Desde que perdió las elecciones el 30 de octubre, el presidente saliente Jair Messias Bolsonaro se ha encerrado en el Palacio de la Alvorada en un mutismo sin precedentes. Era el rey de las transmisiones en vivo de los jueves en sus redes sociales y mantenía diálogos semanales con sus electores, pero literalmente desapareció. No ha asistido a ningún acto relacionado con su cargo en el Palacio do Planalto ni ha tomado ninguna decisión relacionada con su función.
Sin embargo, a pesar de que el Tribunal Supremo Electoral (TSE) “graduó” a mediados de mes a Luiz Lula Inácio da Silva, o más bien certificó su victoria en una ceremonia oficial, hasta el 31 de diciembre Bolsonaro es el presidente en funciones. Ha guardado silencio incluso hacia la parte más radical de su electorado que no ha aceptado su derrota y que para protestar ha acampado en frente de los cuarteles del ejército en las principales ciudades de Brasil por casi un mes y medio, permaneciendo ahora sólo en la capital Brasilia a la espera de un golpe que nunca se produjo ni se producirá.
Bolsonaro, sin embargo, jamás ha sido claro con sus militantes sobre este asunto, como dijo el diputado Otoni de Paula del Movimiento Democrático Brasileño (MDB), subjefe de su gobierno en la Cámara de Diputados, quien lo acusó de estar “al borde de la cobardía”.
En una entrevista concedida al portal Jornal da Cidade el 17 de diciembre, De Paula dijo que había pedido a Bolsonaro “que tome una decisión sobre el asunto y que la comunique a sus electores, sea cual sea, incluso la más triste y dolorosa: que no pasará nada”, refiriéndose a la imposibilidad de desafiar e impedir la investidura de Lula. Y a los votantes acampados en Brasilia, De Paula dijo: “Me llamarán traidor los que piensan que el presidente Bolsonaro va a actuar, pero yo les digo: no va a actuar. Y también os digo: no se engañen. Abandonen sus campamentos o serán detenidos y no habrá nadie que los defienda”. Palabras necesarias para evitar que se repitan los gravísimos actos vandálicos del pasado 12 de diciembre. En protesta por la detención del líder indígena bolsonarista José Acácio Tserere Xavante, también conocido como Cacique Tserere, se quemaron coches y autobuses y los manifestantes intentaron incluso invadir la sede de la Policía Federal en Brasilia.
¿Pero qué rol juega Bolsonaro en todo esto? La prensa brasileña publicó rumores sobre su posible depresión como causa de este largo silencio. “Duele, duele el alma”, dijo el presidente refiriéndose a la derrota electoral en una rápida comparecencia ante sus militantes el 9 de diciembre. Pero entre las causas de su aislamiento también estaría un grave problema en las piernas. Su hijo Carlos publicó en su canal de Telegram una foto de la pierna de su padre dañada por la erisipela, una infección bacteriana que crea heridas en la piel.
Este silencio no parece haber beneficiado a Bolsonaro en términos de aprobación pública. Según la agencia de marketing digital AtivaWeb, el presidente ha perdido alrededor de un millón de seguidores en los últimos dos meses entre Facebook e Instagram, bajando a unos 26 millones, una cifra que aún lo mantiene entre los perfiles más seguidos en Brasil. Probablemente para no perder ni siquiera al núcleo duro de sus fieles, la prensa brasileña recoge ahora rumores de que Bolsonaro no asistirá a la ceremonia de investidura de Lula el 1 de enero y, por lo tanto, no le entregará la banda presidencial como es costumbre.
En su última y rápida aparición, el martes, en el arriado de la bandera frente al palacio presidencial, aunque sin su habitual desparpajo preelectoral, Bolsonaro volvió a hacer de Bolsonaro apelando a la religión para comunicarse con los simpatizantes presentes. Les pidió que “rezaran por el país” porque “la nación brasileña está formada por un 88% de cristianos católicos y evangélicos”.
