Desde la década del 50 del siglo pasado, cada 31 de diciembre en Ecuador, cientos de hombres se visten de mujeres en representación de las viudas lloran al año que muere. Esta tradición única del país andino no solo brinda una jocosa y picaresca chispa a las celebraciones de fin de año sino que encierra en ella distintos imaginarios sociales sobre la tristeza, el género y la identidad.
Los hombres son los protagonistas de esta tradición. Para preparar sus trajes utilizan la ropa de sus madres, hermanas, novias o primas. Usan pelucas de colores, tacones, vestidos cortos y preparan coreografías. Eligen una esquina, generalmente aquella cercana a la casa donde recibirán el nuevo año, sacan al monigote –la representación del año que se termina– y con una soga impiden el paso de los vehículos, que solo pueden seguir su marcha luego de ver el espectáculo y de entregar una contribución económica a las viudas.
El historiador Enrique Ayala Mora, en una declaración para un medio local, explicó que Ecuador es el único país donde se celebra el velorio del año que termina y que incluye a las viudas que lloran por el difunto.
En Ecuador, los Años Viejos son incinerados a la medianoche en punto del 31 de diciembre, para que las llamas alcancen al 1 de enero del nuevo año. Los asistentes saltan la hoguera que se forma, comen uvas, corren con maletas, usan billetes en los zapatos, usan prendas interiores de colores y abrazan a los suyos, ofreciendo palabras de aliento y deseos de felicidad. Mientras tanto el monigote se sacude por el estallido de los petardos que se mezclaron con el aserrín, el papel o el cartón con el que fueran armados. En todas las ciudades se puede escuchar los estruendos, se pueden mirar las luces de los fuegos pirotécnicos y en el cielo se puede mirar el humo de los incendios que acompañan las peticiones dirigidas al cielo por una sociedad profundamente religiosa.
Es justamente a esos muñecos a los que “las viudas” lloran.
Juana Córdova, autora del estudio El año viejo: un medio de expresión popular, la tradición parte de la idea de observar al año que finaliza como un personaje casado que “con su muerte deja una o varias viudas”. El rol de las viudas, en esta celebración, es pedir dinero “mientras lloran al difunto”. Según Córdova, en las calles ecuatorianas, el 31 de diciembre, “aparecen además otros personajes disfrazados, como payasos, diablos y brujas, que son los “deudos” y acompañan a la viuda en su labor”.
Para la investigadora Gloria Minango Narváez, autora del libro Los años viejos y las viudas: ¿negociaciones del orden sexual?, los primeros datos que recogen la tradición del año viejo y sus viudas en Ecuador fueron recogidos por el italiano Enrico Festa, que indicó que en diciembre de 1897 había un “festejo del año que muere y la llegada del nuevo”. En esta festividad, Festa aseguraba que “enmascarados llevan un fantoche que representa el año a punto de morir y les hacen un grotesco cortejo fúnebre”. De acuerdo con Minango Narváez, la tradición que aún se mantiene ha incorporado variaciones relacionadas al contexto social, político y económico del país.
Los investigadores, generalmente sociólogos, que han estudiado a las “viudas” del año viejo coinciden en que la tradición es una expresión de travestismo que está aceptada socialmente en la fecha que sucede: el 31 de diciembre.
Para Ángel Hidalgo, autor de Años viejos. Origen, transición y permanencia de una fiesta popular ecuatoriana, la viuda es un personaje que se desenvuelve “en medio de risas, curiosidad y polémica, en especial por el fugaz travestismo que implicaba el hecho de que un hombre se vistiera de mujer e introdujera en su actuación ademanes, movimientos y gestos exageradamente femeninos”.
En esto coincide con lo escrito por el investigador Xavier Andrade que califica a las viudas como “una de las expresiones del travestismo sancionada positivamente en la giesta popular mestiza urbana… como parte de un sistema de competencias en la representación que incluye la caricatura política y la industria cosificadora del folklore”.
La tradición de las viudas, con referencia a los géneros, está explicado en el libro Fin de Año: noche de viudas alegres de Liset Coba. La autora explica que las viudas parodian la binariedad de los dos géneros –masculino y femenino– impuestos socialmente e incluso sugiere que estos personajes pueden volverse “contra-poder y contaminar el orden social” cuando se impone una inversión de esas identidades sexuales.
En ese sentido, Minango Narváez, que cita a la filósofa Judith Butler en su libro, asegura que las viudas son personajes “construidos para la diversión de las personas “normales” en los que se negocia la homofobia y el pánico homosexual”.
Además, Coba señala que en medio del festejo se observa no solo la inversión de los géneros sino los estereotipos interiorizados sobre las mujeres, pues la viuda utiliza sus “atributos” para lograr un favor económico.
El sociólogo Jorge Castro, en declaraciones para La Hora, indicó que la algarabía alrededor de las viudas es parte de la identidad del ecuatoriano, que deja de lado sus prejuicios y participa en la picaresca tradición.
A pesar de las miradas académicas y profundas de los investigadores, la tradición de las viudas se ha constituido como una práctica y herencia generacional. Los abuelos, los padres y los hijos en algún momento lideraron la iniciativa de agrupar el cortejo fúnebre del año que termina.
La viuda del año viejo, el personaje que mantiene su buen humor durante el último día del año, deja reposar su papel cuando el monigote ha quedado reducido a cenizas y esperará otros 365 días para volver a presentarse.
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