La que el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha lanzado contra el Banco Central de Brasil no es una guerra sino una cruzada, en la que la ideología mezclada con el populismo se han impuesto por el momento al pragmatismo político. Las primeras señales ya se habían visto al principio de su mandato, pero es en los últimos días que la escalada de tonos contra una de las principales instituciones económicas del país y su presidente, Roberto Campos Neto, corre el riesgo de hundir a Brasil en un precipicio económico del que será difícil volver a levantarse. En un encuentro con medios de comunicación definidos por el palacio presidencial de Planalto como “independientes” y “alternativos”, Lula volvió el jueves al ataque, criticando la actual tasa Selic, que el Banco Central mantiene hace meses en el 13,75% anual.
“No es posible que el país vuelva a crecer con este tipo”, dijo apuntando con el dedo a Campos Neto que, según él, “debe explicaciones al Congreso”. Después agregó que “este ciudadano”, refiriéndose así al presidente del Banco Central, “que ha sido indicado por el Senado, tiene la oportunidad de madurar, pensar y saber cómo cuidar de este país”. Unos días antes, durante la ceremonia de toma de posesión de Aloizio Mercadante como Presidente del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES), Lula había calificado el Selic al 13,75% “una vergüenza”. De su pensamiento se hizo eco en estas horas el diputado Guilherme Boulos, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), quien calificó a Campos Neto de “infiltrado” del ex presidente Jair Messias Bolsonaro.
Campos Neto es un economista apreciado en todo el mundo por haber sido uno de los primeros banqueros centrales en subir la tasa de interés, lo que permitió a Brasil, tras la pandemia, controlar la inflación incluso mejor que Europa y Estados Unidos. El organismo que dirige también es independiente desde 2021, para evitar injerencias políticas en la economía. Precisamente su independencia ha sido repetidamente atacada por Lula, que parece olvidar en esta situación cómo exactamente la “solidez democrática” de las instituciones brasileñas permitió que fracasara la intentona golpista del 8 de enero. Según la prensa brasileña, atacar de nuevo a las instituciones ahora de esta forma hace prevalecer el oportunismo político sobre el respeto a las reglas de la democracia. Las reacciones de Campos Neto no se hicieron esperar y desde Miami, donde asistía a una conferencia, respondió a los ataques de Lula a la independencia del organismo que preside con estas palabras: “Cuanto más independiente sea, más eficaz será y menos pagará el país el coste de la política monetaria ineficiente”.
El actual director de Política Monetaria del Banco Central, Bruno Serra Fernandes, también afirmó ayer en otro evento que “el Banco Central es una institución del estado y no del gobierno” y que no hacer “un ajuste monetario tiene costos para la economía”, comparando la situación de Brasil con la de Turquía, que bajó artificialmente los tipos de interés y sufrió una elevada inflación y la devaluación de la moneda nacional. Sobre la independencia del Banco Central, señaló que es una práctica habitual en todo el mundo, salvo en Argentina y Venezuela, países con tasas de inflación muy elevadas.
En su última publicación de datos de esta semana, el Comité de Política Monetaria del Banco Central (COPOM) contrarrestó la ira de Lula con equilibrio y espíritu de cooperación. Tras reiterar su compromiso con los objetivos de inflación, al tiempo que hacía hincapié en la incertidumbre fiscal del momento, que llevará a mantener los tipos altos durante más tiempo del previsto para contener las expectativas de aumentos de los precios, tendió la mano al nuevo ministro de Economía, Fernando Haddad. De hecho, el texto afirma que “el paquete fiscal del gobierno suavizaría el estímulo fiscal sobre la demanda, reduciendo el riesgo de un aumento de la inflación”. En resumen, el Banco Central concede con estas palabras el beneficio de la duda al nuevo gobierno, a pesar de que todos los indicios apuntan actualmente en la dirección contraria de la responsabilidad fiscal.
La única certeza, de hecho, es la aprobación por el Congreso a finales de diciembre de la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC), que prevé una ampliación del techo de gastos en 169.100 millones de reales, unos 32.500 millones de dólares. Por lo demás, más allá de las declaraciones de Haddad sobre un aumento de los impuestos, empezando por los de la gasolina, Brasil aún no sabe qué rumbo económico tomará este gobierno. Sin embargo, parece cada vez más evidente que Lula 3.0 avanza a buen ritmo hacia la aplicación de la Teoría Monetaria Moderna (TMM). Es una teoría favorable a la intervención del Estado, tanto en forma de gasto público como de injerencia en las relaciones económicas. Aboga por políticas fiscales expansivas, financiadas mediante la creación de dinero por parte del estado porqué, para la TMM, ni deuda ni inflación son un problema. Sin embargo, hasta ahora nunca ha tenido éxito en ningún país del mundo.
