El count down comenzó en cuanto se conocieron los datos oficiales. Ese mero 5% de diferencia entre Luiz Inácio Lula da Silva y Jair Messias Bolsonaro reseteó todos los pronósticos y enseguida puso en cuestión las estrategias de campaña. En los 28 días que faltan para la segunda vuelta, Lula tendrá que atraer con la mayor fuerza posible los votos del electorado que no acudió a las urnas. Este año el abstencionismo ha batido el récord del 20,09%, con 32,6 millones de brasileños que no fueron a las urnas a pesar de que el voto es obligatorio a partir de los 18 años. Pero también será decisivo el mercado de las alianzas con los partidos de los otros principales candidatos que no lograron llegar a la segunda vuelta. Simone Tebet, del Movimiento Democrático Brasileño (MDB) y Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT), se llevaron el 4,16% y el 3,04% de los votos, respectivamente.
Ambos pidieron tiempo para decidir. A los partidos de su coalición que incluye al Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), Ciudadanía y Podemos, Tebet les dio 48 horas para que se posicionen. “Dense prisa en decidir”, dijo, “porque mi decisión ya está tomada. Sólo espero que entiendan que no es un momento cualquiera para Brasil”. Esta misma sensación de gravedad recorrió también las palabras de Ciro Gomes inmediatamente después de conocerse los resultados. “Nunca he visto una situación tan amenazante para Brasil como ésta. Me reservo el derecho de hablar con mis compañeros de partido para ver qué hacer’.
Lula también tendrá que tener en cuenta que la ola bolsonarista se ha fortalecido en los tres estados decisivos para la victoria: San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro. El reelegido gobernador de Minas Gerais, Romeu Zema, del Partido Novo confirmó explícitamente su apoyo a Bolsonaro. La conquista del Parlamento por parte de los bolsonaristas también puede alterar el resultado final. El Partido Liberal (PL) del presidente ganó el mayor bloque político con 99 diputados y 15 senadores. Con un parlamento tan a la derecha, incluso en el caso de una victoria de Lula, su plan de una gran alianza con el centro se desvanece. El Partido de los Trabajadores (PT) tendrá dificultades para gobernar y promover las reformas que ha prometido, como la fiscal. La situación no es ni siquiera mejor a nivel federal, donde la coalición de Lula perdió en Río de Janeiro donde ganó Claudio Castro del PL mientras que en San Pablo su candidato Fernando Haddad acude al balotaje con apenas el 35,7% de los votos frente al 42,32% de Tarcísio Gomes de Freitas, del Partido Republicano aliado de Bolsonaro. Este difícil escenario podría ser también otro elemento disuasorio a partir de ahora para las nuevas alianzas que Lula intentará forjar en las próximas semanas.
Sin embargo, pesa sobre ambos candidatos la situación única en la que tendrán que comprar el consenso de los brasileños. Ambos han gobernado el país y ambos en la campaña electoral se centraron más en los resultados de sus gobiernos que en un plan detallado para el futuro. Lula ha seguido evocando como un mantra las glorias de sus dos mandatos (2003-2010) cuando, sin embargo, con el boom de las materias primas, el contexto geopolítico internacional era diferente. Bolsonaro, en cambio, se ha subido a la ola económica positiva de sus últimos meses de gobierno con un PIB por encima del 3%, un desempleo que baja después de 7 años por primera vez por debajo del 9% y una inflación que terminará 2022 en el 5,5%, menos que la de la Unión Europea.
Según el sitio de noticias brasileño G1, Lula habría comentado con su equipo que la segunda vuelta “será más difícil” y que la campaña necesitará “más trabajo”. La agenda religiosa se reforzará para ganar la porción del electorado evangélico hasta ahora leal a Bolsonaro. Se supone que los estrategas de Lula también están pensando en una especie de “carta a los brasileños” dirigida a los conservadores, pero no se han filtrado más detalles. También se jugará la carta del diputado de centro-derecha Geraldo Alckmin y de la activista medioambiental Marina Silva.
En cuanto a Bolsonaro, en Twitter declaró confiar en su victoria. “Nunca he perdido una elección y no ocurrirá ahora”, escribió. Por eso, él y su equipo electoral decidieron apretar el acelerador de la guerra ideológica, amplificando aún más el sentimiento de antipatismo y deconstrucción del adversario que resultó eficaz hasta la primera vuelta. En la propaganda bolsonarista se asocia a Lula con la corrupción y el narcotráfico. Según sus estrategas, en los próximos 28 días Bolsonaro seguirá haciendo hincapié en el crecimiento económico de los últimos meses de su gobierno y haciendo temer la “crisis ideológica” que ha llevado a la izquierda al poder en países como Argentina, Chile, Colombia, Nicaragua y Venezuela. Este discurso “contra el sistema” es la línea dura que defiende su hijo Carlos, la llamada “Línea Carlucha”.
Si Lula prometió que “la picaña volvería a estar en la mesa de todos” tendrá que esforzarse, sin embargo, en dar algunos detalles más sobre su propuesta económica. Bolsonaro, por su parte, aprieta el acelerador con medidas populistas y se ha comprometido desde hoy a pagar el subsidio “Auxilio Brasil’ de 600 reales (unos 120 dólares) por adelantado a las mujeres, antes de la segunda vuelta.
Además, el comité electoral de Lula, que ha sido el más perjudicado por las predicciones erróneas de las encuestas, tendrá que averiguar hasta qué punto confiar en ellas para idear nuevas estrategias ganadoras. Globo ha contratado una segunda encuesta del Ipec (la última del sábado había dado a Lula ganador en primera vuelta con el 51% de los votos y Bolsonaro con el 37%) que pretende ser mucho más precisa que las anteriores, pero el problema sigue existiendo y es el problema de fondo. Es decir, la poca fiabilidad de las bases de datos de las que se nutren las empresas demoscópicas, puesto que el último censo brasileño data de 2010. Si es cierto, como dicen en Brasil, que una segunda vuelta es como una nueva elección todo es posible todavía, como en una final de la Copa del Mundo. Hasta el último voto.
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