Su esposa Michelle incluso se arrodilló mientras todos cantaban el himno brasileño. Mientras tanto, el futuro de la pareja presidencial parece incierto. Los dos permanecerán en Brasilia, Jair como presidente honorario de su Partido Liberal (PL), que le dará un sueldo mensual de 40.000 reales, unos 7600 dólares, Michelle como responsable del sector femenino del partido. Pero el fantasma de la prisión planea sobre el presidente saliente.
Carlos Portinho, líder del actual gobierno en el Senado, afirmó que Bolsonaro dijo a los senadores de su partido que tenía miedo de ser detenido por orden de Alexandre de Moraes, juez del Supremo Tribunal Federal (STF), desde el cual la cúpula del PL dice sentirse perseguida por razones políticas. No en vano, el Tribunal Superior Electoral (TSE) confirmó la multa que de Moraes impuso al PL de 23 millones de reales, unos 4,5 millones de dólares, bajo la acusación de mala fe por un recurso, considerado “golpista”, de invalidar los votos de la segunda vuelta por supuestas y nunca demostradas fraudes. Además, el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula denunció a Bolsonaro y sus aliados por desinformación antes y durante la campaña electoral y pidió su inelegibilidad.
En cuanto a los hijos de Bolsonaro, considerados los verdaderos estrategas de la política del presidente saliente, según la prensa brasileña seguirán políticamente activos a favor de su padre. Flavio como senador hará lobby a favor del PL en el congreso, mientras que Carlos seguirá la comunicación de su padre en las redes sociales y Eduardo mantendrá un intenso diálogo con políticos de derecha de otros países.
En la decadente salida de escena de Bolsonaro tampoco han faltado episodios de puro surrealismo, como el del padre Kelmon, que en los debates televisivos preelectorales, pese a ser candidato presidencial por otro partido, el Partido Laborista Brasileño (PTB), era en realidad compinche de Bolsonaro. El padre Kelmon ha sido expulsado recientemente de la Iglesia Ortodoxa Peruana de Brasil, según se afirma en un comunicado, y ahora se ha unido a una supuesta Iglesia Ortodoxa Griega de América y del extranjero.
A Carla Zambelli, una de las diputadas más fieles a Bolsonaro, también le fue retirada la licencia de armas por el Supremo Tribunal Federal después de que esgrimiera un revólver en plena calle en vísperas de la votación del 30 de octubre contra un militante del PT con el que tuvo un altercado. Zambelli, sin embargo, declaró que no quiere entregar el arma, animando hasta el final un escenario distópico que la oposición tendrá que abandonar si quiere ser realmente constructiva y democratica. Para refundarse tendrá que elegir otra dirección, probablemente otros líderes y nuevos temas fuera de la retórica populista de “Dios, Patria y Familia” sobre la cual Bolsonaro ha construido sus cuatro años de gobierno y la campaña de las últimas elecciones.
A la espera de la instalación del nuevo gobierno de Lula, algunos ministros de Bolsonaro también tomaron licencia anticipada. “Tengo que viajar a Orlando, en Florida, con mi familia”, declaró el Ministro de Comunicaciones, Fábio Faria, que renunció antes del final natural de su mandato. “Tengo que asumir mi nuevo cargo de diputado en la Cámara (donde fue elegido) antes de irme”, añadió, lo que no sería compatible con su condición de ministro.
Incluso la verdadera estrella del gobierno de Bolsonaro, su ministro de Economía Paulo Guedes, se fue de vacaciones hasta el 31 de diciembre. No sin antes haber cedido amistosamente el puesto a Fernando Haddad, que lo releva en el cargo, a quien deja no “un Estado fallido” como declaró Lula, sino una economía con datos positivos a pesar de una pandemia y con un superávit primario de 23.400 millones de reales, unos 4.500 millones, como no ocurría desde 2013. Y justamente la economía, en la que el nuevo gobierno de Lula parece estar ya tropezando por su heterodoxia, podría ser la base para que surja en Brasil una oposición más realista, menos populista y, sobre todo, necesaria para la vida de cualquier democracia.
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