El presidente Jair Bolsonaro inició su campaña de reelección en el lugar donde dice que “renació”. Armó su primer acto oficial para las elecciones del 2 de octubre en el “punto exacto” en el que fue apuñalado en 2018: la esquina de las calles Halfeld y Batista de Oliveira, en el centro de Juiz de Fora, la ciudad de Minas Gerais. El ex presidente Lula da Silva lo hizo frente a la fábrica de Volkswagen en São Bernardo do Campo, en la región del ABC de São Paulo, donde comenzó su ascenso sindical y político a mediados de los años setenta. Simbolismo puro para intentar conquistar a un electorado que va a tener que elegir nuevamente entre pollo o pasta, frutilla o vainilla. Dos veteranos que representan las antípodas y que no terminan de convencer más que a sus incondicionales o a los que buscan algún rédito económico o político. El resto votará para que el otro no gane.
Las encuestas marcan que el amperímetro electoral sigue dando una ventaja clara de 12/15 puntos a Lula, el líder del PT. Sin embargo, según la encuesta de Genial/Quaest, la distancia se acortó con respecto al momento en que el ex presidente dijo que enfrentaría al actual. En julio de 2021, el 41% estaba dispuesto a votar a Lula y el 24% a Bolsonaro. Ahora, la ventaja de Lula es menor: 43% a 32%. La prestigiosa Datafolha daba en julio números más contundentes a Lula, un 47% en primera vuelta frente al 29% de Bolsonaro. Habrá que esperar su nuevo sondeo para esta próxima semana.
Los analistas de estas encuestadoras también destacan que la jugada de Bolsonaro con el aumento de los subsidios a los más necesitados no tuvo el efecto que buscaba. El mes pasado, su gobierno aprobó un paquete de gastos de 41.000 millones de reales (7.700 millones de dólares) que, hasta fin de año, aumentará los pagos mensuales en efectivo en un 50%, hasta los 600 reales, para el Auxilio Brasil (continuador de Bolsa Familia), además de crear subsidios de combustible para los conductores de camiones y taxis. Por ahora, el reparto de dinero no se tradujo en intención de votos.
Todo indica que la campaña estará centrada en el espanto. Genial/Quaest marca que 45% del electorado dice temer más la continuidad de Bolsonaro, siete puntos menos que en junio, y el 40% respondió que tiene más miedo a la vuelta del PT, cinco puntos más que en junio. Esto marca que el país está volcado en la enorme grieta que atraviesa la política en todo el planeta. También sobrepasa las líneas divisorias de la riqueza acumulada como el resto de los asentamientos humanos globales. La organización Oxfam lo pone así: el 1% más rico de Brasil concentra el 48% de toda la riqueza nacional y el 10% más rico se queda con el 74%”. Según la misma fuente, entre 2000 y 2016, el número de multimillonarios brasileños había crecido de 10 a 31, poseyendo conjuntamente un patrimonio de 81.560 millones de dólares. “Después del covid, seguramente ese número ha crecido. Una nación conocida por la creatividad de su gente, desgraciadamente, no fuimos nosotros quienes inventamos el teléfono móvil, la batería de litio o la computación cuántica. En un país donde hay millones de personas hambrientas, desempleadas y analfabetas, la pregunta es: ¿cómo consiguieron estos jóvenes reunir tanto dinero en un tiempo en el que gobernó la misma izquierda y derecha populista que ahora asegura va a remediar todos los males?”, se pregunta Marcelo Paixão, doctor en Sociología por el IUPERJ, economista y profesor de la Universidad de Texas en un artículo que escribió en la prestigiosa revista Piauí.
En los últimos meses se registraron varias iniciativas para romper con la inevitabilidad de tener que votar por Lula o por Bolsonaro. Después de tropezar en las luchas internas, el centro democrático MDB lanzó a la senadora del estado de Mato Grosso, Simone Tebet, como candidata presidencial, con Mara Gabrilli, de São Paulo, como su vicepresidenta. Obviamente, apuestan a conseguir los votos del electorado femenino que representa el 53% del total de personas con derecho a voto en Brasil y que mayoritariamente dice estar cansado de la bipolaridad. También apelan a la figura de la inclusión a través de Mara, que quedó tetrapléjica tras un accidente de tráfico en 1994. Las encuestas dicen que, de no mediar un cambio en el humor electoral, este centro-centro feminista tendría como máximo un 8% de los votos.
Y como ya se sabe, más allá de cualquier especulación electoral, en Brasil siempre hay un claro ganador, aunque no figure en las boletas: el grupo de diputados y senadores del denominado Centrão, lo suficientemente flexible como para acomodarse con cualquier gobierno. El Centrão es el bloque de partidos conservadores que domina la política brasileña desde la vuelta a la democracia en 1989. No es un bloque formal, con programa, sino que actúa adentro del Congreso cambiando apoyo parlamentario por espacios en la gestión del gobierno y en el presupuesto de la nación. El Centrão está formado hoy por 23 partidos que suman el 69% de los escaños en la Cámara de Diputados y en las últimas elecciones para las legislaturas estatales, ganó el 56% de las bancas y el 70% de los concejales y alcaldes en las elecciones municipales.
El presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, máximo referente del Centrão y aliado estratégico de Bolsonaro, define al bloque como la “fuerza moderadora”. Irónicamente, el partido de Lira se llama Progressistas y es una continuidad de la Alianza Renovadora Nacional (ARENA), la agrupación electoral creada por la dictadura militar en los setenta. Progressistas apoyó los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), y a cambio recibió el gran premio de varios asientos entre los directivos de Petrobras, la empresa estatal de petróleo clave de Brasil. La estrategia política del Centrao es simple: garantizar estabilidad política y evitar un juicio político a cambio de un espacio en la burocracia gubernamental y acceso a recursos públicos. El poder dentro del poder.
Y el gran elector será el otro poderoso bloque político-social-religioso que conforman los evangelistas. Uno de cada tres brasileños profesa esta religión y en la cámara de Diputados de 513 escaños, los evangelistas ocupan 116. Antes de votar leyes importantes, estos legisladores se arrodillan en el hemiciclo y rezan unos cuantos minutos. El resto de los diputados, incluidos los abiertamente ateos, hace silencio. Saben que, si abren la boca, se les vendrán encima en sus distritos. En la anterior elección, siete de cada diez evangélicos votaron por Bolsonaro. Pero entre sus filas aún hay un número importante que considera que siempre hay que estar al lado de los más pobres y apoyan a Lula. La espina dorsal evangelista está formado por las mujeres negras y de los estratos sociales más bajos.
Los evangelistas tampoco conforman un partido, ni siquiera un conjunto de partidos, llegan al Congreso a través de todas las formaciones y allí se juntan para votar en favor o en contra de ciertas iniciativas. “Lo que nos une son temas de valores y costumbres, como la lucha contra el aborto, contra la legalización de las drogas y a favor de la familia tradicional. Estos tres temas, más fuertes. Después también está la prohibición de los juegos de azar”, explicó en una entrevista con la DW el diputado Sóstenes Cavalcante. Este teólogo de 47 años, que fue predicador en la provincia argentina de Santa Fe por ocho años, es hoy el líder del bloque.
Tanto el católico Bolsonaro como el laico Lula saben que sin los votos evangelistas no llegan al Planalto. Y en sus primeros actos se lanzaron sin vergüenza a la caza de los que creen que “Brasil está por encima de todo y Dios por encima de todos”. El actual presidente puso a su esposa, Michelle, a la vanguardia en esta incursión de pesca de votos evangelistas. Y al final de su discurso repleto de referencias bíblicas, pidió a los congregados cerrar los ojos para rezar el Padre Nuestro. El predicador Cavalcante asegura que “el 90% o 95% de nosotros apoyamos la reelección del presidente Bolsonaro”.
Lula no se quedó atrás. Y lanzó esta ofensiva contra su rival: “Es un fariseo y está tratando de manipular la buena fe de los hombres y mujeres evangélicos que van a la iglesia para tratar su fe, su espiritualidad. Siguen tratando de decir mentiras todo el tiempo. Mentiras sobre Lula, sobre la mujer de Lula, sobre ti, sobre los indios”, gritó el ex sindicalista. Está indignado porque las huestes de su oponente lanzaron en las redes sociales la fake news de que si llega al poder va a cerrar todas las iglesias evangélicas.
Y por debajo de estos discursos está la tensión latente que está poniendo a muchos muy nerviosos en Brasil. Las bases de Bolsonaro se parecen mucho a las de Donald Trump y ya están amenazando con lanzarse a la toma de los otros poderes (el Congreso, la Corte Suprema, el consejo electoral) si no llegan a reconocer la reelección. Para quitar un poco de presión, el martes, Lula y Bolsonaro se mostraron juntos (en realidad no muy cerca y menos en una misma foto posada) en la asunción del nuevo presidente del Tribunal Superior Electoral (TSE), Alexandre de Moraes. Este defiende el sistema de voto electrónico que se usa en Brasil desde 1996 y que es muy criticado por Bolsonaro que prefiere una elección supervisada totalmente por las Fuerzas Armadas porque asegura que de lo contrario habrá fraude en favor de su oponente.
“Somos una de las mayores democracias del mundo en términos de voto popular, estamos entre las cuatro mayores democracias del mundo, pero somos la única democracia del mundo que divulga los resultados electorales el mismo día con agilidad, seguridad, competencia y transparencia”, dijo Moraes. Sabremos si esto será así, y si será aceptado por todos, después de la muy probable segunda vuelta del 30 de octubre.
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