La iglesia de San Francisco en Quito es una de las joyas arquitectónicas de la región. La edificación se levanta en el corazón del centro histórico de la capital ecuatoriana, en un terreno de tres hectáreas de construcción. En el interior de la basílica católica reposan al menos 3.500 piezas de arte colonial de la Escuela Quiteña de Arte.
La majestuosidad de la iglesia se refleja, especialmente, en su plaza homónima, en sus trece claustros, en su gran Atrio central y en su biblioteca franciscana, que en el siglo XVII fue descrita como la mejor del Virreinato de Lima, según los investigadores José Mercé y José Gallegos.
Pero además de las características arquitectónicas y artísticas que rodean a la iglesia de San Francisco también destaca la leyenda sobre su construcción. Durante cientos de años, el imaginario colectivo ha relatado, generación tras generación, que un indígena conocido como Cantuña, encargado de la construcción de la iglesia, hizo un trato con el diablo para que este, junto a un ejército de diablillos, edificaran el complejo arquitectónico de mayor dimensión dentro de los centros históricos de toda América.
La leyenda, el pacto y la astucia
En algún momento del siglo XVII, los sacerdotes franciscanos que vivían en Quito buscaban a un constructor que edificara una iglesia, atrio y convento donde los frailes de esa congregación podrían desarrollar sus actividades religiosas.
Cuenta la leyenda que un indígena de apellido Cantuña fue contratado para ejecutar la construcción. Algunos dicen que Cantuña descendía del gran guerrero Rumiñahui, que fue general de los ejércitos del inca Atahualpa que se enfrentaron ante los españoles. Otros cuentan que Cantuña era un joven obrero con buenas intenciones que aceptó edificar la magnífica iglesia en muy corto tiempo porque la paga era buena. En cambio, otro sector, que menoscaba la figura del indígena, le atribuye al protagonista de la leyenda vicios y otros defectos.
A pesar de las múltiples descripciones de Cantuña, la leyenda narra que este accedió a construir la iglesia en seis meses. Sin embargo, el tiempo era corto para tan grande hazaña.
El día de la entrega de la obra se acercaba y Cantuña no había culminado la edificación. Desesperado por terminar la iglesia y ganarse el pago por esta decidió pactar con el diablo.
La leyenda cuenta que Cantuña invocó al rey de las tinieblas y juntos hicieron un trato: Cantuña le daría el alma a Lucifer si este colocaba hasta la última piedra en la edificación.
Apenas sellaron el acuerdo, miles de diablillos empezaron a trabajar sin descanso para construir la iglesia.
Cuando el trabajo estuvo hecho, el diablo se acercó a Cantuña para llevárselo, pero este le increpó que a la edificación le faltaba una piedra, por lo que el trato había sido incumplido. La piedra faltante, supuestamente, corresponde al Atrio de la Iglesia.
La leyenda cuenta que para salvar su alma del infierno, el astuto Cantuña escondió sigilosamente una de las piedras de la iglesia sin que el diablo o sus diablillos se percataran de aquello. Ese truco habría evitado que Cantuña entregue su alma.
Algunos quiteños aseguran que si se colocara la piedra restante en la iglesia, la edificación se desplomaría.
¿Quién era Cantuña?
A pesar de la fantasía alrededor de una leyenda que se cuenta generación tras generación, las investigaciones sobre este mítico personaje revelan que Fabricio Francisco Cantuña Pillampaña no era un constructor, sino un herrero que trabajaba para los padres franciscanos. Cantuña estaba casado con Lucía Heras con quien tuvo ocho hijos.
Según la investigación de Ronald Mármol Vaca, autor del libro infantil La piedra que faltó basado en la leyenda de Cantuña, el indígena trabajaba en la herrería del convento con el propósito de tener un espacio de sepulcro para él y su descendencia.
Los registros históricos de Francisco Cantuña datan del siglo XVII y se encuentran la Historia del Reino de Quito en la América Meridional, escrita por el jesuita Juan de Velasco, y en las crónicas Maravillas de la Naturaleza, levantadas por el franciscano Juan de Santa Gertrudis, entre 1756 y 1767, según recoge la investigadora Rina Artieda en su libro Cantuña: Historia y leyenda, palabra y poder.
Juan de Santa Gertrudis, que escribe sobre Francisco Cantuña, relata el pacto del indígena con el diablo, pero no está relacionado con la construcción de la iglesia, sino con el anuncio de su muerte: “habrá pues cosa de unos cincuenta años que hubo en Quito un indio herrero, que lo llamaban Cantuña personaje del que se decía: entregaría su alma al diablo a condición de que su muerte le sea anunciada con tres días de anticipación”, se lee en el libro de Artieda.
Además, el cronista indica –según cita Artieda– que se conocía que Cataluña habría estado a cargo de la construcción de una capilla a la Virgen de los Dolores, “toda de cantería fina y pegada al lado de nuestra iglesia y la llaman capilla de Cantuña, y también es voz común que la mayor parte de las piedras las labraron los demonios”.
Estos primeros registros también describen a Cantuña como una persona con recursos económicos producto de su trabajo. Aunque incluso en esos relatos los mitos no faltan, pues la oralidad sobre la fortuna de Cantuña indica que su dinero era parte del Tesoro de Atahualpa.
Lo que sí es cierto y aún permanece como evidencia de la existencia y trabajo de Cantuña, de acuerdo a la investigación de Artieda, es la puerta de hierro de la portería del convento franciscano que, según el registro de factura, señala: “Esta obra hizo Don Francisco Cantuña herrero de esta ciudad, acabose en (1)6 de febrero de 1696″.
Según las investigaciones del genealogista Fernando Jurado Noboa, reflejadas en el libro de Artieda, en 1668, Cantuña que se había declarado como “indio, maestro oficial cerrajero y alfabeto” inscribió la “escritura de datación de capilla y sepultura con los franciscanos”. Además, habría adquirido “un espacio de 4 varas en cuadro para su sepultura y la de su familia en la Capilla Nueva de la Santa Veracruz de los naturales, frente al púlpito”. A cambio de esto, Cantuña ofreció “una hechura de Nuestra Señora de la Concepción y otra de San Francisco”.
La autora recoge que, como evidencia, “en el patio principal del convento franciscano permanece su correspondiente piedra sepulcral”. Además, según Jurado Noboa, las actas del cabildo registran que “en 1681 se concluye el atrio de San Francisco que, conforme la tradición es obra de Cantuña”.
Aunque los registros históricos señalan que la construcción de la iglesia de San Francisco, también conocida como el Escorial del Nuevo Mundo, tomó al menos 150 años, la leyenda de Cantuña, considerada una de las más antigua del Ecuador, no ha perdido vigencia e incluso la figura del indígena, que tuvo más astucia y que engañó a Lucifer, se ha convertido en uno de los símbolos tradicionales de Quito.
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