Brasil ante una elección cargada de incertidumbre y temores

Con una segunda vuelta de final incierto, las proyecciones matemáticas dan una ventaja a Lula da Silva pero Bolsonaro se esperanza en el “voto vergüenza” y se prepara para una “tercera vuelta” si los resultados no lo favorecen

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Seguidores del presidente Jair Bolsonaro y del exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva haciendo campaña en Brasilia unas pocas horas antes de que se abran las urnas. (REUTERS/Ueslei Marcelino)
Seguidores del presidente Jair Bolsonaro y del exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva haciendo campaña en Brasilia unas pocas horas antes de que se abran las urnas. (REUTERS/Ueslei Marcelino)

Es difícil que un candidato que obtuvo más del 48% de los votos en la primera vuelta no logre juntar dos por ciento más para convertirse en presidente. Sobre todo, si se tiene en cuenta que los candidatos que llegaron en tercer y cuarto lugar le dieron su apoyo. Sería un caso de estudio de la psiquiatría política si Lula da Silva no llega nuevamente a la presidencia de Brasil. Pero puede suceder. Estamos atravesando la era de lo Imprevisible. Sin embargo, hay un ganador que ya está posicionado y es el aluvión de candidatos de derecha y ultraderecha que apoyan al presidente Jair Bolsonaro y que controlan ambas cámaras del Congreso. Un “movimiento” que también tiene su correlato en los gobernadores. De los 27 estados, la derecha gobierna en 11, apenas 3 son del PT y el resto vuelve a las urnas este domingo con un pronóstico reservado pero favorable a la derecha. Lula podría ser presidente, pero el bolsonarismo marcará el ritmo de su gobierno.

Antes, habrá que pasar el proceso electoral que se presenta complicado. Bolsonaro continúa con su campaña de desprestigio del sistema electrónico de sufragio y se prepara para una ‘3ª vuelta’ en caso de derrota. Esto predice una muy larga “noche” electoral. El presidente se volvió a enfrentar el miércoles con el presidente del Tribunal Supremo Electoral (TSE), Alexandre de Moraes, después de que este rechazara una denuncia de que estaba siendo perjudicado en el reparto de la propaganda electoral en radio. Bolsonaro cree que se cometió un “crimen electoral” porque “innumerables radios no están transmitiendo adecuadamente” la propaganda determinada por la justicia, en un supuesto “fraude” orquestado para favorecer a Lula. Su equipo jurídico asegura que no se emitieron 154.000 anuncios electorales, buena parte de ellos en radios del noreste brasileño, bastión del candidato del PT.

Ante la negativa de Moraes de tomar seriamente la denuncia, Bolsonaro se reunió con los jefes de las Fuerzas Armadas para pedirles nuevamente que sean ellos los garantes de que no se cometa el supuesto fraude que denuncia. Ya en la primera vuelta los militares cotejaron la integridad del sistema y el número total de votos, comparando los boletines emitidos por los dispositivos con los datos recibidos por el TSE. No se sabe que hayan encontrado ninguna irregularidad. Y el Tribunal de Cuentas de la Unión (TCU), la fiscalía general del país, entregó a Moraes un informe en el que dice que después de revisar una muestra de 4,5 millones de votos de la primera vuelta, no encontraron ninguna irregularidad.

Luiz Inacio Lula da Silva, expresidente de Brasil y actual candidato del PT, saluda a  partidarios durante una marcha en Belo Horizonte, estado de Minas Gerais. (REUTERS/Washington Alves)
Luiz Inacio Lula da Silva, expresidente de Brasil y actual candidato del PT, saluda a partidarios durante una marcha en Belo Horizonte, estado de Minas Gerais. (REUTERS/Washington Alves)

En este clima, es crucial la diferencia de votos. Ese 5,2% que separaron a Lula y Bolsonaro en la primera vuelta se podría achicar y llevar a lo que los encuestadores denominan el “empate técnico”. Una mínima diferencia, al menos en algunos estados muy disputados, y con la mayoría de electores como para apuntalar los argumentos bolsonaristas. El bloguero y columnista de la revista Istoé, Ricardo Kertzman, advierte sobre la posibilidad de llegar a un resultado de 51% para Lula y 49% para Bolsonaro como ya ocurrió en 2014 cuando Dilma Rousseff superó a Aécio Neves 51 a 48. “En ese caso, el riesgo de conflicto social es enorme”, dice. El universo de los “volátiles”, como los denominan en Brasil, que votaron a un candidato en la primera vuelta, pero pueden cambiar en la segunda, forman un universo de más de 17 millones de votantes. Son 5% de indecisos y 6% de “no convencidos”. De acuerdo a un relevamiento de la encuestadora Quaest, Bolsonaro necesita ganar 6,2 millones de ellos, es decir, uno de cada tres. Otra variante que favorece a Lula.