Aunque Lula dijo entonces que no quiere “crear confusión” con el Banco Central, los rumores de la prensa dicen que todo esto forma parte de una estrategia para forzar la dimisión de Campos Netos. Además, el próximo 28 de febrero, entre los diversos mandatos que expiran se encuentran los de los directores de Política Monetaria y Fiscalización del Banco Central. El riesgo es que Lula esté creando un clima de oposición para que no se aprueben los nombramientos indicados por Campos Neto. Para ejercer presión, el presidente ya ha pedido al ministro de Economía, Haddad, y a la ministra de Planificación, Simone Tebet, así como al Senado, que supervisen de cerca el actuar del Banco Central. Haddad y Tebet, junto con Campos Neto, forman parte del Consejo Monetario Nacional, órgano que tiene potestad para enviar una petición al presidente de la República para que destituya al jefe de la autoridad monetaria en caso de “resultados insuficientes probados y recurrentes en la consecución de los objetivos del Banco Central”.
Sin embargo, la agitación de estos días, además de preocupar a los inversores, tiene exactamente el efecto contrario de la retórica electoral de Lula. Al presidente que dice querer quitar a los ricos para dar a los pobres haciendo crecer Brasil parece importarle poco que cada palabra que dice eleve las proyecciones de inflación cada vez más alejadas de los objetivos de este año y de 2024, además de afectar a los intereses futuros a medio y largo plazo. Pero, sobre todo, las invectivas del presidente se suman a la incertidumbre sobre el complejo régimen fiscal que su gobierno ha decidido poner en marcha. Tendrá que sustituir el techo de gasto criticado por Lula y creado por el ex presidente Michel Temer en 2016 para sacar al país de la profunda recesión económica provocada por Dilma Rousseff, destituida de la presidencia mediante un impeachment. Sin embargo, hasta ahora no se sabe nada más allá de las palabras sobre el nuevo paquete fiscal. El hecho de que Mercadante haya declarado en las últimas horas que el BNDES, del que se ha convertido en presidente, también presentará propuestas para este nuevo sistema fiscal no tranquiliza a los mercados. Durante los dos mandatos de Dilma, de 2011 a 2016, Mercadante estuvo al frente de tres ministerios, pero sobre todo participó en las decisiones más importantes del gobierno que resultaron desastrosas desde el punto de vista económico, como el control artificial de los precios de la gasolina y la llamada “contabilidad creativa” en las cuentas públicas que se tradujo en una mayor inflación y recesión económica.
Y mientras en las últimas semanas las bolsas mundiales y las divisas de los países emergentes se han fortalecido, apostando a que el ciclo de endurecimiento monetario de la Reserva Federal de EEUU está llegando a su fin, el real brasileño, que se había apreciado hasta 4,94 por dólar en pocos días, se ha desplomado hasta 5,24 por dólar. Toda la culpa es, según los expertos, de las explosivas declaraciones del presidente. Entre los críticos de este “Lula contra todos” están dos ex presidentes del Banco Central que también lo habían apoyado durante la campaña electoral. “Por lo que está diciendo, Lula está siguiendo exactamente lo que hizo el gobierno de Dilma Rousseff y hay muy pocas posibilidades de que funcione”, dijo Mereilles a Globo TV, aconsejando al presidente que adopte una actitud conciliadora con el Banco Central. Por su parte, Arminio Fraga, en una entrevista concedida al diario Estado de São Paulo, calificó de “no buenas” las señales del gobierno en el ámbito macroeconómico y de “malentendido” el ataque al Banco Central, agravado por el “rabioso desprecio” de Lula por la responsabilidad fiscal. Un duro editorial del diario Estado de São Paulo argumenta que “si Lula fuera un amateur de la política, uno se preguntaría qué sentido tiene esta charla, pero ciertamente no es su caso. Al negarse a bajar del podio, sólo busca un culpable para justificar otro año más de crecimiento económico mediocre”. Sin embargo, sólo los próximos meses aclararán lo que mueve Lula a hablar así.
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