fue el comienzo del declive de la Revolución. Eso es un error. El declive de la Revolución es 10 años antes (en 1961), cuando Fidel se sienta con todos los intelectuales del país y traza las reglas del juego… Fíjate que yo no estoy hablando de los fusilamientos del Che Guevara y de todas esas cosas típicas que trae cualquier Revolución. Estoy hablando de la plataforma programática. Cuando Fidel se sienta con los intelectuales y les dice: “Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Esto fue 10 años antes del caso Padilla. Muchos de estos intelectuales creyeron que en ese “dentro” que decía Fidel cabía la crítica, cabía el cuestionamiento, y lo fueron desarrollando y eso fue creciendo, creciendo, hasta que, a la par que Cuba se iba sovietizando cada vez más, llegó un momento en que hubo que tomar un control sobre eso y Padilla se convirtió en el conejillo de Indias. Lo usaron a él para trasladar un mensaje.
— Para que escarmentaran los demás. Hablaste de la sovietización y otro fenómeno que llama la atención es que se critica mucho al imperialismo norteamericano, pero es como si los 30 años en los que Cuba fue satélite de la Unión Soviética, una colonia más, no existieran como tema en la opinión pública respecto de Cuba.
— Yo siempre he querido buscar un matemático que me saque la cuenta, con los números oficiales, que me diga cuánto Cuba ha perdido por causa del bloqueo y cuánto ganó por los subsidios soviéticos y luego venezolanos. Quisiera ver esos números algún día. Además yo soy de los que adhieren a la teoría de que el bloqueo es más hueco que queso. En el año 2019, Estados Unidos era el socio número 15 de importaciones a Cuba y sí, es verdad que Estados Unidos era el principal socio comercial de Cuba antes de la Revolución. A Estados Unidos exportábamos el tabaco, el azúcar, esto, esto y lo otro. Pero Cuba tiene socios comerciales en el mundo entero. Y sí, el bloqueo puede impedir determinadas operaciones, pero yo voy a Cuba a un hotel y hay Coca-Cola. Y voy a los mercados y veo productos made in USA, entonces…. Yo no estoy diciendo, a ver, que el bloqueo, el embargo que es como prefiero llamarle…
— Es que es embargo, no es bloqueo, justamente. Es un embargo.
— Bloqueo fue lo que ocurrió cuando Lucky Luciano estaba en Cuba y le dijeron al presidente (Ramón) Grau “si no sacas a Lucky Luciano de Cuba” y bloquearon toda actividad comercial entre Cuba y Estados Unidos. Bloqueo es que esté la isla rodeada de buques con armas apuntándola. Hay un embargo, pero embargo también ha tenido Vietnam y fíjate Vietnam ahora. Para mí ha sido una gran torpeza de Estados Unidos mantener el bloqueo. Esa es mi opinión. Para mí no ha habido mayor jaque ideológico a la dictadura cubana que la visita de Barack Obama y que toda La Habana estuviera, con Fidel vivo, (gritando) “¡Obama! ¡Obama!” Ese fue el golpe más duro que ha recibido Fidel en su vida, a punto de que hizo un artículo que salió en el periódico que se llamaba “Mi hermano Obama”, una cosa así, que fue lo que echó para atrás todo ese acercamiento. Ciertamente las medidas de Trump han ahogado al país económicamente, pero yo creo que la dictadura cubana sabe lidiar mejor con este tipo de contrincantes que con un contrincante como Obama que se planta en la isla, frente a miles de jóvenes, empresarios, emprendedores, y les dice “ustedes son el futuro de este país”. Yo lo único que siento es que Obama haya hecho eso demasiado tarde. Porque al final, claro, cumplen con estrategias electorales, y les importa más Estados Unidos que Cuba obviamente. Pero Obama es el presidente que le ha dado el golpe ideológico más duro a la dictadura cubana.
— Sí, porque el embargo le ha servido de excusa a Cuba. Es el enemigo ideal. Ahora, hay sectores en Estados Unidos que también quieren seguir teniendo a Cuba de enemigo porque es como el mal ejemplo…
— Y no solo eso, también es económico. Hay quien vive de la crispación. De un lado y del otro. O sea, yo me imagino a Fidel diciéndole a Raúl, su hermano, ¿pero tú eres estúpido? Si perdemos el enemigo se nos cae el negocio. Y en Estados Unidos hay mucha gente que lucra de la confrontación. Youtubers a los que les conviene porque siguen generando tráfico. Empresas de aviación, de comercio, de esto y de lo otro, que siguen lucrando con la confrontación y los precios se elevan. Es así.
— Sí, lo triste, como decía Albert Camus, es que todas las dictaduras dicen que son provisionales y después duran años y años, y en el medio es una vida de esclavos para mucha gente. Generaciones enteras que viven en esclavitud. Eso es lo triste.
— Yo he tenido un amigo que decía no hay nada más eterno que lo provisional.
— Volviendo un poco a Heberto Padilla, qué decían esos versos que…
— Yo te invito a leerlo porque lo puedes ver online. Soy incapaz de declamar.
— Fue de regreso de la Unión Soviética cuando escribió ese libro, un poco ese viaje lo alertó, vio el futuro de Cuba.
— Claro. Él avizoró lo que venía y era un hombre brillante, que manejaba la ironía magistralmente. Y eso está en sus poemas. Yo te invito a leerlo porque es que son brutales de buenos. En serio. Nunca he visto la poesía política a un nivel tan sofisticado como en Heberto Padilla.
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