Luiz Inácio Lula da Silva se reunirá con el diactador cubano, Miguel Díaz-Canel, en un encuentro privado al margen de la 7ª reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). También lo iba a hacer con el venezolano Nicolás Maduro, hasta que este lunes se supó que el régimen venezolano canceló el encuentro. Para Brasil es un gran regreso después de que el ex presidente Jair Messias Bolsonaro había suspendido la participación de su país. “La CELAC no ha dado resultados ni en la defensa de la democracia ni en ningún otro ámbito”, había declarado en 2020 el ex canciller del gobierno de Bolsonaro, Ernesto Araújo.
Fundada en Caracas en 2011 por el entonces presidente venezolano Hugo Chávez como “un gran polo de poder” frente a Estados Unidos que podría sustituir a “la vieja y arruinada Organización de Estados Americanos (OEA)”, según sus propias palabras, cuenta entre sus 33 países miembros con los regímenes de Cuba y Nicaragua, además de Venezuela. El regreso de Brasil a la CELAC ocurre en un contexto favorable al consenso entre los países miembros dada la convergencia ideológica de Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile, Andrés Manuel López Obrador en México, Alberto Fernández en Argentina, Luis Arce en Bolivia, Xiomara Castro en Honduras, además de las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua. Entre los temas de posible discusión, según fuentes de Itamaraty, el Ministerio de Relaciones Exteriores brasileño, estarán la financiación del bloque, la flexibilización del mecanismo intergubernamental, la posible creación de una Secretaría Ejecutiva y el papel de la OEA.
Además, justo cuando Lula viajaba ayer a Buenos Aires, surgió la noticia de un documento conjunto firmado por el presidente brasileño y su homólogo argentino, Alberto Fernández, de cara a la reunión de la CELAC. El extenso texto destaca la reanudación de las relaciones diplomáticas y comerciales entre ambos países. El comercio entre Brasil y Argentina está en auge y alcanzó los 26.400 millones de dólares en los 11 primeros meses del año pasado, lo que supone un aumento de casi el 21% en comparación con el mismo periodo de 2021. La industria automotriz lidera el ranking de importaciones y exportaciones entre ambos países. Las dos naciones son el motor del bloque comercial regional, Mercado Común del Sur (Mercosur), compuesto también por Paraguay y Uruguay.
El documento firmado por los dos presidentes menciona también la posibilidad de una moneda común latinoamericana. “Hemos decidido proseguir los debates sobre una moneda común que pueda utilizarse tanto para los flujos financieros como comerciales, con el fin de reducir los costes operativos y nuestra vulnerabilidad exterior”, reza el texto.
Esta idea, propuesta por primera vez por Hugo Chávez en 2008, volvió a debatirse en Brasil a principios de enero, cuando el embajador argentino en Brasilia, Daniel Scioli, declaró que ambos países “trabajarían juntos por una moneda común”. Esta afirmación fue desmentida dos días después por el Ministro de Economía, Fernando Haddad, que respondió a un periodista que le pedía explicaciones sobre el tema: “esa hipótesis no existe”, diciéndole al reportero que fuera a “informarse”. Sin embargo, muchos en Brasil temen la idea de vincular la mayor economía de América Latina a la perpetuamente volátil economía argentina. Argentina quedó en gran medida aislada de los mercados internacionales de deuda tras el default en 2020 y aún debe más de 40.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional (FMI) tras el rescate de 2018.
Más allá de la moneda única, el viaje de Lula a Buenos Aires no sólo representa su primer viaje al extranjero de su tercer mandato, sino también un regreso a sus raíces. Argentina fue estratégica en sus dos primeros mandatos, de 2003 a 2010, y uno de los países que más visitó Lula. Tanto es así que el primer presidente que el recibió al día siguiente de su victoria electoral en San Pablo fue Fernández. “En los últimos años, no se puede decir que esta relación haya estado paralizada”, afirmó el Embajador Michel Arslanian Neto, Secretario para las Américas de Itamaraty, “pero ciertamente ha estado poco utilizada y ahora hay un espíritu de urgencia en reanudarla y hacerla andar a marchas forzadas, en un sentido positivo”.
