En unas elecciones como las brasileñas que se parecen cada vez más a una final de la Copa del Mundo por su polarización, la primera y la segunda vuelta se convierten ahora en escenarios que, según la estrategia que se adopte, podrían cambiar el resultado final, al menos así parecen pensar los candidatos. Al igual que en un partido de fútbol, tanto el actual presidente Jair Messias Bolsonaro como su principal contendiente, Luiz Inácio Lula da Silva, temen llegar a los penaltis, es decir, a la segunda vuelta, aunque por razones diferentes.
Si bien el último sondeo de Datafolha, publicado ayer, ve cómo Lula sube al 47% y Bolsonaro se mantiene firme en el 33%, el Partido de los Trabajadores (PT) teme que en esos 28 días pueda pasar cualquier cosa, que los ánimos se caldeen, y la violencia política aumente, que el proceso electoral se vea amenazado y que el propio Lula dé algún paso en falso. En definitiva, se teme que cualquier ventaja acumulada por Lula se disipe en favor de Bolsonaro.
El ex presidente incluso envió una carta al Papa Francisco, que será entregada en los próximos días por el senador Eduardo Suplicy, del PT. Lula llama al Papa “querido amigo” y le agradece la misiva que recibió cuando estaba preso en Curitiba, pero también le advierte que la segunda vuelta “es un riesgo” y que habrá “necesidad en caso de victoria de garantizar nuestra investidura”. Sin embargo, según Eurasia Group, el peligro de que en esos 28 días se produzca un golpe de Estado que socave la democracia brasileña es exagerado, porque en Brasil el poder no está centralizado en el ejecutivo y por el poco interés de las fuerzas armadas en adoptar una posición de ruptura con las instituciones. El año pasado, el vicepresidente y general Hamilton Mourão calmó el furor diciendo que aunque no se aprobara la propuesta de una papeleta impresa (junto al actual voto electrónico), nadie impediría las elecciones porque “Brasil no es una república bananera”, dijo.
El punto crítico, sin embargo, para una eventual segunda vuelta sigue siendo la llamada dispersión de los sondeos electorales, que a menudo presentan brechas muy diferentes entre los dos candidatos, alimentando igualmente las expectativas de los dos bandos. Esto podría agravar la decepción de los pro-Bolsonaro en caso de victoria de Lula en la primera vuelta y provocar gritos de fraude con un potencial escenario de protestas e incluso enfrentamientos. En una entrevista concedida a la cadena de televisión brasileña SBT hace unos días, el presidente de Brasil dijo que si no ganaba en la primera vuelta con más del 60% de los votos “algo anormal” debía haber ocurrido en el Tribunal Superior Electoral (TSE), evocando el fantasma del fraude.
La izquierda brasileña, por su parte, teme sobre todo el abstencionismo. En particular el de los suburbios, donde Lula goza de un buen caudal electoral. A pesar de que en Brasil se vota desde los 16 años y el voto es obligatorio a partir de los 18, en las elecciones de 2018 el 20% de los brasileños se abstuvo, una cifra ya superior a la de los años anteriores. En febrero, incluso, el Tribunal Superior Electoral registró la menor cantidad de nuevos votantes, poco más de 830 mil contra 1,4 millones en el mismo período del 2018. Una campaña del TSE en las redes sociales, llamada “Rolê das Eleições” (El rol de las elecciones), hizo que en una semana 96.425 jóvenes de 16 y 17 años tomasen el registro de votantes por primera vez en su vida.
El PT intentó estimular aún más el voto a través de campañas que pudieran atraer a los jóvenes con artistas brasileños como la cantante Anitta e incluso estrellas de Hollywood como Mark Ruffalo y Leonardo DiCaprio. “Brasil alberga el Amazonas y otros ecosistemas importantes para el cambio climático. Lo que ocurre allí nos afecta a todos y su voto es fundamental para un planeta sano”, había escrito DiCaprio en abril en un tuit que enfureció a Bolsonaro. “Es mejor que DiCaprio se calle en lugar de decir tonterías”, había comentado el presidente. Sin embargo, la campaña tuvo su efecto y en mayo el TSE anunció que se habían registrado 2,04 millones de nuevos votantes hasta esa fecha. El temor, sin embargo, es que el efecto de un tuit no dure tanto como para empujar a los jóvenes a votar también en la segunda vuelta.
Para ganar en la primera vuelta, Lula busca también el llamado voto “útil”, es decir, intenta atraer hacia sí los votos que, de otro modo, irían a parar a otros candidatos. El principal objetivo de Lula es Ciro Gomes, del Partido Democrático Laborista, el tercero candidato en los sondeos con el 7% de las intenciones de voto y al que no le ha gustado para nada la jugada del candidato del PT. “¿Qué hace el fascismo de derecha y el fascismo de izquierda en Brasil?”, dijo Ciro en una entrevista con el diario Estado de São Paulo, “porque sí, hay un fascismo de izquierdas en Brasil liderado por el PT que quiere simplificar el debate de forma absolutamente dramática y simplemente quiere aniquilar cualquier alternativa. Esto es una tragedia para Brasil”. Para que Gomes apoye a Lula e incluso renuncie a su candidatura, intervinieron con una carta abierta varios izquierdistas latinoamericanos, desde Venezuela a Bolivia, entre ellos el ex presidente de Ecuador Rafael Correa y el Premio Nobel de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel. “No podrás hacer el bien a pesar de tus intenciones”, dice la carta, “porque tus posibilidades de ganar son nulas. Todavía tienes tiempo de enmendar su error, compañero Ciro”.
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