También hay que observar que Lula puede conseguir más votos en este mar de “volátiles” al hacer un viraje pronunciado hacia la centro-derecha. “En la recta final de la campaña, el PT gana más apoyo de la antigua derecha, como el ex presidente Sarney, que declaró su voto a Lula. Y el partido también está ganando el apoyo de ex bolsonaristas. A esto se suma la alianza con Geraldo Alckmin, ya presente desde el inicio del proceso electoral”, escribe la socióloga Flavia Ríos de la Universidade Federal Fluminense en su columna para la revista Piauí. “También el entusiasmo de la ex candidata del MDB, Simone Tebet, en la campaña de la segunda vuelta, garantizando de hecho la transferencia de gran parte de su electorado a Lula. El propio Lula ya ha hecho un guiño al centro-derecha al indicar que el partido no puede gobernar sólo con las bases petistas y la propia izquierda, y ha dicho que debe ser un gobierno del pueblo. En este caso, el pueblo incluye también a las propias élites políticas y económicas. En otras palabras, si es elegido, Lula tendrá un gobierno que refleje las fuerzas que se han aliado para derrotar a la extrema derecha en el poder ejecutivo”.

Y si bien, muchos de estos electores y líderes políticos continúan enojados con Lula da Silva por los casos de corrupción ocurridos durante su gobierno y los que lo tocaron directamente hasta llevarlo a la cárcel, temen más aún las reacciones que suelen tener los presidentes autoritarios cuando ganan una reelección: se radicalizan. En particular los espanta lo ocurrido el último fin de semana con Roberto Jefferson, ex diputado y partidario de Bolsonaro, quien disparó un rifle y lanzó granadas a los policías federales que intentaban apresarlo. Los agentes habían acudido a detenerlo después de que Jefferson insultara por las redes sociales a un juez del Tribunal Supremo, violando así las condiciones de su arresto domiciliario por haber atacado supuestamente la democracia a través de la desinformación en Internet. En un vídeo publicado en las redes sociales, Jefferson dijo que se oponía a la “tiranía” y la “opresión” de los jueces.

El presidente Jair Bolsonaro que busca su reelección, durante uno de sus innumerables actos de campaña en los estados del centro y el sur del país que le son más favorables. (REUTERS/Ricardo Moraes)
El presidente Jair Bolsonaro que busca su reelección, durante uno de sus innumerables actos de campaña en los estados del centro y el sur del país que le son más favorables. (REUTERS/Ricardo Moraes)

“Lo que vimos el domingo bien podría ser el preludio de una nueva ola de violencia política, en particular entre los grupos que no aceptarán el resultado de las elecciones si el presidente Bolsonaro pierde”, comentó Mauricio Santoro, politólogo de la Universidad Estatal de Río de Janeiro a la agencia Reuters. Bolsonaro se distanció de Jefferson y condenó sus acciones, pero Lula aprovechó el momento. “Odio, violencia y falta de respeto a la ley”, tuiteó Lula. “Roberto Jefferson no es sólo un criminal, es uno de los principales aliados de nuestro adversario: Es la cara de todo lo que representa Bolsonaro”.

Oliver Stuenkel, experto en relaciones internacionales de la Fundación Getulio Vargas de São Paulo, explicó que muchos de los hombres fuertes elegidos democráticamente en el mundo se envalentonaron sólo después de ser reelegidos. “Considere a Orban, o al nicaragüense Daniel Ortega o al venezolano Hugo Chávez, todos los cuales sólo empezaron a seguir estrategias explícitamente antidemocráticas después de ser reelegidos, como socavar la independencia del poder judicial, presionar a los medios de comunicación o llenar de aliados a los organismos de vigilancia anticorrupción”, dijo.

Y Simone Tebet, la senadora de centro-derecha que llegó en cuarto puesto en la primera vuelta y ahora dio su apoyo a Lula puso aún más presión sobre Bolsonaro en una entrevista con The Guardian: “Aquí no estamos eligiendo entre dos candidatos democráticos. Sólo hay un demócrata, y sin democracia perderemos nuestros derechos”. Algo parecido dijo el New York Times en un editorial y la prestigiosa revista científica Nature publicó una nota sin precedentes en la que demostró con evidencias de los expertos que estos cuatro años del gobierno de Bolsonaro la destrucción de la selva Amazónica había aumentado en forma exponencial.

Seguidores del presidente y candidato a la reelección Jair Bolsonaro comparten espacio en una calle con partidarios del exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva en Brasilia. (REUTERS/Ueslei Marcelino)
Seguidores del presidente y candidato a la reelección Jair Bolsonaro comparten espacio en una calle con partidarios del exmandatario Luiz Inácio Lula da Silva en Brasilia. (REUTERS/Ueslei Marcelino)

Sobre lo que marcan las encuestas, no se puede hablar. En la primera vuelta no lograron descubrir el fenómeno del “voto vergüenza” de los que votaron por Bolsonaro pero no se atrevían a decirlo. Fueron más de siete puntos porcentuales. Algunos dicen que fue una estrategia de la propia campaña de reelección que quiso “engañar” a los encuestadores para desprestigiarlos. Algo de eso expresó el propio jefe de gabinete de Bolsonaro, Ciro Nogueira, cuando instó a los partidarios del presidente a rechazar a los encuestadores que quieran entrevistarlos, decirles cualquier mentira o, simplemente, “sacarlos corriendo”.

La mayoría de las respuestas a estos dilemas electorales aparecerán naturalmente con las noticias del lunes o martes, ojalá sean recibidas con una de esas sonrisas de playa que saben tener los brasileños de todo tipo y color político más allá de lo que suceda, con el pulgar en alto y un “tudo bem, tudo jóia” que anticipen una continuidad o una transición ordenada y en calma.

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