Hoy, Lula se reunirá con Fernández, con quien hablará del proyecto del gasoducto Néston Kirchner, que al conectar la región de Vaca Muerta con la provincia de Santa Fe podría extenderse hasta Brasil. Argentina quiere financiar las obras con 689 millones de dólares del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social brasileño (BNDES). Sin embargo, según fuentes de Itamaraty, no está previsto que se firme ningún acuerdo de cooperación sobre el gasoducto en este viaje. Lula se reunirá también con la vicepresidenta Cristina Kirchner, con quien comparte una relación amistosa pero también similares vicisitudes judiciales por las que ambos siempre se han expresado una grande solidaridad mutua. En la delegación de Lula también viaja su ministro de la Secretaría de Comunicación Social de la Presidencia de la República, Paulo Pimenta, quien, tras visitar los estudios de la TV Pública Argentina (TVP), manifestó su deseo de firmar un acuerdo de asociación entre la TVP y la empresa pública de televisión brasileña Empresa Brasil de Comunicación (EBC).
Después de Argentina, Lula proseguirá su viaje oficial a Uruguay, que ni siquiera haber comenzado ya ha desatado la polémica. Aunque se trata de una visita de Estado, el Presidente brasileño sólo se reunirá oficialmente con el Presidente Luis Alberto Lacalle Pou. El resto de su visita estará reservado exclusivamente a políticos que comparten sus mismas raíces ideológicas, desde el ex presidente José “Pepe” Mujica hasta el presidente del partido de izquierda Frente Amplio, Fernando Pereira. En el trasfondo queda un asunto de gran preocupación para el Brasil de Lula, es decir la nueva agenda comercial de Uruguay. Durante el gobierno de Bolsonaro hubo muchos puntos de convergencia con el gobierno de centroderecha de Lacalle Pou, como la flexibilización del Mercosur para permitir que cada país miembro decida con quién hacer sus negociaciones comerciales fuera de este bloque comercial. Uruguay lo anunció en julio de 2021. Una decisión que tuvo a Brasil y Paraguay a favor y a la Argentina en contra. Luego, en junio de 2022, el anuncio de Uruguay de un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China creó bastante malestar. La reunión de Lula será importante para comprender la evolución del caso. El Ministro de Asuntos Exteriores brasileño, Mauro Vieira, declaró en los últimos días que “el acuerdo de Uruguay con China sería la destrucción del Mercosur”.
Aunque el comercio entre Uruguay y Brasil registró un superávit para los brasileños de 1.060 millones de dólares en 2022, Lula está interesado en la cuestión de la integración regional, en la que Mercosur desempeña un papel importante. Su objetivo, según muchos expertos geopolíticos brasileños, es presentarse como líder a nivel continental porque América Latina no puede alcanzar ningún nivel de protagonismo sin el compromiso de Brasil. “Si Brasil queda fuera de juego, toda la región queda fuera de juego. Somos el primer país de la región por varias razones, por nuestro tamaño demográfico, por nuestra economía, porque compartimos fronteras con casi todos los países”, afirmó el politólogo Eduardo Crespo, de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
En resumen, el gigante Brasil ha despertado y ahora busca una voz común en América Latina. Su regreso a la CELAC fortalecerá al propio organismo al permitirle convertirse en portavoz regional en diversos ámbitos multilaterales como la ONU. También podría dar más continuidad a otras acciones regionales como la creación de una Agencia Espacial Latinoamericana y del Caribe (ALCE) y la puesta en marcha de un plan de autosuficiencia sanitaria integral con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). Una unión latinoamericana, sin embargo, es algo complejo, como nos enseña la propia historia de Europa, que tardó décadas en unirse y aún no lo está totalmente. Sobre todo en el caso latinoamericano queda la incógnita de cómo el principio de “la unión hace la fuerza” pueda ser implementado entre países que se encuentran en contextos económicos tan diferentes y con un número creciente de naciones que no son democracias sino dictaduras.
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